La última gran sorpresa

Brandr llegó a aquel orfanato. Estaba un poco ansioso, así que se arregló el cabello para no verse espantoso.

La cajita tomó con sus manos, tocando la puerta del lugar. Una señora de edad avanzada, de grises cabellos y amable sonrisa lo atendió.

Reconoció rápidamente al chiquillo, ya que había sido un miembro voluntario de un club de teatro. También estuvo unos días ayudando a otros niños.

Fue así que conoció a Ariel, una pequeña que tenía una grave enfermedad y que soñaba con ser una princesa de cuentos de hadas.

—Buen día, estimada señora Hernández. Me gustaría dejarle un regalito a Ariel

La mujer sonrió levemente, ya que la preocupación llegó a su mente. Ella agradeció el gesto del chico, pero le dijo que no podía verla, ya que tuvo una recaída. Aunque ella con entusiasmo aquel regalo más tarde le entregaría, mencionando su procedencia, y entonces, algo increíble pasó.

La chiquilla de tez blanca vestía un bonito vestido azulado, acompañado de unos finos guantes y zapatos de cristal. Tenía cabello en lugar de estar calva y su aspecto era el de una niña normal.

—¡Recibí mi regalo! ¡Recibí mi regalo! —gritó varias veces antes el asombro de Brandr y de la señora Hernández—. Pedí estar sana y que me viniera a visitar un amigo al que quiero mucho.

Lágrimas de alegría comenzaron a recorrer las mejillas del chico. Tenía una sonrisa dibujada en el rostro. No tardó en calmar su llanto, pues quería entregar  sin problema el regalo que traía consigo.

—¡Me siento muy feliz por ti, Ariel! ¡Te traje un regalito para festejar!

La niña con gran ánimo tomó el obsequio. Recibirlo de Brandr fue todo un privilegio.

Y colorín colorado, este cuento ha acabado.

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