19- Sombrillas
El cielo tiembla. Pego un respingo. ¡Plic! Algo húmedo impacta contra mi frente. El cielo vuelve a retumbar. Se escucha una bocina. ¡Plic! Espera, sigo bajo el puente, creo que lo que suena son los vehículos que pasan sobre él. ¡Plic! Me aparto de las gotas molestas. Observo como la humedad se acumula y se escurre bajo los laterales metálicos del puente hasta que la gravedad la vence y cae justo a mi lado. El resto del terreno se ha mantenido seco. Aún estoy en penumbras, poco a poco la noche se va aclarando.
Desayuno frutos secos y un par de melocotones de los que me regalaron ayer. Están tan jugosos que me pringan toda la barbilla al morderlos. Me restriego la manga de mi camisa por la cara, pero solo logro que el zumo pegajoso se extienda aún más.
El agua del río está turbia y sigo distinguiendo trozos de plástico entre la espuma grisácea que flota sobre ella. Paso de lavarme allí.
La lluvia cesa y se empiezan a distinguir los primeros edificios a lo lejos. Han dejado de pasar coches.
Me cargo mi mochila a los hombros, quiero salir pronto y coger el primer autobús de la mañana con dirección a la frontera. Supongo que te imaginarás que no quiero volver a encontrarme con el tipo de los tatuajes de ayer. Creo que cuando te pasa algo así y no se te ha perdido nada dónde estás, lo mejor es que te alejes cuanto antes.
Vuelvo a pasar por el parque y me lavo la cara en la fuente. Tengo mucho mejor aspecto. Mis labios ya no están casi hinchados y el pequeño corte apenas se nota. Creo que, si no te fijaras, pasaría completamente por alto.
Un Renault Clío rojo pasa por la calle contigua a paso lento. En él viajan cuatro personas con chaquetas de cuero y el pelo corto, casi rapado. Me oculto tras el tronco de un árbol por instinto. Uno de ellos es el idiota de ayer. Objetos largos tapados con toallas se asoman por la ventana trasera del coche. ¿Crees que serán bates de béisbol o algo así? No puedo verlo bien. Por suerte pasan de largo, creo que se dirigen al lugar en el que me enfrenté con aquel chico.
Sin saberlo se han interpuesto en mi camino a la estación. Tengo que dar un rodeo. Intento actuar normal por si hay más de ellos por los alrededores. ¿Dónde rayos me he metido?
Me coloco mi gorro de lana para tapar mi pelo rubio oscuro. Aunque estemos en verano, hace fresco a estas horas de la mañana tras la lluvia. No creo que levante sospechas. Me cambié de ropa antes de salir de debajo del puente, si me cruzo con alguno de ellos que no sea el chico de ayer, no creo que me reconozcan. Al fin y al cabo, ninguno de los otros me ha visto en su vida.
Vuelvo atrás y subo un tramo de la carretera a lo largo del río para coger una calle paralela hacia la parada de autobús. Mi sentido de la orientación suele ser bueno. Cuando llevas tiempo viajando, acabas aprendiendo a guiarte por el sol y las estrellas. Si están ocultos, tomas otras referencias. Siempre hay algo, ríos, edificios altos y llamativos, montañas. Al final te orientas sin siquiera pensar en ello.
El tañer de unas campanas retumba por las calles. Cuento hasta ocho. Si no recuerdo mal el primer autobús sale a las 8:30, tengo tiempo de sobra.
Estoy a la altura del semáforo de la calle paralela a la de la estación. Delante de mí hay un hombre rubio con chaqueta de cuero. Se gira y me dedica una mirada ausente. Reprimo un suspiro de alivio al darme cuenta de que no es el chico de ayer. Tengo que relajarme o acabaré llamando la atención. Paso al lado del hombre tratando de actuar como un simple turista por si es uno de ellos. Vuelve a girarse hacia la calle del semáforo. Por suerte el puto nazi de ayer no me ha visto con mi mochila, hubiera sido fácil reconocerme por ese hecho.
Por fin he llegado a la estación. Son las 8:20. Aparece una pareja de ancianos, luego un par de jóvenes, poco a poco esto se va llenando. Creo que salen varios autobuses a la misma hora, espero no equivocarme.
—Voy a tomarme un café —declara el anciano. Hace ademán de incorporarse, su mujer le agarra del brazo.
—¡Ernesto, no! ¡Ya está llegando el bus! —Tiene una voz aguda y penetrante.
El hombre refunfuña algo entre dientes. Sonrío, españoles... Lo más fácil será seguirles, supongo que se dirigirán a la frontera al igual que yo.
Soy el primero en subirme al autobús. Tomo asiento en la parte trasera.
Salimos al tráfico unos minutos después, puedo ver al chico de ayer a través del cristal junto a un par de sus colegas. También me ha visto. Me señala con el dedo y empieza a gesticular con grandes aspavientos. Le hago un corte de mangas. Algunos pasajeros me miran extrañados.
Los tres chicos se alejan corriendo. ¿Crees que irán a buscar su coche? ¿Llegarán al extremo de seguir al autobús hasta esperar a que me baje? ¡Mierda!
No vuelvo a verlos. Han salido tres autobuses iguales a la vez. Tal vez no se han fijado en la matrícula y se han confundido. Espero que el chico no haga la conexión entre el hecho de que no hablaba francés con que me pudiera dirigir hacia España. Tengo que poner tierra de por medio.
Los ancianos se bajan dos paradas más adelante, al final no iban a la frontera, pero estoy en el autobús correcto.
Vamos por una carretera secundaria que marcha paralela a una autopista. Llegamos hasta el final de trayecto, un pueblecito llamado Le Perthus que está situado justo antes de la frontera. No hay ni rastro del Renault de los radicales.
Me ha llevado un buen rato comprobar que no hay líneas que conecten con el otro lado. Frustrado me dirijo al puesto fronterizo y lo paso caminando. Nadie parece fijarse en mi presencia. Cruzan bastantes coches junto a mí. Los guardias están ocupados.
Comienzo a andar a lo largo de la carretera con dirección a La Junquera. Cada vez me adelantan más coches y camionetas, pero por alguna razón ninguno hace ademán de parar. Algunos de los conductores me pitan, mientras sus pasajeros me vitorean a través de la ventana. ¡Qué extraño!
He caminado más de dos kilómetros ya. A lo lejos veo una sombrilla al lado de la carretera, justo en la entrada de un camino secundario. Tal vez sea un tenderete ambulante en el que vendan fruta o algo parecido.
Según me voy acercando me doy cuenta de que me equivocaba. Solo hay una chica en bikini sentada sobre una silla de plástico blanca, como las que te encuentras en los bares por las calles. Su mirada se cruza con la mía, luego se pierde entre los coches de la carretera, parece vacía, ausente. Echo un vistazo a los alrededores, no hay ningún río ni lago a la vista, solo polvo y hierba seca. ¿Qué rayos? ¿Alguna idea sobre qué hace esta chica aquí en medio de la nada? Debe estar mal de la cabeza. Sigo adelante.
Después de unos quinientos metros, al doblar una curva, aparece otra sombrilla similar ante mí. Bajo ella, de pie al lado de otra silla blanca, hay una chica idéntica a la de hace un rato. Creo que estoy teniendo un deja vù. ¡Ja! ¿Te lo puedes creer? Esto es surrealista.
Espera, esta chica es diferente, solo lleva la parte superior del bikini y una especie de falda o pantalón vaquero de color rojo que deja media nalga a la vista. Su larga melena azabache y lisa le cae suelta sobre los hombros. Lleva sombra de ojos y los labios pintados de rojo cereza. Me otea sin disimulo. Ahora me mata la curiosidad.
—¡Hola! —la saludo.
Me dirige una larga mirada de arriba a abajo, otra a mi mochila. Empieza a hacer muecas extrañas con la boca. Sus mejillas se estiran como dominadas por una fuerza sobrenatural y se vuelven a encoger. ¿Qué narices le pasa a esta chica?
—Perdona, no quiero molestar. —Sigue en silencio, algo rosado emerge entre sus labios y se hincha. ¡Plof!, estalla y la chica lo recoge con la lengua. Vale, solo está mascando chicle, y yo que pensaba que estaba mal de la azotea al igual que la de hace un rato. Me mira a la cara expectante. No sé muy bien qué preguntarle para no parecer atrevido—. Em... ¿Hay una zona de baño por aquí cerca o algo parecido?
—Chúpar veinte, fóllar cincuenta —suelta de repente.
—¿Qué?
Sonríe revelando dos filas de dientes blancos, grandes y bien formados, ha escondido el chicle en alguna parte. Se baja la parte superior de su bikini con una mano. Sus tetas caen con un ligero bamboleo y después vuelven a su posición firme. Tiene los pezones grandes y oscuros.
¡Mierda, son prostitutas!, igual por eso no me paraba ningún coche por aquí.
—Chico guapo —susurra. Se muerde el labio de forma exagerada—. ¿Gustan mis tetas? Chúpar veinte, fóllar cincuenta.
—¡No, no! ¡Lo siento, no quiero nada! —exclamo. La chica se acerca, doy un paso atrás. Creo que se me están subiendo los colores.
—¡Si no follas, vete! ¡Me estorbas! —Se cubre las tetas de nuevo.
Parece estar molesta por alguna razón. Sigo adelante sin volver la mirada atrás.
Antes de que La Junquera aparezca a la vista me he cruzado con varias prostitutas más, pero ninguna de ellas me dirigió más de una mirada fugaz.
Justo a la entrada del pueblo, cerca de un supermercado, me he encontrado un gran aparcamiento de camiones. Igual alguno de ellos vaya hacia Barcelona, he conocido a bastante gente que me han contado que hacían autostop preguntando a camioneros en sitios así al igual que en las gasolineras de las autovías, aunque nunca lo he intentado yo mismo. Siempre he preferido adentrarme por pequeñas carreteras comarcales. Supongo que todos tenemos una primera vez para cualquier cosa.
Abordo a los dos camioneros más cercanos.
—¡Hola! —Levantan la vista—. Perdonad, ¿por casualidad alguno de vosotros va a Barcelona?
Vuelven a bajar la vista y comentan algo entre ellos en un idioma extraño. Creo que son de Europa del este.
Como después de medio minuto siguen sin volver a mirarme, me alejo y me acerco a un camionero solitario que está sentado dentro de su camión con la puerta abierta. Resulta que va a Perpignan. ¡Ja! No quiero volver allí.
Dirigiéndome a la salida me cruzo con un último camionero más.
—¡Perdona! —Se gira—. ¿Por casualidad viajas a Barcelona?
—Verás, sí voy allá, pero es que no me van mucho los chicos —declara después de callar un buen rato.
Me echa una mirada de arriba a abajo. Por alguna razón me siento igual que cuando me oteó la prostituta de la carretera. Espera... ¿Qué dijo? ¿Que no le van los chicos? ¿Acaso insinúa que...?
—¿Cómo?
—Igual puedo hacer una excepción, salgo dentro de media hora.
—Vale, puedo esperar —contesto. No tengo intención de hacerlo, me da mala espina. En vez de eso cruzo el pueblo y sigo caminando a lo largo de la carretera hacia el siguiente.
El tercer coche al que saco el dedo ralentiza el paso, en él viajan dos chicos negros. Se paran y el acompañante baja la ventanilla.
—¡Hola! ¿Hacia dónde vais?
—Vamos a Lleida. ¿Te viene bien? —declara el conductor agachando la cabeza para poder mirarme a la cara.
No es donde había pensado ir, pero después de lo de esta mañana y lo de ayer, sigo sin estar demasiado tranquilo. Cuanto antes me aleje de la frontera mejor. Además, recuerdo haber visto bastantes plantaciones de frutales en los alrededores de Lleida. Igual es un buen sitio para encontrar algo de trabajo, aunque en cierta manera parezca como si estuviera volviendo hacia atrás.
—Me viene perfecto, ¡yo también voy allá! —exclamo antes de montarme en elasiento trasero. ¿Qué podrán saber ellos de mis pensamientos?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top