22- En el sur (Nuevos horizontes 1)
Me he despertado con la sensación de estar en un lugar antinatural, silencioso, raro. El aire fresco y húmedo se cuela dentro de mi saco de dormir entreabierto. Me doy la vuelta para abrigarme mejor.
Sobre mi cabeza hay estrellas, un océano de estrellas. La penumbra de las luces de los pueblos cercanos apenas es capaz de menguar su fulgor.
Reparo en la Osa mayor, busco la Osa menor y la estrella polar en un gesto que ya se ha vuelto costumbre. ¿Sabías que la estrella polar además de señalar el norte en nuestro hemisferio está situada en el único punto fijo del firmamento? Todas las demás constelaciones van girando a su alrededor. Cuando llevas tiempo observando el cielo de noche, hasta puedes llegar a deducir la hora aproximada a partir de su posición. Deben ser las dos de la madrugada ahora. Creo que el silencio repentino se debe a que los grillos se han callado.
Recuerdo otra noche silenciosa en la que también observaba las estrellas; la noche en la que Noah y yo llegamos a ese rainbow crudívoro en el sur, después de ocho horas sentados en el coche. El lugar estaba perdido en el monte, a más de siete kilómetros de la costa y de la carretera más próxima. Al principio había un camino bastante practicable, pero cada vez se empinaba más y más. La fina arena de la calzada cercana a la playa pronto se convirtió en roca. Nos detuvimos a la fuerza al llegar a una lancha que no nos permitió seguir avanzando. No éramos los únicos que nos habíamos quedado allí. A un lado había unos veinte o treinta coches aparcados bajo la tenue luz de la luna creciente. Seguimos el resto del trayecto de pie. Todo estaba en silencio; hasta que, después de pasar un nuevo recodo escuchamos los tambores.
Pasamos junto a un cartel colorido adornado con objetos difusos que bajo la luz de la linterna de Noah revelaron ser conchas, piedras y plumas. "Welcome home" estaba escrito con letras grandes repletas de filigranas sobre él. Y con letra algo más pequeña y más abajo: "Rawfood Rainbow. No drugs, no alcohol, no dogs, no cooked food".
No era algo que me preocupara mucho, nunca me han llamado la atención las drogas y podía prescindir de la comida cocinada, así como del azúcar y productos refinados sin problemas. Tenía cierta curiosidad por ver cómo sería una fiesta sin alcohol, las pocas fiestas por las que me había pasado hasta entonces siempre implicaban algún que otro borracho al final de la noche.
Según nos fuimos acercando el ritmo empezó a diversificarse, distinguí los sonidos característicos de los yambees y de las darbukas, acompañados por los tonos graves y prolongados de alguien que soplaba en un didgeridoo. No sé a quién se le ocurriría mezclar instrumentos africanos y australianos, pero el resultado era muy rítmico e invitaba a mover los pies. Un último recodo del camino reveló una gran fogata rodeada de unas cien personas que estaban conversando, bailando o gritando.
—Esto es lo que no me gusta de los rainbows —comentó Noah—. ¿Qué necesidad hay de hacer un fuego porque sí? Encima sabiendo que es un encuentro crudívoro y no se cocina.
—Ya, bueno, no sé. Igual lo hacen porque... —Fui interrumpido por un grito, una mujer mayor se acercó corriendo y abrazó a Noah. Comenzaron a conversar y a acercarse al fuego y de repente me encontré solo en la multitud.
Al principio me sentí fuera de lugar. Comencé a observar a la gente de mi alrededor sin atreverme a hablar con nadie dado que no los conocía. La mayoría de las personas no reparaban en mí, aunque tuve esa extraña sensación de que alguien me observaba. Levanté la vista y mi mirada se cruzó con unos ojos negros que se apartaron fugaces para volver poco después. Pertenecían a una chica de piel morena y pelo negro que le llegaba hasta la cintura. Aporreaba un yambee al otro lado de la fogata. Me hizo sentirme algo incómodo, pero enseguida se me pasó.
Estuve un rato dudando si coger uno de los tambores que había a un lado del círculo y unirme al grupo de los que tocaban o no. Cada cual parecía hacer lo que le daba la gana en cada momento. Nadie parecía cuestionar nada.
Cuando ya me estaba dirigiendo hacia los instrumentos, reparé en alguien más. Un chico algo mayor que yo que enseñaba malabares a un grupo de niños en un claro de polvo apisonado entre los matojos y algo alejado del fuego. Curioso me acerqué para verlo más de cerca.
—¡Hola! —me saludó al darse cuenta de mi presencia—. ¿Querés probar?
A uno de los niños, un chaval de unos diez años, se le cayó una bola y los demás estallaron en carcajadas.
—Vale.
Antes de que pudiera coger una bola, una niña de unos siete años, una coleta medio deshecha y ojos demasiado grandes para su pequeña cara, se colgó de mi brazo y me miró.
—¡Hola! —Soy Veda, ¿y tú quién eres?
—Me llamo Markus.
—Ahh, Maarku. Ese hombre es Mika, y esos chicos, em, esos chicos no m'acuerdo.
Sí, ya sé que te he hablado de Mika alguna vez ya. Allí fue donde lo conocí. Aún no tenía ni idea de que pronto acabaríamos siendo buenos amigos.
Se le daba bien enseñar, enseguida me había mostrado la técnica primero con una, luego con dos, y luego con tres bolas. Con dos me salía bien después de probar un rato, pero con la tercera me liaba todavía y se me caían. Mi nuevo maestro me miró y me dijo que no me preocupara y que no me costaría mucho aprender si practicaba un par de días con solo dos bolas hasta haber interiorizado la técnica. Me sentía un poco ridículo haciéndolo, sobre todo porque Veda y los otros dos chicos no paraban de reírse. A pesar de ello supuse que tendría razón. Aun así, le devolví sus bolas, estaba bastante cansado del viaje ya. Me volví a acercar al fuego. Noah seguía conversando con la misma mujer de antes. Poco más tarde fui a buscar mi saco de dormir al coche y traté de conciliar el sueño.
Al día siguiente me quedé tumbado hasta tarde, a pesar de que llevaba despierto un buen rato. El saco vacío de Noah estaba tumbado al lado del mío. Debió haber aparecido en algún momento de la noche, pero se había levantado temprano.
Cuando el sol comenzó a incidir directamente sobre mí, decidí que había llegado la hora de cambiarme de sitio. Me incorporé y me froté los ojos. Se escucharon gritos lejanos que parecían provenir de varias voces. Foodcircle comprendí que decían. Deduje que estaban llamando para que la gente se reuniera a desayunar. Me levanté y me dirigí en la dirección de la que provenía el sonido.
Había bastante gente sentada ya alrededor de un gran mantel extendido cerca del montón de cenizas de la fogata del día anterior. Sobre él había esparcidos gran diversidad de verduras, diversos germinados, frutas y frutos secos como nueces, avellanas y tomates disecados.
No pude ver a Noah por ningún lado, en cambio sí que estaba Mika. Dado que era el único con el que había hablado por el momento, me senté a su lado. Me presentó a la gente que nos rodeaba, dos chicas francesas llamadas Amelie y Marie, un chico austriaco llamado Stephan y un hombre italiano de unos cuarenta años al que llamaban Beppo y con el que enseguida se enfrascó en una conversación. Por lo visto ambos habían visto bastante mundo. Beppo contó que había dado la vuelta al mundo en autostop. Me parecía demasiado increíble para ser cierto, pero dado que contaba anécdotas de un montón de lugares, igual sí que lo era. Mika contó sus experiencias recorriendo Sudamérica en bici como payaso y malabarista errante. Yo comencé a hablar con Stephan, sorprendido por encontrar un paisano. Nos contó que era profesor de acroyoga, una disciplina que mezcla técnicas de yoga con diversas acrobacias entre dos personas en las que una hace de base y se tumba de espaldas con los pies y brazos apuntando hacia el cielo para que la otra pueda hacer diversas posturas suspendida en el aire encima de ellos. Además, nos dijo que esa misma tarde iba a dar un taller y nos invitó a participar. Nos interesó a casi todos. Mika dijo que se apuntaría al igual que yo.
Después de la comida dos chicas con rastas se levantaron y comenzaron a dar vueltas entre nosotros cantando y bailando mientras sostenían un sombrero. Magic hat lo llamaban. Todos los comensales echaron unas monedas o unos billetes dentro, por ello los imité.
Cuando ambas chicas se retiraron, todos nos sentamos en círculo.
—¿Qué van a hacer? —pregunté a Stephan en voz baja.
—Van a hacer un talkingcircle, ya verás.
Descubrí que Noah estaba sentado justo enfrente de mí, entre la mujer del día anterior y un hombre con rastas larguísimas que le llegaban casi hasta las rodillas. Ni me había enterado en qué momento habían aparecido. Éramos unas ochenta personas allí sentadas, el círculo era ancho. Unos tenían rastas; otros, el pelo corto; unos llevaban camisetas; otros, pareos coloridos; otros iban desnudos. Formábamos un grupo de lo más variopinto.
Alguien sacó un pedazo de madera pintada de alguna parte y lo llevó al círculo.
—Ese es el talkingstick —me susurró Stephan—. La idea es que solo puede hablar el que lo tiene en la mano y todos los demás escuchan. Luego va circulando.
Un chico alto, moreno y con la cara chupada cogió el palo. Lo elevó hacia el cielo, murmuró algo, golpeó la tierra, luego lo besó y comenzó a hablar.
—Hermanos y hermanas, quería hablar de algo de lo que estuvimos hablando ayer con algunos hermanos.
—Please! Can someone translate what he is saying? —exclamó alguien del público—. Not everybody here understands spanish.
El chico del palo puso mala cara por la interrupción, una mujer mayor se ofreció como intérprete voluntaria.
—¿Puedo seguir?
—Sí, sí.
—Hermanos, queríamos proponer que se permita fumar marihuana, por lo menos en el aparcamiento. La marihuana es una planta sagrada, no es una droga. Es buena para la salud, cura el cáncer, no crea adicción y es un regalo de la naturaleza para que podamos comunicarnos con otros planos.
Algunas caras del público se iluminaron, pero también se escucharon muchos murmullos disconformes que parecían formar una amplia mayoría.
—También queríamos proponer que se pueda crear un círculo aparte para la gente a la que les gusta comer cocinado. Porque hay muchos hermanos que no vienen aquí a este rainbow porque aquí se sienten discriminados. —Se volvieron a escuchar murmullos disconformes—. Por favor considerémoslo bien.
Un hombre sentado a la derecha del primero cogió el palo. Después de ejecutar un ritual completamente diferente al del primero, empezó a hablar a su vez.
—Rainbow es unión, si comenzamos a hacer diferentes círculos se rompe la unión. —Gran parte de los reunidos aplaudió, el primer hombre que había hablado sacudió la cabeza, pero el otro lo ignoró y siguió hablando—. Todos sabemos que ni siquiera en los rainbows de sanación normales se permite fumar. El que llega aquí sabe que llega para desintoxicarse y a estar en comunión con la naturaleza. Abrir su cuerpo a la limpieza de comer crudo. Hay muchos rainbows donde se come cocinado, nadie obliga a nadie a venir a uno crudívoro. Yo creo que deberíamos seguir con lo que se propuso desde el primer momento.
El siguiente hombre cogió el palo y comentó algo sobre que la gente no hiciera fuegos, aparte del principal, por el peligro a causar un incendio. Vi como Noah abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar y recorrió con la mirada la gente que todavía faltaba hasta que el palo le llegara a él. Conociendo las ansias de hablar que tenía siempre, debía estar pasando un mal rato por la espera. Yo temía lo contrario. Me aterraba hablar en público y no tenía ni idea sobre qué podría decir. El palo avanzaba lento e inexpugnable en mi dirección. Se empezó a formar un nudo en mi estómago que según seguía avanzando el palo crecía más y más. Ya ni siquiera era capaz de concentrarme en las frases o palabras concretas que escuchaba, solo fui consciente de que el debate parecía acalorarse. Antes de poder tranquilizarme, Stephan había pasado el palo a mis manos.
Un pedazo de raíz torcida rodeado de hilos de colores extravagantes y plumas de cuervo amenazaba con dejarme en ridículo. Quise decir algo, al menos presentarme. Levanté la vista. Me di cuenta de que los ochenta pares de ojos que me rodeaban estaban clavados en mí. No fui capaz de decir palabra. El silencio cayó como una losa sobre una tumba. Hasta se escuchaban los zumbidos de las moscas que volaban sobre los restos de la comida. Se me ocurrió inclinar mi frente y apoyarla en el palo. Cosas más raras habían hecho otros. Después entregué el peso de la palabra al siguiente de la ronda. Beppo, el italiano que había dado la vuelta al mundo. Unos segundos eternos más tarde, comenzó a hablar.
—Amigos, este chico es un sabio. Quiere decirnos que no tiene sentido seguir discutiendo sin llegar a ninguno parte. Es mejor escuchar. —Tardé un rato en darme cuenta de que se refería a mí, no me lo podía creer—. Ya empieza a apretar el sol y se me está durmiendo el culo. Creo que será mejor irnos a dar un baño al río y seguir hablando en otro momento.
La mayoría estuvo de acuerdo y pronto todos se levantaron. No sabía cómo darle las gracias a Beppo. Me había sentido muerto, pero acababa de renacer.
Una hora más tarde bajé hacia la zona en la que decían que se impartían los talleres. Era una pradera bastante plana al lado de una charca en la que algunos se estaban bañando. No veía a Mika por ninguna parte, pero supuse que no tardaría en bajar.
Después de unos primeros ejercicios de estiramientos para calentar, Stephan nos indicó que nos pusiéramos por parejas de estatura parecida. Enseguida estuvieron formadas, aunque yo seguía estando solo. Vi por el rabillo del ojo que Mika, Marie, Amelie y dos chicas más que aún no conocía estaban bajando la cuesta y suspiré aliviado. Noté como alguien me tocaba en el hombro. Me giré y vi que era la chica morena que había estado mirándome el día anterior mientras tocaba el tambor.
—¡Hola! ¿Nos ponemos juntos? —me preguntó.
—Lo siento, estoy esperando a alguien. —No sé por qué dije eso. Me sentía un poco inseguro al lado de esa chica, como cuando alguien invade tu espacio personal sin ser invitado. Esperaba colocarme con alguno de los recién llegados.
Pero solo Mika y Amelie se unieron al taller, las otras tres chicas fueron a darse un baño a la charca. Seguía estando solo cuando la chica morena se acercó a Stephan refunfuñando para decirle que no tenía pareja. Parecía bastante molesta.
—Colócate con Markus, es ese chico de allí —le recomendó Stephan señalándome.
La morena me lanzó una mirada sombría.
—Es que no quiere...
—Sí, sí quiero, perdona. Estaba esperando a alguien, pero no ha venido —me excusé para intentar evitar que la situación se volviera aún más embarazosa. Sentí muchos ojos mirándome. Por un instante quise que se me tragara la tierra, respiré hondo hasta que se me pasó.
Para mi sorpresa la chica morena era bastante ágil. Debía ser unos años mayor que yo. Cada vez me parecía más guapa, tal vez porque empezó a sonreírme. Tenía la piel fina y oscura, y su pelo y ojos eran tan negros como me habían parecido por la noche. Lo único que rompía la armonía de su expresión era una larga cicatriz en forma de ele sobre una mejilla que se notaba todavía porque en ese sitio su piel era más clara. En un principio había pensado que era extranjera, de la India o algún país así. Al darme cuenta de que hablaba español con acento andaluz, supuse que igual en vez de eso tendría algo de sangre gitana. Poco a poco su gesto sombrío se volvió a iluminar.
Dado que yo era algo más alto y pesado que ella, me tocó hacer de base casitodo el rato. Al terminar la clase tenía las piernas bastante cansadas. No erael único al que le pasaba eso, juzgando por lo que comentaban los demás.Stephan nos hizo darnos masajes con nuestras parejas para relajar los músculos.La morena era bastante buena dándolos, aunque se detuvo por un tiempo exagerado masajeándome los glúteos. Se excusaba diciendo que los tenía especialmente tensos.
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