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Chapter 2
El calor del verano caldeaba el ambiente, tórrido, desde primera hora de la mañana. Eolo marchaba a otras tierras en busca de aventuras y Apolo veía como sus horas sobre el carro alado se alargaban. Todos los años se quejaba a Zeus y los demás dioses, pero su padre le miraba sonriendo sin cambiar nada.
La última vez que los dos hermanos hablaron sobre ello, Apolo estaba convencido de encontrar un sustituto.
"Igual que tu tienes a Selene por las noches, no es justo que yo me pase todas las mañanas fuera, volando, sin nada más que hacer"
"Llevar el carro del Sol es una responsabilidad muy importante. Deberías sentirte orgulloso" le dijo Artemisa mientras dejaba que una de sus ninfas le desenredara el cabello.
"Y no es que no lo esté. Pero me quita mucho tiempo para otros deberes. Aun sigo siendo el encargado de la medicina y al final todo recae en el pobre Asclepio"
"¿Se ha quejado?"
"¡No!"
"¿Entonces?"
"Sigue sin ser justo, Ártemis. ¿Y qué me dices del don de la profecía? ¿Cómo voy a ayudar a mis sacerdotes si nunca estoy ahí cuando se me necesita?"
"No eres el único que tiene visiones"
"¿Sabes? No sé porqué tenía la intuición de que no me ibas a apoyar en esto" respondió Apolo. Pero no había acusación u ofensa en su tono de voz, sino mera sinceridad.
"Es que no me gustaría que cualquier chalado condujera el carro alado. Ya sabes lo que eso supondría. ¿Recuerdas a Belerofonte?"
"¡Cómo no voy a acordarme!" Apolo sonrió melancólico. "Fue culpa mía que las cosas salieran mal"
"A eso me refiero" la diosa ni siquiera tuvo el detalle de consolar a su hermano. "Corres el riesgo que por querer tener más tiempo libre se vuelva a formar otro caos en el cielo. Por eso los demás vamos con pies de plomo"
"Ay, Ártemis. No lo entiendes. No estoy diciendo de dejarle las riendas al primero que llame a mi puerta. Es solo..." Apolo miró ahora a su hermana que tenía un mohín en su cara porque la ninfa que le desenredaba el pelo le había hecho daño. "¿Sabes qué? ¡Da igual! Tenemos toda la eternidad para discutirlo."
Artemisa asintió, aun dolorida.
Dioniso estaba en una de las campas de Atenas, ya a las afueras, rodeado de hombres jóvenes que escuchaban sus palabras bien atentos. El dios entonaba un himno y gesticulaba, teatral, como era propio en él. La piel de zorro que habitualmente cubría su torso en tiempos más fríos, se encontraba a los pies de una encina. Así que Dioniso lucía desnudo, solo coronado por las hojas de los viñedos.
Hermes, que aun recordaba los sentimientos y la angustia de la noche anterior, creyó encontrar en su hermano, el dios del vino, una persona de confianza que sabría escuchar. Quizá solo necesitaba sacar todo ese cúmulo de sentimientos al exterior.
Cuando Dioniso terminó de recitar, se volvió hacia Hermes, al que había visto llegar desde el principio y le dio un abrazo.
"Cuidado, Di" le dijo su hermano. "Con ese sudor de buena mañana y tan desnudo cualquiera diría que buscas otra cosa"
Dioniso sonrió. Hermes era el único al que dejaba que le acortara el nombre.
"Pensé que me traerías buenas noticias"
"En realidad..." el rostro de Hermes se volvió más sombrío. "No son tan buenas..."
"Oh, vaya" Dioniso despidió a la concurrencia, intuyendo que su hermano le necesitaba a solas. "¿Quieres vino?" le ofreció.
"No, gracias. Suficiente me emborraché ayer por la noche"
"Yo prefiero no salir de ese estado" Dioniso le dio un largo trago a la bota de piel de pantera que tenía al lado de sus vestimentas. "Me gusta exiliarme a veces de todo esto" Suspiró. "Pero, ¡hey! No nos vayamos por las ramas. Háblame de tus asuntos, anda"
"Empezaré por el principio..."
"Sí, si no te importa"
"Ares me hizo una promesa el otro día. Sabes que me he encaprichado de Afrodita..."
Dioniso sonrió.
"La pobre, no puede con todos vosotros juntos. Tenéis que darle una tregua a la buena mujer"
"Bueno, sobre eso, Ares me prometió que se quitaría de en medio si conseguía una cita con Atenea o Artemisa"
"Joder, Hermes. Ares te la ha liado bien buena. Se ha reído de ti en tu cara" viendo el pesar en la cara de su hermano, le dio unas palmadas en la espalda. "Continúa"
"Lo he intentado con Atenea y no ha habido manera. Se cierra en banda. Y le pedí a Pan que consiguiera algún favor de Artemisa, pero esta también se negó"
"Hombre, es que Pan no es el más indicado para conseguir nada de Artemisa" rió Dioniso. "Precisamente Pan, no"
"¿Y a quién recurrir?"
"¿Qué tal Apolo? Artemisa siempre le escucha"
"Apolo... Me partiría las piernas. Solo con saber que es una apuesta... ¿Tú sabes lo protector que es con su hermana?"
"Nuestra hermana" le corrigió Dioniso. "Sí, lo sé. Pero si obvias lo de la apuesta y en realidad te muestras interesado, interesado de verdad,
en Artemisa..."
"Conseguiría averiguar como destruir mi inmortalidad y me mataría, Di. No, no. A cualquiera menos Apolo"
"¿Y las ninfas?"
"¿Las ninfas?" Hermes parecía no entender.
"Sí, hombre, las ninfas. Siempre están acompañando a Ártemis. ¿Y si las convencieras para que te ayudaran?"
"Artemisa es muy celosa con sus ninfas. Si descubre que le hacen favores a un hombre... Tampoco quiero que acaben mal por mi culpa"
"¿Y si le hablas a Atenea de tu interés por Artemisa? Ella es bastante inteligente, quizá podría ayudarte."
"Después de lo anterior, sospecharía. Se cabrearía. Yo que sé..."
"Está claro que no has jugado bien tus cartas, Hermes." Dioniso pasó un brazo sobre los hombros de su hermano. "Has sido demasiado temerario, te has lanzado a lo loco. Pero no te preocupes, lo solucionaremos. Conseguiré que tengas una cita con alguna de esas dos cabeza de chorlito"
"¿Por qué? ¿Por qué me ayudarías?"
"¿Por qué soy tu hermano? ¿Por qué te aprecio? ¿Por qué esa apuesta me divierte?" sugirió el dios.
"No quiero que se enfaden contigo también"
"Bueno, ya sabes lo que piensan de mí Atenea y Artemisa..." al ver que Hermes negaba con la cabeza, resopló. "No soy de su estima. Atenea piensa que soy idiota, Artemisa cree que mi único interés en la vida es emborracharme y pegarme en las bacanales"
"Eso es porque no te conocen"
"Me da igual, Hermes. Yo no las odio. Me dan lástima. Podríamos ser buenos hermanos. En fin, lo importante ahora es conseguirte una cita. Déjamelo a mí. Lograré que una de las dos, sino las dos, caigan rendidas a tus pies. Palabrita de hermano"
"¿De verdad? ¿Lo conseguirás?" Dioniso sonrió. "¡Sí! ¡Claro que lo conseguirás! ¡Lo conseguirás!" Hermes se mostró eufórico.
"Claro que sí, idiota. Dioniso siempre consigue todo lo que se propone. Tú déjamelo a mí, no hagas nada, no abras la boca, no se lo cuentes a nadie. Ha llegado El Auténtico Celestino del Olimpo"
Hermes y Dioniso chocaron los puños y bebieron durante toda la mañana de la bota, aun entonces llena del dios del vino, para dar suerte a su misión.
"¡Eres un maldito mal nacido!"
Hera estaba arrojando toda la cubertería y la vajilla real por el aire. El resto de dioses la miraban, petrificados, sin interés por intervenir bajo peligro de llevarse un platazo en la cabeza.
Hera había descubierto la nueva infidelidad de Zeus con Europa, una fenicia. Como siempre que descubría que Zeus iba con otras cuando ella no estaba, montaba en cólera y lanzaba cosas por los aires, como si no fuera evidente que estaba enfadada. Cualquier persona que se cruzara en su camino en aquellos instantes corría peligro de ser víctima de homicidio. Le pasó una vez a Afrodita, que siempre tan dulce e ingenua, trató de abrazar a su madrastra para calmar los ánimos. Afrodita estuvo a punto de morir estrangulada (si es que en realidad pudiera morir).
Hera solo se calmaba con la presencia de sus hijas, Eris e Ilitía. Pero ni siquiera aquella vez consiguieron hacerla entrar en razón. Ares miró a su padre, muy disgustado, mientras que Hefesto se mantenía en un rincón, balanceando uno de sus pies.
Atenea, que acababa de llegar, se acercó a su hermano y le preguntó que había pasado aquella vez.
"Oh, papá se ha encaprichado de una fenicia llamada Europa. Una mortal, ya sabes. Se la llevó a Creta y la ha colmado de regalos"
En realidad nadie sabía muy bien si lo que verdaderamente preocupaba a Hera era el hecho de no recibir regalos con asiduidad de parte de su marido.
"Parece mentira que no aprendan ninguno de los dos..." suspiró Atenea.
Hefesto la miró, sorprendido.
"¿Tú que harías en su situación?"
"Me es difícil ponerme en la situación de Padre. No soy de las que se encaprichen de cualquier ser viviente y la olviden a la primera de cambio con la misma facilidad con que cambia el tiempo"
"Ya, claro" Hefesto asintió.
"Pero entiendo que Hera no pueda sino cabrearse. Al fin y al cabo, ella es el agente pasivo, es la que recibe. Y en su caso, de su matrimonio solo recibe cornadas"
"Quizá hizo mal en adoptar como animal a la vaca, ¿eh?"
Atenea miró seriamente a Hefesto, que se arrepintió de hacer bromas en un momento así.
"Lo que no entiendo es porque le aguanta. Yo, después de tantas, le habría mandado con viento fresco"
"mm" Hefesto volvió a asentir, esta vez distraído.
De repente, Atenea se mordió el labio y miró hacia los lados, preocupada. A veces se olvidaba de quien tenía al lado.
"No quería decir que..." se apresuró a disculparse.
Hefesto la miró, sin comprender.
"Es cosa de cada uno, supongo. Que cada cual tome la decisión más oportuna acerca de sus problemas"
"¿Y así es como la sabia Atenea se sale por la tangente?"
"¿Qué?"
Hermes acababa de aparecer, justo detrás de los dos dioses.
"Te creía más hábil, hermana" sonrió el dios mensajero.
"Y yo te creía menos metomentodo, maldito pervertido" bufó Hefesto.
Hermes creyó entender mal pero Hefesto se volvió hacia él, encarándole.
"¿Qué narices te pasa?"
"¿Perdona?" Hermes no comprendía.
"Déjala en paz. Ya te ha dicho que no le interesas" la cara del dios de la fragua estaba muy cerca de la de Hermes y por un momento el último temió llevarse un cabezazo.
"Hefesto, por favor. No hagamos otra aquí nosotros también"
Atenea les hizo una seña para que miraran a sus respectivos padres. Zeus y Hera, discutiendo en medio del salón, Posidón tratando de apartar a su hermano de las garras de su mujer que querían atravesarle y mandarle al Tártaro. Démeter y Hestia, con palabras dulces y agarrando cada una un brazo de su hermana para que la sangre no llegara al río.
Hefesto se cruzó de brazos y aun tenía ganas de replicar pero en vista de los actuales problemas Hermes se había escabullido. Atenea suspiró. Se presentaba un verano muy largo.
Dioniso alargó la promesa de Hermes hasta la semana siguiente pues se sentía muy ocupado con sus bacanales y sus reuniones con las ménades (por no hablar de las orgías). No obstante, veía a Hermes cada día languidecer más hasta llegar a ser casi una sombra de sí mismo. Viendo que el tiempo apremiaba, Dioniso terminó por acudir al dios del amor, Eros, el hijo de Ares y Afrodita.
Eros había pegado un estirón interesante. El dios del vino aun recordaba cuando el pequeño Eros revoloteaba alrededor de sus padres con sus dos alas recién estrenadas. Entonces era otro querubín más que se divertía lanzando flechas y al que sus tíos amenazaban molestos por las continuas bromas. Ya en la madurez, Eros había pasado a ser más serio y se tomaba sus deberes con verdadera responsabilidad. Dioniso, si creía en los milagros, sabía que Eros era el responsable de la mayoría de ellos. Entre otras cosas, Eros era "culpable" de la mayoría de reconciliaciones por parte de Hera y Zeus por el bien de todo el Olimpo. Pero también ayudaba a los más fervientes enamorados cuyos padres no aceptaban sus uniones. A veces, aconsejaba y ayudaba a su propia madre que se veía sometida a mucha presión por parte de múltiples grupos.
Eros estaba peleándose con dos gemelos querubines que querían cogerle el arco. El dios, paciente, trataba de razonar con ellos pero era imposible. Los niños querían jugar y cuando se despistaba, el resto de angelitos hacían de las suyas. Durante la mañana, Eros había recibido las advertencias de Atenea, que había sido levantada de la cama, Apolo, que había descubierto a varios querubines en sus establos, Posidón, que se había visto sorprendido con una de sus amantes en mitad de la faena, y por último Démeter, que había aprovechado la calidez de la mañana para tomarse un baño.
A veces, Eros tenía que atar a los pequeños querubines para que no revoloteasen más de la cuenta. Echaba de menos una mujer que le ayudara, pues Afrodita rara vez podía hacerse cargo de los pequeños. Y el resto de hermanos y tíos siempre tenían cosas más importantes que hacer. Viéndose sometido a intercambiar sus tareas de cuidar de los enamorados y de sus querubines, Eros se quejaba de no tener tiempo para sí mismo. Pero no se quejaba demasiado, a fin de cuentas.
Dioniso llamó a la puerta y tanto los querubines como el dios se volvieron. Los niños se echaron enseguida en los brazos de su tío Dioniso que siempre que los veía se tomaba su tiempo para jugar con ellos. Eros suspiró, cansado. No entendía como los niños tenían tanta energía a lo largo del día. ¿Había sido él tan inquieto?
"Salud, Eros. Se te ve fatigado"
"Tío Dioniso, no puedes hacerte a la idea..."
"¿Estos pequeños no se echan la siesta?"
"Madre siempre me lo recomienda, pero a ver quien es el guapo que duerme a todos estos monstruos a la vez. ¡Es una tarea imposible! Cuando uno se ha dormido, los otros le despiertan y terminan por llorar todos juntos"
"Crecerán, Eros. Ten paciencia"
"Pero siempre habrá más. Y yo seré mayor y tendré que cuidarlos"
"Podrán ayudarte el resto cuando crezcan"
"Eso espero" Eros se secó el sudor de la frente. "Pero no creo que vengas a darme consejo sobre niños, ¿o sí?"
"En realidad no. Solo me preocupo por ti"
"Como todos" sonrió Eros. "He sido bendecido con muchos tíos y hermanos que se preocupan por mí. Hasta el abuelo Zeus tiene tiempo para preocuparse por mí y me pregunta que tal me va"
"Zeus te debe mucho"
"¿Te refieres a Hera?" Dioniso asintió. "Bueno, yo solo hago lo que cualquiera en mi lugar también haría. Si no, todos terminaríamos locos"
"O muertos" añadió el dios del vino.
"Al menos, preferiríamos la muerte a todo esto. Pero, en fin, cuando no discuten son una maravillosa pareja, ¿no crees?"
"¿Zeus y Hera? Mm. Se complementan bien, supongo. Pero no es mi principal preocupación, tampoco"
"¿Y cual es?" Eros se las arregló para coger a dos querubines entre sus brazos, el resto se escabulló por el cuarto y comenzaron a saltar sobre la cama del dios.
"¿Seguro que tienes tiempo para esto?"
"Sé que soy hombre y que no debería hacer dos cosas al tiempo pero... sí, claro que puedo."
Dioniso y Eros se rieron al unísono.
"Bien, es sobre tu tío Hermes. Resulta que..."
La casualidad en el Olimpo no parecía regirse por los deseos de los dioses. Era ligera cual pájaro, misteriosa y fugitiva como los espíritus y compañera del inseparable destino al que tanto mencionaban Las Tres Parcas. La casualidad no respetaba jerarquías, daba igual si visitaba a viejos o jóvenes, si aparecía con el frío o el calor o abandonaba a los que más se rendían a ella.
La casualidad tuvo mucho que ver con la apuesta de Hermes y Ares, de lo contrario, la historia no hubiera tomado los cauces que tomó. Porque Atenea no acostumbraba a pasearse por las tierras de Arcadia, rara vez abandonaba Atenas. Pero con los preparativos de guerra, la diosa se asfixiaba en la ciudad; se asfixiaba pensando que iba a dejar a tantos humanos correr su suerte, pues Esparta le era también muy querida. Decidida por fin, no iba a intervenir en los favores de los mortales, pero la neutralidad le desgarraba el corazón. Quisiera El Destino que no durase mucho.
Sí, Atenea se refugió en los campos de Arcadia buscando un clima tranquilo y sosegado. Los hombres de Arcadia no se fijaron en ella, alejada de su típico manto, su casco y su escudo. Estaban más ocupados en la tradicional siega de Verano donde, siguiendo la tradición, debían proporcionar las mejores cosechas a los templos de Démeter. Atenea pasó la mañana caminando cercana a los campos de recogida del cereal, campos que se mezclaban con los del pastoreo; lomas y kilómetros de cosecha alejados de pequeños pueblos de la región de Tesalia.
Curiosamente, Pan, El Cabrito, no estaba muy lejos de allí con sus rebaños. Arcadia, habitada por los pelasgos, le tenía gran estima. Arcadia se negaba a caer en las garras de Esparta y no iba a participar en las guerras. Por lo tanto, seguiría prosperando obteniendo los frutos del pastoreo y la agricultura. Pan habló con Hermes poco antes de que Zeus y el resto de dioses olímpicos tomaran una resolución frente a la guerra. Hermes intercedió por su hijo para que Arcadia se librara de la batalla y no obtuviera castigo por su neutralidad.
Aquella mañana, Pan y Atenea se encontraron. Rara vez se veían, pues Pan se preocupaba de sus ovejas y de la buena vida, mientras que Atenea prefería la filosofía y la razón, cuestiones que al sátiro no interesaban en absoluto. La diosa reconoció enseguida al pastor hijo de Hermes, inconfundible tocando la siringa. Su sonido, desenfadado, lograba animar a cuantos tenía alrededor fueran animales domésticos, bestias o seres humanos. Atenea sonrió. Reconocía la virtud de la música alegre, capaz de dominar los corazones apesadumbrados y transmitirles esperanza. La esperanza era lo que necesitaba ella ahora. Aunque fuera también señora de la guerra, en realidad no se impulsaba a las batallas alocadamente como su hermano Ares. A Atenea le gustaba la estrategia militar, el planteamiento y desarrollo de las escaramuzas, los desfiles militares y el paso marcial. Pero odiaba la muerte de inocentes, las hambrunas y el dolor de las víctimas, que saldrían adelante a duras penas. Reconocida como una idealista por muchos de su hermanos y tíos, no la tomaban en serio cuando se dejaba llevar por la melancolía. Al final, Atenea terminaba por guardar los sentimientos para sí pues cuando se veía vulnerable y quería sacarlos a fuera, nadie pretendía escucharla.
Pan no estaba muy seguro de las intenciones de la visita de Atenea y prefirió escabullirse con su rebaño nada más verla. ¡Pero nadie escapa de una diosa! Atenea se le apareció delante de las narices y Pan cayó de bruces, al suelo. Enseguida comenzó a lamentarse. Atenea no le entendía pero le parecía cómico. Pan tenía la manía de llorar y pedir clemencia, por si acaso.
El sátiro, al ver que la diosa se reía, dejó de llorar y sonrió. Semidios y diosa comenzaron a reír, juntos, sin saber muy bien porque se reía el otro. Cuando a Atenea le pareció suficiente, volvió a ponerse seria. Pan le imitó.
"¿Disfrutas de tu trabajo en Arcadia, sátiro?"
Pan ladeó la cabeza, temiendo caer en una trampa.
"Más que en ningún otro sitio. Arcadia es una tierra tranquila, suficiente para un pastor como yo que solo busca pasar sus días relajado, lejos de los problemas de las grandes urbes"
"Ya veo. Hermes te buscó un buen puesto"
"Y le estoy tremendamente agradecido"
"¿Hasta que punto?"
"¿Perdón?" el sátiro parecía confuso.
"¿Hasta que punto demostrarías tu agradecimiento al dios Hermes?"
"Hasta el punto al que todo hijo llegaría para agradecer los cuidados de su padre" manifestó Pan, diplomático.
"Sabías palabras viniendo de un vividor como tengo entendido que eres"
Atenea podría haberle hecho un cumplido pero, por si acaso, Pan prefirió no manifestar que lo entendía así.
"Pero en realidad viene a no decir nada o a decirlo todo. La verdad es que me dejáis igual de indiferente que antes"
"Lo lamento, señora"
"Pan, os seré sincera. Admiro vuestra tranquilidad. No es que esté orgullosa de como os soléis comportar, pero siempre hay momentos en los que uno desearía cambiar sus problemas por los de otros cuando parecen más livianos"
Pan se mostró atento y no apartó la mirada de la de la diosa.
"He venido aquí porque necesito pensar. Ahora en el Olimpo todo son grupos, preocupación por la guerra abierta entre las Ligas de Delos y la del Peloponeso. A nadie le importa la filosofía ni las artes. El verano asfixia hasta a los dioses, el calor, el ambiente pesado y cargado... Nada ayuda a la tranquilidad"
"Tendréis Arcadia cuando lo demás falle, mi señora" respondió Pan, fiel a sus principios.
"No deseo interés por parte de sus habitantes. Solo quiero..."
"¿Relajarse?"
"Sí, relajarme. Poder abstraerme" Atenea suspiró. "¿Acaso desearlo es malo?"
"¿Se lo dice a quien se aleja constantemente de todos los problemas, señora?" replicó Pan, con una mueca divertida.
"Tenéis razón. Ultimamente no estoy muy centrada en lo que se refiere a mis interlocutores."
"Entonces descansad. Debéis escuchar de vez en cuando lo que os diga el corazón. La mente no entiende de fatiga. Ella va en otra dirección. Pero es el corazón señor del cuerpo físico. Escuchadle. Él también sabe lo que un espíritu necesita. Pues si el cuerpo fallara, el espíritu se resentiría. Incluso en los dioses."
"Supongo que tenéis razón" Atenea le sonrió. "Sabéis, sátiro, a pesar de manifestar que los problemas de la razón y el pensamiento no os interesan, he de considerar que le dais vueltas a algunos problemas con filosofía"
"No se lo voy a negar a la diosa del pensamiento, la verdad" se sinceró Pan. "De vez en cuando, pienso, tengo mucho tiempo para ello mientras permanezco solo cuidando el rebaño. No todo va a ser inventar canciones"
"Cierto"
"Pero, sabed, señora, que no me interesa que la gente me conozca de ese modo"
"Guardaré el secreto"
"Gracias" agradeció Pan a la diosa.
Y hasta que Atenea se despidió guardaron silencio, cómplices.
Como Atenea se pasó todo el día en las tierras de Arcadia no pudo encontrarse con Eros, que le estaba buscando desde el mediodía. El dios del amor, alertado por las noticias de Dioniso, se excusó ante sus padres y les endosó a las criaturas aladas. Ares no parecía nada contento.
La charla con Pan, educada y cordial, alegró el ánimo de la diosa. Por lo menos alguien sabía ponerse en su posición y la entendía. Lástima que tuviera que ser un sátiro. Y no es que Atenea fuera xenófoba o pensara que algunas criaturas merecieran un trato inferior por ser lo que eran. En realidad, lo que a Atenea le "molestaba" es que el sátiro y ella no se movían por los mismos círculos. Ni siquiera podrían considerarse una amistad. Ni siquiera ambos sabían si querían entenderlo así.
Eros localizó a su tía por la noche, ya después de que la mayoría de los comensales del Olimpo hubieran cenado. En la cena, Hera se había ausentado, sorprendente en ella. Probablemente aun no se le habría pasado el disgusto de la infidelidad (otra más) de su marido.
"Querida tía, por fin os encuentro"
Atenea se volvió y vio al hijo de Afrodita y Ares acercarse a él. También el trato que tenía con este era cordial, sorprendente después de lo mal que se llevaba con sus padres. Atenea no tenía mucha paciencia con Afrodita y odiaba que esta quisiera orientarle y aconsejarle sobre los placeres de la vida. En cuanto a Ares... Le parecía un cabeza de chorlito, mimado por sus padres. No le tomaba en serio. Eros, no obstante, no imponía sus pensamientos a nadie ni se enorgullecía de su cargo o de quien eran sus padres. Así que Atenea no rehuyó a la conversación fortuita con su sobrino.
"Aquí me tenéis"
"Llevo buscandoos desde primera hora de la mañana"
"¿Para...?"
Eros se volvió hacia los lados.
"¿Os importaría si buscáramos un lugar más íntimo?" su sobrino parecía algo turbado. Atenea no pudo evitar sonreír. Las vergüenzas de Eros y de Pan eran genuinas. Solo los mortales se mostraban avergonzados por dirigir la palabra a la diosa, al menos así había sido hasta ahora.
Los dos dioses salieron a los jardines del Olimpo donde aun el Sol se resistía a ponerse. Hefesto les siguió con la mirada, desde lejos.
"Es sobre Hermes y mi padre..." trato de poner en situación Eros a su tía.
"Sí, están un poco raritos últimamente" observó Atenea.
"Han hecho una apuesta sobre vos y la tía Artemisa" Eros tragó saliva. Prefirió ser directo, pues nada iba a sacar mareando la perdiz y Atenea se olería algo.
Cuando Dioniso contó a Eros lo que, a su vez, le contó Hermes, el dios del amor frunció el ceño. ¿Le estaban pidiendo que intercediera para que el amante, a expensas de su padre, tuviera éxito con su madre? Eros no tenía nada contra Hermes pero aquello le parecía demasiado. No es que el dios tuviera una mentalidad férrea acerca de la fidelidad, es decir, que sus padres tuvieran que estar juntos toda la vida. Pero jugar con los sentimientos de las personas... No le parecía correcto.
Así que se lo dijo atropelladamente a Atenea, que no salía de su asombro.
"¿Una cita conmigo o Artemisa para quedarse con Afrodita?"
"Así es. Al menos, eso es lo que me ha dicho Dioniso"
"¿Dioniso está enterado?"
"El quería interceder por Hermes"
"Ya."
El silencio entre los dos resultaba incómodo. Eros se miraba los pies. No tenía porqué sentirse culpable, él no había hecho nada, solo era el mensajero. Pero temía la respuesta de su tía.
"Es una bajeza que no esperaba de mi hermano" dijo entonces la diosa. "De Ares... Creo que ya puedo esperar cualquier cosa. Pero Hermes..."
Eros no dijo nada.
"Así que por eso quería que accediera a estar con él" comprendió Atenea. "Al menos me tranquiliza saber que nunca ha querido nada conmigo. Empezaba a preocuparme por su salud mental..."
"¿Por?" la curiosidad de Eros le obligó a preguntar.
"No soy el tipo de Hermes, la verdad. De hecho, le recomendé que siguiera con Afrodita. En fin, las piezas del puzzle encajan. Por otro lado... Ares estaba muy empecinado por saber de mí y de Hermes y ahora entiendo también porqué."
"No os lo toméis a mal, tía. A veces se portan como críos..."
"No te preocupes, Eros. Sé como resolver casos como estos"
"¿Qué pensáis hacer?" la ansiedad se manifestó en la voz del dios, preocupado de que se supiera que le había contado aquello a Atenea.
"Nada peligroso. No te inquietes. Has hecho bien"
"Solo... quería parar esta locura"
"El amor no es un juego" Eros asintió. "Los sentimientos no se pueden forzar. Y yo sé poco sobre él, porque no me interesa" se apresuró a añadir por si acaso Eros pensaba interrumpir. "Déjame hacer ahora a mí. Prometo que no quedarás en mal lugar, sobrino"
Eros se despidió agachando la cabeza y dejó a solas a Atenea en el jardín tejer su venganza. Se alegraba de que la ira de Atenea no hubiera estallado. Al menos, no delante suyo.
Cerca de la medianoche, alguien llamó a los aposentos de Artemisa. La diosa, somnolienta, creyó que podía ser Apolo. A regañadientes abrió. Su sorpresa fue mayúscula cuando se encontró frente a Atenea.
"¿Hermana? ¿Qué?"
Atenea ni siquiera esperó a que la diosa le diera paso.
"Esto te va a interesar" y se sentó en la cama de Ártemis que entre la sorpresa y el sueño aun tenía la mandíbula desencajada.
"Tendrás una buena razón para presentarte a estas horas, ¿verdad?"
"Una muy buena" afirmó Atenea sonriéndole.
Artemisa bufó y se dirigió a la cama donde también se sentó. Esperaba que Atenea terminara pronto para volver a acostarse y dormir hasta el amanecer.
"En realidad pensé que estaríais de acampada con las ninfas. Hace muy buen tiempo"
"Es imposible con la guerra que se avecina. Las ninfas están asustadas y se han retirado al norte de Grecia. Solo quedan unas pocas serviciales a mi cargo pero son insuficientes para montar una cacería nocturna"
"Cuanto lo lamento..."
"He oído que no vais a participar en la guerra" Atenea asintió, incómoda. "¿Puedo saber porqué?
"A Esparta y a Atenas les debo mucho. No puedo simplemente tomar partido por una de ellas"
"Creía, no obstante, como patrona de Atenas..."
Atenea negó.
"Mejor así. No me gustaría teneros por enemiga"
"¿Vais a defender a Esparta?"
"Me importan más que los atenienses" respondió honestamente Artemisa.
Atenea no añadió nada y Artemisa se mostró más relajada con su hermana.
"¡¿Qué Hermes ha hecho qué?" la cólera de la diosa de la caza no se hizo esperar.
Atenea temió que los demás huéspedes del Olimpo se despertaran asustados. Pero en aquella planta solo estaba Apolo y Dioniso. El último probablemente andaría lejos, de fiesta, y el primero quizá aun no hubiera llegado.
"¡Voy a matarle!" exclamó Artemisa.
"Esperad, hermana. No os apresuréis a dejaros llevar por la ira"
Artemisa, no la escuchó y se arrojó sobre su puñal y su carcaj de flechas.
"Ártemis, por favor..." le rogó Atenea. "No vais a conseguir nada explotando vuestra rabia"
La diosa se volvió hacia su hermana. Aun en la oscuridad se hacía visible su enfado. El bello rostro, contraído, la mandíbula fuertemente apretada, los pómulos marcados, el color grisáceo de sus ojos, oscurecidos.
"Si he venido a contároslo es porque quiero haceros partícipe de mi plan"
"Espero que tenga que ver con proporcionarle una paliza a esos dos soplapollas"
"Algo mejor que eso, hermana"
Artemisa dudó y Atenea aprovechó para cogerle dulcemente de la mano y sentarla de nuevo a su lado.
"Esto es lo que haremos..." y cuando Atenea susurró su última palabra del plan a Artemisa, esta no creía lo que estaba oyendo.
Ya eran finales de Julio y la apuesta de Hermes vencía. Lógicamente los dos dioses no iban a esperar de por vida para saber quien se llevaba a Afrodita. Hermes se presentó en el comedor, abatido. Ni Dioniso ni Pan parecían haber tenido suerte a pesar de que le prometieron su ayuda y su éxito.
Ares estaba exultante. Bromeaba incluso con Hefesto y hacía juegos de palabras al estilo de Apolo. Al dios mensajero le hubiera gustado abofetearle, pero su estado de ánimo se lo impedía.
Posidón era el único de sus tíos que aun estaba presente cuando llegó él. Hera se había marchado nada más ver aparecer a Zeus y éste, aun preocupado y sorprendentemente interesado por su esposa, se marchó detrás de ella. Hermes reflexionó sobre los últimos acontecimientos. Su padre y su madrastra llevaban mucho tiempo así. No era la primera ni sería la última vez (con toda la eternidad por delante) que Hera explotara. Aunque en el Olimpo hubiera cosas a las que se pudiera acostumbrar, esa no era una de ellas. Los disgustos de Hera provocaban un malestar general entre los comensales. Algunos tomaban partido por la víctima, otros por el verdugo, otros hablaban del ideal del matrimonio y otros se reían de él.
Hermes era de los que no creía en éste. Le parecía que comprometerse para toda una eternidad con una persona era un suicidio. Hermes jamás podría verse con las alas cortadas. El amor era una cosa, un sentimiento gozoso que invitaba a la pasión y a la unión de dos almas gemelas. Pero tarde o temprano, el gozo se acaba. ¿Es amor o es otra cosa? Hermes no estaba dispuesto a llegar a la conclusión cuando estuviera ligado a una compañera de por vida. Sería demasiado tarde.
Atenea entró en la sala, a grandes zancadas. Hermes, avergonzado de su anterior comportamiento para con su hermana, trató de ocultarse agachando la cabeza. Atenea, sin embargo, se dirigió hacia él y se sentó a su lado.
Hermes le miró, arrepentido. Ojalá Atenea supiera cuales eran sus verdaderas intenciones. Aquella pequeña chispa despertó las mariposas de su estómago y Hermes tragó saliva ruidosamente.
Sin ápice de teatralidad, Atenea se echó en sus brazos.
"¿Sabíais, Hermes, que vuestro olor cambia por las mañanas?"
Las mejillas del dios enrojecieron. ¿Estaba pasando lo que creía que estaba pasando?
"No lo había notado o no quería notarlo" prosiguió la diosa. "Pero es cierto. La última noche que nos vimos, pensé que llevabais un perfume. Ahora, creo reconocer que no. De todas formas, vuestro olor sacude del sueño a todo espíritu. Es imposible permanecer indiferente a vos"
Hermes tragó saliva, intranquilo. ¿Qué se suponía que tenía que responder? Atenea estaba demasiado cerca. Él también podía oler su perfume corporal.
"No soy de cambiar de parecer tan pronto. Aun así, ¿qué puedo hacer sino rectificar nuestra última conversación? ¿Sería posible que me ofrecierais de nuevo una oportunidad?"
"Yo..."
"Ah, aquí estáis"
La sorpresa de Hermes se hizo aun más grande cuando vio que Artemisa también se dirigía a él. No la había visto llegar, tan centrado estaba en la cercanía de Atenea.
"Os estaba buscando desesperadamente"
Artemisa pareció fijarse ahora en la presencia de Atenea y frunció el ceño.
Atenea tampoco parecía muy contenta de verla.
"¿Os importa?" y la diosa de la caza se colocó en medio de Hermes y su hermana.
"¿Qué crees que estás haciendo?" preguntó Atenea visiblemente ofendida.
"Defender lo que es mío" y remarcó claramente la palabra mío, con verdadera actitud posesiva.
"¿Perdón?"
"Lo que oyes. Hermes y yo somos como dos almas gemelas. Tú sigue con tu filosofía y tu poesía, diosa"
"Ni por asomo voy a permitir que te quedes con Hermes. Él se me ha declarado"
"Lo hizo conmigo primero. Me dedicó una bellísima obra a flauta dulce y un poema. ¿Qué te regaló a ti?"
"Pues..." Atenea parecía dudar.
"¿Lo veis?" Artemisa interpretó el silencio de su hermana como una negación. "Está más interesado en mí"
Hermes miraba a una y a otra, boquiabierto. Luego miró en busca de ayuda. Dioniso le sonreía y levantaba los pulgares en señal de victoria. Desde luego, esto no es lo que esperaba el dios por parte de su hermano.
"Querido Hermes..." dijo Artemisa dirigiéndose a él. "¿Es cierto lo que dicen mis ninfas?"
"¿Qué es lo que dicen?" preguntó Hermes ruborizándose por el interés que había despertado entre sus dos hermanas.
"Oh, vamos..." Artemisa enredó sus dedos en su cabello, algo avergonzada. "No me vais a obligar a contároslo aquí, ¿verdad?" Hermes seguía sin entender nada de lo que estaba ocurriendo allí. "Sobre vuestro... instrumento"
"¿Mi instrumento?"
"Sí..." Artemisa le guiñó un ojo, cómplice. "¿Es tan grande y poderoso como dicen?"
"¿Perdón?"
Artemisa se rió a mandíbula batiente. Atenea, a lo lejos, parecía terriblemente disgustada. Hermes ni siquiera había decidido por quien se decantaría. Nunca se había planteado que aquello pudiera suceder. ¿Sueño, pesadilla... pero realidad?_
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