26- Venir e ir (Nuevos horizontes 3)
Me he despertado en medio de la oscuridad por el ruido de una bocina en la calle. Escucho un motor que se aleja. A mi alrededor se perciben las respiraciones pausadas de decenas de hombres en sus sueños. El aire es algo denso. Entre las ripias de un palé de madera que tapa una ventana, se filtra la débil luz de la luna. Me incorporo despacio. Está en su último cuarto, pronto será luna nueva. Su brillo baña las cabezas oscuras de los presentes. Hay bastantes más de los que recuerdo, deben haber llegado en algún momento de la noche mientras estaba durmiendo. Parece que soy el único que está despierto.
Faltan unas dos horas para que amanezca. Cuando llevas tiempo durmiendo al aire libre, aprendes a juzgar estas cosas por la posición de la luna o las estrellas. En el caso de la luna es sencillo. Solo tienes que tener en cuenta que cuando está llena sale justo en el momento en el que se pone el sol y se pone cuando vuelve a salir este. Luego, según pasan los días y va menguando, cada día sale con un poco más de retraso. En el cuarto menguante sale justo en la mitad de la noche. Con luna nueva, sol y luna salen a la vez. Con el cuarto creciente, pasa justo lo contrario, la luna sale de día. Una vez que has comprendido esto, el resto es fácil.
No tengo mucho sueño. Estoy recordando los hechos que me llevaron a aventurarme por el mundo y a cogerle el gusto a viajar por mi cuenta.
Todo empezó algunas semanas después de regresar del sur con Noah. Volvíamos a estar solos en nuestra montaña, pero algo había cambiado en mi interior después de aquella escapada. Ya no me sentía a gusto como antes. Echaba en falta relacionarme con más gente. Soñaba con conocer otros sitios y tenía ganas de ganar algo más de dinero propio para poder gastarlo en lo que me interesara. También seguía soñando con comprarme una finca propia algún día.
Noah podía sentir mi falta de interés por los quehaceres de la finca. Me propuso que me fuera al Valle del Jerte una temporada a buscar trabajo durante la recolección de cerezas. La idea me pareció interesante, pero no me atrevía a marcharme yo solo a un sitio desconocido y tener que preguntar a gente extraña. Era bastante tímido aún.
Me consolaba con el hecho de que Mika y un tal Ivan, que también habíamos conocido en el sur, nos habían prometido visitarnos a la finca; pensaba que pronto tendría una posible distracción de nuestro día a día.
Llegaron en grupo otro par de semanas más tarde. No estaba Ivan entre ellos, Mika sí. Lo acompañaban dos chicos más; un español con ojillos saltones y largas rastas, al que llamaban Sebas; y un inglés con una larga melena rubia y hoyuelos, al que llamaban Bob. Quedaron encantados con la finca y nuestro huerto en un principio, pero por alguna razón Noah se comportaba de manera algo hostil con ellos y pronto comenzaron los primeros roces.
La mayoría de las discusiones se producían por nimiedades que me parecían absurdas y bizarras. Recuerdo un día en el que volvía del huerto con Noah y vimos como Sebas revolvía nuestro compost. Cuando nos acercamos me di cuenta de que estaba recogiendo las vainas vacías de los guisantes, que habíamos pelado para la ensalada de la comida, y las echaba dentro de una de las ollas de acero inoxidable de Noah.
—¿Qué coño haces? —preguntó este—. Con esa olla preparo mis cremas cosméticas naturales y tú la estás llenando de mierda. ¡Serás guarro! —El otro lo miró desde abajo, desde su posición acuclillada, y siguió recogiendo vainas como si nada—. ¡Eh, tío! ¿Eres sordo o qué? Estoy hablando contigo.
—Tranquilo amigo —masculló Sebas al fin—. Luego lo lavamos todo y ya. Hemos tirado todas esas vainas cuando se pueden comer. Me lo enseñaron en un rainbow. Solo hay que quitarles la fina capa de fibra y están buenísimos. —Cogió una vaina, la partió por la mitad y nos enseñó la película transparente que asomaba—. ¿Veis? Esto...
—¿Eres gilipollas o qué? —saltó Noah. Se le estaban hinchando las venas del cuello. Le arrancó la olla al otro chico de las manos y volvió a echar todo su contenido sobre el compost.
—¡Qué haces! —exclamó Sebas con los ojos desorbitados—. ¡En África hay niños que se mueren de hambre y tú tiras la comida!
—No digas estupideces —replicó Noah—. El huerto está lleno de guisantes y de habas. Os he dicho que, si queréis comer, solo tenéis que ir a cogerlas. Y en vez de eso estás aquí cogiendo putas vainas de la basura. ¿No eres capaz de andar ni cien metros hasta el huerto o qué?
Se marchó con la cara de color rojo bermellón antes de que Sebas pudiera decir nada más. El otro maldijo y se marchó a su vez en dirección de su furgoneta. Me quedé solo. Levanté la cabeza y vi que Mika se me acercaba.
—¿Qué pasó? Escuché gritos.
—Nada, se han peleado por unas estúpidas vainas de guisante como si fueran críos.
—¿En serio? Mirá vos, los egos son malísimos. Espero que se calmen solos —observó. Se sentó a mi lado. Comenzó a hacer malabares con cuatro naranjas que había cogido de uno de los árboles de Noah hasta que se le cayó una. La comenzó a pelar y se introdujo un gajo en la boca—. ¡Qué bueno está esto, che! Este lugar es un paraíso. Aun así, tengo ganas de seguir viajando. Hay miles de niños sufriendo allá fuera que necesitan una sonrisa.
—Yo a veces también tengo ganas de salir un poco más de aquí —observé rodando los ojos.
—¡Hacelo! Yo recorrí toda América en bici y ahora quiero recorrer Portugal y ganar un poco más de plata acá en Europa antes de volver. Tengo un proyecto, sabés. Yo y mi novia queremos montar una escuela de circo para niños abandonados en Bolivia o en Argentina. Vinimos a Europa para ganar plata para eso. Pero al final estamos viajando más que otra cosa. Ella está en Catalunya ahora, con sus padres.
—Pues mira, aquí cerca hay un valle, son como ochenta kilómetros, y todo está lleno de cerezos. Dentro de unas semanas empieza la temporada de cosecha. Yo estaba pensando en ir a ver qué tal. Seguro que necesitan gente. Igual te interesa.
—¡Qué bien! ¡Vayamos allá, che! Y después podés venir conmigo a Portugal si te parece.
—Bueno, vale.
La idea de tener a alguien que me acompañara al Valle del Jerte me hacía sentir más seguro en ese propósito. No pensaba ir más lejos de allí, pero era algo que no iba a revelar en ese momento. Fuera como fuera, creí que todavía me quedaban un par de semanas para pensármelo bien.
Mis planes no salieron según lo que había previsto, se precipitaron tres días después.
Me había quedado solo en la finca. Noah, Mika, Bob y Sebas habían ido a bañarse al río. Escuché sus gritos cuando volvieron, a pesar de que aún estaban lejos.
—¡Es qué no tenéis vergüenza! ¡Mira que burlaros de la pobre señora! ¡Ladrones de mierda! —Se escuchaba la voz inconfundible de Noah. Aparecieron tras la última curva del camino.
—¡Pero si estaban al lado de la carretera, eso no es robar! Además, se los iban a comer los pájaros —replicó Sebas. Los otros dos permanecieron callados.
—¡Eso te lo crees tú, niñato! ¡Nunca habéis hecho nada en vuestras vidas y os creéis que podéis hacer lo que os da la gana! Encima robando en mi pueblo. ¡Me da igual que robéis en otra parte, pero es que aquí os van a relacionar conmigo y al final el que quedo mal soy yo! ¡Mañana os largáis de aquí!
—Tranquilízate Noah, ¿qué ha pasado? —traté de calmarlo cuando llegó a mi altura.
—Nada, estos... —dijo dejando escapar el aire con un resoplido y rodando los ojos—, que dicen que se han puesto a robar cerezas y encima cuando los pillaron se burlaron de la dueña y...
—¡Qué no robamos nada, loco! Solo agarramos algunas que colgaban de las ramas que sobresalían por el camino y cuando salió la dueña tratamos de disculparnos y le preguntamos si le podíamos compensar de alguna manera, pero no quiso saber nada y solo dijo que iba a llamar a los guardias por lo que nos largamos de ahí. Ni siquiera lo viste en persona, porque estabas en el pueblo —replicó Mika interrumpiéndole. Era lo peor que podría haber hecho. Noah es de esas personas que no te dejan hablar mientras te cuentan su vida, pero que se vuelven hechos una furia cuando los interrumpen a ellos.
—¡Parad ya de tratar de intentar comerme el coco! ¡Mañana os largáis de aquí! —exclamó. Entró en su casa refunfuñando y se retiró a su habitación.
En parte podía comprenderle. Sabía lo que significaba trabajar en el campo y producir tus propios alimentos, a pocos les gusta que extraños cojan frutas o verdura sin preguntar, aunque sea en pequeña cantidad. Aun así, su reacción me molestó, pues me pareció bastante exagerada. Sé que la mayoría de los turistas y muchos chavales del pueblo cogen fruta igualmente cuando está cerca de dónde pasan.
—Si al final me voy mañana ya, ¿te venís conmigo? —me preguntó Mika después de un par de horas. Ya había vuelto a hacer su equipaje—. Es que me indigna, a mí nunca me trataron de ladrón en ningún lado antes.
—Espérate un momento, en un rato te lo digo. —Estaba indeciso, no quería despedirme de Noah en esas circunstancias, pero era mi oportunidad de tener el compañero de viaje que había querido—. Vale, vamos —le contesté media hora después. Noah aún no había salido de su habitación. Pensé que no tenía sentido darle más vueltas.
Ya estaba oscureciendo cuando volvió a aparecer Noah y se lo conté. No se lo tomó muy bien.
—¿En serio me vas a dejar solo aquí para marcharte con esa chusma? Como te vayas, aquí no vuelvas a venir. Nunca me hubiera esperado eso de ti.
Su voz me sonó muy fría. Tomó un vaso de agua y volvió a desaparecer.
Me dolió bastante el comentario. Estuve a punto de arrepentirme de midecisión para que Noah no se enfadara, pero algo se rebeló en mi interiorcontra esa idea. Me fastidiaba que intentara hacerme sentir culpable. No podíadejarme coaccionar tan fácil. Era hora de comenzar a tomar mis propiasdecisiones. Quería dejar de vivir a la sombra de otros todo el tiempo, o almenos eso pensé. Reparé mi bici pinchada, preparé mi mochila con mi ropa, misaco y algo para comer y al día siguiente comenzamos a rodar. Tenía laesperanza de que cuando volviera las cosas se hubieran calmado.
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