Bienvenida a Hogwarts (I)


Allí estaba. El famoso castillo de Hogwarts, apareciendo en la noche lleno de lucecitas, dispuesto a acoger a los nuevos alumnos. Entre los cuales estaba Sally Shine, la cabra intrépida, que se quedó un buen rato observando y analizando el panorama. Después del tren, se habían bajado en una pequeña estación y los llevaron a montar en botes, en los cuales atravesaron el lago hasta llegar al colegio. Y, cómo no, Sally había disfrutado campalmente del recorrido bien puesta en la proa de la barca, cual si fuera algún gran conquistador, con su sombrerito de paja y su traje de cabra bruja. Ella sabía que había algo en el lago, algo debajo de ellos que se mantenía en la negrura sin aparecer, pero que estaba ahí. ¿Qué sería? Su curiosidad no pudo ser saciada, porque por más que escrutase las tinieblas no vio nada. Y entonces, por fin, los botes llegaron a su destino, y mágicamente descubrieron la puerta que los llevaría al interior. Sin dejar de mirarlo todo con suprema curiosidad, ella y el resto de nuevos alumnos se bajaron y fueron guiados por pasillos y grandes escaleras de piedra antigua. 

Allí había una mujer, vieja y de aire adusto que los miraba tras sus lentes con ojos de gato.

—Bienvenidos a Hogwarts, el que será vuestro colegio y hogar por los próximos siete años, y aprenderéis todo lo importante respecto a la magia. Antes de que paséis al Gran Comedor, donde se hará la Ceremonia de Selección y el banquete de bienvenida, os explicaré unas pocas cosas. El colegio está dividido en cuatro casas; Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw, y Slytherin. Según vuestras aptitudes seréis seleccionados para una u otra, y esa será vuestra nueva familia. Vuestros logros harán que suban puntos, y si os saltáis las reglas los perderán. Ahora, seguidme.

Y, obedientes como borregos asustados, todos la siguieron. Unas grandes y majestuosas puertas de roble se abrieron, descubriendo una sala maravillosa; el cielo, azul noche y cubierto de estrellas, se veía estampado en el techo; velas colgantes y antorchas en la pared daban una agradable iluminación cálida, y cuatro mesas grandes, dos a cada lado, estaban repletas de alumnos de todos los cursos, y más allá había una en la que se sentaban los profesores; porque otra cosa no iban a ser, pensó Sally.

Y esa magnífica y trascendental Ceremonia que debían hacer para ser aceptados, los esperaba en forma de... ¿un sombrero en un taburete?

Sally lo miró, ladeó la cabeza (siempre se le movían las orejas al hacerlo), entrecerró sus ojillos, y sí, aquello era un sombrero viejo, pero viejo, muy viejo, y con la forma típica de sombrero de Mago de los cuentos de niños. «¡Épico!», pensó la cabra riendo para sus adentros, claro que solo para sus adentros, aunque siempre se le notaba en los ojos. Y también tenía pinta de ser comible, ¿qué tal estaría?

Pero algo la sacó de sus pensamientos, y era una voz que en aquel momento estaba diciendo:

—Soy la profesora Minerva McGonagall, directora de Hogwarts —decía la vieja bruja que los había conducido. Vaya, así que ella era la directora—. Filius Flitwick os irá llamando por vuestros nombres y os sentaréis en el taburete, poniéndoos el sombrero, que os dirá a qué casa iréis. Pero antes escucharemos la canción.

En el sombrero viejo se abrió una fisura, tal que una boca, y comenzó a cantar para los asombrados nuevos:

Hogwarts, Hogwarts, este es nuestro hogar
Jóvenes brujas y magos, aquí está vuestro lugar.
Aunque no creáis a un viejo sombrero, roto y remendado,
hacedme caso, pues jamás encontraréis uno tan instruido.
Listo soy, claro que sí, y vuestro destino aquí yo dictaré.
Ponedme sobre vuestras jóvenes cabezas, en vuestro interior yo miraré.
¿Seréis valientes, osados y caballerosos?
¡Entonces vuestro mayor honor será Gryffindor!
¿Acaso sois justos, leales y pacientes?
¡Sin duda Hufflepuff será vuestro lugar!
¿Tenéis una mente despierta, inteligente y original?
¡En Ravenclaw lo tendréis por demás!
¿Quizá tenemos gente ambiciosa, determinada y astuta?
¡Lo tuyo será Slytherin, sin dudar!
Así que pruébame, no tengas miedo, yo sé qué hacer contigo
puesto que soy el Sombrero Seleccionador.

Cuando el Sombrero terminó de cantar, todo el mundo se levantó en aplausos.

La directora McGonagall se retiró a la opulenta silla del centro que estaba desocupada, y se adelantó una especie de hombrecillo canijo, muy canijo, que no le llegaría a Sally más allá de la cabeza. Los primerizos que la acompañaban no paraban de murmurar cosas constantemente, de aquello o de lo otro, pero la cabra no les hacía caso. Fueron llamando. Uno por uno, en orden alfabético, los alumnos se adelantaban al taburete. Unos con más canguelo que un ratón en la boca de un gato, otros intentando aparentar tranquilidad, otros completamente seguros de sí mismos... Y así, uno a Ravenclaw, otro a Slytherin, otro a Huflepuff, otro a Gryffindor, otro a Hufflepuff, otro a Ravenclaw...
Sally había pasado de contar las ventanas que había, a repasar a los profesores de la mesa que los miraban atentamente, alguno conversando con otro. Aburrida de esto, ya estaba por emprenderla con los alumnos que había en las mesas, cuando inesperadamente el mago canijo llegó a la S, y entonces dijo:

—¡Sally Shine!

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