Don Santa Claus
Brandr quedó sorprendido. El viejito enfermito era nada más y nada menos que Santa Claus, pero, ¿podría nuestro aventurero hacer algo para ayudarlo cuando la navidad estaba casi a la esquina?
-¡Lo haré, señor Santa Claus! -anunció Brandr con valentía y vigor-. ¡Usted sólo dígame qué puedo hacer para ayudarlo!
Sorprendido, Santa Claus dijo que necesitaba ayuda para entregar juguetes a los niños bien portado de todo el mundo, y carbón a los malosos. Los ojos del hombre estaban todos llorosos por la enfermedad que lo aquejaba.
-Eso es mucho -dijo Brandr con desánimo-. No es que no quiera hacerlo, pero ¿podré lograrlo a tiempo?
-Todo lo que necesitas es a Samuel. La nutria mágica sabe conducir mi trineo.
Brandr sintió que le jugaban una mala broma. Para retomar su miedo a las nutrias no era buena hora.
También irían un par de duendecillos que tenían un mapa con todos los puntos a visitar. El chico únicamente se encargaría de a un lado del árbol los regalos dejar y así llenar varios corazones de alegría.
La misión ya estaba decidida, pero faltaba algo más. Santa chasqueó los dedos y un traje parecido al suyo, pero de la talla de Brandr apareció.
-¡Tómalo amiguito! ¡Ve, y ayúdame a hacer felices a los demás pequeñitos!
Y así, con gran alegría, el muchachito salió a cumplir su encargo.
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