15- Decisiones
Sigo sentado sobre la parada de autobús que hay en la cima del puerto. Es un sitio estratégico, puedes ver la carretera por un largo tramo hasta que se pierde entre los pinares y prados de ambas laderas de la montaña. Hace un rato que ha amanecido, pero aún no ha pasado ningún coche ni mucho menos un autobús. No sé, estoy dudando si de verdad pueda haber una línea que pase por un sitio tan perdido como este. La única señal de que hay presencia humana en esta zona son los gritos y disparos lejanos de los cazadores que se escuchan de vez en cuando proviniendo del bosque. Comprenderás que sigo sin tener ganas de cruzarme con ellos.
Escucho un motor, se acerca. Salgo a la carretera para sacar el dedo. Cuando haces autostop es imprescindible que te vean y que tengan claro lo que estás haciendo. Las medias tintas no te llevan a ninguna parte. Un Opel gris se acerca poco a poco, el conductor me mira entreabriendo la boca. Empieza a reducir la velocidad. Ha llegado a mi altura. Me giro para agarrar mi mochila y escucho como un motor aúlla a mis espaldas y el coche pasa de largo. ¡Será...! Aprieto los puños y vuelvo a encaminarme hacia la parada. Prefiero esperar sentado, no siempre tienes ganas de andar. Suena un claxon. Giro la cabeza y veo un pequeño utilitario azul proviniendo de la dirección contraria. No me había dado cuenta de su llegada por haberme fijado en el otro coche. Acelero el paso para que no tenga que esperar.
—English, Deutsch? ¿español? —le pregunto a la conductora; una mujer mayor, rellenita, con el pelo teñido de rubio y con cara de no haber roto nunca un plato.
—¡Hola! Sí, hablo español. —Estoy sorprendido, no me lo esperaba—. ¿Hacia dónde vas?
Buena pregunta. ¿Hacia dónde voy? Hasta ayer había tenido un destino al cual quería llegar, pero ahora no lo tengo muy claro. Necesito llegar a un cibercafé y dudo que haya uno por estos pequeños pueblos de montaña.
—Voy a Perpignan —Creo recordar haber visto en el mapa que es la ciudad más cercana.
—Yo solo voy a Prades, está en la misma dirección, te puedo llevar hasta allí.
—Vale, ¡muchas gracias!
Acomodo mi mochila en el asiento trasero y me siento delante. Es un coche pequeño y bastante incómodo; apenas tengo espacio para estirar las piernas, pero no pienso quejarme. Volvemos a la carretera
—Y bueno, ¿de qué parte de España eres? —me pregunta la señora después de haber pasado un rato rodando en silencio. Circula bastante rápida, me estoy mareando un poco con las curvas.
—Pues en realidad nací en Austria, aunque he vivido un montón de años en Extremadura. ¿Y tú? ¿Cómo es que hablas español?
Los pinares vuelven a dar paso a bosques mixtos, veo bastantes hayas y algún roble. Nos estamos acercando a un pequeño pueblo de casas de piedra techadas con tejas rojas de barro.
—¡Qué bien! —contesta la mujer sin quitar la vista de la carretera. Por suerte aminora la velocidad al llegar al pueblo—. Yo trabajaba en Madrid para una agencia de viajes, por eso hablo español. Ahora que estoy jubilada me he vuelto a Francia. En España hace mucho calor. —Me mira y sonríe revelando una dentadura perfecta. Creo que es postiza.
—Cierto —confirmo. También esbozo una sonrisa para no quedar mal—. Aquí hace una temperatura ideal y además la zona es preciosa.
—¡Gracias! Vienen muchos turistas a ver las montañas, igual que tú. Y en invierno son más todavía, vienen a esquiar. —Odio cuando te tratan como turista. No lo soy, pero paso de corregirla—. Te dejaré en la estación de autobús en Prades. Hay una oferta de verano por la cual el billete hacia cualquier parte de la región solo vale 1,40 Euros. Te saldrá barato.
Mira, te sueles enterar de cosas útiles cuando menos te lo esperas. Por ese precio me puedo ahorrar la caminata que implica hacer autostop algunas veces.
—¡Qué bien! ¿Ya llegamos o qué?
—¡No, no! Todavía falta un buen trecho.
Prades resulta ser bastante grande. La mayoría de las casas son parecidas a las de los pueblos anteriores, pero salpicadas al azar entre ellas hay algunas construcciones más modernas que están revocadas y pintadas de tonos claros. Pasamos al lado de un par de chalés con piscina y subimos por una cuesta empinada. Puedo ver un autobús salir a lo lejos. ¡Tarde por un pelo!
Consulto los horarios después de despedirme de la señora. Todavía faltan unas dos horas para que llegue el próximo autobús. Tengo tiempo para dar una vuelta.
El pueblo no está tan limpio como parecía desde el coche, hay bastantes colillas tiradas por el suelo. Después del aire puro con olor a pino de las montañas, todos los olores mundanos resultan el doble de intensos. Una nube putrefacta que huele a amoniaco y huevos podridos emana desde un cubo de basura situado en un callejón. Un gato negro y escuálido me observa desde allá. Me quedo embobado mirando una mancha verdosa pegada en la pared a su lado, creo que es un chicle.
Giro la cabeza asqueado y descubro el anuncio de un cibercafé unas cuantas calles más abajo. ¡Genial! Ni siquiera hace falta llegar a Perpignan.
El negocio resulta ser un tugurio bastante oscuro. Aguardo un par de segundos hasta que mis ojos se acostumbran a la escasa luz que entra por las pequeñas ventanas. La dueña del establecimiento me observa, es una señora bajita bastante entrada en carnes. Creo que es sudamericana, pero quién sabe. Dice algo en francés. Me fijo en los precios del cartel y pago una hora. Señala a uno de los ordenadores del fondo. Hay ocho en total. Me siento al lado de una chica joven con unos cascos enormes de música puestos. Apenas levanta la mirada y después se pierde de nuevo en su pantalla. Prendo mi ordenador. Tarda una eternidad en cargar. Casi diez minutos después por fin comienzo a navegar.
Sin darme cuenta cómo he llegado a una página que anuncia un extraño aparato llamado Jess Extender. Parece que sirve para estirar algo, a saber qué. ¡Uy espera! Sirve para elongar la po... Nervioso miro a mi alrededor e intento cerrar la página a toda prisa. La chica de los cascos me sonríe.
¡No! No te rías de mí tú también. No me digas que nunca te ha pasado nada parecido, ¡ja! Seguro que más de una vez comenzaste buscando información para la tarea del colegio, música gratuita, billetes baratos de avión o libros gratis que leer. Luego diste clic en algo que te llamó la atención; sea el anuncio del último móvil de turno, sea un artículo de actualidad, sea la foto de un chico guapo, o de una chica; y sin saber cómo, acabaste en una página porno o instalándote un virus en el ordenador. ¡Ja! ¡A mí no me engañas!
El reloj de la parte baja de la pantalla me recuerda que he malgastado veinte minutos ya con la tontería. Tengo que volver a lo mío.
Busco la página en la que había visto anunciado el rainbow. Describen lo mismo que ya sabía, que se celebra entre finales de junio y principios de julio en el lugar por el que pasé ayer. Hasta habla del puerto con la parada de autobús. ¿Te lo puedes creer? Por curiosidad me fijo en la fecha de publicación del artículo: abril del año pasado.
¡Mierda! He llegado un año tarde. ¿Cómo no me di cuenta antes de ese detalle? ¿Y ahora qué? ¡Mierda!
Contemplo la pantalla luminosa sin saber qué hacer por un rato. Siempre se puede buscar de nuevo, ¿no crees? Vuelvo a introducir «Encuentro Rainbow» en el buscador para comprobar si hay otro que se celebre este mismo año. Lo hay, pero está a punto de terminar y se halla en el norte de Francia cerca de la frontera con Bélgica, no tengo tiempo para llegar hasta allá.
Me quedan quince minutos. Abro mi cuenta de Facebook. La lucecita roja revela que tengo dos mensajes sin leer. El primero es de Mika, el otro es de..., un pequeño escalofrío recorre mi espalda, el otro es de ella. Una chica de mi pueblo, una antigua compañera de clases de danza aérea. ¡Qué sorpresa! Hace mil que no me escribe nada. ¡Se ha acordado de mí! Recuerdo su sonrisa perfecta y su larga melena recogida en una trenza. «¡Es una zorra!», exclama una voz carrasposa.
—¡No, no lo es!
La cabeza de la chica de los cascos se ha girado hacia mí de golpe, me mira con los ojos muy abiertos y los hombros encogidos. Nos interrumpe la dueña regañándome en francés. Señala un cartel con la caricatura de un hombre tapándose los labios con un dedo.
—Perdonad —susurro de forma apenas perceptible. No creo que nadie me haya oído, mucho menos el dueño de la voz carrasposa que escuché en mi cabeza. Solo era un recuerdo, aunque se sintió muy real para mí.
Agacho la cabeza y me vuelvo a centrar en la pantalla. Me tiemblan las manos. No sé si quiero leer el mensaje. Si lo abro sabrá que lo he visto, pero no aguanto la tentación de hacerlo.
«¡¡Holiii!!! ¿Qué tal? ¿Estás en Extremadura? Hace días que no te veo...»
No es muy largo, pero supongo que el hecho de que me escriba ya es noticia de por sí. Ha notado mi ausencia, se acuerda de mí. Igual estoy desvariando, tampoco tiene por qué significar nada más, ¿o tal vez sí?
¿Y qué le respondo? Mis manos vuelan solas.
«¡Hola! ¡Muy bien! Pues estoy fuera... ¿Tú qué tal?».
No me digas que es cutre, ya está enviado. No sé qué más puedo decirle, chatear no es lo mío. Ya me volverá a responder si de verdad quiere hablar conmigo.
El mensaje de Mika resulta ser un largo relato en el que cuenta sus últimas peripecias viajando. Lo hojeo por encima, pues me queda poco tiempo. Parece que por fin ha vuelto a Argentina donde piensa crear una ecoaldea; una comunidad de personas que viva en el campo con la intención de ser autosuficientes y que además sea una escuela de circo en algún lugar de los Andes cerca de Bolivia. Me invita a participar. Está guay la idea; pero si quiero llegar hasta allí, necesito ganar pasta para poder pagarme un pasaje. Estoy en las mismas.
Hablando de Mika me acuerdo de que una vez me ha contado algo sobre una especie de circo, llamado La Makabra, que se encuentra de ocupa en una nave en medio de Barcelona. Igual puede ser un buen sitio para hacer contactos y encontrar trabajo o, en caso contrario, al menos un lugar en el que aprender algo nuevo y mejorar mis habilidades como trapecista y malabarista. Me quedan dos minutos. Busco el sitio por Internet a toda prisa y me anoto la dirección. La pantalla se bloquea.
Estiro mis brazos y me levanto. Cargo mi mochila a mis hombros. Pasodelante de la sudamericana que vuelve a decirme algo incomprensible. Salgo dellocal sin responderle nada y regreso a la parada de autobús. El camino parallegar a Barcelona igualmente pasa por Perpignan.
¿Qué os parecen los personajes y el desarrollo de la trama de esta historia? ¿Os sentís identificados con alguna cosa? ¿Os va gustando la obra? ¡Muchas gracias por leerme!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top