Capitulo 73: Jamas

Su familia era un caos, y eso no le gustaba. Soltó un suspiro agotador y miró hacia el techo de la habitación, intentando encontrar algo de paz en medio del tumulto mental que lo envolvía.

Sintió como la cama se hundía a su lado y cerró los ojos cuando unos besos suaves tocaron su cuello.

—¿En qué piensas, amor? —Gael se volteó a ver a su pareja, intentando esbozar una sonrisa.

—En mi familia —respondió acariciando la mejilla de Emiliano—. Realmente las cosas son difíciles. Aunque muchos no lo crean, Jayden era una luz en nuestras vidas. Cambió a mi hermano de una manera sorprendente. Cuando ellos se conocieron por primera vez, mi madre y yo temíamos que después de la noche de bodas uno de ellos resultara herido, pero no fue así. Pasaron del odio al amor y del amor al odio. —El alfa hizo una pausa para luego añadir—: Creíamos que se divorciarían al año, pero mira, ya llevan casi una década de matrimonio. A pesar de sus altibajos, lograron superarlos por muy difíciles que fueran. Debo admitir que llegué a envidiar la felicidad de mi hermanito y cuñado.

Emiliano envolvió sus brazos en la cintura de su prometido, brindándole el consuelo que tanto necesitaba.

—¿Aún sientes envidia? —preguntó Emiliano con suavidad.

Gael negó con la cabeza, dejando un beso en los labios del italiano.

—No desde que te conocí a ti. Todo esto es extraño, cariño. Estábamos bien, todo era perfecto, hasta que aquel maldito accidente sucedió y mi cuñado desapareció, junto con mis sobrinos.

—Gael... —Emiliano apretó su abrazo.

—Necesito encontrar a mi cuñado. Jayden se volvió como un hermano para mí, y si él no regresa a nuestro lado, entonces mi hermano morirá junto con él. Jayden era lo que mantenía cuerdo y vivo a mi hermano, era su razón de vivir, de existir. Pero ahora que no está, Aleksander es otra persona. Tanto ha cambiado que ya no lo reconozco como mi hermano.

Emiliano lo acercó hacia él y el albino escondió su rostro en el cuello de su prometido, mientras acariciaba su cabello con ternura.

—Te ayudaré a buscarlo —dijo Emiliano.

Gael se apartó de su prometido y lo observó.

—¿Hablas en serio? —preguntó con voz temblorosa.

Emiliano asintió.

—Jayden también es mi familia, y ayudaré a buscar a un miembro de mi familia.

Gael sonrió, sintiendo una chispa de esperanza encenderse en su corazón.

—Gracias...

El alfa italiano sonrió de vuelta.

—No debes agradecerme. Ahora vamos, busquemos a nuestro cuñado.

Ambos salieron de la habitación y comenzaron a llamar a todos los hombres de confianza. Emiliano les dio órdenes de que busquen a Jayden, de que revisen la escena del accidente una y otra vez, y que hablen con todos los testigos. Por otro lado, comenzaron a llamar a todos sus contactos. Aleksander había recopilado cierta información, pero cada vez que la seguía, fallaba.

Gael se puso a seguir la misma información, intentando ver algo que su hermanito no haya visto. Pero a pesar de que llegó a un callejón sin salida, se dio cuenta de algo.

—Cariño.

—¿Mhm? ¿Qué sucede?

—¿Un tal Mark Smith figura en tus archivos? —pregunta Gael con el ceño fruncido.

—¿Mark Smith? —Gael asintió—. Mh, déjame ver. —El italiano comenzó a revisar los archivos—. Sí, el día del accidente, el alfa se reportó enfermo, por lo cual no estuvo de servicio y no formó parte del equipo de seguridad de Jayden.

—¿Se reportó enfermo?

—Sí.

Gael frunció el ceño aún más y buscó en la caja de archivos de reportes médicos. Si un miembro del personal de seguridad se reportaba enfermo, debía presentar un informe médico, aclarando su enfermedad y el certificado médico entregado por el doctor de la familia.

Lo que generó sospechas en el albino fue el hecho de que no había orden médica, ni siquiera un diagnóstico del doctor.

—Esto no me gusta —susurró Gael.

—Moy prints —Gael miró a su prometido—. Creo que debes ver esto.

El italiano le extendió unos documentos. Gael recibió los papeles y, al leer el contenido, sintió como la rabia se adueñaba de su cuerpo.

—Mierda —masculló—. Al parecer tenemos un traidor.

—¿Le dirás a tu hermano? —preguntó Emiliano.

—Tengo que. Aleksander se está volviendo loco intentando hallar a los culpables y ahora que sabemos quién es, estoy seguro de que buscará respuestas —el albino hizo una pausa—. Lo único que lamento es su hijo. Matthew era el mejor amigo de Cassandra. Por suerte, el niño está lejos y no volverá hasta dentro de unos años.

—¿Crees que Cassandra se molestará?

—De eso no tengo dudas. Esa niña es un peligro.

Mark se había atrevido a traicionarlos. Podían esperar aquella traición de cualquiera, pero no de su jefe de seguridad. Ellos jamás lo habían tratado mal, le habían dado el respeto que se merecía, tratándolo incluso como un igual.

Fueron ellos quienes le dieron una casa, casi una mansión, quienes lo ascendieron de un simple vendedor a jefe de seguridad, incluso fueron ellos quienes pagaron el viaje y hospedaje para Matthew. Sin ellos, el niño, quien está en Alemania, no tendría nada.

El teléfono del albino comenzó a vibrar en su bolsillo. Al principio lo ignoró, ya que figuraba como un número desconocido, pero el teléfono siguió sonando.

—Es mejor que contestes, cariño —sugirió Emiliano, y Gael asintió.

—¿Diga? —habló al contestar.

—Gael...

Esa voz. Era... Era...

—Jayden... —murmuró. Emiliano volteó a verlo sorprendido.

Imposible. Era su cuñado.

—¿Estás bien? ¡¿Dónde estás?! —exclamó preocupado, poniéndose de pie.

—Necesito... necesito tu ayuda —efectivamente, era la voz de su cuñado, pero se oía débil.

—¡¿Dónde estás?!

—Gael, debes escucharme —suplicó el omega—. Solo tengo una llamada y poco tiempo... —Gael escuchó un jadeo, era como si a Jayden se le dificultara hablar—. ¿Puedes... ayudarme?

El albino apretó los puños con furia. Le dolía oír la voz de su cuñado tan débil y, sobre todo, oír cómo le costaba hablar.

—Sí. Te ayudaré en lo que quieras.

—Bien... —el omega jadeó—. Debes ir a... —Gael oyó unas voces al otro lado de la línea. No era la voz de Jayden, era otra voz que se le hacía conocida, pero no podía reconocer a la persona.

—¿Jayden? ¿Quién está ahí contigo? Jayden.

—Estoy en Italia —habló débilmente el omega—. A las afueras de Roma, hay una isla... Marettimo. Debes esperarme allí, en un barco.

—Jayden...

—Por favor... por favor, Gael, tengo solo una hora.

—Marettimo está cubierto de un bosque, está cubierto de terrenos elevados, es peligroso.

—Lo sé... —susurró el omega, y Gael pudo oír cómo su cuñado gritaba que le dieran solo unos minutos—. Gael, tienes que ir tú, no Aleksander.

—¿Jayden, dónde estás? Jayden...

—Te veré allí en una hora. Adiós, Gael.

—¡Jayden! ¡Jayden! —gritó, pero ya era tarde, el omega había cortado la llamada.

El albino lanzó todos los documentos que estaban sobre la mesa, lo que hizo que Emiliano lo abrazara por detrás. Gael forcejeó, deseaba tirar todo, destruir todo, pero los brazos de su prometido no se lo permitían.

—Lo salvaremos, te lo prometo —susurró el italiano en su oído—. Lo traeremos de regreso.

—¿Y si no lo logramos? —Gael se giró, con los ojos llenos de desesperación—. ¿Y si no llegamos a tiempo?

—Llegaremos a tiempo —respondió Emiliano—. Jayden nos necesita, y no fallaremos. Confía en mí, cariño.

Gael respiró hondo y asintió.

—Te amo —susurró Gael, abrazando a su prometido con fuerza.

—Yo también te amo, — dejo un beso sobre su frente — Ahora, vamos a traer a Jayden de vuelta a casa.





Italia.

Había viajado a numerosos países con su esposo, pero Italia siempre ocupaba un lugar especial en su corazón. Anhelaba regresar a Italia porque era uno de sus lugares favoritos. Jamás imaginó que volvería en circunstancias tan terribles y desgarradoras.

Sostuvo a sus bebés en sus brazos mientras el bote se acercaba a la isla.

—¿Por qué me hiciste venir aquí? —preguntó, observando la isla con desesperación.

—Fácil. Tienes una hora, ya te lo dije. Una hora para encontrar al estúpido de Gael y entregarle a tus bastardos. De lo contrario, si en esa hora te encuentro con tus hijos, tú y ellos morirán.— el Alfa sonrió — Por cierto, durante el tiempo que estuviste inconsciente te puse una pequeña bomba en tu tobillo.

El omega miro hacia su tobillo. Efectivamente tenía un apartó en su tobillo.

— Está programado para estallar por si te alejas a más de un kilómetro del área de la isla. Así que no intentes huir con Gael, porque morirás.

—¡Estás loco! —gritó el omega, apretando a sus bebés contra su pecho.

—Tienes razón. Pero loco por ti. —El rubio dejó un beso en sus labios.

Jayden apartó el rostro y el rubio soltó un bufido. Cuando el bote se detuvo en la orilla de la isla, fue sacado a empujones.

—La isla es gigantesca. Es un terreno muy peligroso, y más si cargas a dos bebés —le recordó el rubio—. Ya sabes las reglas; tu vida por la de tus hijos. Salvas a tus hijos a cambio de tu vida, o salvas tu vida a cambio de ellos.

—Antes muerto que darte a mis bebés. —Roan asintió y negó levemente con decepción.

—Mis hombres llegan en unos minutos. Si te encuentran con esos bastardos en brazos, los mato. —Los ojos de Jayden se llenaron de lágrimas—. Corre, Jayden, corre.

Sin más, el omega se adentró en la isla, comenzando a correr mientras sus hijos lloraban en sus brazos. El lugar era espantoso, con terrenos elevados y peligrosos donde un mal paso podría ser fatal.

Tropezó, pero antes de caer, se volteó para proteger a sus bebés, quienes cayeron sobre él mientras su espalda y cabeza golpeaban las rocas. Parpadeó varias veces, intentando recuperar el conocimiento.

El llanto de sus bebés lo puso en alerta. Jayden se incorporó en el suelo, sentándose a pesar del dolor.

—Lo siento. Lo siento mucho, mis amores. —El omega dejó un beso en la frente de sus hijos y los dejó en el suelo.

Rasgó su ropa, sacándose un pedazo del camisón que le llegaba hasta los talones. Tras romper su vestimenta, la tela se redujo hasta sus rodillas. Ató la tela alrededor de su cuello y envolvió a Emma con ella, luego hizo lo mismo con Ethan. Ambos mellizos estaban sujetos a él.

—No dejaré que nada les pase. —El omega miró a sus bebés—. Ustedes son mi pequeño mundo, y no dejaré que me lo destruyan.

—¡Jayden!

Pudo oír cómo lo llamaban a lo lejos. Era Roan, y sabía que venía con sus hombres.

—¡Se te acaba el tiempo, cariño! —Cerró los ojos con fuerza al oír el ruido del disparo.

A pesar del dolor en sus piernas y cabeza, volvió a correr. Debía llegar al otro lado de la isla. Tal vez allí encontraría a Gael, y si no, volvería a intentarlo, pero encontraría al alfa albino y le entregaría lo más preciado que tenía: sus bebés.

—No me rendiré —dijo, apretando a sus bebés contra su pecho.

«Mamá»

La voz de su hija hizo eco en su cabeza.

«Te amo, mami»

La voz de Aleksei la siguió.

«Te amo, Jayden Ivanov, como no tienes idea»

No se rendiría. Sin importar que sus piernas fallaran, que sus huesos se rompieran por dentro o que su corazón se debilitara. No importaba si el mundo caía sobre él o si estaba al borde de la muerte; no se rendiría sin antes poner a sus hijos a salvo.

Los disparos cesaron por un momento, los gritos se hicieron más lejanos. Jayden soltó un leve suspiro sin dejar de correr. Supuso que estaba lo suficientemente lejos como para buscar a su cuñado.

Entonces oyó el ruido de las olas.

Estaba cerca. Muy cerca.

Aceleró el paso, pero sus piernas le fallaron, obligándolo a caer de rodillas. Quería rendirse, quería que todo terminara.

Hacía frío, mucho frío. Era invierno y la nieve caía sobre aquel bosque peligroso. Sentía su cuerpo dolorido, como si le clavaran barrotes calientes en la garganta.

Un líquido comenzó a salir de su boca en un fino hilo. Llevó sus dedos a la comisura de sus labios y al verlos, los vio teñidos de rojo. Sintió la necesidad de escupir y cuando miró la blanca nieve, esta estaba teñida de un leve color carmesí.

—Prometí mantenerlos a salvo —susurró, mirando a sus bebés. Los mellizos temblaban de frío—. Y eso haré, aunque muera en el intento.

Mordió sus labios al intentar ponerse de pie nuevamente. Sus piernas temblaban, queriendo fallar, pero no lo permitió. Al contrario, siguió corriendo.

—¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó Gael a su prometido.

Ambos estaban en un yate. Lo que les preocupaba era que la isla era gigantesca; no sabían por dónde saldría Jayden.

—¡Gael, mira! —El italiano señaló hacia la isla.

Jayden salió de entre los árboles y Gael intentó ir hacia él, pero el omega negó con la cabeza. Jayden aceleró el paso hacia el yate.

—Estarán bien. Estarán bien —susurró el omega.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando entró al agua, que mojó sus pies.

—¡Jayden! —El albino lo abrazó, y el castaño correspondió rápidamente.

Jayden quiso llorar, pero se contuvo.

—Dioses... mírate —el albino tomó su rostro—. ¿Quién te ha hecho esto? Dime quién fue.

—Roan —susurró.

—Ese desgraciado —el albino apretó la mandíbula.

El miedo se apoderó de su cuerpo al oír un disparo.

—Debes sacar a mis bebés de aquí. Debes irte, debes llevarlos a Rusia. Debes llevarlos con Aleksander —pidió con desesperación el omega.

—No te dejaré aquí. Debes venir conmigo —Jayden negó—. Mi hermano y mis sobrinos te extrañan, Jayden. Tu familia te extraña.

—No puedo...

—¿Qué? —El omega levantó levemente su pie, mostrando un aparato en su tobillo—. Si salgo de esta isla, si me alejo más de un kilómetro de la isla, moriré.

—¡Entonces te lo sacaré!

—No se puede. Ya lo intenté. —Gael negó y Jayden tomó su rostro—. Mírame. Debes mantener a mis hijos a salvo.

El omega desenvolvió a Ethan de la tela y se lo entregó al albino.

—Su nombre es Ethan Romanov. Nació primero. —El omega dejó un beso sobre la frente de su pequeño.

Luego, imitó el mismo acto con su pequeña. La niña se aferró al cuerpo de su madre y lloró cuando Jayden la alejó de él y se la entregó a Gael, quien la sostuvo con fuerza junto con Ethan.

—Ella es Emma Romanova. Nació unos minutos después de Ethan. —El castaño depositó un beso sobre la frente de su hija—. Debes llevarlos al hospital, pero no en Italia, sino en Rusia.

—Jayden... Por favor.

—Sé que los cuidarás, sé que los llevarás a salvo y... —El omega volvió a escupir sangre.

—¡Jayden!

—Estoy bien. Estoy bien —el castaño sonrió y miró a sus hijos—. Sé que son muy pequeños, pero quiero que sepan que los amo con todo mi ser y que haré hasta lo imposible para que él no les encuentre. Los amo, los amo mucho. —El omega dejó un beso en la frente de sus bebés.

—Ven conmigo, por favor.

—Él no va dejarme ir. Hará hasta lo imposible por encontrarme, y si me encuentra con ellos, los va a matar —su voz se quebró—. Así que vete y apenas tenga la oportunidad, los buscaré. Cuídalos mucho, por favor, Gael.

—Lo haré. Te lo prometo.

Jayden asintió y dejó un beso en la mejilla de su cuñado, le dio una pequeña sonrisa al italiano y miró a sus hijos.

—Por favor... Por favor... No permitas que me olviden.

Aquello fue un puñal al corazón del albino.

—Jamás.

Volvieron a escucharse balas y el corazón del omega se paralizó.

«No hay más tiempo»

Cerró los ojos sin querer irse, tomó a sus bebés en sus brazos, impregnando su olorcito en su nariz por última vez mientras los abrazaba fuerte, memorizando cada hebra de su cabello, sus ojos azules con combinaciones verdes que embrujaban y sus rostros angelicales.

—Espero que sean felices... Muy pero muy felices —Jayden dejó un último beso en la frente de sus hijos y se los entregó al albino.

Se alejó de ellos hasta que sus pies tocaron la fría arena.

Los disparos se hicieron cada vez más fuertes, al igual que los gritos.

—¡Vete! ¡Vete de aquí! Por favor, vete...

El yate comenzó a alejarse y Jayden cayó de rodillas mientras veía a sus hijos irse.

Estaban a salvo. Sus bebés estaban a salvo.

Lloró. Y lloró. Porque finalmente, sus bebés estaban a salvo.

—Te tengo —dijo Roan, tirándolo al suelo y apuntando su arma a su cabeza—. Tu tiempo se acabó.

Jayden, con las lágrimas corriendo por sus mejillas, miró a sus hijos que se alejaban en el yate. Sacó fuerzas de donde ya no quedaban para sonreír.

—Están a salvo. No los alcanzarás —susurró.

Roan frunció el ceño y lo golpeó, pero Jayden no sintió el dolor. Ya no sentía nada.

El disparo resonó en la isla.

— ¡No!

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