44- Cuando las decisiones las toman otros (Todo igual, todo diferente 2)
—Oye, échate crema otra vez, así probamos si funciona —me indicó Noah.
Obediente rebañé la olla que me tendió y me unté las últimas costras y granos purulentos que aún medraban sobre mis codos y rodillas. Estaban remitiendo, aunque todavía me salía algún nuevo visitante inesperado y molesto cuando menos me lo esperaba. Obsequio de aquel Inipi dichoso del rainbow. Me recordaba su presencia durante días no dejando de picar y volvía a desaparecer.
Esa misma mañana había vuelto a pasar por la finca de mi madre. Solo estaba Joshua en casa, el resto de mis hermanos estaban en la finca de Natanael. Cristina porque le gustaba quedarse allá a menudo. Timoteo e Ismael porque, según mi madre, Natanael les había dado trabajo. En cambio, había una pareja mayor que no conocía de visita en la finca. Debían ser nuevos en la zona.
—¿Qué tienes allí? ¿No serán ácaros? —preguntó la mujer desconocida.
—No creo, me caí de la bici en Portugal y luego tuve la mala idea de meterme en un Inipi. —Tenía la sensación de haberles contado lo mismo a decenas de personas distintas ya.
—Yo creo que es un signo de desintoxicación —intervino mi madre—. Cuando nos alimentamos de cosas que no son sanas o combinamos mal los alimentos acumulamos toxinas y luego cuando un día estamos con las defensas bajas estas se liberan y pueden provocar fiebre o erupciones en la piel.
—Cuando vivíamos en Matavenero la gente siempre se cogía ácaros en los Inipis —volvió a decir la mujer apartándose un poco de mí. Recordaba haber escuchado algo sobre Matavenero alguna vez, era una comuna o algo parecido situada en León. ¿Me había hablado Celia de ella?
—Tiene más pinta de infección por estafilococos —observó el hombre que hasta ese momento había estado callado—. Cuando les entra suciedad a las heridas, a veces pasa.
—Bueno, pero una infección también puede ser síntoma de un cuerpo intoxicado. Los cuerpos sanos no se infectan. La pus es una forma de liberar toxinas —saltó mi madre.
—¡Mamá! ¡Qué no le pasa nada a mi alimentación! Yo como bien. Como vegetariano y casi todo de lo que cultivamos en la finca de Noah. Y hace un año que ni siquiera cocino la comida —Mi madre me echó una mirada de reproche—. Y cuando estaba de viaje, tampoco comía guarrerías, puedes creerme.
—Ya, pero igual haces mezclas malas como combinar legumbres con cereales, fruta dulce con sal, o fruta ácida o yogur con miel. Eso es casi tan tóxico como si comieras basura del supermercado. O a lo mejor has hecho un cambio demasiado de golpe en tus hábitos. Si llevas mucho tiempo comiendo mal, no puedes pasar a comer sano de golpe, tienes que desintoxicarte poco a poco para que tu cuerpo se acostumbre o puedes sufrir un shock o un bloqueo de las funciones del hígado.
—¡Mamá! Llevo más de cuatro años siendo vegetariano. ¿No crees que, si me hubiera dado algo así, lo hubiera notado antes?
—Ya, pero a veces los síntomas se manifiestan más tarde. Ya sabes que yo tengo psoriasis debido a todas las chucherías que comía de niña. Si quieres te dejo un libro para que tú mismo lo veas.
—Bueno, venga va —accedí a regañadientes. A veces discutir con mi madre me parecía tan absurdo como hacerlo con una pared. Era más fácil seguirle la corriente y luego pasar de todo.
Mi madre apareció con un pesado tocho bajo el brazo en el mismo instante en el que Natanael detuvo su coche al otro lado del arroyo por el que se cruzaba a nuestra finca. Bajé a saludar a mis hermanos. Los tres me abrazaron a la vez.
—¡Hola!
—¡Hola Markus! —contestó Natanael. Se había quedado un par de metros por detrás—. ¡Jo! ¡Cómo has crecido!
—Bueno, es normal.
—Estás en forma, eh. ¿No te interesaría un trabajito por casualidad?
—No sé —Estaba claro que me interesaba. Pero me olía por dónde iban los tiros y no sabía si quería trabajar para Natanael. Mucho menos que se creyera que lo necesitaba. Estaba sin un duro puesto que los noventa euros que me sobraron de mi viaje con Mika se me habían perdido por alguna parte.
—No es nada. Solo quiero hacer un chillout para poder cocinar fuera de casa en verano y una valla para delimitar el parking. Desde que construí el templo al lado de casa, cada vez viene más gente a visitarme y si no les pongo límites se me acabarán metiendo hasta en la cocina. El otro día me fui a duchar y se me había colado un niño. Estaba allí, sentado sobre mi taza del wáter. —Emitió una sonora carcajada que me pareció fingida—. ¿Te lo puedes creer?
—Vale, voy a ver si saco tiempo, pero cobro mínimo siete euros la hora. —Sabía que Natanael se había montado un negocio de construcción en el que contrataba a albañiles rumanos a cinco o incluso a cuatro con cincuenta la hora. Pasaba de dejarme explotar.
—Vale —accedió después de unos instantes. Me estaba sorprendiendo—. A ver si pudieras venir mañana. El chillout me corre prisa. Lo otro puede esperar un poco más.
—Creo que sí.
Natanael y yo nos marchamos casi al instante, él a su finca, yo de nuevo a casa de Noah.
Dejé la olla de crema sobre la mesa del salón y volví a recortar etiquetas para marcar los tarros como había estado haciendo antes de untarme mis heridas. Noah había vuelto a la cocina. Durante un minuto el rugido ensordecedor de la trituradora con la que Noah machacaba las hierbas impidió cualquier conversación. Le llevé un taco de etiquetas y las dejé encima de una estantería, tal como me indicó. Noah contemplaba cómo se revolvía el líquido dentro de la máquina con un porro colgando entre los dedos de su mano derecha.
—Sí, ya lo sé, voy a dejarlo —dijo al notar mi mirada de reproche. Ya sabes que puedo dejarlo cuando quiera.
—¿De verdad? Si un par de semanas después vuelves, no es dejarlo.
—¡Qué dices! ¡Hala! Si en todo el tiempo que viviste conmigo casi no he fumado nunca.
—Sí, bueno —reconocí—. Pero ahora has vuelto.
—Solo es porque estaba deprimido porque unos gitanos me robaron todo lo que había ganado en un fin de semana vendiendo y me dejaron en la ruina. Luego mi ex se me enfadó porque no pude pasarle dinero pa mis hijos. Me está poniendo verde en el pueblo otra vez la jodía. El Toni me regaló hierba pa animarme. Cuando me la acabe, lo dejo definitivamente.
—Oye, esa trituradora es nueva —observé. Hasta ese momento no me había fijado.
—Sí, y la prensa y la turbomix también. Necesitaba algo más profesional. Con esto puedo extraer el doble de jugo de las caléndulas y además no se calienta tanto. Y me salen unas emulsiones que se derriten solas al aplicarlas sobre la piel. Puedo incorporar mucha más agua y me salen unas cremas que se absorben casi al instante, mira.
—Pues sí, están muy suaves.
—Qué sí, están tan ricas que la gente se confunde y se las quiere comer. No hay nada igual en el mercado. El otro día vi a unos en un mercadillo que también vendían cremas artesanales para el cuidado de la piel. Pero eran unos tocones de cera que no hay quién se los untara. Y luego están los que usan esperma de ballena. Casi todo el mundo hace sus cremas a base de esperma de ballena y guarradas así.
—¿Y cuánto te costaron las máquinas?
Noah se quedó callado un buen rato.
—La trituradora me costó mil trescientos euros y lo demás, ochocientos —reconoció al fin en voz baja—. Lo sé, es pasta. Pero si quieres ganar, tienes que invertir. Hice unos trabajos de motosierra en invierno y mi madre me ayudó con lo demás. Ya verás que pronto lo recupero. Ahora puedo hacer tres tandas diarias si tengo material, lo que son unas ciento veinte cremas. O sea, mil doscientos euros si las vendo a diez como las vendo ahora.
—¿Y para qué quieres ganar tanta pasta si luego no te queda tiempo casi de hacer cosas en la finca?
Noah se quedó callado otra vez. Comencé a recortar etiquetas de nuevo.
—Ya sabes que yo vivo con nada y si fuera por mí no saldría de aquí —dijo al fin—. Pero necesito dinero para darle a mis hijos. Mi ex me aprieta cada vez más. Deva necesita arreglarse los dientes y Maitreya me ha pedido unas zapatillas Nike de cien pavos. ¿Te lo puedes creer? Mira que yo nunca me he gastado más de treinta en unas botas de seguridad para mí. Obviamente la dije que no, y se enfadó la tía. Cada vez que las veo solo me preguntan por la pasta, y trabajar de motosierrista me está matando. Y luego está Krishna que se metió en una movida chunga y tiene deudas, y Vishnu que quiere ir a la universidad. Y me gustaría poder darles más dinero.
—Bueno, te entiendo. ¿Alguna vez has hecho un cálculo de los gastos de material para ver lo que ganas realmente?
—Sí, lo hice —afirmó—. Pero ya sabes que se me dan mal los números. Si quieres haz uno tú. Las facturas están allá en el cajón. También hay una nota con las proporciones que estoy usando.
—Vale. —Me acerqué al armario y comencé a tomar apuntes de todos los papeles que encontraba. Sumando todos los ingredientes salía una suma considerable. Noah solo usaba ingredientes con certificación ecológica y había algunos muy caros como aceite de jojoba, aceite de argán y propóleo—. Mira, más o menos sale a cinco con treinta por tarro, más noventa céntimos por el tarro en sí son seis con veinte —dije después de casi diez minutos de cálculos—. Si las vendes a diez te quedan tres euros con ochenta de margen; con lo que, si haces ciento veinte cremas al día, te salen cuatrocientos cincuenta y seis euros.
—¿Pues ves? No está mal. Es mucho más de lo que gano con la motosierra.
—Si las vendes, claro. —No era una afirmación sin sentido, en las estanterías de la cocina se acumulaban unos doscientos tarros listos para vender y otros tantos pendientes de etiquetar—. Ten en cuenta que también tienes que añadir gastos de envío, tiempo y gasolina si sales a vender, y más tiempo para cultivar las caléndulas y demás hierbas de la finca que usas.
—Bueno, ahora estoy acumulando. Quiero ir al sur a vender. Tengo algunas clientas fijas que me han pedido más para ellas y sus amigas. Las he dicho que si venden por mí las hago descuento. Esta primavera, después del rainbow, vendí muy bien e hice muchos contactos. Allá en las playas hay un montón de turistas que quieren cuidarse. Además, las prometí a Deva y a Maitreya que las llevaría a la playa y su madre ha accedido. Con ellas venderé el doble, ya verás. Se han puesto buenorras y tienen una piel suavísima. Deva tiene una piernacas increíbles, y Maitreya tiene unos mofletes de manzana y la están saliendo unas pedazo de tetas, tío, de esas que ya quisieran para sí todas las tías. Ya verás, si yo con mis pintas vendo, imagínate lo que pueden vender ellas.
Pensé que lo que se imaginaban sus hijas como unas vacaciones en la playa probablemente distaba mucho de ir a vender con su padre, pero no lo dije en voz alta. Por otro lado, sabía que Noah muchas veces regalaba cremas o hacía descuentos para promocionarse; no tenía muy claro hasta qué punto el negocio de verdad era rentable.
—¿Y por qué no te sacas el sello ecológico y se las ofreces a herbolarios u otras tiendas en vez de vender tú? —pregunté.
—Tío, ya sabes que eso del sello es una farsa. Hay un montón de gente que hace trampa y además hasta les permiten usar venenos tan fuertes como el sulfato de cobre. ¿Qué tiene eso de ecológico?
—Ya lo sé, pero no se trata de si los otros hacen trampa o no. Se trata de que puede abrirte muchas puertas y a lo mejor no tendrías que preocuparte de vender y te bastaría con quedarte en la finca y producir.
—Pues sí —reconoció. Intentó darle una calada a su porro, pero se dio cuenta de que se le había apagado. Fue a buscar un mechero que había tirado en la encimera de la cocina y lo prendió de nuevo—. Verás, es que tengo un problema.
—¿El qué?
—Pues mira, resulta que oficialmente la finca no existe. Es culpa de mi padre.
—¿Qué?
—Sí, cuando compré la finca solo hicimos un contrato privado. Quise pasarlo por el notario enseguida, pero mi padre me comió la cabeza para que esperara y no pagar tasas antes de tiempo. Y así se quedó. Luego cuando comenzaron a registrar todas las fincas que había, a finales de los ochenta creo que era, para montar todo eso del catastro, pues al no haber papel oficial pasaron la finca por alto como si fuera monte público. Alguna vez he intentado hablar con el anterior dueño para ponerlo todo en regla, más que nada porque mi ex quiso que lo hiciera, pero el anterior dueño se hace el loco siempre, el jodío. Y claro, si la finca no existe, no puedo pedir el sello.
Ya no sabía qué pensar, mirara por donde lo mirara solo veía un entuerto tras otro.
—¿Y lo de hacer cursos en la finca y vender aquí? —pregunté en busca de otra vía distinta.
—Puf, me han preguntado para hacer cursos de cremas. Pero si hago cursos de cremas y enseño a la gente como las hago, dejo de vender yo. Es como matar la gallina de los huevos de oro. Me gustaría hacer cursos de agricultura, pero ya ves que tengo la finca fatal y los jabalíes entran por todas partes. —Tiró la colilla del porro a la basura y comenzó a calentar manteca de karité junto con cera dentro de una olla al baño maría—. Si me ayudas a poner la finca a tope, igual podemos hacerlos en primavera. E igual te puedo pagar algo, si quieres.
—No te preocupes, Natanael me ha ofrecido trabajo hace un rato —dije. No iba a encontrar mejor ocasión que esa. Tenía curiosidad por ver cómo reaccionaría Noah.
—Ah —se quedó en silencio mirando algo imperceptible en la nada de la pared.
—Pero, no te preocupes. Solo son uno o dos días a la semana como mucho. Además, en parte es montar vallas también. Así estaré entrenado cuando monte la tuya.
—Vale, genial.
Me callé que también pensaba inscribirme en las clases de aéreos de las que había escuchado hablar. Ya habría tiempo para ello.
—Oye, voy a bajar al pueblo y a la finca donde vivía Umberto. Hay un tío nuevo que vive allí y mi madre me ha pedido que le lleve unas cosas ya que nos pilla más cerca. ¿Quieres algo del pueblo?
—No sé, igual puedes subirme un paquete de tabaco.
Fruncí el ceño. ¿Desde cuándo se había puesto a fumar tabaco también? No quise decir nada. También habría tiempo para ello. Recogí el extraño hatillo que me había dejado mi madre esa mañana. Un tarro de pesto; bajo lo que no solo se refería a albahaca, sino a cualquier hierba que se le ocurriera, triturada y macerada en aceite de oliva; un libro y un par de paquetes llenos de semillas para sembrar. Después de echarlo todo dentro de una pequeña mochila me encaminé hacia la cuesta que bajaba hasta el pueblo.
Media hora después llamé a la puerta de la casa en la que antes vivía Umberto. No abrió nadie. Eché un vistazo a los alrededores, tampoco había ningún coche y tras los cristales de la casa solo se veía oscuridad.
Al final dejé todo sobre el escalón de la entrada dado que estaba atardeciendo mucho y me alejé de nuevo dispuesto a regresar donde Noah. A lo lejos vi una chica que pasaba por el camino en dirección del pueblo. Supe que era Kyra, tenía una forma característica de andar arrastrando los pies sobre el suelo como si quisiera barrerlo con ellos. Pensé en que quizá sus padres conocían a la tal Teresa. Eran de esas personas que están metidos en todos los tinglados y conocen a todo el mundo. Tenía el número de la tal Teresa, sí, y también tenía un móvil viejo que me había dejado Noah para comunicarse conmigo cuando estaba lejos, pero no me gustaba nada hablar por teléfono si podía evitarlo. Así que cambié de dirección y me dirigí a la casa de Jesús y Francisca, los padres adoptivos de Kyra.
Al primero que vi fue a Jesús, agachado bajo una higuera mientras recogía los frutos caídos. No lo conocía mucho, pero parecía un hombre muy simple y sencillo de tratar. Era un amante de la huerta y de la tranquilidad, tenía algo que me hacía sentir cómodo a su lado.
—¡Hombre! —me saludó nada mas verme—. Markus, cuánto tiempo. Pasa, ¿quieres un té?
—¡Hola! Pasaba por aquí y me apetecía saludaros.
El hombre recogió la cesta de los higos del suelo y nos encaminamos juntos hacia su casa.
—Pasa, pasa. Mira, Francisca, ¡mira quién ha venido!
—Hombre. ¡Hola! ¿Qué tal estás, cariño? ¿Qué tal está tu madre? Hace mucho que no la veo tampoco. Siéntate, no te cortes.
Tomé asiento en una esquina de la mesa, al lado de una ventana por la que se veían los últimos rayos anaranjados del sol. A ese paso tendría que subir de noche a la finca de Noah, pero no me importaba porque me conocía el camino al dedillo y además había luna casi llena. Era la primera vez que estaba dentro de la casa de la pareja. Estábamos en una cocina-salón-comedor bastante amplio con las paredes revocadas de adobe y techo de castaño. Si agudizabas el oído podías escuchar como roían las carcomas.
—Son un problema tremendo —observó Francisca al notar la dirección de mi mirada—. Nos confiamos con el tratamiento, porque queríamos hacerlo lo más ecológico posible, y ya ves. Como no hagamos algo algún día se nos caerá el techo encima.
—No creo, solo se comen la madera blanda de fuera y el núcleo duro lo dejan —puntualizó Jesús—. Pero son muy molestas, eso sí. Hemos pensado en cerrar todas las puertas y gasearlas con butano cuando nos vayamos de vacaciones.
—A ver si funciona, Kyra y yo no paramos de limpiar la mierda que tiran. —La mujer me sirvió una taza de rooibos humeante, luego ambos se sentaron también enfrente de mi ante sendas tazas de té.
—Oye, quería preguntaros por si conocéis a la tal Teresa, la que va a dar clase de aéreos. Quiero apuntarme.
—Sí, claro —contestó Francisca—. El finde que viene hay un festival en el parquecillo de la entrada del pueblo. Seguro que allá puedes verla. Hemos pensado en apuntar a Kyra también, antes hacía ballet y ahora quiere hacer lo de danza aérea.
—Creo que es lo mismo que dice él —observó Jesús.
—¿A sí? ¡Qué guay! Entonces seguro que la verás en clase. —La mujer se calló y tomó un sorbo de su taza antes de proseguir—. Y oye, ¡cuéntanos! Entonces, ¿qué tal? ¿Dónde has estado?
—Pues estuve en Portugal como dos meses o así.
—¡Qué bien! A nosotros nos encanta Portugal. ¿Verdad, Jesús? Vamos casi todos los años con la caravana.
—Bueno, yo fui en bici con un amigo.
—¡Hala! ¿En bici? ¡Qué aventurero estás hecho, oye! Y qué mayor ya. Y qué sano se te ve, todos los de tu familia están hechos unos fieras salvajes.
—Yo de joven también me iba de aventura —saltó Jesús—. Es la mejor época. Luego cuando te asientas en alguna parte y empiezas a cuidar de una finca es más complicado.
—¿Y no tienes novia? —preguntó Francisca.
—No.
—¿Y eso por qué?
Por un instante no supe qué responder a eso.
—No sé, todas las chicas que conozco fuman y no me gusta nada. —Sé que suena extraño, pero en ese momento fue lo primero que se me ocurrió, quizá porque aún recordaba el sabor extraño de los labios de Celia, me salió del alma.
—Pues Kyra no fuma —observó Francisca de repente. ¿Había escuchado bien? ¿A dónde quería llegar? De pronto la taza de rooibos parecía pesar una tonelada entre mis manos—. Es una chica increíble. Háblale y mira a ver. Igual hay suerte.
El salón pareció haber perdido todo su encanto acogedor. ¿Qué narices me estaban contando? Si había visto a Kyra con su novio apenas dos semanas antes. ¿Acaso ya no estaban juntos? ¿O acaso estos dos no sabían que su hija tenía novio? Además, ¿qué persona le dice a alguien a quien apenas conoce que intente ligar con su hija?
—Francisca —susurró Jesús de forma apenas perceptible.
—¿Qué pasa?
—No, no, no sé —balbuceé yo. Luego silencio otra vez. Quería que me tragara la tierra, esperaba no ponerme colorado.
—Oye, tengo que encerrar los caballos. ¿Te apetece venirte, Markus? —preguntó Jesús después de lo que parecía una eternidad, aunque según el reloj de la pared apenas habían pasado diez segundos.
—Vale —murmuré yo. En mi interior no paraba de darle las gracias porayudarme a salir de esa atmósfera opresiva.
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