3-Ladridos en la noche
Sigo andando por la carretera principal que cruza Andorra de una punta a la otra. En este país es casi imposible viajar a dedo, o al menos eso parece.
Algo que te resultará útil saber es que en general es mucho más fácil hacer autostop cuanto más bajo sea el nivel económico de la región por la que estés pasando. La gente suele ser más abierta y está más dispuesta a compartir. En regiones ricas en cambio; todo el mundo es más desconfiado, como si pensaran que les fueras a hacer algo o temieran perder su estatus. A veces tienes la sensación de que solo eres una mancha molesta en medio del paisaje idílico de sus vidas, a juzgar por los pitos de cláxones furiosos que en general son lo único que recibes cuando pasan.
Siempre hay excepciones, nunca olvidaré aquel Porsche Carrera GT con la pintura aún reluciente que por sorpresa se paró cuando salía de Guadalajara hace unos días y cuyo conductor no tuvo problemas en hacer un desvío de más de cincuenta kilómetros en la dirección en la que yo iba, solo porque tampoco tenía nada mejor que hacer. Hay excepciones, sí, pero no ocurren con frecuencia.
Me sorprende la cantidad de supermercados, tiendas y concesionarios de coches de lujo que hay por todas partes. Muchas de ellas venden tabaco en paquetes ahorro enormes de casi cinco kilos. Es obvio que eso no está pensado para el consumo interno. Todo aparenta estar enfocado a la gente que viene del extranjero, como si todo el país en conjunto solo fuera un único supermercado gigante para los países colindantes que además cuenta con sus propias leyes. Dudo mucho que todo el tabaco que se vende se produzca en las cuatro plantaciones salpicadas por el territorio; cuyas matas, de grandes y relucientes hojas verdes, parecen de alguna forma fuera de lugar. No paran de pasar coches llenos de clientes de los supermercados por mi lado. Es imposible que esos campos abastezcan tal cantidad de demanda. Si alguna vez tus caminos te llevan por esta zona, estoy seguro de que te llevarás la misma impresión. Deben traerlo de alguna parte a esperas de ser distribuido de forma ilegal por todas las regiones cercanas. ¿Quién es el contrabandista aquí?
He entrado en un callejón que tiene tiendas a ambos lados. La gente habla español, catalán o francés. Hay bastante batiburrillo montado. Veo joyerías, fruterías, queserías y muchos negocios diferentes más. Mi estómago comienza a rugir. Compro medio melón. Resulta barato, a pesar de ser importado.
Salgo del ajetreo y me siento sobre la hierba, al borde de un pequeño camino secundario de tierra situado unos cien metros carretera adelante. A mi lado hay una fuente con un cartel que reza «No potable». No deberías hacerle siempre caso a este tipo de avisos, muchas veces solo significan que el agua no está clorada. Mejor fíjate en los alrededores. No hay ninguna casa por encima de la fuente, solo un pequeño sendero que se pierde entre las montañas.
Tomo un sorbo. El agua está deliciosa, limpia y refrescante; sin ningún sabor extraño. Lavo el melón y preparo una ensalada con él, aceite de oliva, un pedazo de col que aún guardo en la mochila desde ayer, ortigas picadas, llantén, malva y rábanos silvestres que crecen a lo largo del sendero. Saber qué plantas silvestres son comestibles y cuáles no, siempre me ha parecido una de las cosas más útiles en casi cualquier circunstancia que he aprendido durante mi vida. Para mucha gente que ha viajado alguna vez a mi lado también resultó una grata sorpresa. ¿Estás tomando notas como te sugerí? Quizá puedas averiguar aún más por Internet si te interesa, hoy en día allá se encuentra de todo. O mejor todavía, júntate con gente que sepa de campo y de la naturaleza.
Mi invento culinario me ha quedado bastante sabroso y refrescante. Para que todo el conjunto sea más nutritivo le he echado un puñado de lentejas y trigo germinado que llevo en una redecilla colgada a un lado de mi mochila y que voy mojando a intervalos regulares. Pocas fuentes de proteínas más baratas y aptas para viajar conozco. Puedes llevar un kilo de ambas y germinar cada día la cantidad justa que necesites. Mientras encuentres agua, claro, y no haga ni demasiado frío ni demasiado calor.
Me está entrando la modorra de después de comer. Me froto los ojos. El sol comienza a descender hacia el horizonte. Me incorporo a regañadientes, no quiero que se me haga tarde.
Un coche policía cruza por la carretera a paso de tortuga. El copiloto gira la cabeza y no deja de mirarme. Ya es la cuarta vez que los veo en menos de una hora. Ayer me pararon en el sistema Ibérico cerca del Moncayo y no tengo ganas de que me vuelva a pasar. Comenzaron a hacerme un montón de preguntas tontas, después revolvieron todas mis cosas y me registraron. Se sorprendieron de mi tela de artista circense que llevo sujeta con un ocho de escalada en una punta para poder colgarla con facilidad si se presenta la ocasión. Recordar sus caras me hace sonreír. No supieron cómo interpretar aquella cosa, al final llegaron a la conclusión de que yo tenía que ser un alpinista o algo así. Siempre me ha parecido curioso que solo solemos ser capaces de ver lo que conocemos en nuestras vidas e intentamos interpretar todo lo demás de acuerdo con ello, como si tuviéramos un filtro invisible delante de los ojos. Hay poca imaginación en general. Además, mucha gente se vuelve muy molesta en cuanto a eso de la acampada libre, pues se sale de su norma. Tengo que salir de aquí cuanto antes.
Igual debería esperarme en la próxima parada y coger un autobús. Después de andar durante kilómetros, dudo mucho que vaya a llegar muy lejos de otra manera ya, y parece difícil encontrar un sitio tranquilo para pasar la noche por aquí. Solo hay pueblos, campos de tabaco y laderas inclinadas. Justo se perfila la silueta de un autobús en la distancia. Una serpiente de metal que se arrastra por las curvas de la cuesta a mis pies y se para justo delante de mis narices exhalando un sonoro suspiro, mira...
El billete no es caro, apenas tres euros. No quiero gastar demasiado rápido sin necesidad. Es útil que sepas administrarte cuando viajas. Llevo noventa euros encima y no sé cuándo tendré la oportunidad de trabajar y ganar más, pero tampoco hay un porqué para ser rata.
Me bajo en el último pueblo de la línea, al lado de la frontera con Francia. El cambio en el ambiente me sacude como una bofetada. Inhalo en profundidad dejando que el aire húmedo y limpio invada mis pulmones. Ha sido cruzar los Pirineos y entrar en otro mundo. Todo es más verde y fresco. Entre los extensos prados montañosos hay multitud de flores amarillas. Te sientes como en uno de esos países del centro y norte europeo. Hay un claro contraste con los terrenos secos y ásperos, y el calor sofocante que acabo de dejar atrás. Es un clima muy agradable, me recuerda a las montañas de mi Austria natal.
El cielo se está nublando, me pregunto si lloverá. Empiezo a preocuparme, no tengo ganas de dormir bajo la lluvia y no hay un refugio evidente a la vista. Salgo del pueblo en dirección a la frontera. Dudo que alguien vaya a parar a estas horas, se está haciendo de noche y todavía tengo que cruzar el puesto fronterizo. La gente me mira con caras largas. Supongo que a sus ojos tengo toda la pinta de querer pasar algo de contrabando. Faltan apenas trescientos metros y cuatro curvas para la frontera. Puedes estar seguro de que, si intentara cruzar a estas horas, sin un lugar evidente al cual ir, me harían muchas preguntas. Dejo que mis ojos viajen sobre ambos lados de la carretera, indeciso sobre qué dirección tomar. Quizá sea mejor que vuelva al pueblo. Echo un último vistazo al fondo del valle. En algún lugar allá abajo empieza Francia.
Espera..., ¡allá abajo hay algo! Una mancha oscura que se asemeja a una construcción situada justo en el fondo. Habrá un par de kilómetros de distancia. Se halla en medio de un prado sobre el cual pasturan animales. Creo que son vacas, desde donde estoy no las distingo muy bien. Debe ser una especie de cobertizo para guardar paja o algo así. Igual después de todo puede ser mi día de suerte.
Dejo pasar un par de coches. Espero a que su rugido se pierda a lo lejos y no haya más a la vista y salto el quitamiedos de la carretera. Miro hacia la frontera, queda escondida por una de las últimas curvas. ¡Perfecto! Sin apenas hacer ruido me deslizo cuesta abajo.
Escucho ladridos y un escalofrío relampaguea por mi espalda. ¡Mierda! ¿Me habrán visto? ¿Me habrán soltado los perros? ¡Cabrones!
Me giro despacio sacudiéndome la sensación helada que se ha acumulado sobre mi nuca. Diviso una silueta castaña a unos metros. Estallo en carcajadas. ¡Es un corzo! El aire revienta el nudo que se había formado en mi garganta e inunda mis pulmones de nuevo. ¿Te lo puedes creer? Casi me muero del susto por el extraño celo de un herbívoro. Alguna vez me habían contado algo al respecto, a pesar de ello no tenía ni idea de que el sonido que producen ambos animales de verdad se parece tanto. El corzo me mira con sus ojos castaños, grandes y profundos. Debe estar tan sorprendido como yo. Se gira y se pierde entre las rocas con rapidez. Veo un último destello de la marca blanca de su trasero antes de perderlo de vista.
Sigo caminando. La luz de unos focos potentes golpea el lugar en el que había estado parado pocos segundos antes. Me agacho en un acto reflejo. Viene de la frontera. Será mejor bajar el resto del camino por el fondo de un pequeño valle fuera de la vista para no ser detectado. Lo irónico es que es justo la luz de los focos la que me ayuda a divisar mejor mi camino. Supongo que esa no es su finalidad, pero no te vas a quejar si te ayudan sin querer.
Suena un potente motor a lo lejos y me sobresalto. Mis pies buscan apoyo, pero solo encuentran vacío. Resbalo y caigo dentro de un pequeño hueco encharcado. El agua fría me pega los pantalones a los gemelos. ¡Mierda! No es algo agradable cuando te encuentras en medio del campo, de noche y sin posibilidad de secarte los calcetines.
Por fin he llegado abajo. El edificio que vi desde arriba no es un cobertizo, más bien parece una cabaña. Supongo que será una especie de refugio para los ganaderos cuando les sorprenden tormentas en el campo. Empujo, la puerta cede. Ni siquiera está cerrada con llave.
Poco a poco mi corazón deja de galopar y empiezo a relajarme. Me siento estúpido, no sé si sin querer me he metido en un lío tremendo. Ahora, si me pillan, debo tener toda la pinta de querer pasar algo de contrabando por la frontera. Me preocupa no poder ser capaz de convencerles de lo contrario si me cogen. Espero que no vengan a buscarme. Me pregunto si habré cruzado a Francia ya o no.
Gotas empiezan a repiquetear sobre el tejado. Me termino de relajar por completo. Es momento de dormir. Entre la oscuridad palpo un somier de metal con un montón de cartones por encima. Después de varias noches durmiendo a ras de suelo, será un auténtico placer hacerlo aquí. Ya habrá tiempo mañana para idear cómo seguir adelante. Nadie te viene a buscar de noche bajo la lluvia, la gente corriente es demasiado cómoda.
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