38- Al otro lado del río (Nuevos horizontes 9)



I think we should get some..., how do you say? Ah, tires, truck tires —propuso un hombre menudo con largas rastas de color ocre y ojos de rana saltones en el momento en el que el talkingstick llegó a su poder.

What?

Why?

—Traducción por favor.

—¡Silencio! Dejad hablar.

—¿Qué dijo? —me preguntó Mika en un susurro.

—No sé, algo de que necesitamos ruedas de camión.

—¿Para qué?

—No sé, no me preguntes a mí. No ten...

Me di cuenta de que el portador del talkingstick lanzaba rayos con la mirada en nuestra dirección y me callé. Estábamos en una de esas interminables asambleas para decidir qué cosas había que realizar y cómo llevarlas a cabo típicas de los rainbows. Solían durar casi más tiempo que el propio trabajo en sí.

We need truck tires, neumático de camión. I've seen a..., em, desguace on the way here. We can go there and get some, and then we put some wooden planks inside to cross the food over the river.

Se elevó una nube de murmullos disconformes a nuestro alrededor. Aunque también había algunos a los que les parecía agradar la idea. Levanté la vista y me di cuenta de que los ojillos azules de Celia estaban clavados en mí, parecía una loba árctica fijando a su presa. Últimamente la veía por todas partes. Me dedicó una sonrisa al darse cuenta de que le había devuelto la mirada. El talkingstick siguió rulando. Sebas tomó la palabra.

Brothers and sisters. We don't need to get truck tires anywhere. —Ahora el murmullo disconforme procedía del sector que rodeaba al chico de ojos de rana que había hablado hace un momento—. Everything we need is right here. Pachamama provided us with a lot of fallen tree trunks.

—De Pachamama nada, los tiraron porque hubo un incendio —susurró alguien a mi derecha, pero Sebas no le hizo caso y prosiguió:

We just need a few volunteers to take them out of the forest and down to the river. Then we can build a bridge there. I propose that every brother or sister who wants to help should gather tommorow in the morning, when it's not so hot, near the big tipi. I just need 10 or 12 strong brothers to do it.

De hecho, no era la primera vez que Sebas proponía lo de construir un puente. No era por falta de voluntarios, siempre había una tropa no menospreciable de jóvenes y no tan jóvenes que ofrecían su ayuda en cada talkingcircle que se celebraba. El único problema era que a la hora de la verdad no aparecían.

Esa misma mañana habíamos acudido Mika y yo para ayudar y nos encontramos con que, aparte de nosotros, solo estaban Sebas y dos hombres más. Y allí nos quedamos contemplando como amanecía. Mientras tanto el campamento entero roncaba, descontando aquellos que aún no se habían ido a dormir. Y allí seguíamos cuando el sol ya levantaba tres palmos sobre el horizonte y las chicharras comenzaban a cantar.

—Oye, igual mejor hacemos lo del puente otro día, cuando haya más gente —propuso Mika—. Que si tenemos que arrastrar esos pedazo de árboles hasta acá entre los cinco, nos morimos.

—Igual será mejor —aceptó Sebas a regañadientes—. Llevo proponiendo lo mismo durante una semana ya, pero esos canallas nunca vienen cuando se dan cuenta de que toca arrimar el hombro.

¡Foodcircle! —gritó alguien en la distancia.

¡Foodcircle! —se escuchó el eco del grito reflejado por decenas de gargantas. El campamento entero se despertó. Cuerpos se agitaban por doquier y se dirigían en todas las direcciones posibles para después fluir al unísono en la misma, como un hormiguero sobre el que ha caído una piedra.

—Mira, para esto sí corren los jodíos —observó uno de los hombres que no conocía—. Igual se lo decimos de nuevo durante el talkingcircle y a ver qué onda.

—Vale, luego lo propongo otra vez.

Nos levantamos y nos dejamos arrastrar por la corriente en la dirección de la que procedía la primera de las llamadas.

—Y por eso el comunismo nunca funcionará —dijo el otro hombre que había estado con nosotros en un susurro tan bajo que apenas era perceptible.

—¿Qué? —preguntó Mika.

—Nada, digo que por esto siempre empiezan los problemas en las comunidades. Todo el mundo espera que sean otros los que hagan el trabajo por ti. Y así pasa que se pasan la vida debatiendo, pero nunca se hace nada.

—¿Qué decís, loco? No sé. Igual será acá en Europa que son todos unos niños de papá. En América es otra cosa. En América cuando hacen un rainbow montan unas construcciones y huertos impresionantes y después muchos se quedan a vivir allá.

—Ya veréis que hoy les convenceré para que sí que aparezcan mañana —dijo Sebas.

Yo me empezaba a preguntar si a esas alturas lo del puente seguía teniendo sentido. Esa noche iba a ser luna llena, había pasado justo la mitad del rainbow. Era algo que en mi opinión se deberían haber pensado antes; si hasta ese momento habían aguantado con simples cadenas humanas a través del río que se pasaban los víveres de uno a otro por encima de la cabeza, podían aguantar las dos semanas que quedaban perfectamente.

El talkingcircle terminó, otra vez sin ningún resultado demasiado concreto y me fui a dar un baño en el río junto con Mika y Amelie. Después me puse a deambular por el bosque de la otra orilla sin rumbo fijo.

Me preguntaba qué estarían haciendo Noah, mi madre y mis hermanos en ese momento. ¿Se acordarían de mí? ¿Me echarían de menos? De hecho, pensaba en ellos cada vez más a menudo. El pasar tantos días dando vueltas por el mismo sitio sin saber con qué entretenerme era la levadura que necesitaban mis dudas para crecer. ¿Había tomado la decisión correcta al irme tan precipitadamente de casa? ¿Debería volver, aunque tuviera que hacerlo solo? ¿Tenía sentido continuar siguiendo a Mika dondequiera que fuera? Se me estaba formando una bola en el estómago que crecía día tras día. Una bola que anhelaba volver a casa, o al menos a lo acostumbrado, a lo que sentía como hogar. También había una parte de mí que no veía con malos ojos seguir viajando con Mika. Creo que, si se hubiera decidido a seguir adelante sin más demora, no me habría comido tanto el coco. No aguantaba tanto tiempo parado sin sentirme útil ni ver nada nuevo. Sí, seguían apareciendo caras distintas cada día en el rainbow. Pero tenía la sensación de que en el fondo no diferían de las que desaparecían. Todo lo que al principio me había parecido intrigante, pronto se me hizo monótono. Y en el denso caldo de pensamientos y sensaciones ya conocidas, los minutos fluían lentos como si alguien hubiera reemplazado la arena del reloj del tiempo por un líquido viscoso; que por más que lo agitaras y presionaras, apenas avanzaba. ¿Quedaba algo por descubrir? Tal vez sí, estaba Celia, la chica que no paraba de ver por todas partes. Ya era hora de que hablara con ella. No podía cortarme toda la vida.

Como si el destino hubiera sabido que había pensado en ella, la vi a lo lejos al volver. Parecía venir del aparcamiento y se dirigía hacia el vado del río al igual que yo. Allí la esperé. Los últimos rayos del sol bañaban su cara con tonos anaranjados. Detrás de la chica comenzaba a asomar la luna en el horizonte. Todavía solo era una semiesfera grande, roja y brillante; medio tapada por los picos de la montaña, pero a cada segundo se levantaba más y más. Desde la pradera en la que estaba situado el fuego principal del rainbow comenzaron a retumbar los primeros tambores.

—¡Hola, Celia!

—¡Ey! Hola, Markus. ¿Qué tal? ¿Vas donde el fuego?

—Aún no, iba a buscar un sitio tranquilo para mirar la luna. Mira, ya sale. ¿Te vienes?

—¿Eh? Sí, sí claro —balbuceó. ¿Por qué estaba sorprendida de que la invitara? —¡Uala! ¡Es inmensa! Oye, espérame un segundo que voy a buscar un pareo o algo a la furgo para no pasar frío.

Un par de minutos después volvió y nos pusimos a caminar río arriba bajo el manto de las primeras estrellas y el dosel de los escasos árboles salpicados a lo largo de la orilla. Apenas nos cruzamos con nadie. Debían estar todos alrededor del fuego ya. Según nos fuimos alejando de la hoguera, el retumbar de los tambores fue disminuyendo en intensidad. Tampoco se escuchaban las omnipresentes chicharras. Me pareció extraño, tal vez estaba relacionado con el hecho de que, por primera vez en muchos días, corría una brisa fresca que agitaba las hojas de los sauces y alisos. ¿Cambiaría el tiempo?

Nos sentamos sobre una pequeña pradera al borde del río, oculta del camino por una fila de retamas. La noche no era oscura, puesto que la luna ahora resplandecía inmensa sobre nuestras cabezas. Y allí estuvimos contemplando el cielo largo rato hasta que al fin decidí que ya no aguantaba más el silencio.

—Oye, ¿de qué parte de España eres?

—De León —me respondió Celia después de unos instantes. Estaba tumbada a mi derecha a milímetros de mí, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su pequeño cuerpo. Tenía la extraña sensación de que, con cada movimiento, cada cambio de postura se me había ido acercando; o tal vez era yo el que me había acercado. Bajo los fríos rayos de la luna su piel tenía un aspecto pálido, liso y marmóreo. Ni rastro de los restos del acné juvenil que me pareció haber percibido durante el día—. Es precioso, deberías ir. Vivimos al pie de los Picos de Europa. Seguro que te gustaría.

—Quién sabe, quizá algún día.

—Créeme. Es precioso, hay bosques de verdad, no estos matojos que hay por aquí —afirmó Celia.

—Bueno, pues otro motivo más para ir.

Me di la vuelta y me tumbé sobre mi barriga. Nuestros brazos se rozaron. Celia pegó un pequeño respingo. Se quedó quieta, congelada por un instante, y después se apoyó contra mí. Su aliento cálido me erizaba el vello de la nuca. Me apoyé sobre mis codos y la miré. Me devolvió la mirada con la boca ligeramente entreabierta. Me di cuenta de que no se escuchaba su respiración. Sin pensar qué hacía, como llevado por un impulso más fuerte que mi propia voluntad, acerqué mi cabeza tiritando hasta que mis labios rozaron los suyos. Tenían un tacto aterciopelado. Exhaló el aire que había estado conteniendo. Tenía un sabor dulzón, como de caramelos de eucalipto y humo. ¿Acaso era fumadora? No me dio tiempo a pensar nada más. Me rodeó el cuello con ambos brazos y apretó sus labios con fuerza sobre los míos.

Después de estar un buen rato dándonos besos, se hizo evidente que allí faltaba algo más. Bajé mis manos temblorosas a lo largo de su cintura, abajo, más abajo. Deslicé un par de dedos bajo la tela apretada de sus shorts. Otro respingo apenas perceptible. Un nuevo beso. Ojos brillantes bajo la luz de la luna. Lo de allí abajo estaba húmedo, nunca hubiera pensado que pudiera estar tan húmedo. Me di cuenta de que algo se apretaba con fuerza contra mi pantalón, amenazando con reventar las costuras. Celia también se dio cuenta, a juzgar por la risita que se le escapó.

—Espera, tengo un condón —susurró. Se incorporó y se apartó de mí para buscar algo en su bolsillo. El frío de la noche cayó sobre el espacio entre nosotros.

—¿Qué?

—Que tengo un condón, Laia compró en el pueblo el otro día y me regaló un par. No querrás dejarme preñada, ¿verdad?

—¿Eh? No, no, claro.

—Toma póntelo.

Me quedé contemplando el envase de plástico bajo la escasa luz de la luna. ¿Por dónde se abría?

—Sabes ponértelo, ¿verdad? ¿No serás virgen?

—No, no. No lo soy. —Me acordé de lo que pasó en el coche de la chica morena en el sur. Aunque quizá "acordar" no era la palabra más exacta. ¿Eso contaba?

—No hace falta que me mientas. —Me estaba mirando con una sonrisa traviesa dibujada en el rostro. Sus ojos de loba seguían brillando bajo la luz de la luna.

—Bueno vale, sí lo soy —dije después de dudarlo unos instantes.

—Tranquilo, yo también —confesó con un susurro—. Oye, no te lo vas a creer, he practicado con un pepino.

—¿Cómo?

—¿Qué? —La loba parecía tan desconcertada como yo—. ¡Gilipollas! Lo de poner el condón, digo.

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