Capítulo 4: Un castigo diferente

Bebí un trago más de, aún, mi primera copa de la noche. Había dejado a Atenea en casa hacia unas tres horas atrás. A ella no le apetecía venir aquí y, sinceramente, yo estaba a punto de unirme a ella porque seguramente estaría haciendo algo muchísimo más interesante de lo que estaba haciendo yo.

Había decidido que saldría aquella noche que quizá, por el tono que había utilizado mi padre conmigo sería la última fiesta del verano. A aquellas alturas daba por supuesto que no me iría ni a Grecia ni a Alemania, conocía a mis padres y rezaba por el que no me llevasen de viaje con ellos. Pero... me reí de mí mismo y pensé que ellos no tenían tanta paciencia como para aguantarme durante todo un verano, y que ninguna bronca sería tan fuerte como para poder pararme.

Todos los presentes en la fiesta estaban más que borrachos y el ambiente, no estando en el mismo estado, no tenía ninguna gracia. Me levanté del sitio y le dije a Román que me marchaba. Él, que ya estaba con Natalia encima y en proceso de llegar a algo más, no puso objeción.

A lo lejos ví como Logan y Rubí disfrutaban de su nuevo... lo que fuese, y también como ella me miraba de reojo mientras me marchaba como cuestionándose aquello. La vi separarse de él y venir hacia aquí.

En la graduación me había fijado que Rubí tenía unos cuantos rasguños en la cara, deduje que se los había hecho cuando cayó al asfalto aquella mañana. No me interesé por preguntar qué tal estaba ni aquella mañana y tampoco pensaba hacerlo entonces. Se puso frente a mí y jugueteó con los tirantes que llevaba mientras me miraba.

Se acercó a mi oído y me dijo:

-¿Ya te has encargado de ella?

-¿Cómo dices?

-Os Vi entrar en la residencia... Juntos -Sonreí, aquello realmente era gracioso.

-¿Me viste entrar a la residencia con Atenea y lo primero que piensas es eso?

-Tampoco es que lleves a la residencia a chicas por cualquier otro motivo -sacó un cigarrillo de su bolso. Yo saqué el mechero de mi bolsillo, encendí el cigarrillo que ella había puesto entre sus labios y se lo entregué-. Me lo dejé en tu casa el otro día, ¿Verdad?

Asentí sin mucho ánimo.

-Tienes la extraña manía de dejarte cosas en mi casa.

-Es solo una excusa para volver a verte -dijo y echó humo. Arrugué la cara y decidí que lo mejor sería apartarme de ella, por lo menos aquella noche

-Ya hablaremos, Rubí -me di la vuelta y me fui.

-Espera -me tomó de antebrazo-. Encárgate de ella, así cuando vuelva con Logan...

-¿Cuándo vuelva con Logan? -pregunté con una sonrisa burlona.

-Volverán -sentenció-. No ha dejado de mencionarla y eso es de lo más absurdo -puso una mueca-. Me da asco, pero lo hace bien. Me entretendré con él durante el verano y espero que cuando vuelvas estés preparado para mí.

Se acercó más a mí y empezó a acariciarme el cuello. Me hacía cosquillas en la nuca con la yema de sus dedos y me miraba intensamente mientras le daba otra calada a ese cigarrillo de una manera bastante sensual. Me estaba provocando y lo estaba consiguiendo. La tomé de la cintura y la atraje hacia mí.

-¿Quién te dice que después del verano yo quiera algo contigo?

-Lo querrás -volvió a sentenciar-. Ninguna alemana o griega podría ser capaz de superarme.

-Seguro que sí -dije ya muy cerca de sus labios.

Dio otra calada y me miró, mojó sus labios y sonrió. Tiró su cigarrillo al cenicero que había en la mesa más cercana a dónde estábamos y entonces se lanzó a besarme ferozmente. No tuvimos que hablar mucho más, cuando nos separamos, nos marchamos juntos dejando a Logan ebrio en una silla de la discoteca mirando como nos íbamos.

•••

Rubí se fue un rato antes de que el sol saliese. Yo me había quedado en mi habitación de la residencia recogiéndolo todo. Estaba bastante cansado aquella mañana, mucho más de lo que podía soportar y no me quería imaginar que, dentro de unas horas, mis padres estarían dándome la chapa. Me debatí entre si ir o no a recibirla, después bufando y maldiciendo, decidí que tenía que ir por lo que terminé de recoger mis pertenencias de la que había sido mi casa los seis últimos años y la dejé vacía.

Bajé las cajas al coche que no debería de estar conduciendo por mi edad y me despedí del guardia de seguridad que custodiaba la escuela por la noche.

Conduje despacio y sin prisas. Agradecí no haber bebido mucho, estaba mucho mejor de lo que solía estar y si había un control de la policía, no recibiría multa. Nunca había recibido una, aun habiendo conducido borracho en un acto de lo más imprudente. Tampoco es que fuese de los que se saltan los límites de velocidad. Mi carnet lo había conseguido gracias al dinero de mis padres, por supuesto. Los dieciocho no los cumplía hasta agosto, pero un incentivo monetario fue suficiente para adelantar mi cumpleaños.

Llegué a la verja de mi casa y el guardia al que mis padres pagaban para custodiar la casa y preguntar quién venía y para qué, tan solo me vio y me dejó entrar. Asentí cómo gesto de agradecimiento y aparqué en el porche. No ví ningún otro coche por lo que di por hecho que no mis padres ni los Stallone habían llegado.

Entre en la mansión absurdamente enorme que teníamos y lo primero que hice fue entrar en la cocina a buscar algo para comer.

-Buenos días, señorito Ares -dijeron los empleados de la cocina.

-Buenos días -sonreí.

Cogí una manzana del cuenco de la cocina y como no me era suficiente encargué un desayuno monumental que llevarían a mi cuarto. ¡Dios! Qué hambriento estaba.

Subí las escaleras para meterme en mi habitación y no salir hasta que mis padres me llamasen, pero la puerta abierta de la habitación en la que Atenea estaba profundamente dormida llamó mi atención. Me apoyé en el marco de la puerta considerando que si la puerta estaba abierta, no estaba cometiendo ningún tipo de violación a su privacidad y le di un mordisco a mí manzana.

La verdad es que verla dormida era algo gratificante y gracioso a la vez. Tenía todo su cabello rizado tapándole la mitad de la cara, la boca abierta y los ojos cerrados suavemente. Aún llevaba mi ropa y el bolso en el que llevaba su ropa estaba tirado en el suelo, al lado de la cama, justo debajo de donde descansaba su mano.

Aún se me hacía raro que ella fuese una Stallone, no cabía en mi cabeza aquella posibilidad. Mis padres nunca me dijeron nada de ella, ni siquiera sabía que la hija de los Stallone estudiaba. Yo sabía de su existencia, de pequeños jugábamos y hacíamos travesuras, yo era un año mayor que ella, pero aquello nunca fue un impedimento para entendernos perfectamente y cuando la conocí, jamás pensé que tenía un año menos, ¿La pasaron un curso?

Ahora me daba cuenta de lo poco que la conocía, en los dos años que estuvo en el instituto nunca me molesté en preguntar sobre su pasado o sus planes de futuro, simplemente nos centramos en el presente, en nuestro jugueteo, nuestros retos y apuestas. Desafíos. Y ahora tenía un millón de preguntas.

Sonreí, le di otro mordisco a mí manzana y me propuse que antes de irme a Grecia (si es que al final me iba), mis preguntas serían contestadas.

•••

Ya estaban aquí, había visto su coche aparcando en la entrada, los Stallone también habían llegado. No iba a bajar a recibir a mis padres por lo que me limite a mirar por el balcón como se bajaban y a saludarles desde lejos con la cabeza. Ya me llamarían, ya los vería.

Lo que no me esperaba, es que Atenea sí que fuese a recibirlos. Se había puesto una falda roja con una camiseta de corazones bastante ancha. Fruncí el ceño extrañado. Nunca la había visto con algo que no fuese su uniforme hasta ayer y el vestido de graduación había sido bastante... Atrevido y le quedaba maravilloso, no me esperaba algo así de... ¿aniñado?

La vi sonreír a sus padres y a los míos. Los suyos no le devolvieron la sonrisa, pero sí el abrazo que les dio cómo saludo. La Vi darse la vuelta y mirar hacia el balcón. Con una sonrisa aún más amplia, me saludó. Estaba tenso por la aparición de mis padres, pero sonreí y asentí igualmente con la cabeza para saludarla.

Todos juntos entraron en la casa y yo me senté en mi sillón, agradeciendo la brisa que entraba por la ventana y movía las cortinas blancas, para esperar a que me llamase alguien del personal. Minutos más tarde unos nudillos tocaron mi puerta.

Al abrir lo primero que ví fue su moño, después su cara y lo que tenía en las manos.

-Tu ropa

-Buenos días, Atenea. Yo me encuentro muy bien, gracias por preguntar.

-Te saludé antes, dios griego, ¿Para qué hacerlo otra vez?

-Si consideras que esa es forma de decirme buenos días, estás muy equivocada. -sonreí tomando mi ropa-. Un beso y un abrazo estarían mucho mejor. Por lo menos así es como suelen darme los buenos días.

-De las chicas que se acuestan contigo, ¿Verdad? -dijo con una sonrisita-. Para mí suerte o para mí desgracia, yo no soy una de esas.

-Uh... -La miré a los ojos-. Eso lo ha sonado muy a "no lo soy, pero me gustaría".

-Sinceramente, no he dicho suerte directamente para que no te diese vergüencita.

-¿Tengo de eso?

Puso la mano en mi hombro y lo apretó un poco.

-Nop -se dio la vuelta-. Ya nos llaman.

Dejé la ropa encima de la cama para mientras y la seguí. Bajamos al salón comedor y ahí estaban nuestros padres y Hera. No tenían buen aspecto. Se notaba que habían pasado la noche en un avión que, por más cómodo que fuese, no les dejó descansar en lo absoluto. También tenían cara de estar cansados y era comprensible pues seguramente habrían tenido reuniones y conferencias, eventos y todo lo que conlleva manejar el negocio hasta altas horas de la madrugada.

Estaban consumidos por su trabajo, pero ahí estaban. Preparados para regañarnos.

-Seremos breves -dijo mi padre sin molestarse en saludarme o algo-. Lo qué habéis hecho está muy mal y nos habéis decepcionado enormemente. Nos habéis hecho ir y volver en un solo día y como comprenderéis estamos muy enfadados. Dad gracias a Morgana, por ella no os han abierto un expediente.

-¿Estáis locos? Destrozar una habitación, prender fuego a papel en un lugar cerrado, hacer que la alarma de seguridad suene... Podríais haber causado un incendio -Dijo Morgana esta vez-. No valoráis lo que hacemos por vosotros.

-Ares, no vas a ir de viaje a Grecia y menos a Alemania -sentenció mi padre-. Eres... No sabría decirte, pero no eres el hijo que creíamos que serías, Ares. Nos tienes realmente decepcionados. Fiesta, chicas, alcohol... ¿Realmente haces algo de provecho? Creo que sí no fuese por la señorita Fernández no irías a la universidad. Las tenías acumuladas.

Auch, eso dolió.

No puse objeción, simplemente me callé y lo asimilé. Ya lo esperaba, aquello no podía ir a peor.

-Atenea -la llamó su padre-, te dimos una segunda oportunidad. Estabas tan abrumada, decepcionada, lo hicimos y ahora... Esto. ¿No te fue suficiente la primera vez? Ponerte en peligro de esa manera no te sirvió para escarmentar... simplemente, demuestras que sigues siendo la niña de hace tres años. La que no tiene capacidad de saber cuándo está en peligro y cuando no. No podemos confiar en ti.

Miré atónito a Atenea, ¿qué era aquello que su padre estaba diciendo? ¿Segunda oportunidad? ¿Peligro? Ella sí tenía capacidad de saber cuándo estaba en peligro. No podían decirle aquello. Yo lo sabía, ella era más que consciente.

-Atenea -dijo ahora su madre-. Hablé con un tal señor Valle el otro día -la muchacha abrió los ojos de par en par, miró a su madre, tenía los ojos cristalizados. Estaba a punto de llorar. No entendía nada-. ¿Me lo quieres explicar o crees que ya sé suficiente? -Ella no dijo nada y su madre rio cruelmente-. Esto es increíble.

Fruncí el ceño aún más. Y las lágrimas de Atenea empezaron a caer.

-Nosotros no podemos con vosotros más -empezó a concluir mi madre- Por eso mismo hemos decidido que este verano lo pasaréis con Gloria en Ibiza. Ha estado con nosotros en China y nos ha convencido para que os mandemos este verano con ella en vez de algo mucho peor. No hay más opciones, os vais a Ibiza el viernes.

¿Qué? ¿Me podía reír ahora o mejor más tarde?

Me quedé perplejo, pestañeé un par de veces y las palabras no salieron de mi boca. Miré a Atenea qué estaba igual de perpleja, solo que un poco más... Triste y razón tenía, lo que le habían dicho sus padres no sonaba muy bien y aunque a mí tampoco me habían dicho cosas preciosas, tampoco era lo peor que decían de mí.

-No -dijo Atenea sorprendentemente tranquila y con una sonrisa-. No voy a ir a Ibiza.

-¿Cómo? -dijo su madre.

-He dicho que no. Siempre hago lo que queréis y no sirve de nada, y cuando quiero hacer algo por mí o lo utilizáis en mi contra u os regocijáis en mi desgracia si sale mal. No podéis venir y decir que os he decepcionado -soltó enfadada-. Porque para pedir hay que dar, y vosotros no sois muy ejemplares que digamos. Sois unos padres horribles.

Su madre se acercó a ella y le dio una bofetada. Joder, salté del susto.

-Cállate, Atenea. Irás a Ibiza o ¿todavía no te has dado por satisfecha haciendo lo que te ha dado la gana todos estos años?

-No iré a Ibiza -dijo haciendo énfasis en cada una de sus palabras.

Sin más se fue. Miré la puerta por la que había salido y a los mayores. ¿Qué coño acababa de pasar?

Me quedé ahí parado un buen rato y luego dediqué una de mis mejores sonrisas a los mayores.

-No vamos a Ibiza -sentencié-. NO ha sido un placer hablar con vosotros.

-Vais a ir -aseguró el padre de Atenea firme.

Yo también creía que terminaríamos yendo. Y según se me pasó el impacto, no dejé de ver ese viaje como algo positivo. Estaríamos lejos de nuestros maravillosos padres, aunque eso ya era habitual. Estaríamos con la mujer más irresponsable del planeta en una isla que era conocida por sus fiestas, por el desmadre. Nuestros padres, creía yo, simplemente no lo habían pensado bien. ¿Qué tipo de lección o castigo hay en estar el verano entero en Ibiza? Simplemente, nada. No hay castigo y tenía que hacer ver a Atenea aquello.

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