12- La visita
Saco un par de mantas del armario y me tumbo sobre uno de los colchones de la cabaña. ¡Está blando de la leche! Cuando llevas días durmiendo sobre el suelo, cualquier cosa te parece plumón de ganso. Suspiro de placer. No tengo mucho sueño después de dormir durante media mañana. Igual te puedo contar algo más sobre mi adolescencia.
Recuerdo un día, unos meses después de que nos hubiéramos mudado a nuestra finca nueva, en el que estaba en casa de Arno ayudándole con un nuevo proyecto suyo. El hombre quería construir un molino de viento para generar electricidad aprovechando diversas piezas de reciclaje que había ido recopilando.
Umberto se había vuelto a vivir a Italia, a veces lo echaba de menos, pero con Arno había encontrado un nuevo mejor amigo. Era una persona muy interesante, siempre tenía algún proyecto loco en mente con el cual experimentar y sabía un montón sobre casi cualquier oficio práctico, desde informática hasta albañilería pasando por fontanería, mecánica y carpintería. Además, desde que empezó a relacionarse con mi familia, había redescubierto su pasión por la agricultura y estaba encantado de que le quisiera ayudar con su huerto y a plantar su finca de árboles frutales. Siempre tenía un sitio preparado, en una caseta que se había construido, por si me quería quedar a dormir. A veces me pasaba semanas enteras con él; pues en mi casa, con mi familia, me acababa agobiando.
No me malinterpretes, no es que me llevara mal con ellos, me encantaba el entusiasmo con el que estaban descubriendo y transformando la finca. Un ejército de hormigas laboriosas les hubiera envidiado. Mis hermanos y mi madre plantaban huertos y árboles, ampliaban poco a poco las construcciones y habían descubierto nuevas aficiones como la talla en madera o la alfarería. Yo participaba en todo encantado, las cosas que me agobiaban eran otras; por ejemplo, que debido al jaleo que había todo el rato en nuestra pequeña casa me costaba mucho concentrarme en mis estudios. Estaba en último año de secundaria y, a pesar de que estudiara a distancia, al menos quería acabarla como era debido. Siempre había sido un buen estudiante y no quería bajar la nota justo al final.
Además, en cierta manera en casa me sentía limitado en otros aspectos. No me juzgaban abiertamente; pero cada vez que hacía o decía algo que no encajaba con la forma de pensar de mi madre, cambiaba su estado de ánimo y yo sentía un reproche silencioso que me ahogaba por dentro, como uno de esos nudos en el estómago que no te dejan respirar con normalidad. Por alguna razón mi madre todavía mantenía ciertas costumbres del «Culto» y había adquirido otros nuevos prejuicios y manías.
Por ejemplo, tenía una visión muy limitada y tradicional de ver el amor y el sexo. Consideraba que solo se debería demostrar afecto o tener relaciones cuando había expectativas de que fuera algo para toda la vida. ¿Te lo puedes creer?
Te podrás imaginar que yo con mis hormonas de adolescente tenía otra opinión muy diferente sobre el asunto. Quería descubrir el mundo de las relaciones y de la atracción a mi manera sin tener que sentirme atado, creo que en el fondo no era muy diferente de casi cualquier otro adolescente a esa edad.
Te confesaré algo. Un día me encontré por casualidad en el río con aquella chica que me gustaba. Sí, la de los ojos chocolate un año menor que yo. La descubrí nadando en una de las muchas pozas profundas de las gargantas que bajan de las montañas de la sierra de Gredos. No tenía ni idea de qué hacía allí sola. Me quedé mirando unos instantes anonadado.
—¡Ey! Markus —me saludó al darse cuenta de mi presencia. No tenía ni idea de que sabía mi nombre—. Anda tío, ven y date un chapuzón.
Me dedicó una sonrisa deslumbrante. Algo indeciso aún, me desvestí y le hice caso. Sentí un impulso de echarme para atrás al notar el frescor con el que el agua se cerraba sobre mi torso, pero enseguida me acostumbré. La chica tomo un sorbo y lo sopló hacia arriba entre risas. El chorro cruzó el aire delante de ella dibujando una parábola que reflejaba la luz del sol en toda la gama del arco iris. Comenzó a nadar de espaldas y la seguí. Al final nos sentamos sobre una de las muchas rocas grisáceas de granito, que forman el lecho de la garganta, para tomar el sol.
—Hace tiempo que no te veo por el insti —observó. Se giró hacia mí y comenzó a contemplarme—. ¿Te has ido a estudiar a otro?
—La verdad es que no, estudio desde casa, a distancia.
—Ay, ¡qué guay! Así al menos te libras de los niñatos estúpidos.
—¿Niñatos?
—Sí, perdona, estoy mosqueada. Son estúpidos. ¿Vale?
—Vale... —No tenía ni idea a qué venía el comentario. La chica se rio y volvió a sumergirse dentro del agua. Salió justo a mi lado y se tumbó tiritando.
—Tía, te quedarás helada.
—No creo, ya verás que enseguida me caliento otra vez —replicó, pero se pegó más a mí como huyendo del frío—. ¿Sabes? Siempre me has parecido curioso. Eres diferente.
—Ya...
Sin pensar en nada recorrí la pequeña distancia que separaba nuestras cabezas y le di un pico en la boca. La chica retrocedió en un primer instante, luego me atrajo hacia ella y me plantó un beso profundo sobre los labios. Nuestras lenguas chocaron, un sabor agrio y seco invadió mi boca. Pensé en un cenicero. Tabaco, quise retirarme asqueado por instinto, pero me contuve. Creo que la chica se dio cuenta.
Fue la primera vez que besaba a alguien. Sí, un poco mierda, ya lo sé. Espero que la tuya haya sido mejor. Después de aquello me crucé un par de veces con esa misma chica por el pueblo, no volvimos a hablar. Notaba como me perseguía con la mirada, pero no quería que fuera a más. Ya no me gustaba tanto. De repente me pareció una chica muy normal y bastante aburrida. O quizá fuera el tabaco, no lo sé. De todas formas, nunca hubiera sido capaz de contárselo a mi madre.
Lo siento, me he desviado del tema. Estábamos hablando sobre mi madre. Debes saber que además de lo que yo consideraba prejuicios en cuanto a las relaciones, tenía muchos más. Entre ellos una aversión absoluta hacia cualquier aparato electrónico ya fueran móviles, televisiones, microondas; a la ropa sintética y a ciertos productos de limpieza.
También tenía una tendencia a adoptar dietas nuevas para toda la familia que iba descubriendo en alguno de los muchos libros sobre alimentación que le encantaban y que en general me parecían absurdos. A veces se trataba de no mezclar ciertos alimentos en la misma comida, otras había que prescindir de algunos en concreto porque según alguna doctrina oriental «calentaban» o «enfriaban» el cuerpo y teníamos que diseñar nuestra alimentación según nuestro metabolismo particular o condición física del momento. Durante algún tiempo incluso llegamos a comer varios hermanos platos diferentes en la misma mesa. Me parecía un trabajo extra ridículo, pero no te puedes imaginar lo difícil que es tratar de convencer a mi madre de lo contrario cuando se empeña en algo.
De alguna manera me sentía controlado en casa. No es que hubiera prohibiciones explícitas; pero, cada vez que hacía algo fuera de la tendencia general que habían adoptado tanto mi madre como mis hermanos, me sentía juzgado. Por eso aprovechaba cualquier rato libre que tenía para visitar a Arno, con él me sentía más libre de ser yo. Además, también satisfacía mi sed de aprender sobre cosas que desconocía.
Ya casi habíamos acabado de montar las hélices del futuro molino de viento sobre un viejo palier de Renault 4, yo medía y cortaba chapas de metal con una radial y Arno las soldaba, cuando de repente se escucharon pasos y mis hermanos Timoteo e Ismael surgieron de detrás de una esquina de la caseta en la que nos encontrábamos. Respiraban fuerte, tratando de recuperar el aliento.
—¡Hola! ¿Qué os pasa?
—¡Tienes que venir a casa! Ha venido una señora a hacer preguntas y quería saber dónde estabas —soltó Ismael con una mirada de preocupación dibujada en el rostro.
—¿Qué dices? ¿Qué señora? ¿Y por qué quiere verme? —Al principio no comprendía nada. Pensé en la posibilidad de que fuera aquella chica con la que me había liado en el río. No podía imaginarme una razón por la que querría verme después de varios meses. Además, habían dicho señora, no chica.
Timoteo me sacó de dudas:
—De...decía que era una asis...asistente social o algo así, que...quequería verlo todo y nos preguntó un mon...montón de cosas.
—¿Una qué? ¿Qué tipo de cosas?
—Una asis...asis...asistente social. Quería saberlo to...to...todo, si nos gustaba vivir allí, si no preferiríamos vivir con Natanael en vez de allí, dónde dormíamos, qué solemos hacer durante el día, cómo estu...estudiamos. Mamamá le enseño la mamatrícula y el material de estudio de la escuela a disdistantancia, pero luego quiso saber dónde estabas tú y por qué no estaestabas en cacasa. —Cada vez hablaba más deprisa, me costaba seguirle entre tanto tartamudeo—. Mamamá dijo que a veces visitabas a tutus amigos y que te iríamos a buscar para que pueda hablar contigo. ¡Tietienes que venir, va a vovolver esta tarde!
Me quedé paralizado por un instante asimilando la información. ¿Tendríamos problemas con las autoridades ahora que parecía que todo nos iba más o menos bien? Solo nos faltaba eso.
—Ves con ellos, ya acabo yo. Y tranquilos, ya veréis que todo se quedará en un susto —nos interrumpió Arno. Parecía el único que seguía manteniendo cierta calma—. No os preocupéis, al fin y al cabo, no habéis cometido ningún delito.
Me volví hacia él dubitativo, se había quitado la careta de soldador hace un rato y parecía estar reflexionando.
—Alguien tiene que haberos denunciado, me pregunto por qué —añadió al cabo de un momento—. Nunca vienen porque sí.
Me quedé pensando sobre las palabras de Arno durante todo el trayecto de vuelta a nuestra finca. Me preguntaba quién sería capaz de hacernos algo así.
Nada más cruzar el arroyo y ver a mi madre me di cuenta de que estaba preocupada, aunque intentaba que no nos enteráramos de ello además de infundirnos ánimos a todos. Poco después el reflejo del coche blanco de Natanael me deslumbró desde los árboles de la ribera. Cristina y Joshua bajaron del vehículo entre saltos y risas. Supuse que venían de pasar el fin de semana con su padre. Bajé a ayudarles a cruzar su equipaje por el puente.
—¿Ya ha venido la asistente social a veros? —me preguntó Natanael después de saludarme. Por un instante creí ver una media sonrisa en su cara.
—Ha venido esta mañana, pero volverá dentro de un rato porque yo no estaba y quiere hacerme preguntas o algo así —le contesté. Había algo extraño en el ambiente. Natanael parecía más amable que de costumbre. Algo no cuadraba—. ¿Cómo sabías que iba a venir?
—Palma me lo contó, era normal que vinieran tarde o temprano, me voy ya, tengo un trabajo que acabar esta tarde.
Contemplé atónito como cruzó el puente a toda prisa, se montó en su coche y salió haciendo rechinar las ruedas sobre el barro.
—¿Le habéis contado a Natanael que la señora esa vino esta mañana? —pregunté a Timoteo cuando me crucé con él.
—No, si no le hemos visto en todo el fin de semana. ¿Y por qué deberíamos contarle nada?
En ese momento lo comprendí. Nos debió haber denunciado él. Tenía que ser algún intento extraño de arrebatarle la custodia a mi madre alegando que nos malcriaba o que no tenía medios para mantenernos.
¡Maldito canalla hipócrita! Comprendí que todos esos meses en los que parecía preocuparse y estar atento con nosotros solo habían sido una fachada, a nuestras espaldas todavía estaba maquinando cosas.
Unas horas después llegó la asistente. Aparcó un Toyota rojo al otro lado del arroyo y cruzó el puente cargando un fajo de papeles. Tenía el pelo corto, era bajita y rondaría la cincuentena de edad. Cuando me vio esbozó una sonrisa.
—Tú debes de ser Markus, ¿verdad?
—Sí.
Mi madre bajó caminando desde la casa.
—Hola.
—Bueno, dile a tu madre que podéis estar tranquilos. He podido comprobar que todos estáis sanos, que no hay descuido ni nada parecido. Además, parece que la escuela en la que estáis matriculados efectivamente es legal.
Mi madre me miró y le traduje todo lo que había dicho la señora. Todos mis hermanos observaban la escena desde lejos escondidos entre las zarzas y los helechos. Creo que la señora no se daba cuenta.
—Sí, sí, legal. No problemo, todo bien —murmuró mi madre.
—De todas formas, solo he venido en una visita ordinaria —añadió la señora.Yo sabía que no podía ser verdad, pero me lo callé. No tenía sentido preocupara mi familia más de la cuenta.
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