4-El poder de los libros
Lo sé, te pica la curiosidad por saber qué pasó después de que aquella señora llegara a nuestra casa.
Tampoco estuvo mucho tiempo con nosotros, apenas un par de semanas. Aun así, nada volvió a ser igual que antes. Recuerdo una tarde en concreto que se me grabó en la memoria.
Estaba en el salón junto con mi hermano Timoteo contemplando cómo desaparecía el sol en el horizonte tras los cristales y preparado para una de las tantas oraciones diarias como de costumbre, cuando por fin escuchamos los sonoros pasos de Natanael repicando por el pasillo.
—¿Dónde está vuestra madre? —nos espetó nada más cruzar el umbral de la puerta.
Vi por el rabillo del ojo como Timoteo se encogió. Intenté mantenerme firme; pero sabía que cuando Natanael decía "vuestra madre" en vez de "Mamá" o su nombre, teníamos que andar con cuidado.
—Cre... creo que está haciendo la cena. —Mi voz salió con un tímido quejido.
—¿La cena? ¿Y cómo no la ha preparado antes? —Natanael dio un par de vueltas por la habitación como un perro encerrado sin dejar de refunfuñar. Al final se acercó a nosotros—. Venga va, comencemos.
Suspiré aliviado, pero poco después me di cuenta de que el enfado de mi padrastro no había desaparecido aún. Natanael comenzó a escupir las oraciones en voz alta como si fueran insultos. Creí escuchar como el eco de su voz rebotaba por toda la casa, pero mi madre seguía sin venir.
Esa noche escuchamos gritos que nos persiguieron en nuestros sueños hasta altas horas de la madrugada.
La bronca de Natanael tuvo el efecto contrario al que probablemente se había esperado, mi madre empezó a faltar a sus oraciones cada vez con mayor frecuencia. Poco a poco la tensión comenzó a instalarse y a crecer en el ambiente. Lenta y silenciosa, pero inexpugnable como la marea. Amenazaba con borrar el mundo al que estábamos acostumbrados y arrastrarnos hacia algo nuevo y desconocido.
Sospecho que mi madre tenía dudas desde hacía mucho tiempo. Quizá desde que descubrimos que el mundo no acabó en el año 2000 como nos habían hecho creer.
Estábamos en el 2005 ya y el Armagedón seguía pareciendo estar igual de lejano que siempre. Mi padrastro rezaba cada día para que llegara pronto. «La malicia tiene que ser borrada de este mundo cuanto antes», solía decirnos.
Todo cambió cuando un libro cayó entre las manos de mi madre. Parecía algo inocente a primera vista. Trescientas hojas de papel encerradas dentro de una caratula verde. Puedes creerme que no lo era. Nunca subestimes el poder de los libros; al igual que las personas, pueden transmitir mensajes que cambian vidas.
Aquel libro desafiaba sin miedo todo lo que nos habían inculcado durante años. Ridiculizaba todas las profecías apocalípticas y defendía que el infierno no era algo lejano, sino que estaba aquí, en la tierra. Afirmaba que era nuestra responsabilidad volver a convertirla en un paraíso. Mi madre empezó a decir que debíamos tomar consciencia sobre nuestros actos, que era una llamada a la acción para cambiarlos. Ese libro despertó una parte de ella que durante largo tiempo había estado sumida en letargo: el lado de curandera, amante de las hierbas, la naturaleza y la medicina alternativa.
De un día para otro declaró que abandonaría el culto, así, sin más. Al escuchar eso, Natanael se puso blanco como la nieve, luego empezó a gritar. Al final, tras estar cinco minutos gesticulando a lo loco e insultando a mi madre delante de todos nosotros, se encerró en el dormitorio matrimonial.
Cuando salió, días después, todos nosotros nos habíamos puesto del lado de mi madre. Todavía no comprendíamos del todo la nueva situación, pero nos libraba de los molestos y aburridos rezos y otros rituales.
Natanael se volvió callado, ensimismado. Llegaba de su trabajo y se encerraba en el dormitorio de nuevo hasta la mañana siguiente. Era evidente que había perdido el control sobre la situación. Navegábamos a la deriva hacia lo desconocido. Ya ninguno de nosotros mostraba interés por el «Culto». En vez de eso imitábamos a mi madre en su nuevo sueño. Empezamos a interesarnos por las hierbas y plantas de nuestro entorno, plantamos un huerto enorme y llenamos toda la finca de árboles frutales, aunque supiéramos que algún día tendríamos que irnos de ahí, pues estábamos de alquiler. Descubrimos el placer que hay en dormir en verano al aire libre soñando bajo un manto de estrellas. Mi madre quería todo menos compartir cuarto con aquel loco.
Por alguna razón los humanos de hoy en día nos hemos acostumbrado a escondernos entre muros. La naturaleza está llena de peligros, nos dicen. Hay que protegerse, la noche es peligrosa y oscura. Al final hasta acabamos encerrándonos bajo una tienda cuando vamos a acampar en el monte. Desprenderse de todos esos miedos es una experiencia interesante. Al principio todo te distrae, un ladrido en la distancia, el corretear de una hormiga sobre tu pierna, el crepitar de hojas en el bosquecillo cercano. Nosotros nos acordábamos de los demonios que según Natanael rondaban por la oscuridad. Nos reímos de ellos. Cuando dejas atrás los prejuicios que te inculcaron durante tu infancia y te rindes a los ruidos de la noche, el silencio te abraza. Luego te susurra secretos al oído y te invita a soñar.
El sueño de mi madre era disponer de un sitio propio en el cual vivir, aunque todavía no tuviera los medios para conseguirlo. Nuestra economía dependía en gran medida de mi padrastro y este trataba de aprovechar ese hecho para intentar recuperar las riendas de nuestras vidas.
Mi madre había estado enfrascada en su papel de ama de casa, sirviente y esposa obediente desde que dejó su trabajo de enfermera al entrar en el «Culto». Supongo que le era difícil salir de ahí tan de golpe. Vivíamos en un país extranjero para ella. Encima casi no hablaba español, solo inglés y alemán.
A veces las situaciones más adversas son las que más te hacen superarte a ti mismo. Siempre y cuando no te hundas y te conviertas en un fantasma viviente arrastrado por las circunstancias.
En el caso de mi madre resultó ser un estímulo para su creatividad. Volvió a pintar de nuevo, práctica que había abandonado durante años, y comenzó a vender alguna de sus obras. Intentaba encontrar todos los trabajos eventuales que podía y preparaba remedios herbales para quien se los solicitaba. No bastaba para alquilar un sitio independiente todavía. Seguíamos viviendo en la misma casa con Natanael y el ambiente cada vez se volvía más insoportable. Él se iba a visitar a su maestro con aumentada frecuencia. Luego volvía a casa, nos apartaba y nos susurraba cosas raras al oído: «A mamá la ha poseído Satanás. Si me ayudáis a rezar, todo volverá a la normalidad». A mi madre en cambio le espetaba que podría intentar marcharse si quería, pero que al final vería que no tendría más alternativa que volver al «Culto» y seguir con él.
Estaba equivocado, ya no había vuelta atrás, subestimaba a aquella mujer.
Yo intentaba ser normal. Quería parecerme al resto de chicos de mi clase, aunque en general me parecieran bastante aburridos. Soñaba con tener una familia común y corriente como la de la mayoría de mis escasos amigos.
Empecé a escuchar la radio: fútbol, rock y esa música nueva que llamaban reguetón. Lo sé, al principio parece horrible, pero poco a poco te vas acostumbrando a ella porque la escucha todo el mundo y no quieres desencajar. ¿Te acuerdas de la canción de moda de aquella época? Decía algo extraño: «Dale don dale, pa' que muevan las yales, papi estoy suelta gavetés». Como para que te enteres de algo, vamos. Aun hoy en día me sigue pareciendo un enigma. La escuchaba con auriculares porque mis hermanos se descojonaban de mí.
Cabe destacar que estaba entrando en esa edad en la que empiezas a fijarte en las personas del sexo contrario. Puede que en tu caso haya sido la chica rubia y tímida de la esquina, o el guaperas extrovertido de los ojos azules. No lo sé... En mi caso fue una chica que iba a 1º de la ESO, una clase inferior a la mía. Tenía una larga melena negra y ojos del color del chocolate con leche que me parecían divinos. La contemplaba durante los recreos en secreto. Era demasiado tímido e indeciso para hablarle. Me había vuelto un chico callado, ensimismado. Lo que te esperarías de alguien con una situación familiar semejante a la nuestra. Si no sabes cómo explicarte, intentas pasar desapercibido y rehúyes las preguntas. Al final te dejan al margen. Justo eso me pasó, solo volvía a ser popular en época de exámenes. Todos te alaban en esas fechas si sacas buenas notas y les dejas sentarse a tu lado. Más, si eres de los mejores estudiantes de la clase como lo fui yo.
A mi hermano Timoteo no le iba tan bien, le costaban los estudios y había un chico en su clase un año mayor que él que no dejaba de atormentarle cada vez que tenía la oportunidad, como si fuera un juego macabro. Al final me harté de verlo. Ante la sorpresa de todo el patio, un día cogí al abusón con furia del cuello con una fuerza que ni yo mismo me esperaba y lo lancé sobre uno de los bancos que flanqueaban la explanada de tierra batida que ocupaba todo el frente del viejo edificio que servía de escuela y de instituto en nuestro pueblo. Era la segunda vez en mi vida que pegaba a alguien. Me sentí fatal por ello, aunque los demás chicos me aplaudieran. Acabé castigado. Como pude comprobar poco después, no sirvió de mucho, aquel chico seguía igual. La violencia no te suele ayudar en esos casos, pero era algo que yo todavía no sabía. Mi hermano y yo empezamos a dar rodeos cada vez que veíamos al chico y a su grupo de amigos, no siempre era posible.
Mi madre tenía otra cosa en mente sobre nuestra educación; no le gustaba la que recibíamos en la escuela y hacía lo posible por encontrar una alternativa que le permitiera educarnos en casa. Al final la encontró, una escuela estadounidense con sucursal en Madrid y de tutoría a distancia que hacía una oferta para familias numerosas. Costaba casi lo mismo que la pública. Esta puede ser cara en España, sobre todo a la hora de comprar libros. Que algo sea público no siempre implica que sea barato.
La nueva era una escuela diferente, dejaba mucha libertad para elegir asignaturas y temario y solo calificaba por los trabajos que se tenían que enviar cada trimestre. A mis hermanos les encantó enseguida y mi madre los apuntó. Yo no estaba tan convencido. Cuando tu mundo se ha puesto patas arriba, lo último que quieres es aislarte de la sociedad, y si hay unos ojos chocolate de por medio, aún menos.
Todo cambió un día al volver de clase. Vagaba por el camino de tierra entre plantaciones de tabaco e higueras que separaba nuestra casa de la carretera general. No tenía mucha prisa por llegar. Disfrutaba del perfume limpio y agradable que el aire templado de marzo llevaba a mis narices, y de la visión de los campos todavía verdes y plagados de las flores blancas y amarillas de los rábanos y de la mostaza. Parecía un día como cualquier otro. No sueles tener prisa por volver a casa cuando sabes que lo que te vas a encontrar será tensión silenciosa. De lejos vi como Natanael salía de debajo de nuestro porche y entró dentro de su coche. Hizo aullar al motor del vehículo y salió pitando por el otro camino de acceso a la finca. Derrapaba por las curvas.
Intenté no darle importancia a ese hecho. Por una vez tenía la suerte de poder pasar una tarde tranquila. Grité de alegría y aceleré el paso.
Enseguida llegué a la puerta del antiguo secadero de tabaco reconvertido en vivienda con las paredes aún sin revocar en el que vivíamos.
—¡Hola mamá! —saludé con alegría al entrar.
Se sobresaltó y giró la cabeza tapándome la visión de su cara. Me quedé callado unos instantes.
—¿Mamá? ¿Qué te pasa?
—Nada.
Seguía evitando mi mirada y se encaramó sobre los fogones de la cocina de gas. Simulaba hacer algo, pero no había nada sobre ellos. Intrigado me acerqué y me di cuenta de que tenía un ojo morado.
—Hijo de..., fue, fue él, ¿verdad? —balbuceé—. ¡Me las pagará!
Mi madre se giró y me cogió del brazo.
—Tranquilízate Markus, no fue para tanto, no te metas en más líos.
No dije nada, solo la abracé. Rompió a llorar. A espaldas de mi madre, desde las penumbras del pasillo, varios ojos nos observaban.
Ese día decidí que iba a empezar a estudiar desde casa como mis hermanos, no la podía dejar sola con él.
¿Qué os parece la familia de Markus? ¿Qué opináis de la obra en general?
Espero vuestros comentarios. ¡Gracias por leerme!
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