Capitulo 40: No me esperes

Alyra se miro al espejo e intento sonreír. Unos golpes en la puerta captaron la atención de la joven.

— Mi niña. — Alyra miro hacia la puerta y se encontró a su madre. La platinada se puso de pie y fue hacia su madre — Es hora, mi niña.

Los ojos azules de la joven se empeñaron por las lágrimas. Ella mordió su labio antes de asentir con una forzada sonrisa en sus labios. Cuando ambas mujeres salieron de la habitación, se encontraron con dos hombres  de seguridad y una doncella.

— ¿Que hacen aquí? — pregunta la platinada.

— Nos hemos criado con usted desde que éramos niños — dice la doncella — No estamos dispuestos a permitir que se vaya sola a un lugar desconocido. Creímos que sería una buena idea, tener a unos amigos a su lado — la sirvienta sonrió y la platinada también lo hizo.

— ¿Podemos acompañarla, señorita? — pregunto John y la platinada asintió eufóricamente.

— Entonces estaré más tranquila, al saber que en aquel lugar te cuidaran. — Alice tomó las manos de su niña y depósito un beso sobre ellas — Jamás voy a poder pagar por lo que te hice, mi niña. Y lo lamento mucho, lamento que tengas una madre tan débil. — Alyra negó levemente y la abrazo.

— Tengo a la mejor madre del mundo. — susurro Alyra.

Ambas mujeres, junto con la sirvienta y los dos hombres de Seguridad, caminaron hacia la entrada de la mansión. Cuando la joven vio a las personas paradas en la puerta, unas ganas de vomitar se hicieron presentes en su estómago. Pero ese malestar desaparecio cuando vio a sus hermanos, y a sus sobrinos.

Sus tres hermanos la abrazaron. Ella cerro sus ojos, apreciando la calidez de aquel abrazo. Quería permanecer allí, protegida, cuidada. Quería seguir viviendo en su cajita de cristal.

— Cuidate mucho, princesa — susurro Gael en el oído de su hermana y dejó un beso en su frente antes de separarse y volver a su lugar.

— Sabes que cuentas conmigo para lo que sea. — Kaiden acaricio su mejilla — Si quieres algo solo pídemelo. Haría todo por tí, mi mariposa — el menor dejó un beso sobre su frente y volvió a su lugar.

Por último, la joven miro al segundo de sus hermanos. Aleksander se acercó a ella y tomó sus manos entre las de él, depositando un beso sobre ellas.

— Moy Lastochka (mi golondrina) — el alfa acaricio su cabello — Recuerda, que las puertas de esta casa siempre estarán abiertas para tí — Aleksander la abrazo — Cuidate mucho, mi bella golondrina. — el alfa dejó un beso en la frente de su hermana, para luego separarse y volver a su lugar, cargando a Alekséi en sus brazos.

Alyra se acercó a sus sobrinos y dejo un beso en la frente de cada uno. Cassandra hizo un mohin en sus labios al ver como su tía se alejaba de ella. Por último, solo quedaban sus padres, cuando Vlad intento tocarla, Alyra retrocedió y fue hacia su madre. Alice tenía sus ojos cubiertos de lágrimas, por más que intentaba ser fuerte, le dolía saber que su dulce niña se alejaria.

— Ay, mamá — la platinada tomó una de sus manos — Estaré bien. Soy tu hija, soy tan fuerte como tú — Alice asintió y entonces la abrazo. Dejó varios besos en la cabellera platinada de su hija.

No quería soltarla. Quería mantenerla en sus brazos. Quería que siguiera siendo una bebé. Quería cuidarla y mantenerla bajos alas para que nada ni nadie la apartara de su lado.

— Es hora de irnos.

Alice y Alyra se separaron. La platinada miro a su familia una última vez, antes de caminar hacia Victoria, la mujer le sonrió falsamente.

El corazón de la dama negra se hizo añicos cuando a su niña subir a aquel coche. Una parte de ella se fue con Alyra. Al ver el coche alejarse, la mujer no pudo evitar soltar un sollozo y permitir que sus lágrimas cayeran.

Su hija se estaba yendo. Su niña se estaba yendo.

Alice sintió una mano en su hombro, rápidamente miro a su izquierda, y se apartó.

— No vuelvas a tocarme — advirtió la mujer mirando al asco de hombre frente a ella — Para mí tú estás muerto — afirmó antes de ir hacia sus hijos y yendo al salon, dejando completamente solo a Vlad.

Por otro lado, Alyra veía como cada vez se alejaban un poco más de la villa, del lugar donde nació y crio. Veía como las casas Ivana desapareciendo poco a poco, volviéndose más lejanas. Hasta que luego de media hora solo pudo ver árboles.

Ella mantuvo su cabeza apoyada en el vidrio de la ventana del coche. Sumiendose en sus pensamientos.

La albina sintió una mano en su plena, aquello la hizo mirar rápidamente hacia su costado. Colin tenía una mano sobre su muslo, acariciandolo.

— No sabes cuanto deseo llegar a casa — aquello hizo que la joven mordiera su labio y volviera a mirar por la ventana.

Agradeció que su "esposo" conversará con su "suegra" pues de esa forma, ninguno de ellos vio las lágrimas que se deslizaron por las mejillas de la joven.

El terror de la albina aumentó, cuando vio que habían llegado a su destinó. No estaba de más decir que Colin se apresuró a bajar del coche, obligándola a bajar.

— Estoy cansada — dijo Víctoria una vez que entraron a la mansión. —  Le pediré a los sirvientes que no los molesten. Que descansen — ella les sonrió y desapareció de la vista de ambos.

— Ven — Colin la agarro de la muñeca y la guió hasta la habitación que sería de ellos.

Alyra miro a su alrededor. Se estaba comenzando a sentir incómoda. Esa habitación, era muy oscura, sino fuera por la luz que entraba por la ventana, estaba segura de que no vería nada.

Su cuerpo se estremeció al sentir unos besos en sus cuello.

— Eres tan bonita — susurro Colin mientras  besaba su cuello y una de sus manos iba acariciando su pierna al mismo tiempo que le subía el vestido.

— Colin — ella intento aparte — Estoy cansanda, deseo dormir — pidió, ante aquello el alfa la volteo bruscamente, generandole miedo.

— ¿Cansada? — Colin nego — Podrás dormir luego de que consumemos nuestro matrimonio.

— Por favor, Colin, no lo hagas más difícil. — ella se apartó un poco de él — Deseo dormir, me siento cansada. — Colin se acercó hasta ella y la tomo por los brazos para pegarla a él.

— ¿Porque? ¿Porque no soy Ares? — ella lo miro sorprendida — ¿Es por eso que no quieres hacer el amor conmigo? ¡Soy tu esposo! — ella jadeo ante su grito. — Yo soy tu esposo, Alyra. Hice todo lo que estaba en mi alcance para casarme contigo, para que solo estemos nosotros dos, sin nadie que interfiera entre tú y yo. — él acarició su cabello.

Ella nego repetidamente, él estaba actuando como un enfermo, no podía creer lo que estaba saliendo de su boca, de la persona con la que estaba casada. Tenía miedo, mucho miedo. En un intento desesperado, Colin la tomó por el cuello para tratar de besarle, pero Alyra se resistió.

No podía hacer nada, estaba indefensa, con poco fuerza. Le estaba besando toda la cara para después bajar a su pecho y tratando de quitarle el vestido, luchaba por liberarse pero no podía, era más fuerte que ella.

— Maldición. Basta — La aventó contra la cama, para empezar a romper su vestido. Apenas y había tela que la cubriera, Colin la beso por todo el cuerpo desnudo, trato de empujarlo, pataleo pero este no hizo nada.

Se sentía asquerosa.

Empezó a gritar con la esperanza de que un guardia o una sirvienta la escuchara.

— Basta, Alyra, ¿Por qué se te hace tan difícil aceptar nuestro amor? Esto es lo mejor. — Dijo para volver a tratar de besarle pero Alyra lo golpeo con su cabeza.

— Por favor, alejate de mi.

-— Madita sea, trate de ser amable, pero ya no más, espero que tu maldito comportamiento cambie, yo me encargaré de eso, y cuando lo haga te llevare a vivir muy lejos conmigo, no tendrás más opción que hacer todo lo que yo diga, eres mi esposa y me complacerás en lo que yo requiera.

Sujeto sus muñecas con una sola mano para voltearla boca abajo, Alyra sabía lo que pretendía y se movió lo más que pudo para no hacerlo, pero al final él se puso encima. Sintió los toques en su espalda y que la recorría con su lengua desde su cuello hasta abajo. Grito lo más que pudo, pero no sé escuchaba, las almohadas no ayudaban.

Escucho como se quitaba la ropa, junto sus piernas pero las quito bruscamente, no se podía mover, la tenía sujeta. Las lágrimas se deslizaron por su rostro, visualizo a Ares y rogó porque apareciera. Sus hermanos le dijeron que siempre la protegerían, y quería que lo hicieran ahora, quería a su madre, a su padre. Lloraba y lloraba por la impotencia de no poder defenderse, quería a su familia con ella, quería que la salvarán.

Todo se fue abajo cuando sintio algo en su entrada.

— ¡No! ¡Por favor! ¡No!

Ella nego, pataleo y lloro.

— ¡Por favor no! ¡Colin no!

Los jóvenes guardias de seguridad corrieron hacia la habitación de la pareja al oir los gritos de desesperación de su joven ama. Pero cuando llegaron tres guardias de seguridad que estaban custodiando la puerta los detuvieron.

— ¿Que están haciendo? ¡Haganse a un lado! — grito uno de ellos intentando entrar pero fue empujado con brusquedad por otro. — ¡Es la joven ama la que esta ahí adentro! ¡Debemos protegerla!

El de seguridad miro a sus compañeros y estos negaron, mientras los gritos de la joven se oían, uno más desgarrador que el otro.

— Juramos protegerla. — el beta miro a su compañero — Pero no de él.

¡Por favor no! ¡Mama!

El beta se abalanzó contra aquellos hombres de Seguridad que custodiaban la puerta, pero ellos eran tres, y él era uno. No pasó mucho tiempo hasta que lo molieron a golpes y lo dejaron inconseciente.

— Llévate a tu amigo de aquí — advirtio uno de ellos, y entonces él beta rápidamente se llevo al hombre que había intentado entrar.

Las sirvientas que pasaban por aquel pasillo, bajaron la cabeza al oir los gritos de desesperación de la joven. Al oir como esta suplicaba porque la salvarán, el corazón de las sirvientas se hizo añicos al oir como la platinada llamaba a su madre.

Se sentía asquerosa. Sucia.

Podía sentir cada toque. Ya no tenía más lágrimas para derramar. Solo miraba hacia el techo de la habitación.

Era débil. Era una tonta. Era una basura, pues había permitido, que aquel alfa abusara sexualmente de ella.

Sintió como algo salía dentro de ella. Luego, escucho ruidos en la habitación. Pero incapaz de mirar hacia otro lugar que no fuera el techo de la habitación.

— Para ser tu primera vez, no estuvo mal — pudo oir la voz de Colin — Pero creo que para la próxima deberías de esforzarte más — el rubio se acercó a ella mientras se acomodaba la ropa y dejó un beso sobre sus labios temblorosos. — Se que lo disfrutaste, muñeca.

Ella cerro sus ojos ante aquello. Sentir su aliento, o siquiera escuchar su vos le daba asco.

— No me esperes despierta, mi amor. Tampoco esperes que duerma esta habitación contigo luego de tu falta de acción — ante aquello el alfa salió de la habitación dando un portazo.

Fue solamente cuando oyó el ruido de un coche acelerar, que la platinada pudo salir de su trance. Sintió unas náuseas horribles y entonces vómito.

Ella se sento en la cama, que era un desastre. Su mirada bajo hacia su cuerpo y su llanto se hizo más fuerte al ver la sangre en sus piernas. Se aferró a si misma, en un intento de consolarse.

Alyra no durmió esa noche, y cuando lo intento, se levantó gritando horrorizada, de nuevo había tenido esa pesadilla, con aquel hombre que ahora era su esposo. Ella solo quería dormir en paz, sin tener que verlo cada vez que cerraba sus ojos. Pero se le hacia imposible, ese hombre, en solo una noche había quitado su niñez.

— ¡Puje! ¡Puje señora! ¡Puje! — grito la bruja al mismo tiempo que la omega se aferraba a las sabanas.

Las sirvientas iban de un lado a otro, trozos de tela cubiertos de sangre, palanganas de agua teñidas de rojo.

La joven de omega de veinte años estaba perdiendo demasiada sangre. Ya había tenido tres partos, este, era el primer parto que se le complicaba demasiado.

¿Pero como no? Solo había un año de diferencia entre su tercer hijo y este bebé.

— ¡Puje señora! ¡Puje!

La mujer se aferró a las sabanas con fuerza, de tal manera que sus nudillos se tornaron blancos, apretó sus dientes de tal forma que podrían romperse.

El bebé no queria nacer. Arwen se acercó a una de las sirvientas que se encargaba de cambiar los paños de agua fría sobre la frente de la mujer.

— Tienes que decirle al señor Vlad que tome una decisión.

— ¿Decision?

— La madre o el bebé — la sirvienta asintió y se apresuró a salir de la habitación.

La bruja volvió a posicionarse en medio de las piernas de la omega. Estaba perdiendo bastante sangre, la bruja se preocupo aún más cuando un hilo de sangre bajo por las piernas de la peli negra.

— Arwen — la nombrada levanto su mirada encontrándose con la negra mirada de la omega — Dime que esta sucediendo. Por favor — suplicó entre jadeos.

— Estas perdiendo mucha sangre. — respondió — No estoy segura, de si tú y tu bebé logren sobrevivir. En el peor de los casos, solo lograré salvar a uno.

La omega lloro, llevando sus manos hacia su rostro. Ya no le importaba el dolor que estaba sintiendo. Solo quería estar bien, quería que esa tortura acabará de una vez, quería dar a luz a su bebé. Quería cargarlo en sus brazos.

La sirvienta que Arwen había enviado a buscar una respuesta se acercó rápidamente a la bruja

— ¿Que ha respondido? — pregunta rápidamente mirando a la sirvienta.

— Madre e hijo, ninguno importa. — respondió la sirvienta.

Todos en la habitación se miraron entre ellos, cuando los gritos cesaron y lo que se comenzó a oir fue una amarga risa.

— Debes...salvarnos a los dos — todos se sorprendieron por las palabras tan claras de la Omega.

Había dicho tales palabras sin titubear, sin llorar, ni siquiera soltó un grito. Era como si todo el dolor que estaba sintiendo en esos momentos ya no existiera.

— Entonces puja. Intentaré salvarte a tí y a tu bebé.

Gritos, llantos. Todo eso fue lo que se oyó en aquella habitación. Sin importar la cantidad de sangre que estaba perdiendo la omega, ella no daría por vencida tan rápido. Deseaba tener a su bebé en sus brazos, abrazarlo, dejar que su bebé naciera y conociera a sus hermanos.

— ¡Puje señora! ¡Puje!

Un grito desgarro la garganta de la Omega, sus nudillos se tornaron blancos, su frente estaba cubierta de sudor. Pero sobre todo, un llanto de bebé había cubierto toda la habitación.

— ¡Es una niña, señora! ¡Una niña!

Alice sonrió con lágrimas en sus ojos, cuando Arwen se acercó a ella con la bebé en brazos, envuelta en una sabana blanca.

— Felicidades Alice — la bruja le entregó a la bebé a la Omega.

— ¿Es mi bebé? — pregunto con lágrimas en sus ojos, la bruja asintió.

— Lo es — la sonrisa de la Omega se ensanchó, sollozo de felicidad sin despegar su mirada de su niña.

La bebé se removió en los brazos de su madre, abriendo sus ojitos lentamente, permitiéndole ver sus orbes azules. Apenas se podían notar los pelitos del cabello albino de la niña en su pequeña cabecita.

— Alyra — susurro la omega — Significa alegre. Solo deseo, que tengas una buena vida, mi hermosa niña — la omega dejó un beso sobre su frente — Eres mi maxima alegría, mi niña. Eres mi milagro.

Eres todo para mí....

La mujer abrió sus ojos exaltada. Se incorporó rápidamente en la cama, al mismo tiempo que llevó una mano a su pecho, sintiendo los fuertes latidos de su corazón.

Alice se puso de pie y se puso la bata de color negro que había en la punta de su cama. Camino hacia las afueras de su habitación.

Había una preocupación en su pecho. Una que la estaba perturbando cada vez más. Se detuvo a mirar detrás de la ventana de la sala, sentándose en el sofá y subiendo sus piernas.

— Madre — la mujer miro hacia la entrada del living — ¿Estas bien? — Kaiden se acercó a ella, plantó un beso sobre su frente y se sento a su lado.

— Pensé que te ibas con tus amigos. Crei que volverías en una semana — susurro la mujer.

— Creo que ya es hora de que me quedé en casa. Al menos por una temporada ¿No crees? — Alice asintió.

— Me haría muy feliz que pases tiempo con nosotros, más ahora que tu hermana... — la oración quedó a medio terminar.

Alice soltó un suspiro y cerro sus ojos. Estaba realmente preocupada y frustrada.

— No es tu culpa, mamá. — Alice miro a su hijo — Lo intentaste. Incluso hiciste algo que te desagrada para intentar evitarlo.

— ¿Como...?

— Siempre nos diste amor. Nos diste la mejor educación, la mejor enseñanza. Eres la mejor madre, intentas que todo a nuestro alrededor sea perfecto, intentas evitar que salgamos heridos al momento de abrir nuestros corazones — el menor tomó sus manos — Pero mamá, tu no puedes controlar el mundo. No puedes evitar que nosotros cometamos errores. No puedes evitar que el mundo sea cruel.

— Ay mi niño — Alice abrazo a su hijo y acarició su cabeza — Lo lamento mucho, perdoname si en algún momento he fallado como madre — él alfa nego levemente y dejó un beso sobre su mejilla.

— Eres la mejor madre del mundo — le sonrió — Y se que mi hermana esta bien. Muy pronto podrás volver a verla.

— ¿Hablas en serio, cariño? — el alfa asintió.

Ella solo esperaba que las palabras de su hijo fueran ciertas. Ella solo esperaba que su niña, su hermoso Rubí, estuviera sana y salva. Si algo le llegará a pasar, ella no se lo perdonaría por nada en el mundo.

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