Capitulo 27: La foto perfecta
¿Había dicho que tenía el verano más bonito del mundo?
No me creía que Atenea estuviese a mi lado y sin ropa. Había pasado una semana y media, era el día de la despedida y aún no me lo creía.
Ella estaba hablando de su ensayo sin darse cuenta de lo preciosa que era. Y seguía y seguía. Los pendientes dorados de sus orejas se asomaban entre el pelo revuelto y aun tenía las mejillas rosadas.
Era tan perfecta...
-Creo que nos deberíamos de ir bañando, Aresito.
Ella que había estado mirando al techo, se giró para verme a mí. Automáticamente mis brazos se aferraron a su cintura. No quería que se fuese.
-Eso de las despedidas de soltero conjuntas es nuevo, ¿No? -Atenea puso sus manos en mi pecho y me miró con el ceño fruncido. Un cambio de tema a lo mejor hacía que se quedase un ratito más.
-No lo es, tus padres lo hicieron así. Solo es... Diferente.
-¿A ti cómo te gustaría hacerlo?
-Separados -sonrió de lado-, para irme a un club con Margo, Hera, Gloria, Vicky, Petrari, Nina y tu madre, y muy probablemente, a un Román vestido de mujer y tener a muchos tíos buenorros bailando a nuestro alrededor.
Solté una carcajada.
-¡Atenea! ¿Cómo me vas a decir eso? -puse mi mano sobre la suya en mi pecho-. Me duele, me lastima.
-Bueno, tú irías a ver bailarinas en lencería provocativa que seguramente se sentarían en tu regazo y danzarían a tu alrededor.
-Entonces, creo que Román se vendría conmigo.
Atenea se puso a hacer círculos con sus dedos sobre mi pecho con una sonrisa de oreja a oreja.
-Entonces, te gusta la idea, ¿Eh?
-No estaría mal, pero la única que quiero que me baile, eres tú -se ruborizó-. Y poder poner mis manos en tus caderas y sentir el movimiento...
Aquella era mi fantasía, tenía que admitirlo. Aún no la había visto bailar en serio y quería hacerlo, pero verla bailar, como decía ella, con lencería provocativa y a mi alrededor, era otro rollo.
Me dio un manotazo y luego me miró a los ojos mientras sus manos acariciaban mis hombros.
-Mañana es tu cumpleaños -dijo cambiando de tema.
-Y mañana es la boda.
-Y dos días después...
-No pienses en la vuelta, morenita.
Puse mi mano en su mejilla y la acaricié con la yema de los dedos. Su mirada se había apagado de repente y no quería eso. Quería que siguiese sonriendo.
-Han pasado dos semanas ya -hizo un puchero-. No quiero volver.
-Aún queda.
Pero era cierto, tampoco contábamos con mucho más tiempo y después volveríamos a la realidad. Esperaba que siguiéramos como estábamos, aunque estuviesen el tonto de Thor y una Thalía resentida.
-No tiene sentido pensarlo, ¿Verdad?
-Claro que tiene sentido que te preocupes, morenita.
-¿Tú estás preocupado?
-¿Cómo no iba a estarlo? Estoy a dos días de que esto cambie. Y a dos semanas de que mi verano se termine... No me preocupa. Me aterra, Atenea.
-Sin embargo... Es lo que acordamos, dijimos que solo un verano -me recordó y aquello no se sintió del todo bien.
-Ojalá el verano durase para siempre. Ojalá fuesemos un verano, una primavera, un otoño y un invierno. Quiero pasar todas las estaciones contigo.
-¿Aunque sea una desordenada y mi vida sea un caos?
-Aún así.
Iba totalmente en serio. Quizá era aún un poco precipitado, pero quería pasar una vida a su lado. Aunque tuviese mil defectos, la quería. Quería estar a su lado.
Ella asintió y se deshizo de mi agarre. ¿Por qué el ambiente estaba tan tenso de repente? Busco la camiseta que me había puesto yo antes y la pasó por encima de su cabeza.
-Quiero darlo todo por mi felicidad -soltó dejándome pasmado-. Pero... No sé si seré capaz.
Creó que se me bajó la tensión porque me empecé a sentir mareado. No era nada malo, sino todo lo contrario. Eso era muy bueno, muy, muy bueno. Pero ambos sabíamos lo que significaba que ella luchase por mantenerse feliz: llevarles la contraria a sus padres, hacerle frente al rechazo.
-Lo haremos juntos -dije rápido, mientras me sentaba en la cama y me ponía algo de ropa-. Hablaremos con ellos y les plantaremos cara, y...
Atenea se dio la vuelta y me miró con una sonrisa apenada.
-Aresito -se puso en cuclillas y me acarició la rodillas-. Esto es algo por lo que tengo que pasar sola. Tengo que plantarles cara yo.
-Pero ¿y si te hacen daño?
Ya había visto cómo su madre le daba una cachetada por haberle ocultado cosas que ni siquiera tenían que ver directamente con ellos... No quería pensar que fuesen capaces de algo más, pero me asustaba.
Y ya no tanto en el daño físico. Sus padres podrían hacerla mucho daño psicológicamente.
-Soy más fuerte de lo que piensas.
-Creeme, ya lo sé, morenita... Eres... La diosa de la guerra.
Pero tenía miedo por ella.
Yo sabía que Atenea podía hacerlo. En sus ojos me decía que era más que capaz, pero sabía que su voluntad flaqueaba cuando tenía a sus padres de frente.
No quería que le hiciesen daño, pero si ella quería pasar esa guerra sola, yo la apoyaría entre las sombras.
Que me dijese que quería luchar por su felicidad... Me llenaba el pecho de orgullo.
—Y no suelo perder —Su sonrisa temblaba.
—Estaré contigo decidas lo que decidas.
—¿Y si al final no soy capaz?
Suspiré.
—Pues con todo el dolor de mi corazón, respetaré tú decisión.
Y era totalmente cierto. Yo sabía que ella podría ser capaz de plantarles cara a sus padres, pero también sabía que eran su debilidad. Me daba rabia, pero era la realidad. Si al final decidía quedarse con ellos, aún sabiendo que no sería feliz, aún queriendo tenerla a mi lado para siempre... La dejaría ir.
-Disfrutemos de estos cuatro días, ¿Sí? -asentí.
Se impulsó en mis rodillas y me dio un pico. Nunca antes lo había hecho y menos para despedirse. Fue algo agridulce. Ella estaba dispuesta a luchar y yo estaba dispuesto a dejarla ir si perdía.
Tuve que darle otro para que el nudo pasase por mi garganta. Cuando nos separamos, me miró a los ojos y lo volvió a hacer, en un beso más largo. Respirando hondo y cerrando sus ojitos y la cosa no pudo quedarse ahí.
Metí mi mano en su pelo y volví a unir nuestros labios. Ella terminó dejándose caer encima de mí y yo la tumbé en el colchón. Mi cuerpo se posicionó encima del suyo automáticamente.
Ella abrió paso con su lengua en mi boca y se me escapó un gruñido. Sus manos bajaron por mi espalda y me apretaron más a su cuerpo. Y mis labios se despegaron de los suyos solo para darle atención a su clavícula.
-Vamos a llegar tarde... -dije contra su piel.
-No me importa llegar tarde por ti -gimió-. Tú solo sigue.
Sonreí.
-Lo que diga la dama, entonces.
•••
La música estaba alta. La gente era feliz bailando y bebiendo en la azotea o jugando a los juegos que planteaban los novios.
Nunca había ido a una despedida, pero sin duda aquella era mejor de lo que habría esperado.
Como dama de honor, Atenea se estaba haciendo fotos con Vicky que a pesar de haberle requisado los móviles a todos los invitados, había contratado a varios fotógrafos y camarógrafos para fotografiar y grabar cada momento.
Atenea hacía girar la falda dorada que llevaba, una que sinceramente le quedaba de muerte. Se ajustaba a sus caderas y como llevaba un top blanco su abdomen estaba descubierto. Estaba preciosa, pero raro era cuando no lo estaba.
Tomé un trago de mi copa y me aproveché de la tranquilidad del momento para observarla hasta que llegasen Derek y Margo.
-¡Hijo! -mi padre llegó casi que corriendo en busca de mi ayuda, arruinando el momento y se escondió detrás de mí para utilizarme como barrera-. Sálvame de tu madre.
-¿Qué has hecho ahora? -sonreí.
-Solo he dicho "No quiero escuchar nada más sobre métodos anticonceptivos para Atenea" y creo que me quiere romper la copa en la cabeza.
Y cinco segundos más tarde, apareció mi madre sin darme tiempo de asimilar del todo lo que estaba pasando.
-Luego es él quien no quiere ser abuelo -mi madre le amenazaba, literalmente con la copa.
-Pe-Pero... -tartamudeé-. Estáis hablando de MI verano, mamá.
-A mí me hizo lo mismo, hermanito. Jodete -Hera levantó la copa en mi dirección y me guiñó el ojo.
-Tu novia no ha tenido unos padres presentes que le hayan enseñado cómo protegerse debidamente -me recordó mi madre.
-Lo sé, mamá -cerré los ojos sin creerme que estuviésemos manteniendo esa conversación-, pero para eso me pongo una cosita de plástico, no sé si la conoces, que se llama condón cada vez que lo...
-Pero, ¿Y si eso no la viene bien? ¿Has pensado en eso? -pestañeé un par de veces
Pero, ¿Acaso eso podía ser?
-Quizá a ella le gusten más otros métodos...
-Para eso ya vais a ir al ginecólogo la semana que viene, cariño, no tiene sentido que sigas pensando en ello.
Espera, ¿Qué?
-¿Vas a llevar a Atenea al ginecólogo?
-Claro, ya lo hemos hablado -sonrio ella orgullosa-. Es mi trabajo como suegra.
A mamá le brillaban los ojos.
En realidad, mis padres querían bastante a Atenea, como una hija más y mi madre, aunque le hubiese repetido mil y una veces que Atenea no era exactamente mi novia... Se ilusionaba incluso más que yo.
A veces no la reconocía, me acordaba de la mujer que me había regañado a principios de verano por estar con Rubí y la veía ahora. Sinceramente no parecían la misma persona.
Mi madre se alegraba de que estuviese de una u otra manera con Atenea y ambos sabíamos que el ritmo que llevaba antes (una chica por semana), no era algo sostenible y que por eso se enfadaba tanto. No de buenas maneras, quizá lo podríamos haber gestionado de otra forma, pero no lo hicimos. Hasta ahora.
Y papá, cómo siempre, la apoyaba. Tuviese o no razón, nunca se la quitaba en público y menos delante de nosotros. Eran un equipo y ambos estaban de acuerdo en que Atenea era lo mejor para mí, no Rubí o una plaza en la universidad (la cual tenía asegurada por la matrícula de honor).
-Pero no creo que le haga gracia que su "querida suegra" vaya propagando por ahí que van a ir al ginecólogo -dije en un susurro y una sonrisa ladeada.
-Pero si es algo normal -respondió ella.
-Sí, pero tampoco creo que quiera que se entere todo el mundo, ¿No, mamá?
-Mi hermanito tiene razón.
Miré a Hera con los ojos muy abiertos y las cejas alzadas.
-¿Perdona? ¿Estás de acuerdo conmigo? -dije caminando en su dirección para poner un brazo sobre sus hombros. Ella puso mala cara e intento deshacerse de mi agarre-. ¡Qué milagro!
-Vete a molestar a tu novia, yo ya no tengo porqué aguantarte -me sacó la lengua.
Cómo si la hubiesen invocado, Atenea apareció entre los cuatro con una sonrisa de oreja a oreja. Mis padres y Hera se la quedaron mirando un momento, y como ella no entendía qué hace nada habíamos estado hablando sobre ella, frunció el ceño.
-¿Hola?
-¡Llegó la luz de nuestra familia! -gritó mi madre.
-¡Oye! -dijimos Hera y yo a la vez. Ambos miramos al otro con cara de asco y nos separamos de inmediato.
-Es mi verano, madre, no el tuyo -cogí a Atenea por la cintura y la rodeé entre mis brazos.
Ella río débilmente.
-¡Eh! Que no soy una muñeca para que me zarandees así.
-¿No? -la volteé para quedar cara a cara y ella negó con la cabeza-. Pues de verdad pareces una muñequita.
-A veces creo que solo te gusto porque soy guapa.
-Solo en parte -sonreí de lado. Ella alzó las cejas.
-¿Ah sí?
-Luego hablamos, morenita -le dije al oído-, ahora tenemos público.
Miré por encima de su cabeza a mis padres que disimulaban muy mal que estaban escuchando todo lo que decíamos y hacíamos. Eso provocó que se me ampliase la sonrisa. Atenea volteó la cabeza y miró por encima de su hombro a mis padres. Soltó una risita cantarina y dijo:
-Ya veo... Entonces esperaré.
Apreté un poco su costado para chincharla. Me encantaba la cara que ponía cuando lo hacía, una de falsa indignación y casi siempre me devolvía el pellizco.
-Te crees muy listo, ¿Eh? -entrecerró los ojos en mi dirección.
-La verdad es que gozo de un gran intelecto.
-Lo heredó de mí -dijo mi padre y Atenea río.
-Pues hacerse el listillo solo le va a llevar a un lugar -zanjó ella-. Vamos a la pista de baile.
Me tomó de la mano y me robó de mis padres con una sonrisa que nadie podría haber rebatido. Pero yo... Ya no sonreía tanto.
A ver, había estado tomando clases de baile con Derek todos los días y me sentía totalmente preparado para bailar con ella... Sin embargo, el corazón me iba a mil por hora cada vez que nos acercábamos más y más a la gente que bailaba al ritmo de la música.
Sabía que ella no me juzgaría, pero no quería que se contuviese. Quería verla bailar como ella sabía.
Nos hicimos hueco entre la gente que tampoco ayudaba a que estuviese mucho más tranquilo.
Según había descubierto, en su mayoría, los invitados eran bailarines profesionales y aunque esto no fuese ninguna competencia, se notaba. Aún así cuando Atenea giró y se revolvió el pelo con las manos, divertida, supe que estaría bien y que ella tampoco se contendría.
Atenea cerró los ojos y se empezó a mover cuando empezó a sonar "Cuando me enamoró" de Enrique Iglesias. Me ofreció su mano y como me había enseñado Derek, la atraje a mí y puse su espalda en mi pecho.
Nos balanceamos mientras le cantaba al oído:
-Si pudiera bajarte una estrella del cielo, lo haría sin pensarlo dos veces... Porque te quiero... Y hasta un lucero.
Seguía con los ojos cerrados y una sonrisa de oreja a oreja cuando siguió ella con la letra.
-Y si tuviera el naufragio de un sentimiento, sería el velero en la isla de tus deseos... De tus deseos.
Nuestras narices se unieron a la vez que ella se daba la vuelta y se ponía frente a mí.
Nos separamos y movió nuestras manos al compás. Acaricié sus brazos y entrelacé nuestros dedos. Su pies se alejaban de los míos. Sus ojos no dejaban de mirarme.
-Pero por dentro -cantamos los dos a la vez- entiende que no puedo y a veces me pierdo...
-Cuando me enamoró -cantó ella.
-A veces desespero.
-Cuando me enamoró.
-Cuando menos me lo espero, me enamoró... -la acerqué de nuevo a mí y la agarré de la cintura. Sentía su cuerpo moverse tan cerca del mío... Era otro tipo de cercanía-. Se detiene el tiempo.
-Me viene el alma al cuerpo -dijo ella en mi oído provocando un escalofrío.
-Sonrío -me mordí el labio cuando sentí sus manos en mi cuello y la eché hacia atrás. Su pelo casi rozó el suelo y mis manos estaban firmes, una en su espalda baja, la otra en su pierna derecha.
-Cuando me enamoro -dijo entre risas cuando ya estuvo arriba, con sus labios muy cerca de los míos.
De repente, el momento se convirtió en algo mágico. Algo único y nuestro. Lo veía en sus ojos que brillaban y sonreían. Cada vez que sus piernas se entrelazaban con las mías y dábamos vueltas o nos balanceabamos en sintonía.
Cada vez que le cantaba la letra.
-Si la luna sería tu premio, yo juraría hacer cualquiera cosa por ser su dueño.
-¿En serio, Aresito? -asentí.
-Por ser tu dueño... -Besé su mano- Y si en tus sueños escuchas el llanto de mis lamentos, en tus sueños, no sigas dormida. Que es verdadero.
-No es un sueño...
-Me alegro -otra vez ella me siguió y me reí mientras la hacía acercase a mí girando-. Que a veces el final no encuentre su momento...
Gritamos la letra. Porque en ese momento solo estábamos nosotros contra el mundo. Nosotros y la noche. Y los farolillos de la azotea. Y una pista para nosotros. Y ella para mí y yo para ella. Éramos los reyes del lugar.
Volvimos a cantar el estribillo. Fue como una descarga de adrenalina. Lo que sentí en ese momento fue felicidad pura, como si lo hubiese estado esperando toda la vida y las tardes que había pasado ensayando a escondidas con Derek, habían merecido la pena. Todo por ese momento. Y lo habría vuelto a hacer mil veces solo por repetir nuestro primer baile juntos.
Cuando acabó la canción, los labios de Atenea se curvaban hacia arriba como nunca. Cogió mi rostro entre sus manos y tenía los ojos cristalizados. Se mordió el labio y los cerró. Una lagrimita se le escapó.
-Te quiero -susurré.
No sabía si me había escuchado. El corazón se me iba a salir del pecho. Ella seguía llorando en silencio y ya no importaba si la canción había cambiado y la gente a nuestro alrededor se volvía a mover. Sonrió y me miró.
Tenía los ojos negros, su maquillaje se había arruinado por completo y yo sonreí al verla. Me tomó del cuello de la camisa y pegó sus labios a los míos.
-Te quiero -me respondió-. Y tú me quieres...
-Te quiero -repetí.
-Otra vez, por favor.
-Te quiero, Atenea.
Sus labios empezaron a temblar.
-Otra vez...
-Te quiero -sus ojos me pedían más y yo no podía negarme-. Te quiero, te quiero, Atenea. Te quiero muchísimo...
Ella terminó de explotar. Me abrazó y se aferró a mí. Metió su cabeza en el hueco de mi cuello y escuché sus sollozos.
-Significa mucho para mí -dijo.
Y entonces lo entendí todo. Sus padres no se lo habían dicho. No había querido a nadie lo suficiente como para que terminase en un "te quiero" sincero.
-Te quiero -susurré-. Te quiero, Atenea.
-Por favor, no dejes de decirlo.
-No lo dejaría de hacer aunque me quedase sin voz, Atenea -Sonreí y acaricié su melena rizada-. Te lo escribiría en una nota. Te besaría hasta que te dieses cuenta. Te dejaría una adelfa en la mesilla todos los días como símbolo de que mi "te quiero" es infinito. Te diría "te quiero", aunque me matasen por ello.
-No seas exagerado -su voz temblaba y su risa también.
-Morenita, daría todo por ti.
-¿Por amor?
-Por amor -confirmé y después canturreé:- Porque te quiero...
Ella me dio con el puño en el pecho y yo reí. La quería, no era normal lo mucho que lo hacía.
-Yo también te quiero, Aresito.
Se separó de mí y me besó otra vez.
Hasta aquí habíamos llegado. Hasta este mismo momento, me sentía como en la cima del mundo. La miraba a los ojos y la escuchaba gritar que me quería llena de lágrimas y rebosando alegría... Lo único que quería era escucharla y verla.
Me abrazó de nuevo y repartió besos por toda mi cara. Con cada uno me decía que me quería. Que me quería mucho. Con cada uno, una descarga de electricidad me recorría el cuerpo.
Se alejó de mí aún con nuestras manos entrelazadas y miró al cielo para gritar:
-¡TE QUIERO ARESITO!
Empecé a carcajearme, Atenea frunció el ceño y los labios. Aún lloraba, no dejaba de hacerlo.
-Eso mismo dijiste borracha.
Ella abrió la boca indignada y se abalanzó a mí para pegarme en el pecho una y otra vez.
-¿Me vas a recordar eso toda la vida, tonto? Eres tonto, tonto, tonto.
-Supongo que los borrachos y los niños dicen la verdad -me agarré el estómago que me empezaba a doler de la risa.
-No sabes cómo te odio...
-No sabes cómo te quiero, Atenea.
Eso hizo callar todas sus queja e hizo un ruidito que no sabía si era un sollozo, una risa o un suspiro. La volví a acercar a mí.
-Estás preciosa -limpié las lágrimas que se le caían por las mejillas-. Eres un panda dorado con pelo rizado.
Los ojos se le abrieron de golpe y su cara se tiñó de pánico. Miró a ambos lados.
-Mi maquillaje -dijo ella preocupada de repente-. No puedo salir así en las fotos.
¡Oh sí! Sí que podía.
-¿Cómo que no? -dejé de mirarla a ella solo para buscar a un fotógrafo- ¡Perdone! -llamé a uno y le hice un gesto para que se acercase-. ¿Podría sacarnos unas fotos, por favor?
-No, no, no, no... -negó Atenea efusivamente-. Estoy horrorosa.
El fotógrafo la animó a que se sacase las fotos, pero solo porque quería irse a fotografiar a los novios de nuevo. Por lo que la agarré fuerte de la cintura y le susurré otro "te quiero" justo cuando el flash de la cámara hizo su trabajo.
La foto salió de inmediato. Me alejé de ella solo para tomarla.
Me volví a retorcer de la risa. Era la mejor foto que había visto en mi vida.
-Muchísimas gracias por este fotón -agradecí y con un asentimiento de cabeza se fue. Atenea se acercó e intentó ver la foto por encima de mi hombro-. Es preciosa.
Yo salía sonriendo y susurrando en su oído. Ella también salía contenta, con el maquillaje totalmente arruinado y mirándome de reojo con una mano en su pecho y otra en el mío. Era la foto perfecta.
-Aquí voy a escribir la fecha y un "nuestro primer te quiero"
-Dios... Pero si salgo fatal, Ares. Exijo ir a arreglarme y repetir la foto.
-No vamos a ir a la habitación -dije con una sonrisa pícara.
-¿Por?
-Porque estaría fatal dejar la fiesta tan temprano y empezar a demostrarte lo mucho que te quiero con algo más que palabras.
Casi podía ver la palabra "vicioso" salir de su boca, cuando detrás de ella vi a mi madre acercarse de forma muy amenazante.
Mierda, mierda, mierda...
No había pensado en como se vería la escena de lejos. Atenea llorando. Yo riéndome de ella. Ella pegándome. Yo atrayéndola de nuevo hacia mí. Mierda.
-¿Sabes qué? Mejor sí vamos a limpiarte esa carita -la tomé de la mano y tiré de ella hacia la salida.
-¡ARES! -gritó mi madre.
-¡SOLO HE DICHO QUE LA QUIERO! -fue lo último que dije antes de salir corriendo con Atenea partiéndose de la risa detrás de mí.
Buenas, buenas... Y ¡Feliz día del lector, querida persona lectora que lee esto! (Valga la redundancia)
Hoy es un día especial y como tal, tiene que haber alguna sorpresa, aunque como lo subo todo a la vez, ya lo habréis visto.
Ahora, ¿No son perfectos Ares y Atenea juntos?
#Areneaforlife jajaja
Un besito, luego comento ;)
_Dreams&Roses_
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