Capítulo 30: Una rutina arriesgada

Allí estaba yo. Sentado mirando como los novios partían una tarta más grande que ellos mismos y sonreían a las cámaras. De nuevo, tenía a Atenea llorando a mi lado porque, realmente, no había dejado de llorar desde que empezó la boda.

Según ella, no había ido nunca a una, pero al parecer la conmovían sobremanera. Román estaba casi igual que ella. Se estaban pasando pañuelos el uno al otro. Gracias a Dios y a Margo, esta vez Atenea tenía un maquillaje resistente a lloreras. Margo no había gozado de esa misma sabiduría.

Ahora estaba bien, claro (se había vuelto a maquillar y demás), pero hacía unas horas no se podría haber dicho lo mismo.

No podía dejar de mirarlos de reojo. Margo y Derek parecían no querer nada con el otro en aquel momento. Intentaban disfrutar de la boda, sí, pero ambos sabían que no estaban bien entre ellos.

Contextualizando, hace unos días parecían haberlo solucionado todo, pero una llamada del que manejaba todo lo de la gira (o algo así me había dicho Derek), había hecho que las cosas se precipitasen.

En resumen, Derek quería rechazarla. Margo no quería que lo hiciese. Derek harto del tema le echó en cara si es que acaso ella quería que se fuese. Margo le echó en cara que solo pensaba por su futuro y así todo los había llevado hasta el punto de haber pedido habitaciones separadas.

Aún no habían roto. No sabía si lo llegarían a hacer, pero según Derek estaban en un hilo. Uno muy muy fino. Y a mi me daba muchísima pena porque sabía lo mucho que se querían, aunque le había dado la razón a Margo.

Ella solo miraba por el bien de Derek y él tampoco podía ponerse así de enfadado porque su novia pensase por él.

Aunque la situación era realmente incómoda, si tenía que ser sincero. Era amigo de ambos y... Era difícil tenerlos contentos a los dos porque, a pesar de no haber expresado públicamente con qué bando iba, me lo ponían muy complicado.

Atenea giró la cabeza y miró en mi dirección.

-¿Tienes pañuelitos?

Ay... Pobrecita. Acaricié su pelo y asentí. Abrí el bolso que me había obligado a llevar durante toda la ceremonia y le entregué el doceavo paquete.

-Toma, morenita -ella me lo agradeció y como estaba a mi lado, se dejó caer en mi pecho. Besé su coronilla, ella unió nuestras manos y entrelazó sus dedos con los míos.

-Quiero tarta -dijo entre sollozos, haciéndome reír.

--No seas impaciente.

-Tengo velitas en el bolso -fruncí el ceño.

-¿Por qué?

-Porque es tu cumple, Aresito -miró hacia arriba a la vez que yo miraba hacia abajo y besé su nariz.

-Vas a ir celebrando mi cumpleaños por todas partes, ¿No?

-Sí.

Era impresionante todo lo que Atenea estaba haciendo por mi cumpleaños.
No sólo estaba el hecho de que me había regalado una camiseta, para mí muy significativa y traído a Román solamente para mí o la comida que había organizado en el jardín.

También estaba la forma en que lo hacía todo especial, sus pequeños detalles, su presencia. Porque aunque había una boda de por medio, ella no dejaba a un lado mi celebración. Aquel día ella se estaba esmerando en que fuese el mejor cumpleaños de mi vida y lo estaba consiguiendo.

Mi familia me había cantado, estaban allí conmigo. Tenía a mi mejor amigo, tenía a Derek y a la banda. Y sobre todo, tenía a Atenea. Estaba siendo un día insuperable.

-Te quiero -dije haciendo círculos en su muñeca.

-Y yo a ti, Aresito.

Román miró en nuestra dirección y se enjugó una lagrimita. Era un cabrón que no dejaba de burlarse de mi personalidad de enamorado. Me habría gustado verle a él loquito por alguien, a ver cómo se comportaba.

En mi defensa, he de decir que estaba coladísimo por ella, pero... Joder, ¿Quién no lo habría estado?

No dejaba de preguntarme en mi cabeza como Logan o Thor habían sido tan gilipollas como para dejar ir a Atenea, es decir... Dos dedos de frente, por favor. Si era una diosa. Una muy desordenada, extremadamente competitiva y que me sacaba la lengua cuando tenía comida en la boca, pero una diosa.

Con la otra mano empecé a acariciar su hombro.

Mientras, las fotos a los novios ya habían terminado y los camareros estaban repartiendo los trozos de tarta a cada uno de los invitados.

El salón estaba perfectamente decorado. Repleto de rosas blancas y de un rosado clarito que combinaba muy bien con las plantas que colgaban del techo.

Había luces flotando por la estancia, como si fuesen globos y en medio estaban el novio y la novia, y sus respectivas familias.

Era un ambiente de lo más acogedor.

A Atenea y a mí nos habían sentado en una mesa que se llamaba "Greece". Cada mesa tenía el nombre de un país, pero claramente, la nuestra tenía que ser Grecia.

Era redonda y los manteles tenían toques dorados. Papá y mamá estaban juntos allí y a su lado Gloria (que por cierto había estado todo el rato alerta porque al parecer uno de sus amantes había llegado a la boda y a ella se le caía la cara de vergüenza al verlo).

A Gloria la seguía Hera y junto a Hera estaba Josh. Josh que no había dejado de tirarle caña a mi hermana. Y como Hera era Hera y tenía a Firulais, le había dado calabazas de mil maneras ya y Kay se había reído todas las veces (sí, les habían sentado juntos)

A ver, que Josh era un genio y estaba ya en sus veintipico, pero no tenía posibilidades con Hera.

Después de Kay estaba Derek, a su lado yo y Atenea, luego Román. A su lado estaba Nina Simonetti, la otra entrenadora de Atenea y a la que acababa de conocer, luego, Petrari y por último Margo. Sí, Margo había decidido que quería estar lo más alejada posible de Derek.

Pero no fue eso lo que más me llamó la atención. Fueron las miradas que cruzaban ella y Román, como si ya de conociesen de antes. Y si a eso le sumábamos las que le tiraba Derek a Román... No sabía si mi amigo era consciente de dónde se estaba metiendo, pero tenía que aclarárselo pronto.

Atenea se apartó de mí y sonrió como una niña pequeña cuando el camarero le entregó su trozo de tarta. Lo agradeció y sin esperar a nadie le dio el primer mordisco.

-¡Está buenísima, Aresito! -sí, estaba hablando con la boca llena. Cogí su mentón y se la cerré con el ceño fruncido, pero sonriendo.

-La boquita cerrada cuando uno come.

Y también seguía sin entender cómo a veces era tan maleducada.

Bueno, comprendía que sus padres no habían estado presentes y lo admitiese o no, yo había contado con unos años en los que mis padres solo me daban collejas cada vez que hablaba con comida en la boca, pero... Nadie había sido capaz de corregirla y me parecía muy feo.

Aunque me hacía gracia, mucha. Y la carita que ponía cada vez que la corregía más aún.

-Come -me dijo y con su cuchara me dio a probar. Era de limón, no era mi favorito, pero me gustó-. No está mal.

-Claro, como no es tarta de queso, no te gusta -Atenea ya había terminado con su plato y, por eso, cuando vino el mío lo tomó ella-, pero más para mí.

-¡Eh! Eres una ladrona.

-Porque te he robado el corazón y todo eso... Ya lo sabía.

Y sin decir una sola palabra más, empezó a comerse mi plato en mis narices y sin ninguna vergüenza. Mi cara debió de ser todo un poema porque Román empezó a partirse de la risa.

-Has dicho que no te gustaba -se justificó ella al verme.

-No he dicho eso.

-Mmm... Yo creo que sí.

-No he dicho eso.

-Sí, sí, yo lo he escuchado claramente.

-Eres mala.

-Soy fantástica.

-Olvídate de que te pase más pañuelos en el día de hoy -Se le cayó la mandíbula de indignación e intenté aguantar la risa-. Si lloras, te limpias con el vestido.

-Pero...

-Nada. Con el vestido.

Entrecerró los ojos y sonrió de lado.

Oh no... Estaba teniendo una idea.

-¿Querías tarta? -asentí, pero prometo que me estaba cagando por dentro-. Pues toma.

No tardó ni cinco segundos en coger el último trozo de tarta de su plato y platarmelo en los labios.

Abrí muchísimo los ojos. Era... Era... Era de lo peor.

Se empezó a reír a carcajada limpia y escuché cómo el resto de la mesa la seguía.

Muy bien gente, aplaudiendo una crueldad. Me estaban haciendo bullying entre todos. Era una conspiración, seguro.

Pero no me quedé quieto. Cogí su cara entre mis manos y puse mis labios llenos de nata y crema de limón sobre los suyos.

Ahí nadie se reía, ¿Eh?

-Ares... -se quejó ella cuando nos separamos, pero se lamió los labios y sonreí.

-Toma, anda -le extendí una servilleta.

-No, no. Ahora me limpias.

-¿Con la lengua?

-¡No, tonto! -Atenea me azotó el hombro y yo me retorcí de la risa-. Con la servilleta.

Negué con la cabeza, pero lo hice. Pasé la servilleta de tela delicadamente por sus labios y mejillas, y luego planté un beso en su frente que tuve que limpiar también.

-Eres un amor cuando quieres, pero hoy has decidido ir por mal camino.

-Has empezado tú -dije limpiándome yo.

-Ya, ya...

Los demás que habían estado mirando la escena, volvieron a lo suyo en cuestión de segundos.

-¿Qué tal te lo estás pasando? -preguntó de repente.

Había apoyado su codo en la mesa y su cuerpo estaba inclinado hacia mí. Acerqué mi silla a la suya y puse mi brazo en su respaldo.

-La verdad es que muy bien. No sabía que las bodas eran tan divertidas, pero lo que ha sido el casamiento en sí se me ha hecho un poco largo.

-¿Sí? -asentí-, pues a mí me ha encantado. El intercambio de votos, lo versículos de la Biblia, el "sí quiero"... ¡La entrada de la novia! Y el novio esperándola... -suspiró y podía ver cómo soñaba despierta. Sonreí-. Me parece súper bonito.

-Bueno, tienes razón, pero quizá podrían hacerlo más corto -me asesino con la mirada-. Un poquito... Solo un pelín.

-No puedes ponerle límite de tiempo a una promesa de amor eterno, Aresito.

-Pero me dolía el culo en esas sillas -ella soltó una carcajada.

-La verdad es que eran un poco incómodas.

Nos quedamos un momento mirándonos en silencio y disfrutando del otro.

-Una promesa de amor eterno, ¿No? Eso es para ti una boda.

-Lo es -extendió su mano y quitó una pelusilla imaginaria del cuello de mi camisa-. Es una reafirmación del amor que se tienen dos personas. La seguridad de que quieren estar juntos toda una vida -Su mirada subió a la mía-. ¿Y qué es para ti una boda, Ares?

¿Qué significaba para mí una boda? Me alejé un poco de ella sorprendido por la pregunta. Es decir... Yo había dicho muchas veces que me quería casar con ella y en mi cabeza estaba más que claro que casarme con Atenea (porque en aquel momento no me lo había planteado con otra persona ni quería) significaría estar con ella durante toda la vida.

Pero claro, eso era lo que Atenea había dicho y suponía que me lo había preguntado para ver si aportaba algo diferente a su punto de vista, por lo que puse mi mente a trabajar.

Un matrimonio... Casarse... Una boda...

-Pues para mí -comencé, pero fui interrumpido por Derek que había aparecido de repente detrás de Atenea.

-¿Es hora? -preguntó ella y él asintió sin mirarla realmente, porque estaba más ocupado escaneando a Román. Atenea se levantó de la silla y me dio un beso en la mejilla-. Ahora vuelvo, Aresito.

La vi alejarse de la multitud con Derek y me quedé un poco perdido. Supongo que los demás vieron mi cara de confusión porque Maléfica apareció de repente en mi campo de visión, ocupando la silla de Atenea.

Me preparé mentalmente. Nunca había intercambiado muchas palabras con Petrari y la primera vez que me vio dijo, para resumir, que tenía cara de romper corazones y follar bien. Cosa que no era del todo falsa y que Atenea podía corroborar mucho mejor que yo, pero... No podía evitar ponerme nervioso al tenerla tan cerca.

Petrari me escaneó con la ceja alzada y poniendo el bastón entre nosotros. Un arma letal, según me había dicho Atenea. Tragué grueso.

-¿Cuáles son tus intenciones con María? -si hubiese tenido algo líquido en la boca, lo habría escupido seguro.

-Pensaba que ya contaba con su aprobación -dije sin demostrar el miedo que me daba Maléfica.

Ella dejó escapar una risotada.

-Solo me gustas más que el otro -volvio a repasarme con la mirada-. Mucho más, de hecho.

-Siento decirle que ya estoy pillado. No puedo ser su sugar baby, Maléfica.

Petrari empezó a reírse descontroladamente, dando golpes con su bastón en el suelo. No puedo negar que me alejé un poco del asiento por si decidía pegarme con él.

-Tengo mucho dinero -dijo de repente.

-Y yo tengo a Atenea -le guiñé el ojo-. Intenté superar eso.

-Tengo cuatro mansiones.

-Tengo a Atenea.

-Tres barcos y un crucero.

-Yo a una Atenea.

-Cada casa tiene un garaje repleto de coches.

-Atenea.

-Te dejo mi herencia.

-¿Cuánto tiempo de vida le queda? Es para gastármela toda en Atenea.

-Conmigo no tendrías preocupaciones.

-Aunque se me cayese el pelo por el estrés, seguiría eligiendo a Atenea.

-¿Y si ella quiere dejarte? -eso me hizo tragar saliva.

-Lucharía por ella, pero si aún así sigue queriendo irse... La dejaría marchar. Todo sea por su felicidad.

Maléfica dio un bastonazo seria y, joder, qué susto me dio, pero pronto sonrió.

-Ahora sí que tienes mi aprobación, muchacho.

Puse una mano en mi pecho y me incliné un poco hacia ella. Le dediqué una de mis mejores sonrisas.

-No sabe usted cómo me alegra escuchar eso.

Lo decía de todo corazón.

Contar con la aprobación de Petrari era casi como contar con la aprobación de una madre porque aunque Atenea y ella se llevasen como un perro y un gato muchas veces, sabía que aquella mujer significaba mucho más para ella de lo que estaba dispuesta a aceptar. Y veía como Petrari se preocupaba por Atenea, como la había ayudado en su vuelta al mundo del baile, como le había dado de comer días enteros solo por estar con ella, por un ensayo más juntas o como le había regalado todos esos preciosos conjuntos de bailarina.

Podían llevarse mal, pero aquella entrenadora quería a Atenea y, sí, había tenido sus fallos, pero había recapacitado y ahora tener definitivamente su aprobación, me ponía contento.

-Y por cierto -dijo antes de voltearse cuando las luces del salón se empezaron a atenuar en dirección a una gran espacio vacio-. Feliz cumpleaños (otra vez).

La mesa de los novios había desaparecido mágicamente y los invitados que estaban sentados en las mesas más alejadas, se acercaron a ver qué estaba pasando.

La voz de la novia diciendo que la primera sorpresa de la noche estaba a punto de comenzar, fue lo que hizo que la gente se terminase de levantar.

Nuestra mesa estaba al borde de este espacio, por lo que ni siquiera tuvimos que levantarnos para ver todo a la perfección y ahí fue cuando Atenea y Derek salieron de un pasillo entre mesas.

Ya no llevaban el traje y el vestido de dama de honor.

Lo que llevaba Derek me recordaba a aquella película que había visto con Atenea, al prota de West Side Story (lloré con esa película, por cierto). Llevaba una camisa blanca, pero que parecía amarilla por su vejez y unos pantalones de traje que llevaba más arriba de la cintura.

No sabía cómo le había dado tiempo, pero se había echado el pelo hacia atrás.

Aún así, la que se robó completamente mi atención fue ella.

El vestido era morado y le llegaba a la mitad de las pantorrillas. Estaba abierto de ambas piernas y se ajustaba a su cintura. Tenía tres tirantes que abrazaban sus hombros y una flor en el pelo que se había recogido en una media coleta. Pero lo que más me gustaba, era la sonrisa que tenía y como me localizó con la mirada.

Ambos, Derek y Atenea se posicionaron, agarrados de la mano. Ella no dejaba de verme y cuando las primeras notas de la canción empezaron a sonar, artículo un "Feliz cumpleaños" con los labios como para decirme que ese baile era para mí.

La canción lo corroboró. "I have nothing" de Whitney Houston... Solo se lo había dicho una vez. Solo le había dicho una vez lo mucho que me gustaba esa cantante y cómo me habría encantado verla bailar esa canción. Solo una había bastado para que ella lo hiciese realidad.

Derek y Atenea empezaron a moverse en el escenario contando una historia, supuse. Él quería dejarla ir, pero ella no quería marcharse y se aferraba a Derek. Mi estómago daba brincos al saber lo que todo eso significaba.

Atenea parecía una mariposa. Saltaba, giraba, se balanceaba... Y aunque no supiese nada de baile, cualquiera habría podido ver que era maravillosa. No parecía como si acabase de volver al mundo de la danza. Realmente, nunca lo había dejado.

Y se veía feliz.

Por esta sensación... Habría matado solo por verla bailar.

Petrari a mi lado se aferraba a su bastón. Estaba tensa, pero tarareaba la canción y contaba, como marcando el compás. Cada vez que Atenea saltaba apretaba con más fuerza el garrote y fue entonces cuando la canción subió y ella empezó a negar con la cabeza.

-Esta niña tonta... Se va a matar.

Algo me decía que para Petrari la cosa había empezado a no estar del todo bien, sin embargo, decidí ignorarla un poco.

Atenea de un salto se subió a los brazos de Derek y giró. Parecía algo más complejo que los demás pasos que habían hecho anteriormente, pero aquello no quedó así.

-Joder... -dijo Petrari. Por un momento, se estaba saliendo de su elegancia habitual-. Esa no es la maldita rutina.

Lo siguiente pasó rápido y casi me da un paro al corazón cuando lo vi.

Atenea se subió a los brazos de Derek y él la impulso hacia arriba. Ella realizó un giro hacia atrás en el aire, muy por encima de la cabeza de él y cayó de nuevo, amarrada en su cintura.

Petrari dio con el bastón un golpazo al suelo y yo me tuve que levantar de la silla, mientras la gente hacía una ovación.

Solté el aire cuando Atenea volvió a estar en el suelo y siguió bailando. Y sonreí cuando en medio de un giro, paró y me guiñó el ojo.

If I don't have you...

La canción terminó y todo el mundo gritó y aplaudió su actuación porque había sido impresionante. Había sido, sin duda, la mejor interpretación de esa canción que había visto en mi vida. No había visto muchas, también es verdad, pero no tenía dudas.

Aquella había sido para mí... ¡Joder! ¡Aquella me la habían dedicado a mí!

No entendía como Margo no había comprendido el valor que había en que te dedicasen un baile, porque yo estaba a punto de dar un mortal hacia atrás de la alegría.

Cuando Atenea se acercó a la mesa recuperando el aliento y siendo felicitada y adorada por los demás, no dudé en levantarme e ir hacia ella. Tomé su rostro entre mis manos.

Esa sonrisa... Las gotitas de sudor en su frente por el esfuerzo... Cómo rebosaba alegría.

-¿Qué he hecho yo en esta vida para merecerte? -me salió sola la pregunta y ella rio exhausta.

Estaba a punto de besarla cuando Petrari llegó y dio un bastonazo. De un salto nos separamos y pusimos la espalda recta.

-¡Tú! -la señaló con el bastón y, acto seguido, le dio con él en la cabeza-. Una rutina sencilla, habíamos dicho...

-Pero ha salido bien.

-¡Eso no fue lo que habíamos ensayado, María!

-Eso es lo que no había ensayado con usted -dijo ella con una sonrisita-. Vamos... Petrari -extendió los brazos para abrazarla y la mujer se quedó paralizada-. Me dirá que no le ha gustado.

-Tonta, tonta, tonta -volvió a darle con el bastón.

-¡Eh! -dijo Derek apareciendo y poniendo su brazo sobre mis hombros-. ¿Te ha gustado?

-Yo...

-¡EL OTRO! -gritó Maléfica haciendo que pegase otro brinco- ¡ERES UN INCONSCIENTE, HUGO! ¡DIJIMOS QUE MARÍA HARÍA UNA RUTINA SENCILLA!

-Yo... -dijo Derek mirando a ambos lados-. Me voy.

Y salió corriendo con Petrari a la espalda, persiguiéndole con el bastón y despotricando contra su persona. No pude evitar reírme y luego dirigí mi mirada de nuevo a Atenea.

La tomé de la mano y le hice un gesto para que me siguiese. Ella con el ceño fruncido, lo hizo. No sin antes recibir con una sonrisa los halagos de mi familia y nuestros amigos.

-¿A dónde me llevas, Aresito? -me preguntó saltando a mi espalda.

Me reí y la cogí a caballito.

-¿Sigues con energía para saltar?

-Suelen decir que soy una caja de energía.

-Pues... Vamos a la azotea.

-¿Para? -me dio un besito en la mejilla.

-Para hablar a solas sin que Maléfica intente matarte con su bastón -esta vez fue ella la que se rió.

Cuando llegamos arriba, nos quedamos un momento callados. Estaba todo preparado para la fiesta. Más globitos flotantes. La mesa del DJ y un pequeño escenario. El mini bar, la iluminación y las flores. Había flores por todas partes.

El sol se estaba a poniendo en ese instante y el momento fue digno de capturar.

Bajé a Atenea de mi espalda y me di la vuelta para tenerla en frente. No tardé mucho en pegar mis labios a los suyos con ganas. Eso hizo que su risa cantarina llenase la estancia, pero me abrazó por el cuello con sus brazos y nos volvió a unir con más ganas.

-Pensaba que habíamos venido a hablar.

-Y lo hemos hecho -sonreí-, pero teníamos un beso pendiente.

-¿Solo uno?

Me dio un pico y rozó sus labios con los míos, provocándome

-Quizá alguno más -murmuré. No, no era capaz de mantener la mente despejada con ella así-. Pero después. Ahora quiero darte las gracias.

-¿Por qué?

-Por el baile, morenita. No sabes lo mucho que ha significado para mí y... Encima te has arriesgado, lo cual me parece muy feo y bonito a partes iguales.

Atenea bajó la mirada mientras sentía como dibujaba círculos en mi nuca.

-Quería que fuese inolvidable -sus ojos conectaron con los míos y acaricié su cintura.

-Lo ha sido, Atenea. Este día está siendo inolvidable gracias a ti.

-Es lo mínimo... Tú has hecho de este verano el mejor, Ares -se mordió el labio-. Creía que iba a ser un verano de mierda, pero tú has venido y lo has cambiado todo.

-Te prometí un buen verano -Mis labios se curvaron hacia arriba

-Lo sé -su voz se empezó a cortar-. Eres un chico de palabra.

Me palmeó el hombro y yo planté un beso en su mejilla. Entonces, fue el momento perfecto para responder a su pregunta.

-Una boda para mí es un acto de valentía. El matrimonio es para valientes que están dispuestos a darlo todo por amor -besé su pómulo izquierdo-. Es un paso en falso, sin saber lo que va a pasar mañana -besé detrás de su oreja y en el cuello para después volver a verla-. Para muchos es una locura o una atadura, pero creo que es una forma de vivir el día a día con la persona a la que quieres y, sobre todo, es entrega. Creo que es entregarse del todo. Le entregas tu futuro, tu tiempo, tu amor... Y es una promesa.

-¿Tú eres el mismo que vino conmigo a Ibiza?

Me reí y negué.

-No, no soy el mismo.

-¿Y quién eres ahora?

-Alguien que está muy muy enamorado de ti.

-Me gustas enamorado -dijo. Sabía que quería añadir algo más, pero las palabras no llegaron a sus labios.

-No voy a volver a cambiar, pase lo que pase, Atenea -dije para tranquilizarla.

-Sigo sin querer hacerte daño -sus manos me acariciaron la cara mientras me miraba como si quisiese recordar cada centímetro de mi rostro, cada recoveco o lunar.

Sentía como el calor me inundaba por dentro y supe que me estaba sonrojando. Atenea tenía ese súper poder.

-Y tengo fe en que no lo harás.

-¿Por qué confías tanto en mí? No lo hago ni yo misma.

-Porque sé que tú también me quieres. Nunca me harías daño, no a propósito.

Atenea volvió a besarme con una sonrisa en el rostro.

-Te quiero.

-Y yo a ti, morenita -Nos uní de nuevo-. Y algún día me casaré contigo, así que vete preparando mentalmente.

-Aún sigo esperando en anillo -bromeó mostrándome sus manos.

-Ya veo... -busqué en el bolsillo de mi americana y saqué una cajita pequeña. Ella abrió los ojos de par en par y estaba seguro de que tenía la boca abierta. Abrí la caja y mostré su interior-. ¿Cómo este?

Allí estaba. Un anillo dorado con una pequeña adelfa en él. Me había costado encontrarlo y mucho más hacerlo solo, sin ayuda, pero lo había conseguido.

-Pero... Ares -me reí porque me observaba como si me hubiese salido un tercer ojo-. ¿Co-Cómo? ¿Cuándo?

-Cuando fui a comprarme este traje -Esa era la reacción que quería que tuviese y que me hacía sentir satisfecho-. Al tú tener tu traje de dama y no acompañarme... Quise sorprenderte. No es una alianza, ni mucho menos, pero...

-Cállate -me volvió a besar con fuerza-. Me has comprado un anillo.

-Te dije que te iba a comprar un anillo.

-¡Pero estábamos bromeando!

-Y yo te dije que no bromeases con eso.

-Pero un anillo es caro.

Fruncí el ceño, ¿En serio me estaba hablando de dinero?

-Gastamos dinero constantemente en tonterías y, además, sabes que financieramente no vamos mal -por ser corteses-. Regalarte un anillo no vale ni la mitad de todo lo que te mereces.

-Ares... -Se mordió el labio y se apartó de mí. Se arregló el pelo y me miró.

-¿Estás bien...?

Extendió la mano rápidamente.

-Ponme el anillo antes de que te lo arranque de las manos.

-¡Atenea! -me agarré el estómago para reírme y la miré a ella aguantarse también-. Si es que eres una mandona.

Aún así, me dio exactamente igual todo, hinqué una rodilla y tomé su mano con delicadeza. Dejé un beso allí y deslicé el anillo en su anular.

Ella se lanzó a mis brazos eufórica y pegando grititos. Estaba feliz, ambos lo estábamos.

-Te quiero para toda la vida, Aresito.

-Pues que así sea, morenita.


¿Este? Este es un lugar reservado para los gritos de fangirls. Yo empiezo: ¡Ahhhhhhhhhhhhhh!

Yo siento que me da un ataque al corazón con tanto amor que veo por este sector. Soy lágrimas brillantes y volteretas hacia atrás.

Pero me estoy dando cuenta de que ya se está acabando la boda... Yo lloro porque a saber qué pasa después... ¡Quiero teorías y peticiones!

Nos vemos en los dos próximos capítulos.

Kisses, _Dreams&Roses_.

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