CAPÍTULO VII
INCERTIDUMBRE PELIRROJA
Elfo por ahí, Elfo por allá y... ¡Elfos por montón! Sin saber cómo, la enfermera Madam Pomfrey era socorrida por pequeñas manos de elfos domésticos que tenían más conocimiento de la animaga que la médica misma. Las cosas volaban como si una persona tuviera telequinesis, los elfos saltaban de aquí para allá evitando que la enfermería fuera destruida por los objetos propios del lugar, en grupo y unidos lo mantenían sin destrucciones monumentales. Aunque, Fred no pudo resistir una segunda hora más fuera.
Entró para calmar los gritos, gemidos de cachorro y sollozos. Todo parecía ser una escena dolorosa de escuchar, parecía que estuvieran torturando a la cocker spaniel; aún cuando la realidad fuese que ella evitaba inconscientemente que se acercaran a ayudarla. Ni Fred ni los elfos lograban llegar a ella.
—¡Azur...! ¡No!
La voz rota y desamparada emergió entre tal caos, la cachorra llama con dolor a una persona que desconocían.
—Esto va de mal en peor, deben marcharos, señoritos Weasley. —pidió el Elfo de antes, con un tono de voz bastante serio y preocupante.
—¿Y ese quién es?–pregunta Fred con el ceño fruncido. Ignorando al elfo.
—No lo sé, pero suena mal —contesta George, mientras mira todo por detras del hombro de su hermano.
—Ay, niños vayan a refugiarse fuera. ¡Iré por Dumbledore! ¡Cuidaos!—anunció Pomfrey, caminando con desesperación y susto, tratando de que ningún objeto diera contra ella o su cabeza misma.
—Tobago no puede cumplir con los deseos de la señora, si vosotros siguen aquí. ¡Por favor, marchaos! —pidió con voz más ronca y chillona el Elfo de aspecto muggle.
Los gritos se detuvieron, pero las cosas que iban disparadas de aquí para allá, se quedaron estáticas de repente. Tobago se acercó a la cachorra, murmurando un suave arrullo:
—A dormir princesa, a dormir pequeña. A dormir princesa, a dormir que Tobago te acompaña. Si tienes dilema al dormir princesa, aquí estaré para ti cereza... —se escuchó el arrullo que la voz rasposa y suave cantar cerca de las orejas de la cachorra, al elfo subido a una pequeña escalera de tres niveles hasta la camilla.
Y aún cuando la intención fuese tan noble, inédita, especial... Parecía no surtir efecto, ya que el sollozo se convierte en fragmentos rotos que parten en gemidos agudos que raspan la garganta entre la inhalación de aire corto y abrupto.
—No está funcionando... —dijo George.
Detrás de ello, todo paró abruptamente. Los objetos estáticos cayeron y los elfos parecían pálidos, estáticos, mirando con preocupación hacia ellos.
—¡Tobago, sácalos ya!—gritó un elfo.
—¿Por qué...?
—¿Cómo para qué?
Preguntaron ambos pelirrojos confundidos, creyendo ingenuamente que todo se había calmado. Una gran ventisca empezó a elevar cada pelo de los pelirrojos, vellos púbicos de los brazos y el mismo pelaje de la cachorra empezó a ondularse de forma errática.
—¡Corran..!
Un numero de diez elfos intentaron llegar hacia ellos con tanto apuro, nerviosos y preocupados. Avisando de algo que no podían decirlo por un juramento de fidelidad. Los pelirrojos al escucharlos gritar con urgencia, voltearon aún sin saber porque en sus oídos y timpanos podían sentir como el viento anulaba cualquier otro sonido que no fuera la fuerte oleada de viento.
—¡Pero de qué corremos...! —exclamaron Fred y George, con toda la incertidumbre tiñendo sus voces.
Sin embargo, no hubo tiempo para una explicación ni mucho menos de que los elfos los tomaran, todos estaban agarrados en conjunto como una cadena humana y un elfo cabecero aferrado a la puerta. Aunque sus esfuerzos fueron inutiles, eso lo supieron Fred y George al momento que una cosa desconocida los absorbió como si de un sorbo se tratara, para luego dejar de escuchar precipitadamente a su alrededor.
El gran golpe de viento se habían sorbido a los Weasley, mientras que los elfos se habían dado cuenta que los ojos dorados de la cachorra se mostraban como centellas brillantes, puertas mágicas responsables de absorber a los gemelos hacia los recuerdos de la animaga; ¿Porqué? Toda emoción llevaba a debilitar el autocontrol de los dones naturales de la sangre Runirix, misteriosos poderes se descontrolaban y se habían llevado al pasado a un par de personas que estaban en el momento y lugar mal ubicados.
—¡Cuidado con los cuerpos! —exclamó Tobago a sus iguales.
Un grupo de elfos que había visto por primera vez ese suceso inédito ocurrir, se quedó completamente confundido al ver los cuerpos de los pelirrojos levitando por encima de ellos. Los ojos de la criatura había visto como estos eran absorbidos.
—¡No caerán, ella los tiene allí!—expresó una elfina, mientras saltaba a comprobar si los podía bajar.
—¿Cómo es posible esto?—preguntó la voz rasposa y masculina de Dumbledore. Muy incrédulo.
—Las almas de los niños se encuentran navegando entre los recuerdos perturbados de la ama. —explica la elfina mirando preocupada toda la situación y escena que la exponen a peligros desconocidos.
—¿Podemos intervenir? —preguntó Dumbledore, con rostro serio.
—No. —respondió Tobago.
—¿Y cómo saldrán de ese trance?—pregunta preocupado por el bienestar de los jovenes alumnos.
—Ella despertará, y saldrán del trance. Tobago y todos serán regañados, el castigo por no protegerlos bien nos sentenciará con el enojo de la princesa —le tembló la voz al elfo encargado de la princesa, de vestimenta muggle.
Dumbledore tragó saliva. Miró a Madam Pomfrey y decidió tomar cartas del asunto con intenciones de mantener esto en secreto.
—Por hoy queda clausurado la enfermería, trate de que nadie ingrese, Madam Pomfrey.
—Así será, Dumbledore.
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Fred realmente no entendió la gran necesidad de los elfos domésticos con querer protegerlos de la propia cachorra, si bien aun eran niños como para comprender muchas cosas pero ya estaban encaminados a ser considerados unos magos adolescentes. La situación en la enfermería había ocurrido todo muy rápido, sus ojos se sintieron secos con tanto viento descontrolado y desconocido, ya que ninguna ventana estaba abierta como para dar acceso a que aquello viniera de fuera. Pero en cuánto sintió que eran arrastrados y retrasando la misión de huir, tomó con pánico a su hermano.
El viento los envolvió en un espacio de silencio absoluto, todo lo que podían ver al estar volando en un bucle del torbellino del viento solo es un gran cielo blanco.
—¡George, no veo nada!
—¡Tampoco yo!
Y ambos sintieron como el viento los dejaba a su suerte repentinamente. Haciéndolos gritar tan fuerte por estar cayendo hacia a la nada.
¡Puff! ¡Paw!
Se escuchó el golpe de sus cuerpos contra una superficie lisa, con unos quejidos por la caída, ambos se miran extrañados. ¿Por qué? Se vieron entre sí, asombrados al notar que delante suyo se iba revelando un paisaje luminoso al principio para luego mostrar un gran pasillo medieval.
—¿A dónde fuimos a parar?
—Creo que estamos en un castillo, Fred.
—Eso ya lo se, Georgie. Lo que veo es que no es Hogwarts, hay muchas flores de colores similares a las que Tobago trajo hace unas semanas a Bruneila.
Protamente se recompusieron, sin embargo, unas risas desconocidas llamaron la curiosas de ambos. Yendo mas alla del lugar, encontrándose con una imagen bastante curiosa.
—Wow, que linda chica, ¿No Freddie?—susurra George.
Los dueños de esas risas provenían de una chica de tez pálida, cabello corto negro hasta poco mas de sus orejas, labios regordetes y delicados, figura esbelta digna de una princesa; y un chico similar a los rasgos de ella, solo que este llevaba cabello pelirrojo tirando a castaño, ambos compartían los mismos color de ojos castaños casi como la miel.
—Se parecen mucho, parecen...
—Gemelos, como nosotros Georgie. —completó la oración Fred, a susurros.
Parecía ser de tarde, el ambiente que el castillo se notaba era tranquilo. La chica y el chico se enzarzaban en una divertida y espontánea lucha de cosquillas. El hermano parecía susurrarle cosas comicas al oído, mientras le hace cosquillas a su hermana en las costillas, provocando una risa inmediata y contagiosa. Ella, sin quedarse atrás, contraataca buscando los puntos más vulnerables del chico, como el estómago y costillas.
Las risas se mezclan con gritos de sorpresa y alegría, creando un ambiente lleno de energía y complicidad. Se retuercen, ruedan y tratan de esquivar las manos del otro, pero cada intento de defensa resulta en más carcajadas. En medio de la batalla, los dos hermanos intercambian miradas cómplices, disfrutando de ese momento único de juego y conexión. Sin darse cuenta de que ambos fueron directamente a chocar contra el traje de acero del cabellero que reposaba de adorno cerca del arco que daba hacia el salon principal.
Por donde, previamente él y George habían caído gracias a la ventisca de viento. Ninguno entendía como era que ninguno de ellos dos, se daba cuenta de su presencia, era como si no...
—Ups... —dijo la chica entre risas.
—¿Estás bien, Zur?—pregunta el chico preocupado, levantandose a sacar algunas de las piezas encima de ella.
—¡Si, Azur! Tranquilo, por suerte nada cayó a mi cabeza.
—Uff... Que suerte tienes.
El joven chico sonríe tras decirlo, aliviado de verla sana sin daño alguno. Mientras que ella sigue riendo, aún víctima de la picardía de la batalla de cosquillas, encantada de estar con él.
Fred y George comparten una mirada de asombro. Escuchar los nombres de ambos, es como un nuevo sendero a descubrir, cayendo claro en cuenta de que el chico era la persona nombrada por la cocker spaniel hace un momento.
—No sabes lo hermosa que eres riendo, mi pequeña Zur —dice Azur con una mirada enternecida.
Se levanta sin problema del suelo, ofreciendole su mano derecha para que ella pudiera levantarse.
—Gracias hermanito.
Ambos hermanos se sonríen con complicidad y en armonía. Mirando instantaneamente el caos que el caballero esparcido por todos podría ser un problema.
—Apresuremonos a ordenarlo, Azur.
—En marcha, mi querida Zur.
Ambos aun medio ocultos detras del arco, a unos pocos metros de los dos hermanos. George murmura embelezado por la sensación de felicidad que lo invade, lo contagia.
—Parecen felices.
—Shht... No hables tan fuerte, Georgie.
Advierte Fred, nervioso. Más aún cuando nota que parte del pie de la armadura del caballero se encuentra a pocos centímetros de ambos.
«Mierda, nos verán»pensó Fred.
Dicho y hecho. La tal Zur se acercó rápidamente hacia esa zona, y como si pudiera ver a Fred, ambos conectan una mirada especial.
Fred logra ver detrás en esos hermosos ojos lleno de alegría, una mancha pequeña negra en el ojo izquierdo, tal y como Bruneila lo tenía también.
—Fred... —interrumpió George.
El susto les dio fuerte, pero el alivio tocó a sus hombros al escuchar detrás suyo, en un susto que da gusto. En carne propia, es consciente de percibir un ligero cambio de ambiente: uno cálido, armonioso, con olor a pasto recién cortado.
—¿Se puede saber qué ha ocurrido esta vez, para haber tanto desastre?—una voz ronca, imponente y seria emerge detrás suyo.
Fred salta en su lugar, seguido de su hermano. Volteando enseguida como para pedir disculpas. Pero la mirada reprobatoria del señor con aspecto de Rey medieval de barba, cabello y ojos negro, de gran musculatura solo parece mirar a los hermanos que tiemblan.
—Padre...
—Madre...
Al lado del hombre iba bajando por las escaleras hasta llegar a él, una señora digna de ser Reina, pelirroja, robusta y esbelta de una mirada imponente de ojos marrones claros.
—Uh... un error mío, padre —dicen ambos gemelos a la par, ambos compiten por la dominancia de la verdadera respuesta.
—Fue el mío, padre –dice la gemela, detrás de una reverencia de respeto, tomando su largo vestido de color blanco con pequeños adornos dorados, con aquella corona de flores lilaceas. Se notaba sus delicadas manos finas con uñas pintadas de color verde aqua.
—¡No!, fue completamente mi responsabilidad, lo lamento padre –rectifica el gemelo, llevando su mano derecha a su pecho izquierdo, tras incarse al suelo con respeto.
—Bruneila Zur y Caius Azur, ambos estáis castigados, ¿cuantas veces se les ha dicho que no se jugaba dentro del castillo? —reprocha el Rey.
Fred entorna rápidamente la mirada hacia la joven, que se encuentra preocupada mirando a su hermano, con una pequeña mueca torcida a un lado tras escuchar al mayor. Mientras que George, golpea fuertemente la espalda de su hermano tras el frenesi de emoción tras la información que habían recibido.
—¡Es ella, Freddie! ¡Es nuestra cachorra!
—Tenía mis sospechas... —susurró incrédulo, se sentía en shock.
«Esa es mi cachorra... Así era antes de ser lo que es...»pensó absorto.
—¡Jajajajaj! Eso no lo veía venir, por Merlín –ríe sorprendido George.
Ninguno pudo seguir hablando ya que la mujer de cabellos pelirrojos, de postura recta y justa, pero con una corona real que vislumbraba una gema amatista, haciéndola ser más llamativa. Que la propia revelación, intervino ante las palabras de su esposo.
—Cariño, no los regañes así, ¿no puedes ver que se han responsabilizado por sus actos de manera noble y valiente?
«Está claro que su musa tenía la voz suave tal cómo su madre. Pero el carácter de su padre»pensó embobado Fred tras detallar con más énfasis cada cosa que escuchaba o veía.
—No se preocupe madre, somos capaces de atender nuestro castigo, ¿no es así, hermano? —expresó con una voz aterciopelada que demostraba la seriedad en su determinación.
La esencia de Bruneila era la misma a cómo Fred, la percibía siempre. Educada, firme, valiente y justa. Aunque las apariencias fisicas sean distan de la realidad.
—Estoy de acuerdo, nos hacemos responsables, no tendréis queja por nuestra parte –apoya Azur, con la misma postura que su hermana. Espalda recta y expresión justa.
El padre aplaude y ofrece una sonrisa cálida que muestra orgullo hacia ellos.
—Muy bien, os habéis librado por esta ocasión hijos míos, pero a la próxima no seáis imprudentes.
Ambos gemelos dan cabecean, aceptando lo sucedido. E inmediatamente se voltean a ordenar con ayuda de un poco de magia la armadura del caballero, trabajando en equipo, para luego correr un poco hasta sus padres y abrazarlos.
—Son una familia extraña.
—Exactamente a eso iba, ¿No que no se podían abrazar tan libremente? —dijo George extrañado.
Fred le iba a comentar algo, pero ambos sisean adoloridos tras sentir repentinamente un gran punzón en la cabeza y ojos, todo se vuelve oscuro y las voces se escuchan desde muy lejos. Ambos empiezan a sentir sus cuerpos pesados, unos sollozos suaves se perciben y los incentiva a despertar.
«¿Es Neila?»pensó aturdido George.
—¿Pero que pasó? Me duele la cabeza.
Fred se levanta de una superficie suave bajo suyo. Encontrandose con un quejido de George, inmediatamente se sale de encima.
—Agh, como pesas, hermano.
—Ugh, lo siento, georgie.
Tobago se acerca a ellos con dos barras de chocolate amargo, que con inercia y hambre ambos pelirrojos lo toman.
—Hasta que por fin despiertan. ¿Cómo se sienten tras el trance?
—¿Trance? —preguntan a la par.
Dumbledore se hace presente, en compañía de Madam Pomfrey, aunque el sollozo de la cachorra era mas preocupante, Fred con trompezones va hasta ella. Abrazándola con mimo, sin importarle el dolor de cabeza que no cesa por mas que ya haya comido un poco del chocolate.
—No te preocupes Bru, aquí estoy... Te cuidaré pequeña Zur...
Dicho eso, ella deja de temblar.
—Nunca me dejes, p-por favor.
Tras esa necesitada petición, con adrenalina en el pecho. Fred subió a la camilla, abrazandola, entregando su alma y corazón hacia ella. Dejando en claro que no podrían separarlos.
«No entiendo porque tengo el impulso de cuidarla, de quererla más alla de necesitar respirar. Pero sé que daré todo de mi por darle el mundo«pensó Fred, mientras acariciaba el pelaje de la cachorra a modo de consuelo.
La respiración de la cachorra va normalizandose, y suspiros de alivio colectivo se escuchan. Recordando que no esta solo con ella, sino que estan los elfos, su hermano, el director y la enfermera Madam Pomfrey.
—Qué alivio. Han vuelto sanos. Aunque me he demora un poco al parecer...
George sonríe un poco ante el profesor, aunque mira extrañado e intrigado hacia Fred.
—¿Cómo lo has hecho? Ella sollozaba, y ahora duerme tan tranquila que parece una cachorrita preciosa.
—Ni yo mismo lo sé, georgie —opina Fred, mientras el sueño también le empieza a afectar, y con sus ultimas energías mira al Director Dumbledore—sólo puedo decir que no me alejara de ella, profesor.
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