Escape

Estábamos en la orilla de un enorme mar, pero sin nave para surcar aquellas aguas sería imposible seguir nuestro viaje escapando de nuestro prisionero hogar. Mi primo y yo llevábamos tres días caminando, y aparte de una planta de margaritas, no encontramos ningún otro alimento respetable. ¿Qué haríamos ahora? ¿Nos daríamos por vencido?

Nos dormimos recostados en la sombra de una inmensa roca, y no nos dimos cuenta de que algo sorprendente pasaba. Al despertar miré hacia la orilla del océano y vi un gigante navío blanco. No teníamos la menor idea de cómo llegó allí, pero era nuestro único modo de conocer el mundo. Por eso nos dimos las manos y empezamos a nadar hacia él. Llegamos mojados, pero valió la pena. Éramos los únicos pasajeros. Era raramente perfecto.

¿Estaría el viento a nuestro favor? No nos importaba. Empezamos a soplar fuerte. Nada. Solo nos quedaba esperar algún marinero diestro, u otro viajero aventurero. Mientras tanto, nos quedaba soñar con palacios distantes sin tierra, con reinas y hermosas princesas de habla extranjera, ojos claros y piel blanca. ¡Sí! Seguro había un país desconocido mucho mejor que todo lo que tuvimos hasta hoy.

Y entonces una gran sombra cubrió el cielo, y como un trueno se escuchó:

—Luis, ¡ven acá afuera!

—Ya mamá.

—Te dije que no hagas barcos de papel con las hojas de tu cuaderno. Quita este barquito de este charco sucio y tíralo en la basura. Cuidado con esas hormigas que están dentro porque te pueden picar.

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