Capítulo 18: Cuatro besos

Estaba nerviosa. Estaba frente a una clínica y estaba a punto de entrar, pero no me atrevía a dar un paso más allá.

Ares se había pasado la noche y trempano a la mañana llamando a clínicas que pudiesen atenderme con urgencia y diesen los resultados al momento. Y allí estábamos.

Él había encontrado una escondida en la capital de la isla, en Ibiza, y estaban especializados en lesiones en bailarines. Según Ares me había dicho, contaban con un equipo de alta tecnología y... ¡estaba nerviosisíma! ¿Qué pasaría? ¿qué me dirían?

-¿Vamos, morenita? -dijo Ares volviendo a mi lado tras haber ido a buscar aparcamiento.

- Y si... ¿y si me dicen que es verdad? Que puedo bailar.

-Eso lo decidirás cuando te digan algo, ¿Vale? Vamos paso por paso, ahora será mejor que no lleguemos tarde a la cita. Una señora me ha amenazado por teléfono si lo hacíamos y no me haría nada de gracia que lo hiciese en la vida real -puso una mueca y yo me reí.

Auné fuerzas, le miré un par de veces y asentí. Estaba dispuesta a saber la verdad aunque doliese.

•••

-En efecto, señorita. Tu lesión está bien curada y con un poco de ejercicio podría volver a bailar pronto -me quedé helada y apreté la mano de Ares mucho más si era posible.

Nos habíamos pasado la mañana entera haciéndome pruebas, radiografías y habíamos esperado los resultados tan poco que me sorprendí con su eficacia.

El especialista al otro lado de su escritorio tecleaba a toda velocidad.

-De hecho, en tu historial médico pone que recibiste unos tratamientos muy superiores a los comunes. Era imposible que no pudieses volver a bailar.

Me quedé en blanco mirando al señor. Yo sabía lo que significaba todo aquello. Mis padres me habían mentido y yo me negaba a creerlo. Pero el doctor me mostraba los resultados y me los explicaba, no había forma de que mintiese.

-Y, ¿Mis dolores?

-Necesitas moverte, Atenea -me dijo el médico-. Necesitas fortalecer los músculos, necesitas moverte porque es lo que has hecho toda tu vida y tu cuerpo no quiere que bajes el gas. Te lo está pidiendo a gritos.

-Pero, ¿No es malo que me sobreesfuerce bailando? No tiene mucho sentido.

-No tendría sentido si tú lesión hubiese sido peor. Date cuenta que te cayó un gran peso, se te rompieron varios huesos, pero todo fue tratado con el mejor método.

-Y ¿la espalda? Me suele doler las espalada baja mucho y los hombros. Y luego la cadera...

El médico se levantó y me indicó que hiciese lo mismo. Que le dijese dónde me dolía y empezó a palpar la zona. Hizo un sonido de comprensión y se volvió a sentar en su silla. Yo me quedé de pie.

-¿Has sentido ese dolor últimamente?

Negué con la cabeza. No me había quejado de dolor desde que había llegado a Ibiza.

-No desde que empezaron las vacaciones.

-Claro, porque lo que a ti te pasa es que se te cargan los músculos por el estrés y, por decirlo de alguna manera, te estrujan por dentro. El estrés se manifiesta de formas muy traicioneras a veces. Eso sí que podría causarte una desviación de la columna, por ejemplo. Y las articulaciones de tu cadera necesita moverse. Tú necesitas relajarte o encontrar formas de desestresarte como el baile.

-Pero me dijeron que era a causa de la lesión.

-Eso no es verdad -dijo él quitándose las gafas- Tu lesión no es capaz de presentar ninguna secuela porque ya no hay rastro de ella, Atenea y cualquier cosa diferente a esa realidad, es falsa.

Me quedé callada en el sitio y miré a Ares que escuchaba al doctor con atención.

-Si vas a comenzar a bailar de nuevo, eso sí, hazlo despacio. Todo lo despacio que puedas ir con toda la energía que contienes ahí dentro y si tiene alguna molestia, no dudes en volver. Estaremos encantados de atenderte.

Con eso daba por finalizada la consulta. Imprimió cada uno de los papeles y me los dio. Nos despedimos de él, de la enfermera que nos había atendido antes y salimos del médico en silencio.

Podía bailar. Podía bailar. Ojeé los papeles de nuevo. No había nada que no me permitiese bailar. Ni rastro de la lesión. Y entonces supe que toda mi vida en los últimos tres años había sido una mentira. Podía bailar.

-¿Estás bien, morenita? -Ares paró en medio de la calle, cortando el paso, pero no le importó. Yo hice lo mismo.

-No lo sé -la voz me temblaba-. Me han mentido. Durante tres años creí que no podía bailar.

-No creas que tus padres van a salirse con la suya -me informó mientras apretaba la mandíbula y los puños. Estaba intentando contener su enfado.

-No hagas nada, por favor...

-Te han mentido, Atenea. Y no ha sido una mentira piadosa. ¿Tú has oído eso? Puedes bailar. Petrari tenía razón, pagaron para que te dijeran lo contrario y has sufrido mucho por ello.

-Pero son mis padres...

-Y unos cabrones -soltó con más rabia de lo normal-. Perdón.

Negué con la cabeza, pero ya estaba empezando a llorar porque tenía razón.

Habían sido unos capullos conmigo. Me habían mentido, me habían hecho creer que todo era mi culpa. Me habían hecho sentir culpable por mi lesión, por bailar... Me habían obligado a odiar el baile, ¿Y por qué? Por una capricho suyo, porque simplemente no les gustaba y no querían que se hiciese otra cosa que no fuese lo que ellos querían.

Habían sido unos padres de mierda. Me habían visto sufrir y no habían hecho nada. No querían que me escapase de su control y con el baile era libre. Les daba igual mis ánimos, mis sentimientos. Todo lo que les importaba era su maldita empresa. Y, entonces, ¿Por qué quería seguir complaciéndolos? No tenía ningún puto sentido.

¿Por qué los seguía defendiendo?

-Tiene que haber un motivo.

-No hay nada que justifique esto, Atenea -dijo Ares con la voz mucho más ronca que de costumbre-. Esto no tiene justificación. ¿Sabes dónde estarías ahora si te hubiesen dicho la verdad? -negué-. Pued deja que te ilustre. Sí, puede ser que hubieses perdido un año en rehabilitación, pero habrías salido totalmente recuperada para seguir con tus sueños y los habrías cumplido porque eres así. Cumples todo lo que te propones. Habrías seguido con los planes de la gira, nadie lo habría hecho por ti. Habrías seguido con tu sueño, cojones, habrías sido feliz. Completamente feliz.

-Yo soy feliz -ya estaba llorando.

-¿Y lo que llevas a la espalda? Hasta hace poco no podías ni escuchar No time to die o ver tus propios vídeos. Tus maravillosos vídeos. Porque son maravillosos. Porque tú eres maravillosa cuando bailas -suspiró un poco más relajado y me extendió los brazos. No dudé ni un segundo al esconderme en su pecho y soltarlo todo-. No es justo. Esto no es justo. No te mereces que te traten así. No te mereces nada de esto, joder.

Ares acariciaba mi espalda de arriba abajo mientras yo terminaba de tranquilizarme.

Dolía. Me lastimaba tanto... Me habían destrozado la vida y no entendía qué ganaban ellos con esto. ¿Que me dedicase a la empresa en un futuro? ¿Controlar mi personalidad rebelde? Pues lo había conseguido. Lo habían puto conseguido. Iba a estudiar lo que ellos querían. Me habían hecho perder mi personalidad y ya no les desafiaba. No había sido la misma, había sido una mala copia de la Atenea que fui hasta aquel verano. Aquel verano me había sentido más yo que nunca.

Y no quería cambiar. Era Atenea Stallone, María Rossi y también una chica a la que le habían arruinado su sueño, pero no más...

Tenía muchas cosas que arreglar y que no sería capaz en aquel momento. Pero en aquel mismo momento tenía algo claro. Solo una cosa.

Me separé de Ares que no me quitó la mirada de encima mientras tomaba mi móvil y hacia una llamada.

-Hugo, necesito el número de Hanna Petrari.

•••

Dos días después estaba en una casa en el mismo vecindario en el que habíamos pasado ya casi la mitad del verano porque faltaban menos de dos semanas para entrar en agosto.

Ares no me había acompañado aquella vez, pero solo porque le insistí en que no lo hiciese mil veces.

No se fiaba de Petrari. No después de haber visto cómo me había dejado en el barco, llorando desconsolada y al punto de casi desmayarme de la impotencia.

Pero la entrenadora me daba miedo y tenía que hacerle frente yo sola si quería seguir adelante con el tema.

Había conseguido que Ares no matase a mis padres también. Eso era todo un avance teniendo en cuenta lo cabreado que estuvo desde los resultados hasta hoy. Algo me decía que nunca los perdonaría y que no solo me habían traicionado a mí, también a él.

Pero aún así, no les había dicho nada cuando me llamaron la noche anterior, de nuevo en un evento del padre de Thor.

A Thor tampoco le había contado nada y le había suplicado a Hugo que no lo hiciese. No sabía porqué no quería que Thor no se enterase de nada, no tenía ni idea, en realidad. Pero no sentía como si aquello fuese algo que tuviese que saber porque eso implicaba que se enterase de todo lo que habían hecho mis padres y, por ende, me llevaría a plantarles cara a ellos.

Respiré hondo y toqué el timbre del casoplón. Era enorme, más grande que la casa de Mikkelsen o que la mía.

La puerta de metal se abrió y me dio paso al gran patio que tenía que atravesar para llegar a la puerta principal. Allí me recibió un mayordomo vestido de punta en blanco y la casa no me sorprendió al estar decorada al más puro estilo victoriano, de época. Y aunque de Petrari me hubiese esperado algo así como... Notre Dame con sus gárgolas y ambiente lúgubre, aquello reflejaba su parte más refinada y exquisita.

Toqué el collar de la bailarina mientras esperaba. La verdad, estaba un poco nerviosa.

-¡Qué son esas ropas, niña! -fue lo primero que dijo-. Ahora mismo, quiero que te hagas un moño y te pongas la ropa de entrenamiento adecuada.

Ya empezábamos... Hice lo que me dijo con el pelo, recogiéndomelo como lo solía hacer con un suspiro. Aún así, con la ropa no podía hacer nada. Había elegido los pantalones de entrenamiento que había llevado siempre, pero sabía por cómo me lo decía que hablaba de la camiseta que llevaba. La de Ares. Sí, la de su grupo favorito.

En mi defensa, he de decir que ya era mía oficialmente y que me sentía bastante segura con ella puesta. Lo que necesitaba aquel día era seguridad.

-Es que no tengo otra cosa qué ponerme.

-Pero ¿tú no eras rica? Si me compré esta casa por tu culpa.

-¿Se compró esta casa con el dinero de mis padres? -asintió-. Es una cabrona.

Ella me miró seria y acto seguido me dio con su abanico en la cabeza. Vale, me lo había ganado.

-¿Por qué no tienes ropa digna?

-No me ha dado tiempo.

-Te habría dado tiempo si no hubieses estado paseándote con el chulito de playa ese.

-¿Ares?

-Hablo del hijo de Mikkelsen. No sé quién es ese Ares.

Hanna empezó a andar y, como no, la seguí sin que ella me lo dijese. Su casa era mucho más grande de lo que habría imaginado y había como... Mil habitaciones.

Subimos las escaleras hasta el último piso y entonces llegamos a una especie de ático que no terminaba de serlo porque tenía los suelos tapizados de rosa y la mitad de las paredes llenas de espejos. Había un gran ventanal que daba al mar y una barra pegada a él. Supe al instante que me había traído a su estudio de danza personal.

Era tan acogedor... Olía a nuevo, a suelo que deseaba ser estrenado. Sentí una buena sensación en el pecho estando allí. Me sentí como en casa.

-Nunca lo he utilizado -confesó, pero sin darle mucha importancia-. En realidad, lo hice sin pensar que alguien lo llegaría a utilizar algún día.

Claro, Hanna nunca había llegado a casarse y tampoco había tenido hijos. Se había dedicado cien por cien al negocio, a enseñar danza y a ser una bruja. No había sido como Gloria (que se supiese), pero siempre se había rumoreado que estaba más sola que la una y que no había tenido ningún amante, ni rollo, nunca.

-Bien, quítate los zapatos. Por hoy me sirve esa ropa, ya veremos qué haremos mañana -resolvió-. Espero que recuerdes cómo se calentaba.

Asentí.

-Bien. Hazlo.

Y así fue. Calenté bajo su inquisitiva mirada (ganándome abanicazos cada vez que tardaba menos de la cuenta o hacia un ejercicio mal), luego me fui a la barra, descubriendo que había perdido menos flexibilidad de la esperada y que no me dolía la espalda o la cadera. Petrari dijo que era porque había hecho un calentamiento como Dios manda.

Discutimos. Mucho. Pero ella y yo siempre habíamos discutido por la más mínima tontuna. Y se marchó varias veces a tomar aire, como siempre también. Y se sintió muy bien, como si el tiempo no hubiese retrocedido y de nuevo fuésemos la entrenadora gruñona y la bailarina insolente.

Me pasé allí todo el día. Me invitó a comer y me marché de allí a las nueve con instrucciones de ejercicios que hacer antes de irme a dormir y ejercicios al despertarme, no muy fuertes claro.

Según había dicho, íbamos a entrenar todos los días a baja intensidad para que mi cuerpo se hiciese al hábito. Pero la baja intensidad de Petrari no era la misma que la de todo el mundo y terminé llamando al doctor que me había atendido para consultarle si eso estaba bien. Él había sido el que le había recomendado aquel tipo de entrenamiento a la mujer. Supuestamente, lo podía aguantar. Pero mis piernas cansadas no decían lo mismo, aun así la sonrisa no se me quitó del rostro en todo el día y la sensación de libertad que tenía era... Increíble.

Cuando llegué a casa un olor a colonia me llegó a las fosas nasales. Y me encontré con la puerta de la habitación de Ares abierta. Él tocando la guitarra con los cascos puestos, sin camiseta y el pelo húmedo porque se habría duchado no hacía mucho.

Tarareaba una melodía y me apoyé en el marco de la puerta para verle.

Estaba tan concentrado que tenía el ceño fruncido.

Había mejorado un montón desde la última vez que le había escuchado y se le veía desenvuelto, como si lo hubiese estado haciendo toda la vida.

Según me había dicho Margo, Ares era muy bueno en lo que hacía y había aprendido tan rápido que ella ya no era capaz de enseñarle nada más. Ares era un tío listo, claro que había aprendido rápido. Sonreí cuando falló tres veces en la misma nota y gruñó.

Su mirada de desvió un momento y luego otra vez percatándose de mi presencia.

-¿Ahora me espías? -sonrió de oreja a oreja y se pasó los cascos al cuello.

-Hola a ti también, Aresito.

-Hola, morenita. ¿Cómo te ha ido con Maléfica?

Me reí por el mote.

-Como recordaba -dije-. No baja el gas ni queriendo.

Pero yo no había dejado de sonreír en todo el día, no me importaba que no bajase el gas.

-Estás muy guapa hoy.

-Pero si estoy toda desarreglada, sudada y cansada.

-Por eso mismo -empezó a sonreír pícaramente y sabía que ya me tenía que ir preparando mentalmente-. Así quisiera dejarte yo.

-¿Toda desarreglada, sudada y cansada? -pregunté desconcertada.

-Tras una sesión de sexo bastante acalorada.

-¡Ares! -me quité un zapato y de lo tiré. Luego fue el otro.

-¡Eh! ¡Que me rompes la guitarra! -dijo mientras se reía y la dejaba con cuidado en su cama.

-Si es que no dices nada más que tonterías.

-Acostarte conmigo no es una tontería -Se levantó y empezó a acercarse peligrosamente-. De hecho, sería de todo menos eso.

-Asqueroso, vergonzoso y espantoso.

-Intenso, apasionado y memorable.

Me empecé a sonrojar sin poder evitarlo.

Habíamos mantenido nuestra relación como antes del beso, pero aún mi cuerpo no se acostumbraba de nuevo a sus bromas subiditas de tono (que siempre había hecho). No se acostumbraba después de haber probado que, por lo menos con sus besos, no mentía.

-Ya, ya. Eres un chulo -le palmeé el hombro.

-Solo soy realista.

-Eres tonto.

Se rió y se encogió de hombros de nuevo. Últimamente lo hacía mucho, era como ver a un niño pequeño reír. Era demasiado tierno para ser aguantable y creo que me sonrojé un poco más.

-Me voy a duchar -informé y le quité de mi camino, porque, claro, tenía que cruzar su habitación para ir al baño.

-Oye -me dijo justo antes de cerrar la puerta-. ¿Te gustaría venirte de fiesta hoy?

Me quedé mirándolo un momento perpleja. No me lo había pedido desde que habíamos llegado y eso que se había ido muchas veces de fiesta. Me había insinuado el que fuese, pero como siempre le rechazaba o me iba a eventos con Thor, nunca me lo había pedido directamente.

No sabía qué decirle. Nunca me había ido de fiesta, fiesta, como las que sabía que a Ares le gustaban. De esas que se salían de control, pero entonces...

-Sí, sí que quiero -respondí con una sonrisa.

-¿En serio? -alzó las cejas sin terminar de creerselo. Asentí- ¡Eso es increíble! Tengo que decírselo a Román ahora mismo, tú vete a bañar y yo... ¡VAS A IR DE FIESTA CONMIGO!

Me reí aún en la puerta. No sabía que le haría tanta ilusión, pero aquello me dio aún más ganas de prepararme e ir con él.

Él corrió por su habitación en busca de su móvil. De verdad iba a llamar a Romi solo para decirle que me iba de fiesta con él.

-¡Oye! -Le llamé y él me miró con los ojos como platos.

-No te arrepientas, por favor. Intentaré contener mi alegría, pero...

-No es eso, Aresito -reí-. No sé qué ponerme, así que elígeme algo bonito.

Le guiñé el ojo y con el corazón a mil sin motivo alguno cerré la puerta del baño con una sonrisa boba en la cara.

•••

-¿Me veo bien?

-Estarías bien aunque llevases un saco de patatas puesto -dijo mirándome de nuevo.

-A mí me gusta.

-Es que lo he elegido yo.

Llevaba una falda de cuero y las botas que me habían enamorado en el centro comercial. Un top fucsia que dejaba mis hombros al aire y una chaqueta de cuero que tenía el corte en la cintura, acentuándola. Era verano pero tenía que llevármela porque por la noche refrescaba.

Él iba vestido de negro enterito y se veía muy atractivo, se había hecho eso que tanto me gustaba en el pelo y los dos nos mirábamos en el espejo terminando de prepararnos.

Se estaba revolviendo el pelo un poco más, mientras yo me pintaba los labios.

Sentía su mirada en el reflejo, pero no le hice mucho caso.

-¿Quién será el afortunado de arruinarte esos labios tan perfectamente pintados?

-No se van a arruinar -dije mientras sonreía-. Es antibesos, pero...

Me puse de puntillas y le planté un beso en la mejilla. Le tomé del brazo y le puse de lado.

-Sí que mancha.

-¡Atenea! -se tocó la mejilla un par de veces y como vio que no se quitaba, yo me empecé a reír sin remedio-. No, no, yo no me río...

Pero no dejé de hacerlo y ni siquiera me di cuenta cuando él ya había cogido mi pintalabios, se lo había puesto y empezaba a repartir besos por toda mi cara.

-¡Ares!

-Veganza, morenita -dijo besándome las mejillas-. Dulce venganza.

Le empecé a golpear para quitármelo de encima. Pero no se daba por satisfecho. Retrocedí, pero él me siguió hasta que me quedé encerrada entre su cuerpo y la pared.

Ares apoyó su mano en el lavabo, muy cerca de mi cadera y la otra en la pared.

-Ares... -susurré.

Fue entonces cuando Ares fue realmente consciente de la situación en la que estábamos. Me tenía acorralada.

Yo me sentía pequeña en esa esquinita con todo su cuerpo sobre el mío, pero le miraba a los ojos y no importó sentirme así.

Ares tenía los labios rojos y el pintalabios se había convertido en una mancha difuminada en su cara. Le toqué el mentón sin pensar mucho y sonreí.

-Parece ser que no era antibesos.

-Eso era imposible -dijo bajito.

Yo tragué saliva cuando de la nada me besó la mano mientras sus ojos azules me miraban, analizando cada una de mis reacciones.

-Me has arruinado el maquillaje, ahora llegaremos tarde.

-No me importa llegar tarde por ti.

No sabía la suya, pero mi respiración estaba empezando a convertirse en un pequeño desastre.

-No me parece justo esto -dije refiriéndome a mi cara-. Yo solo te he manchado una vez.

-Entonces, bésame más.

Su mirada bajo a mi labios, otra vez sus pupilas estaban dilatadas y su cuerpo se inclinaba un poco más al mío. El mío se pegaba más a él y la mano que tenía en su mentón pasó a la nuca. No sé cómo terminé atrayéndole hacia mí y besándole en el cuello. No fueron uno, ni dos, fueron tres besos largos y cuando él suspiró y la mano pasó del lavabo a mi cadera, se convirtieron en cuatro. Sentí como su nuez se movía al tragar.

Miré hacia arriba. Él me respondía con los labios entre abiertos y rojos.

-Estamos en paz -mi voz era un hilo.

-Estamos en paz -repitió.

Y nos separamos en silencio. Sabía que él me miraba mientras me quitaba todo el pintalabios de la cara con el desmaquillante. Sabía que lo hacía mientras él se quitaba el beso de la mejilla y el rojo de sus labios. Cuando se echaba colonia y cuando salimos de casa. En el coche y cuando llegamos a la playa.

Y él sabía que yo no dejaba de ver aquellos cuatro besos que no había querido quitarse del cuello.

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