48- Una pieza de otro puzzle (Todo igual, todo diferente 4)

Siempre había pensado que el título de graduado en la ESO era algo que no servía para nada en el mundo laboral. Que solo era un paso intermedio para poder acceder al bachillerato y a estudios posteriores, pero que en el mundo real nunca te lo pedían. Sabía que la mayoría de los jornaleros que trabajaban en los campos de tabaco y pimientos, así como los peones y oficiales de la construcción no lo tenían. Incluso dudaba que te lo pidieran en los puestos de trabajo públicos, gestionados por el ayuntamiento, o para ser camarero en los bares o trabajar de cajero en algún supermercado. Aún no tenía muy claro que siempre hay una excepción a toda regla. Y cuando nos confiamos y creemos que lo tenemos todo controlado, que por fin hemos cogido nuestro destino por las manos y pegado un puñetazo sobre la mesa para que todos noten nuestra presencia, esas excepciones nos golpean de vuelta con el doble de fuerza.

Así me había pasado a mí. Seguía contemplando las letras negras bien legibles que parpadeaban sobre el fondo blanco de la pantalla del ordenador de Noah ante mis narices:

Requisitos: Ser mayor de edad, certificado de graduado en ESO.

Me parecía ridículo. ¿Para qué lo necesitarían?

Me había metido en la página web de una empresa que contrataba a gente para hacer traducciones de escritos por Internet. Un conocido de mi madre trabajaba en eso. Le llegaban los más diversos textos en inglés o en francés a su buzón de correo electrónico. A veces eran libros de cocina; otras, instrucciones de la más diversa maquinaria; otras, vete tú a saber qué. Las traducía al español y después las reenviaba a otra persona que hacía una última revisión antes de dar el visto bueno. Por lo que contaba, cobraba muy bien. Él me recomendó la página que estaba mirando, ya que le había contado que hablaba y escribía alemán y español perfectamente, y también chapurreaba el inglés.

Al principio me pareció que por fin había encontrado el trabajo perfecto. Uno que me permitiría combinar mi vida en la finca de Noah con tener un trabajo estable por mi cuenta. Se cobraba por trabajos hechos, de acuerdo con la cantidad de palabras traducidas, por lo que tú mismo podías elegir la cantidad de escritos que te mirabas al día de acuerdo con el tiempo que quisieras dedicarle. Ni siquiera te exigían certificar tu nivel de idiomas. Ellos mismos se encargaban de evaluar si eras apto o no después de traducirles un par de textos de prueba. Y si resultabas apto, cada mes revisaban la calidad de tus traducciones y te asignaban la dificultad de los textos del mes siguiente y el salario que podías recibir por palabra. Parecía el trabajo perfecto, pero por alguna estúpida razón pedían el certificado de la ESO que yo no tenía.

De hecho, a pesar de que nunca lo había necesitado en toda mi vida, ya era la segunda vez que lo echaba en falta en menos de una semana. Unos días antes me había quedado hablando con Teresa después de clases.

—Oye, ¿nunca has pensado en inscribirte en la escuela de circo de Madrid? —me preguntó. Estaba anudando sus telas a un lado de la sala para que no les estorbaran a los demás que venían a dar clases allí—. Hacen una especie de grado medio. Creo que se te daría genial, y tendrías una formación mucho más completa.

—No sé. —¿Qué hace falta para inscribirse?

—Nada, no es complicado. Solo el graduado en la ESO y tal vez pasar una prueba de aptitud. Pero vamos, estás más que preparado para entrar. Puedo hablar con ellos si quieres. Conozco a la mayoría de los profesores.

Me quedé un rato apoyado contra la puerta sin saber qué decir. No tenía el certificado de la ESO, me daba vergüenza admitirlo, ¿sería un problema?

—No sé, es que no conozco a nadie en Madrid. Y supongo que necesitaría encontrar un curro para pagarme un alquiler y las clases y tal.

Teresa se quedó jugueteando con las telas dubitativa antes de responder.

—Creo que conozco a alguien que te puede alquilar una habitación barata, pero tal vez tengas razón. Las clases en sí ya exigen bastante, y si además tienes que buscarte un curro de camarero o algo para mantenerte, quizá sea demasiado.

—Sí, igual puedo inscribirme en algún curso de verano, o ir a La Makabra, el circo ocupa ese de Barcelona. Lo otro es demasiado ahora mismo.

¿Lo era? Seguía contemplando la pantalla del ordenador sin estar seguro. Si conseguía ganar pasta de forma fácil haciendo traducciones, eligiendo yo mismo el horario que quería hacer, igual lo imposible dejaría de serlo. Se me ocurrió escribir a la escuela a distancia por la que había terminado los estudios, igual me estaba comiendo el coco y el diploma tampoco era tan difícil de conseguir.

Tres días después me llegó la respuesta. Según el secretario de la escuela no había ningún problema. Todavía conservaban mi informe. Me mandó un formulario que rellenar para pedirlo oficialmente. Eso sí, dado que la escuela era estadounidense tenían que mover unos trámites para que me convalidaran el título en España. Solían tardar unas tres o cuatro semanas y se encargarían de todo por el, según ellos, módico precio de quinientos euros.

El caso era que a mí no me quedaba ni un duro. Había gastado todo lo que había ahorrado trabajando con Natanael para pagarme mis clases de aéreos y hacerme una endodoncia en el dentista. Es más, aún me quedaban dos empastes por hacer. Una muela que me hacía ver las estrellas cada vez que bebía algo frío me lo recordaba a cada instante. Estaba en la absurda situación de necesitar un trabajo para poder tener la oportunidad de, tal vez, conseguir otro trabajo. Demasiadas cosas al azar.

Abrí mi correo electrónico. Solo tenía un mensaje nuevo. En algún momento que no recordaba, me habían añadido a una lista de personas a la que reenviaban información sobre los próximos rainbows que se iban a celebrar por el mundo. Justo me había llegado información sobre un rainbow en Finlandia. Demasiado lejos. Por curiosidad realicé una búsqueda rápida por Internet para ver si había otro más cercano. Encontré uno que se celebraba en el sur de Francia a finales de junio. También demasiado lejos, o al menos eso pensé.

Apagué el ordenador. Se escuchaba a Noah trasteando en la cocina, liado con otra crema. Se había animado de nuevo a hacerlas por el hecho de que, apenas una semana antes, su mejor clienta le había vuelto a pedir ciento veinte unidades. Habíamos pasado un invierno y una primavera tranquilos, sin salir de la finca más de lo necesario. Aparte de mis clases de aikido y aéreos a las que asistía tres veces a la semana. Como consecuencia volvíamos a tener un huerto que daba gusto mostrar y habíamos arreglado el tejado de la casa y todo el camino que subía desde el pueblo. Además, Noah llevaba casi cinco meses sin fumar. Tenía la piel menos apagada e incluso ya casi no se le notaban los huesos.

Me acerqué a la cocina a buscar un vaso de agua.

—Oye, ya lo tengo —me dijo Noah.

—¿El qué?

—Mira, voy a preparar cremas de todos los tipos y, cuando me pague la tía esta, pagaré a mi ex que me sigue dando la lata y con lo que me sobre, me iré al sur un par de semanas o tres a vender. Ahora es la mejor época. Ahora que pronto viene el verano es cuando todo el mundo está como loco buscando cremas para cuidarse y protegerse del sol. Además, ahora que los niños todavía van al cole, es cuando van todas las jubiladas y siempre son las que más compran. Voy a hacer una crema bronceadora y otra para reparar daños de las quemaduras, vas a ver que se venderán como churros.

—Suena bien.

—Y luego, cuando vuelva, tendremos dinero para terminar de construir el baño y algunas habitaciones y después podemos pasarnos el verano trayendo gente para darles cursillos de agricultura. Ahora tenemos la finca casi a punto para que se pueda ver.

—¿Y cuándo piensas ir?

—Creo que a finales de la semana. Si eso, cuando me vaya, puedes terminar de desbrozar la finca y los alrededores. Así, cuando vuelva, no perdemos el tiempo y podemos liarnos con la casa.

—Vale.

—Si quieres te doy algo de pasta por si tienes que comprar algo.

—No creo que me haga falta, si tenemos de todo en el huerto.

—Bueno, pero encargué unos dátiles, legumbres, harina de algarroba y almendras. Si quieres puedes quedártelas.

—Gracias —contesté—. Oye, voy a bajar al pueblo, hoy es el último día que tengo telas. Luego los chavales del insti van a empezar exámenes y luego en verano ya no hacen tampoco.

—Vale.

En el camino me encontré con Kyra, seguía tan deslumbrante como siempre. Se dirigía al centro del pueblo, supuse que más tarde la vería en la clase. No entendía por qué acudía aún a ellas, puesto que apenas había hecho progresos. De hecho, la mitad de los que empezaron conmigo ya lo habían dejado hace tiempo. Agradecía poder verla un par de veces a la semana. Seguía produciendo una extraña mezcla de sentimientos en mí. Admiraba su eterna sonrisa, más aún por el hecho de que sabía que lo había pasado mal. Quería contagiarme de sus ganas de hacer algo por cambiar el mundo. Hasta me encantaba la ternura con la que trataba a los niños. A veces me entraban ganas de decirle que sentía algo por ella, pero luego me volvían a entrar miedos e inseguridades y me conformaba con observarla en silencio. Aun así, a su lado me cargaba de energías y de ganas de superarme.

El invierno pasado mis paseos me habían arrastrado de vuelta por la finca en la que vivía ella unas cuantas veces. Al principio Jesús y Francisca parecían encantados del hecho. Luego el entusiasmo dio paso a algo que interpretaba como indiferencia, hasta que un día todo cambió.

Ya cuando Kyra me abrió la puerta de su casa me di cuenta de que era uno de esos días en los que tenían mil planes hechos. Ella y Jesús estaban cocinando en una olla inmensa, Francisca llamaba por teléfono. Era algo que pasaba con frecuencia. Francisca era de esas personas a la que siempre se le ocurría alguna idea para protestar por lo mal que actuaba el gobierno y hacer algo con la gente del pueblo. Organizaba manifestaciones, mercadillos de trueque, festivales, comidas solidarias y reuniones para intentar lograr que la gente se organizase y montaran proyectos conjuntos. No lo hacía sola, tenía la habilidad de atrapar a todos los que la rodeaban e incluirlos en sus planes, quisieran o no. Por eso Jesús y Kyra siempre estaban liados con algo. Yo solía intentar echarles una mano si se daban las circunstancias. Recortaba carteles, descargaba cajas, montaba escenarios o lo que se me ocurriera, pero ese día no supe qué hacer. Me senté en una silla para ver si me proponían algo.

—¡Ey! Hola Markus —me dijo Francisca cuando entró en la cocina—. ¿Qué tal?

—Bien, ¿tú? ¿En qué andáis liados?

—Nada, solo tenemos una comida luego. —La mujer desapareció en el pasillo y volvió a aparecer poco después—. Oye, ¿no tienes móvil? Creo que es mejor que nos llames cuando quieras venir a visitarnos para que podamos tener tiempo para atenderte.

¿Atenderme? ¿Acaso era un cliente o un problema que resolver?

—Sí tengo —murmuré.

—Muy bien. Te dejo mi número. Así cuando te apetezca visitarnos nos llamas o nos mandas un mensaje.

—Bueno, vale.

—No es por nada cielo, es solo para que podamos decirte qué días nos vienen bien y que no vengas en vano. —Sus palabras parecían amistosas, pero me pareció percibir cierta hostilidad en el tono que usó.

Nunca volví a visitarlos por cuenta propia, tampoco los llamé. No solo porque odiara hablar por teléfono, sino también porque tenía la impresión de que, según Francisca, nunca les iba a venir bien.

Igual, ahora que he contado esto, entenderás mejor por qué le daba las gracias en silencio a Kyra por seguir acudiendo a clase.

Para mi decepción no apareció a la última de ellas como había pensado. Decepcionado me encaminé de vuelta a la finca de Noah nada más acabar, mi muela volvió a picar por enésima vez esa tarde. Cuando se me pasó el dolor levanté la vista y vi a mi hermano Timoteo cruzando por la carretera a lo lejos. Agité los brazos.

—¡Eh!

Volvió la cabeza como un rayo, giró y vino rodando a mi encuentro.

—¡Hola, Markus!

—Hola. ¿Dónde vas?

—A casa. Vengo de un intercambio de semillas.

—Ah. Me alegro de verte. Dale recuerdos a Mamá, ¿vale?

—Vale.

—Oye.

—¿Qué?

—Si ves a Natanael, dile que al final sí que me interesa lo de construir la otra valla que quiere hacer. Dile que a partir del lunes o así tengo tiempo.

—Vale, creo que se alegrará. Se lo mandó a unos del «Culto» el otro día como intercambio para poder dormir y comer allí en su finca, pero son gente de ciudad y no avanzan nada y además han puesto la mitad de los postes torcidos.

Me reí porque me hacía gracia imaginarme a Natanael corriendo tras unos extraños como si fuera un chihuahua enfadado.

—¿En serio?

—Sí, son un desastre.

Así, cuando se marchó Noah, lo primero que hice fue irme a montar vallas con Natanael. Calculaba que necesitaría de una semana a diez días para terminar de desbrozar la finca de Noah. Ya lo haría después de acabar el trabajo de Natanael, para el que creía que iba a necesitar unos cinco o seis días de trabajo. Creí que había tiempo para todo lo que tenía pendiente. Una vez más calculé mal los imprevistos y las cosas se torcieron.

Volvía del dentista, era justo el noveno día desde que Noah se había ido. Subía el camino con la mente aún algo nublada debido a la anestesia, pero alegre por haberme deshecho del molesto dolor de una vez. Ya desde lejos vi una luz de la casa encendida.

—¿Dónde estabas? —escuché la voz de Noah en el instante en el que pisé el porche. Pegué un respingo del susto.

—Hola. En el pueblo. —Noah me dirigió una mirada asesina. Me di cuenta de que tenía un porro a medio acabar entre los dedos—. ¿Qué haces aquí? ¿No estabas en el sur?

—Sí, estaba en el sur, pero el coche se me averió y no tenía sentido seguir allí sin poder moverme.

—Ah, vaya.

—Y mientras yo estaba en el sur intentando ganarme la vida, tú te quedaste aquí haciendo el vago, ¿eh?

—¿Cómo?

—Me he dado una vuelta por la finca. ¿Acaso has hecho algo todos estos días aparte de zamparte mi comida como un oso?

—Pensaba empezar a desbrozarlo mañana —reconocí—. Me salió un trabajo con Natanael, pero ya habrás visto que regué el huerto y los frutales nuevos todos los días.

—Pues arriba se han muerto dos manzanos porque la tubería estaba atascada. ¿Eres ciego o qué? —volvió a reprocharme Noah. Pegó otra calada a su porro y me miró con ojos amarillos que se salían de sus órbitas.

—Perdona, no me di cuenta. Pero tampoco hagas como si tú fueras perfecto. A ti también se te han muerto plantas alguna vez. En nueve días tampoco se muere un árbol, igual estaban muertos ya y no nos dimos cuenta antes. Además, estás fumando otra vez, no voy a discutir contigo mientras estás fumado.

—Estoy en mi finca y hago lo que me da la gana. Y si crees que puedes vivir aquí de gratis tocándote las pelotas, estás muy equivocado. Te voy a cobrar un alquiler.

—Oye, oye, que hablas aquí como si nunca hiciera nada. —Estaba comenzando a cabrearme—. Si te vas a poner tan tiquismiquis págame tú un sueldo. Dame, cinco..., o mira, menos aún: Tres euros por cada hora que trabaje y verás que tengo de sobras para pagarte el puto alquiler que sea. Si hay alguien que está en deuda con el otro, eres tú conmigo.

—¡Niñato desagradecido! —me espetó Noah—. No sabes lo que vale un alquiler aquí. Esto es el paraíso. Si lo alquilara los fines de semana podría ganar quinientos..., ¡qué digo! Podría ganar mil euros al mes. El alquiler aquí vale mil euros.

—¡Estás loco! Si no fuera por mí, hace tiempo que los jabalíes te hubieran destrozado la finca y te estaría comiendo la mierda.

—Pero ¿qué dices? No intentes tergiversar las cosas —me chilló Noah. Se le estaban hinchando las venas del cuello y me escupía las palabras salpicándome con saliva—. Si yo me he pasado décadas llevando esto mejor de lo que está ahora. Eres tú el que tendrías que estar agradecido. Has venido aquí sin nada y te lo he tenido que dar y enseñar todo.

—Para —intenté decir.

—¡Oh! El niñito pobrecito abandonado que no tiene nada y del que pasan sus padres —se burló Noah.

—Para —intenté decir de nuevo. Se me estaban empezando a saltar las lágrimas.

—Y no llores ahora, eres falso como Judas. Yo te di de todo, una casa, te enseñé a trabajar, te regalé ropa, te compré comida. Si incluso te curé cuando volviste aquí enfermo y llorando como un crío después de haberte ido de juerga con tus amigos durante meses a no sé dónde. ¿Por qué no te quedaste con ellos? ¿Eh? Ya te lo digo yo. Es porque eres incapaz de apañártelas por tu cuenta. No sirves para nada.

—Déjame pasar —dije sollozando. Me acerqué a la puerta, pero Noah no se movió y nuestros hombros chocaron.

—Oye, no me pegues, cabrón —me espetó.

—No seas gilipollas, tío.

—No me insultes.

—No me insultes tú —grité de vuelta.

—Tendrías que verte la cara cuando te enfadas y gritas —dijo Noah simulando estar calmado, aunque notaba como en realidad hervía en el interior—. Te pones rojo como el diablo, eres un diablo.

—No digas tonterías, si el que empezaste a gritar y está enfadado por tonterías eres tú.

—Yo no estoy enfadado, mira —dijo Noah. Se colocó a centímetros de mí y me miró a los ojos con sus dos grandes globos verdes abiertos de par en par sin pestañear. Parecía una rana. Aparté la mirada—. ¿Ves? No aguantas la verdad. Tienes la rabia en los ojos.

—No seas ridículo. Si el que está montando todo el pollo eres tú.

—Déjame, me voy a echar —dijo Noah. Entró en la casa y me cerró la puerta en las narices. La abrí de nuevo a sus espaldas—. Qué me dejes he dicho. ¡Lárgate!

—Ves como el que está enfadado eres tú. Si tanta importancia le das, ¡mírate tú en el espejo! Y no me apetece irme. No creas que me puedes echar la bronca e insultar de esa manera sin dejarme decir nada.

—Pero si eres tú el que no me deja hablar —replicó él—. Siempre me cortas.

—¿Estás de coña?

—Si tanto quieres discutir, vete a discutir con tu madre.

—Yo no discuto con mi madre. De hecho, nunca he discutido con nadie aparte de ti, pero eso es porque tú eres incapaz de llevarte bien con nadie.

—O vete a vivir con Natanael. Si tanto amas el dinero, yo no sé qué haces aquí todavía cuando él te paga más. ¿No querías un sueldo? Vete a vivir con él y déjame en paz.

Sentí como un abismo se abría en mis entrañas y comenzaba a devorarme desde dentro como si fuera un agujero negro.

—¡Vete a la mierda! —chillé—. No tienes ni puta idea de nada.

—No me grites.

—¡Vete a la mierda! —chillé de nuevo. Cerré la puerta de un tremendo portazo. El pomo se partió y me quedé con una de las mitades en la mano.

—¡Eres un violento! —gritó Noah. Volvió a abrir la puerta, recorrió el escaso metro que nos separaba y pegó su frente roja contra la mía. Di un paso atrás asustado. —Si te vas a poner a romperlo todo, lárgate ya o te pego una paliza. —Retrocedí otro paso—. Sois todos iguales. Todos venís aquí de guais, pero en el fondo solo queréis joderme. Seguro que también te juntas con mi ex y todos los demás en el pueblo cuando bajas y me pones verde como los demás. Les vas contando todo lo que hago, ¿eh? ¡Chivato!

—No es verdad —dije sollozando de nuevo. Me escurrí bajo el brazo de Noah y me dirigí a la puerta.

—¿Dónde vas?

—Tranquilo, solo voy a recoger mis cosas. Me voy, y no me vas a volver a ver en la vida. ¡Capullo! Puedes pudrirte solo en tu mierda, me da igual ya.

Subí las escaleras corriendo y no paré hasta que estuve en mi cuarto. Me di cuenta de que aún tenía el pomo partido en la mano. Lo dejé caer. Un hilillo de sangre resbaló por mi muñeca. Lo observé perplejo unos instantes. Sentía como si una aguja de sastre furioso mandara punzadas rítmicas a lo largo de mi brazo que cortaban el repentino silencio que había caído sobre la casa. Lo ignoré y comencé a echar ropa a toda prisa en mi mochila. Bajé de nuevo, me lavé la herida y me coloqué una tirita, no quedaba ni rastro de Noah. Salí de la finca sin despedirme.

Bajé la cuesta del pueblo con la cabeza embotada. No tenía ni idea de hacia dónde dirigirme. Me acordé del rainbow en Francia que vi anunciado en Internet. Francia, tal vez estaría Amelie. Seguro que estaría Amelie. El encuentro se celebraba en el sur, cerca de donde había dicho que vivía ella. Si me la encontraba allí, igual podría conseguirme trabajo en lo de los albaricoques. Era un punto de partida. No encontraba ninguna razón para quedarme más tiempo en el pueblo ya. Debería ser capaz de llegar allí en autostop. Y si no, tampoco pasaba nada. Me habían sobrado doscientos cincuenta euros de lo que había ganado con Natanael, después de pagarle al dentista. Podría comprar un billete de autobús si las cosas me salían mal.

Al cruzar el pueblo me fijé en el anuncio de un espectáculo de circo. Luego me topé con el espectáculo en sí un poco más adelante. Todavía estaban montando el escenario. La melena de Kyra asomaba junto a los rizos de Jesús entre los demás voluntarios. Pasé de largo. Lo último que quería era que me viera y se diera cuenta de que había llorado.

Me coloqué, dedo en alto, a la salida del pueblo después de lavarme la cara en una fuente. Entraban decenas de coches en dirección al centro, en cambio salían a cuentagotas, nadie paró. Estaba cayendo la noche. Supe que nadie iba a parar ya. Pensé que igual debería volver al pueblo y tratar de ver si entre los asistentes al espectáculo había alguien conocido que después regresaba en la dirección que me interesaba. Igual así también podría volver a ver a Kyra por última vez.

Escondí mi mochila en un bosquecillo, lavé mi cara otra vez en la fuente y me metí en el centro del jaleo.

Kyra me saludó con la mano nada más verme, no quedaba sitio a su lado. Si al lado de Jesús.

—¡Hombre, Markus! ¡Cuánto tiempo! —me saludó este al sentarme.

—¡Hola!

—¡Qué bien que hayas bajado a ver esto! —exclamó Francisca—. Son unos máquinas. ¡Me encantan!

Kyra me sonrió. Alguien empezó a pegar golpecitos sobre un micro.

—Perdón, probando —se escuchó por los altavoces. Todo el mundo se calló y poco después empezó el espectáculo.

No me enteré de qué iba la actuación. En mi cabeza aún daba vueltas a lo ocurrido con Noah. A ratos también echaba vistazos furtivos a Kyra. Ella me los devolvía de vez en cuando. Tenía el pelo recogido en dos largas trenzas que le daban un aire travieso y salvaje.

Tenía que decirle algo. Quién sabía si la iba a volver a ver alguna vez. Es más, la decisión tan firme de irme que había tenido apenas minutos antes se estaba derritiendo como mantequilla bajo el calor de los focos potentes del escenario. ¿Si le decía que estaba enamorada de ella me correspondería? ¿Lo que sentía por ella era eso que llaman amor? No lo sabía, pero tenía que decirle algo. Igual podía acostumbrarme a vivir con mi madre después de todo. Encontrarme un trabajo por los alrededores y encajar como una hormiga más del sistema. Pasaríamos otro año juntos por el pueblo y luego podría ir a visitarla en Madrid los fines de semana hasta que acabara la carrera. Igual podría hacer lo de las traducciones e ir yo mismo a vivir a Madrid y apuntarme en lo de la escuela de circo. Solo necesitaba juntar una pequeña suma más para comprarme el dichoso certificado. ¡Mierda! ¿Lo que estaba pensando tenía algún sentido? Nuestras miradas se cruzaron de nuevo. Me sonrió. ¿Me estaría leyendo la mente? El espectáculo se me pasó volando.

—Me voy —anunció Kyra—. He quedado con los amigos.

—Vale —concedió Francisca—. Pero que no se te haga demasiado tarde. Recuerda que mañana tenemos cosas que hacer.

—Sí mamá.

—Yo también me voy —dije unos segundos después de que Kyra se hubiera marchado—. También tengo cosas que hacer mañana.

Ciao, me alegro de haberte visto —dijo Francisca.

Como una mosca esquivé los cuerpos que se movían y los brazos que se agitaban a mi alrededor y me deslicé hacia la puerta. Era mi oportunidad de hablar con Kyra a solas. Miré calle arriba, después calle abajo. ¿Dónde estaba?

La luz de las farolas alumbró una chica de larga melena ondulada que doblaba una esquina a unos cien metros de distancia antes de perderse de vista. Tenía que ser Kyra, no la había reconocido antes porque se había soltado sus trenzas. Salí corriendo en esa dirección. Solo para ver cómo se perdía tras otra esquina.

Cuando también llegué allá, me paré de golpe exhausto y estupefacto por lo que estaba viendo. Kyra estaba parada bajo una farola. Me daba la espalda. El viento agitaba su larga melena castaña. Sus labios rozaron con ansias los de un chico. Un chico que no era yo. Seguí petrificado en el sitio. ¿Era el chico que la había llamado zorra en aquel bar? Se movió y la luz le pegó en el rostro. No, no era ese. ¿Pero qué importaba? Tampoco era yo. Lentamente retrocedí y me fundí entre las sombras de la noche.

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