9
Después de hacer pipí en el lavamanos y lavarse las manos en el inodoro, Rayén se puso en marcha para recuperar los panes.
—¿Por casualidad a visto un par de arándano, dos de menta y uno de frambuesas por aquí cerca? —fue la pregunta que Rayén le hizo a persona que veía, pero todas las respuestas fueron negativas.
Rayén estaba perdiendo las esperanzas, tendría que volver a la librería por otros panes... Pero ya no le quedaban calzoncillos del vecino para pagar.
Cuando la muchacha iba pasando por junto a su ex puré, una persona le habló:
—Hola, bella señorita —Rayén admiró al hombre tan guapo y de voz tan masculina que le hablaba.
—Buen día, caballero —respondió la chica.
—Me presento, soy Machopechopeludo —hizo una leve reverencia.
—Yo soy Rayén —balanceó su mano de un lado al otro.
—Mira, veraz, yo soy hermano de Elbrayan, pero no te preocupes si nunca has oído hablar de mí, nunca me menciona.
—Oh, Elbrayan —Rayén dijo admirada.
—Si, ¿Has visto a Elvairon?
—Tuvimos un accidente, en el paraíso de azúcar —confesó Rayén.
—Mandaré a investigar.
—Lo lamento, ¿A visto mi panes?
—No, lo siento.
Rayén miró al cielo morado buscando una señal de sus panes, pero sólo logró ver elefantes voladores en busca de los peces andantes de los cuales se alimentaban.
Para su mala suerte, empezó a llover chocolate de abajo hacia arriba y tuvo que buscar un refugio para refugiarse.
Entró a un bar y pidió una jarra de leche espumosa para pasar sus penas por los panes. Su madre la mataría.
Mientras veía las noticias, observó que decían que encontraron el cadáver de Elvairon incrustado en una paleta de fresa rellena con chicle. Según dicen los policías especialista en el área de la salud,había muerto al instante.
Mientras la joven Rayén lloraba desconsolada por la trágica muerte de Elvairon, tomaba jarra tras jarra de leche a través de su ojo para olvidar lo ocurrido.
—Eh... ¿Disculpa? —Rayén volteó a ver quien le habló y le tocó el hombro.
—¿Qué quieres? —preguntó con su perfecto maquillaje arruinado por las lágrimas y por la lluvia de afuera.
—Encontré estos panes, ¿Son tuyos?
—Son míos —Rayén le sonrío al chico y le estampó un beso en los labios.
Rayén se sacó las tangas para pagar la leche y luego se fue arrastrándose hasta el paradero de vacarafas para ir directo a su hogar.
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