Capitulo 16: The only memory is us kissing in the moonlight.
Era de noche cuando volví a casa. Pero lo primero que me encontré fue con una Atenea sentada en el suelo mirando las vistas, pensativa.
La brisa movía su pelo que estaba recogido en una media coleta (de esas que me hacían compararla con las princesas Disney) y se había puesto uno de esos vestidos que le quedaban como anillo al dedo. Estaba descalza y movía los piececitos como una niña pequeña.
Había preparado una especie de picnic, conseguí deducir cuando me fijé en otra cosa que no fuese ella. El mantel en el suelo, la comida y la bebida a su lado.
Sonreí. Ella había preparado eso para mí.
Pasé las llaves del coche a la mesita que había en el porche y bajé la escalerita para reunirme con Atenea.
-¿Esto es para mí, morenita? -pregunté y ella saltó del susto.
-Tonto, salúdame como la gente normal.
Me reí mientras me sentaba a su lado en el suelo.
-Hola, morenita.
-Hola, Ares -sonrió mientras ladeaba la cabeza-. Ahora sí puedes preguntar.
-¿Esto es para mí? -Ella asintió y me pasó un cuenco lleno de uvas-. Son todas mis cosas favoritas.
-Claro, Aresito, no te iba a preparar una cena con cosas que no te gustasen.
Pero, ¿Cómo sabía ella todo lo que me gustaba? Es decir, nunca habíamos hablado de mi comida favorita, por ejemplo, pero ella no solo tenía mi comida favorita, también tenía mis snacks favoritos, mi bebida favorita...
-Como haya tarta de queso de postre... -Atenea se encogió de hombros con una sonrisa- ¡La hay! ¿Podrías casarte conmigo?
Negó con la cabeza y bajó la mirada. Era raro que no soltase alguna burla hacia mi persona. Entonces me di cuenta de que sonreía, pero algo no estaba del todo bien. Quizá fue la forma en la que retorcía una servilleta entre sus manos como nerviosa o como se perdía en sus pensamientos mientras continuábamos hablando.
-¿Estás bien, morenita? -pregunté, pero no me escuchó a la primera y se lo tuve que repetir.
-Sí, Aresito. En realidad, nunca he estado mejor -y esa vez se le ensanchó la sonrisa-. Solo estaba pensando.
-Vale... -dije poco convencido.
-Que sí, que estoy bien, Ares -Extendió su mano y me ofreció el dedo meñique para unirlo con el mío- Pinky promise, inquebrantable. Te prometo que estoy bien.
Bufé, pero me di por satisfecho cuando ella empezó a hablar de todo lo que había hecho ese día. Que si la compra, que si el postre, que si la cena, que si prepararlo todo, pero lo decía con una sonrisa y estaba contenta. Quizá se sentía realizada y supuse que ella lo veía como un logro. Y no sería yo quién le dijese que aquello era lo que la gente normal hacía. Me gustaba verla así, aunque fuese por algo tan sencillo.
Pero Atenea tenía esa habilidad, la de emocionarse por cosas que eran sencillas como recoger conchas en la playa o que pusiésemos canciones de Morat en el coche. Era sencillo verse contagiado por su entusiasmo.
-¿Y tú qué has hecho hoy? Además de echarme de menos, claro.
-Eso por supuesto -Me miró con las cejas alzadas- ¿Qué? No puedo vivir sin ti, creía que ya lo sabías.
Extendió el brazo y me dio una bofetada muy flojita, fue más una caricia que otra cosa.
-Pues me he unido a una banda.
Ella se puso de rodillas y giró el cuerpo por completo hacia mí.
-¿Te has unido a la banda de Margo, Kay y Josh? -asentí-. ¡Eso es maravilloso, Aresito!
-Sí... Pero no fue porque quisiese unirme a la banda en sí -confesé y ella frunció el ceño- ¿Sabes esa sensación de sentirte... Querido?
-Sí. Sé exactamente como se siente.
-Fue por eso. No fue por otra cosa, porque, si te digo la verdad, yo creo que no estoy a su altura.
-¡Oh! No puede ser... -Se puso una mano en el pecho dramática-. El dios griego Ares piensa que no está a la altura para hacer algo.
-No seas boba, hablo en serio -pero yo sonreía y por eso no paró.
-Creo que no te conozco.
-Claro que lo haces.
-No, no lo hago. El Ares que yo conozco nunca habría dicho que no está a la altura.
-El Ares que conoces nunca se lo habría dicho a nadie que no fueses tú.
Y era totalmente cierto. No sabía ni cómo ni el porqué ni en qué momento había ocurrido, pero solo me sentía capaz de confesarlo con ella. Así como lo hice con mi miedo a los aviones y lo haría con cualquier cosa en el futuro. Yo confiaba en ella.
-¿Por qué? -me miró con el ceño fruncido como si no tuviese nada de sentido.
-Porque me siento cómodo contándotelo. ¿Por qué me terminaste contando lo de María Rossi?
-Porque me parecía injusto que todos lo supieran excepto tú -se pasó una mano por los rizos y yo los miré hipnotizado. Me encantaban sus rizos y adoraba a la persona que la había convencido de dejar su pelo suelto-. Además, puede que confíe un poco más en ti.
-¿Ah, sí? -la miré con las cejas alzadas.
-No me mires así o dejo de hacerlo.
Ambos nos reímos.
-Te lo quiero contar todo -suspiró-, pero tampoco quiero aburrirte.
-Llevo deseando que me lo cuentes todo desde el primer día, Atenea. Siempre he querido conocerte y ser tu amigo (aunque me hubieses rechazado estrepitosamente la primera vez que te ofrecí mi amistad, aún duele, por cierto) -soltó una risita cantarina que me hizo ensanchar la sonrisa-. No hay manera de que me aburras.
-¿Seguro?
-Cuéntame todo lo que quieras, hasta donde quieras, el limite lo pones tú.
Ella se me quedó mirando un momento y luego asintió despacio, pero antes de empezar con su relato cogió una caja de pizza y la abrió.
-La historia va a ser larga, así que ve comiendo.
-Bueno, una pizza comprada no era mi idea de "Comida casera"
-Tuve problemas con la masa, ¿vale?
No me contuve al reírme. Me lo esperaba, sinceramente y no la culpaba por ello. Habían hecho todo por ella durante toda su vida, era normal que no supiese cocinar. Pero eso la avergonzaba y me empezó a golpear como si no hubiese un mañana para que me dejase de reír.
-La próxima vez, lo intentamos juntos -dije cuando ya me hube calmado-. Ahora, quiero saber todo lo que me quieras contar.
Cogí un trozo de pizza y empecé a comer porque tenía mucha hambre. La racanera de Margo no nos había ofrecido nada más que cervezas y eso no era muy nutritivo. Aunque según ella, había sido porque no quería que nos distrajésemos durante el proceso creativo, pero yo habría pensado mucho mejor con la tripita llena.
-Bueno -comenzó ella, sacándome de mis pensamientos-. Empecé a bailar cuando era muy pequeña, poco después de nuestra separación, pero siempre fue algo intermitente por los viajes de mis padres. Estuve en varios estudios, de los mejores estudios alrededor del mundo porque, aunque a mis padres no les molaba nada la idea, era una niña muy activa.
-Éramos una bomba juntos, sí -corroboré.
Literalmente, los dos siempre fuimos unos traviesos y medio hiperactivos. Poníamos todo patas arriba, nos escapábamos de nuestras casas... Hacíamos de todo y no pensábamos mucho en las consecuencias. Sonreí al recordarlo.
-La cuestión era que el baile era un tranquilizante y llegaba a casa o al hotel tan rendida que les dejaba hacer... Pues sus cosas de la empresa. Y claro, ya sabes cómo son -asentí-. Lo amé desde el primer momento. Empecé con ballet y contemporáneo, y los dominé muy rápido. Luego hice gimnasia rítmica y acrobática. Ahí gané mis primeras competiciones. Tendría unos siete años. Pero como cambiaba tanto de localización, me dediqué a aprender cada estilo de baile. Era mi reto personal y siempre me han gustado los experimentos, así que fusionaba por diversión. En realidad, bailar lo hacía por diversión, porque me gustaba y lo terminé amando. Demasiado. Tampoco sabía que me llevaría tan lejos -hizo una pausa para comer de la mitad de la pizza que había dejado, mientras yo abría otra-. Con diez añitos, nunca olvidaré ese día, llegó la hermana de Gloria, Vicky. No sé si la conoces, pero ella tendría unos dieciocho o diecinueve y bailaba profesionalmente en un estudio aquí en España. Era muy conocido, pero yo no lo había escuchado en la vida porque, a pesar de ser española, había pisado mi país...
-Cuatro veces -lo entendía a la perfección.
-Exacto. Estaba en Madrid y competían internacionalmente, y me encantó la idea. Bueno, hice algo que no debería de haber hecho para entrar -sus labios se curvaron hacia arriba recordando.
-¿Qué hiciste, morenita?
-Le mentí a mis padres y la institutriz me ayudó. Les dijimos que la academia en la que estaba en aquel momento, una en el Bronx de Nueva York iba a España para una competición. Ellos no le pusieron mucha mente y así cogimos un avión, y adicioné. Había dos entrenadoras, una era un amor de persona, otra no tanto -puso muy mala cara-. La primera quería que entrase a toda costa, la segunda quería que me tirase por un puente porque según ella era demasiado arrogante e inexperta. Así que la decisión pasó a manos de los superiores.
-Y entraste -resolví alegre.
-Tenía diez malditos años. Ni siquiera yo comprendí cómo. Pero no fue fácil labrarme un lugar allí. Todas las demás personas tenían dieciséis, diecisiete o dieciocho. Y yo tenía diez. Decían que era una fuera de serie.
-Espera, pero ¿cómo resolviste lo de tus padres?
-Bueno, se enfadaron muchísimo conmigo. "No sabes el peligro que corres", "Eres una inconsciente", "no estás preparada para nada de esto", pero, aquella mini Atenea tenía muchos más huevos que yo y les plantó cara, luché por ello, me escapé de casa, me interné en aquella institución y, entre tú y yo, como despidieron a mi institutriz, me quedé sin estudiar casi seis meses, que me vinieron de perlas.
-¿Y tus padres no se preocuparon por ti? Pero, ¿necesitas el permiso de tus padres para hacer eso? No...
-Mis padres lo dieron.
-Pero no les gustaba la idea.
-Pero les gustaba mucho menos la idea de que estuviese molestándoles por algo que no tenía relevancia para ellos. Pasé seis meses sin hablar con ellos y me sentí la niña más culpable del mundo. Luego, me llamaron un día, dijeron que tenía nueva institutriz (una bruja, por cierto) y que como esta mujer les dijese que bajaba del sobresaliente, irían personalmente a recogerme. No bajé del sobresaliente porque ya me había enamorado del baile, de los ensayos duros y de las competiciones de élite. Creo que con el baile llené... Ese hueco que dejaron mis padres por seis meses. Y lo llenó por completo.
Se quedó callada un momento y miró al horizonte oscuro. Al mar. A la luna. A las luces de la piscina o a las linternitas que nos alumbraban.
Le dolía esa parte y a mí me había dejado pasmado. Sus padres no la habían llamado por meses cuando era solo una niña... Por una vez me sentí complacido con los padres que tenía. Era verdad que en cuanto me instalé en el instituto y la residencia, se olvidaron un poco de mí y que no habían mostrado preocupación por mi persona en su vida. Pero nunca me habían hecho eso. No por un enfado. Es más, en las vacaciones ya me habían llamado varias veces para preguntar como estaba y cómo me iba todo.
De hecho, últimamente hablaba mucho más con ellos. Como si intentasen compensar algo y aquello tampoco lo entendía.
-Tenía doce cuando otro fuera de serie llegó al estudio -dijo más alegre de repente.
-Derek.
-Hugo García en el mundo del baile. Él tenía dos años más, pero como éramos los únicos raritos del grupo, congeniamos rapidísimo. Nos hicimos pareja de baile porque descubrieron que él era el único que podía seguirme el rollo.
-¿Eras tan buena? -dije, pero ya sabía la respuesta.
-Depende de a quién le preguntes, pero yo creo que sí. Aunque eso lo decían más porque era un torbellino que no podía dejar de bailar que por otra cosa y la gente solía necesitar demasiados descansos.
-¡Qué sorpresa! -bromeé y ella me pegó en el brazo.
-Para resumirte lo que vino después. "Ganadora: María Rossi". "Y el premio va para... ¡España!". Fue una gran temporada para el estudio. Y para mi vida. Me la pasaba de lado a lado por el mundo en competiciones, en ensayos. Creo que durante esa temporada habíamos ganado todo lo que se podía ganar en el mundo del baile profesional. Pero a mí no me parecía suficiente, porque no lo hacía por ganar, lo hacía porque me llenaba. Era mi pasión y me habría dedicado a ello sin duda. Aunque a mis padres no les gustase.
-Pero...
-Pero llegó el día más importante de mi vida. Los premios a Miss universal.
-¿Eso no es en el mundo de la belleza?
-Sí, pero no -rio-. En el mundo del baile también hay de esos, son los premios más esperados y nombran a la mejor bailarina del mundo. Entre otras cosas, claro. Hugo ganó ese mismo día Míster solista Universal.
-Espera, ¿Derek es tan bueno?
-Es el mejor en su categoría. Tendrías que haberle visto bailar Human... Se te pondrían los pelos de punta. Y pega unos saltos... ¡Qué saltos!
-Tengo que verlo. Aunque me haría mucha gracia lo de las mallas apretadas.
-No es muy gracioso, ¿eh? -me advirtió con una mueca por la cual no me atreví a preguntar-. Aunque a Margo seguro que le gustaría mucho verlo. Bueno, ¿qué digo? Ya lo habrá visto en mallas mil veces.
Asentí dándole la razón.
-Entonces ibas a ser Miss solista universal...
-Sí, lo fui. Bailé No time to die.
Oh... La canción del aeropuerto. Ahora entendía la reacción que había tenido y por qué me había mandado a quitarla de inmediato. Le recordó a su último baile.
-Cuando terminé y fueron a dar los premios, el escenario estaba vacío. Me llamaron a mí. Estaba eufórica, saltaba de la alegría y solo tenía catorce. Pensaba que mi carrera acababa de empezar allí. Que tenía todo un futuro por delante en aquel mundo. Jo... Fui la mejor del mundo y el premio era una gira mundial... Una gira.
-¿Te ibas a ir de gira?
-Me iba a ir de gira. Pero el sistema de iluminación estaba mal y me cayó todo encima.
Lo había visto, pero me volví a impactar cuando me lo dijo y su voz se empezaba a romper.
-Me desperté en un hospital. Con las piernas entablilladas y sin poder moverme. Se me había roto la tibia derecha y el peroné izquierdo. Los habían tenido que reconstruir y amenazaba por no volver a caminar por la lesión en la cadera. También tenía tres costillas rotas de ahí...
-La cicatriz.
-Exacto, fue la única que no pudieron evitar, las demás son casi invisibles. Creo que mi madre les amenazó con la muerte si me afectaba demasiado estéticamente. A mi madre le preocupa mucho eso -suspiró-. De todas formas, pasé un par de veces más por quirófano.
-¿Por qué?
-Porque cuando nadie me veía, bailaba. Me habían dicho que no lo volvería a hacer nunca, pero me negaba a aceptarlo y aún no estando recuperada del todo, lo intentaba y me lesionaba. Y mi mente terminó odiando el baile.
-¿odiando?
-Fue un mecanismo de defensa. Mis padres me alejaron de todo ese mundo con una "Ya te lo dijimos" y llegué al instituto muy abrumada tras un año de rehabilitación y solo estudiar. Se me daba bien y tenía buen nivel, me pasé un curso, pero tampoco se notaba mucho.
Y con eso había terminado su historia. Dios... Atenea. Lo único que podía pensar era en lo fuerte que había sido y lo mucho que la admiraba en ese momento.
No me había dejado ninguna duda sin resolver con eso. Atenea le hacía justicia a su nombre. Era una guerrera.
-Porque eres de enero -dije aceptando el cambio de tema que pedía con su silencio.
-¿Cómo sabes cuándo cumplo años?
-Pero si Román empezaba a repetirlo cada día desde octubre hasta enero, ¿cómo no lo iba a saber?
-¿Y también te decía que me regalases cosas?
-No, eso era idea mía.
-Aún conservo el collar de la bailarina.
-¿Te regalé un collar con una bailarina? -pregunté sorprendido. Ni yo me acordaba de eso.
Ella asintió.
-Fue en primero de bachillerato, pero nunca me lo he puesto -confesó-. No sabía cómo sabías que me gustaba el baile.
-No tenía ni idea. Fue intuición, me recordabas a una con los moños, pero no sabía que lo habías sido... No tenía ni idea.
-Pues diste en el clavo.
-Pero nunca te lo pusiste.
-Porque me recordaba lo que era y lo que había perdido.
-¿Y nunca te lo pondrás? -pregunté con una curiosidad que ni sabía que tenía. Pero me moría por escuchar su respuesta.
-Quizá me lo empiece a poner más a menudo.
Calidez. Eso fue lo que sentí. Una sensación en el pecho que llenaba y no entendía qué era. No pude evitar preguntar:
-¿Por qué eso me hace sonreír?
Nos miramos fijamente y ninguno apartó la mirada.
-Quizá es que te hago muy feliz.
-Me hace feliz estar contigo, morenita.
Ella sonrió de oreja a oreja y negó con la cabeza.
-Lo digo en serio.
-No sé yo... -bromeó.
¿Qué no sabía? Claro que me hacía feliz y era raro decirlo.
-Lo digo muy en serio -me puse de pie y ella me imitó.
Levantó el mentón con suficiencia sin permitir que nuestros ojos se alejasen de los del otro un momento. Sonreímos. Nos habíamos entendido perfectamente, quién apartase la mirada, perdía.
Nuestro juego, nuestro pique.
-Me haces feliz.
Me crucé de brazos.
-Cualquier compañía femenina te haría feliz.
Ella se acercó un paso e hice lo mismo.
-¿No crees que contigo sea diferente?
-¿Sinceramente? No.
No se amedrentaba, era ella sin más. Su determinación me mataba.
-Me haces feliz.
Salimos de la manta del picnic sin dejar de mirarnos y empezamos a movernos en círculos, como tiburones.
-Tú me pones nerviosa.
-¿Qué te pone nerviosa exactamente? -otro paso más. Ella dio uno hacia atrás.
-Tú. Tu actitud. Tu arrogancia. Tu mirada.
-No te gusta que te mire.
-No me gustan tus ojos.
Y dale con mis ojos. Y dale con decir que no le gustaban. Eran azules... Todo el mundo amaba mis ojos, no podía ser ella la excepción. Estaba mientiendo.
-A mí me encantan tus ojos -dije.
-Eso es mentira -dijo y dio otro paso más atrás. Me acerqué de nuevo a ella.
-No lo es, pero... Eso de que no te gustan mis ojos no puede ser cierto.
-Eres demasiado arrogante.
-Y tú una pequeña mentirosa.
Y se estaba acercando peligrosamente al borde de la piscina.
-No me gustan -susurró.
Volvió a retroceder y tuve que cogerla de la cintura para que no se cayese al agua. La acerqué a mí y puso las manos en mi pecho. Me obligué a no mirar. No podía mirar, porque no podía perder. Pero me moría por mirar cómo me tocaba aunque fuese un segundo.
Ella me miró de hito a hito. Sus ojos se habían abierto un poco más de la cuenta y casi podía sentir su respiración agitada.
Un mechón suelto, se coló en mi campo de visión y con la yema de los dedos lo aparté lentamente.
Sus ojos se volvieron más claros y sabía lo que significaba. Se había sonrojado.
-Me encantan tus ojos -repetí.
-Y a mí los tuyos... No me disgustan.
Mis labios se curvaron hacia arriba y sentí como sus manos subían a mis hombros.
-Ya he admitido que me gustan tus ojos, ya puedes soltarme.
Pero en vez de alejarse, bajó sus manos por mis brazos. Un escalofrío y tragué saliva.
-¿Segura que quieres que te suelte? Podrías caerte al agua si te alejas un poquito.
-¿Sí? -asentí- Entonces no me sueltes.
No dijo nada más cuando con fuerza se lanzó hacia atrás. Intenté que no cayese, pero ella quería que los dos nos fuésemos de cabeza a la piscina y lo consiguió.
Caímos al agua abrazados y noté como se apoyaba en mis hombros cuando salimos del agua. Me miró y empezó a reírse a carcajadas.
Toda ella empapada. Echó la cabeza hacia atrás con una sonrisa y disfrutó de la sensación.
-Estás loca -negué con la cabeza.
-Aquí no hago pie -no paraba de reír-. Estás empapado.
La agarré de la cintura y la atraje hacía mí. No le habría hecho tanta gracia si se ahogaba por reír en vez de nadar.
Su peinado estaba todo desecho y el pelo se le pegaba al cuello y a la frente. Me dediqué a apartarlo mientras ella se apaciguaba. Su pecho subía y bajaba. Y yo también sonreía. Se había vuelto completamente loca.
Entonces, ella estiró el cuello de nuevo, pero menos agitada y con más delicadeza. Y lo vi. Vi las marcas que tenía en el escote y las reconocí al instante. Alguien la había besado y mucho. Demasiado. Muy fuerte. Y creía saber quién era.
La acerqué un poco más. El cuello. En el hombro derecho y un poco más abajo de la mandíbula.
-Atenea -la llamé. No me hizo caso, estaba demasiado inmersa en su risa y su jugueteo- Atenea -nada-. Atenea, o me escuchas o...
No me podía molestar tanto. ¿Por qué estaba así de marcada? ¿Quién había hecho eso? En realidad, era evidente.
Y no estaba bien. Joder, no sentía como si aquello estuviese bien.
No después de haberla acariciado hasta que se durmiese. De haber cantado con ella hasta quedarme sin voz. De haberle confesado mis miedos y de que ella me abriese su corazón...
La besé. No sabía porque, pero la besé. Fue más un roce que un beso. No lo pensé y no entendía por qué lo había hecho.
Cuando nos separamos, ella no reía, me miraba desconcertada y pérdida. La había cagado completamente, eso era lo que entendía con su mirada. Era gilipollas, un completo tonto que ni siquiera comprendía porqué la había besado...
Se humedeció los labios. Mierda, quería besarla de nuevo. Todo estaba mal.
-Perdón, perdón, per...
Atenea volvió a poner sus labios sobre los míos con delicadeza. Dulce.
Afiancé mi agarre sobre su cintura y la acerqué a mí. Ella enredó sus piernas sobre mi torso y metí las manos en su pelo mojado. Suspiró complacida.
Atenea se separó de mí, me miró a los ojos y nos volvió a unir con un poco más de ganas. Pasé mis manos hacia su espalda y la pegué a mí mucho más. Sin duda, ella entre mis brazos era todo lo que estaba bien.
-Hay que parar... -dijo entre beso y beso.
-El límite lo pones tú, morenita. Siempre lo pones tú.
Y no paró. Sus manos en mis hombros, apretándolos. Yo acariciando sus piernas. Ella besándome despacio, profundo. Yo deseando que cada segundo durase para siempre. Y nosotros... Juntos.
-¡Ares! -escuché una voz de fondo.
Atenea fue la primera en separarse como si yo quemase. Y yo me quedé en el sitio. Y otra vez nos enzarzamos en un duelo de miradas en el que saltaban chipas. ¿Qué acababa de pasar? Era nuestra pregunta. ¿Por qué lo habíamos hecho?
-¡Ares! -Thalia apareció en nuestro campo de visión.
¿Qué coño hacia Thalía allí y por qué nos había interrumpido?
-Te necesito, Ares -dijo con mala cara-. Quiero hablar contigo -miró a Atenea y la saludó sin prestarle mucha atención.
No, no había visto nada de nada y oí cómo Atenea suspiraba aliviada. La miré, pedí permiso para irme y ella asintió.
No quería marcharme, quería hablar con ella porque no se podían quedar las cosas así. Pero una Thalía que empezaba a cabrearse me reclamaba y no tuve más remedio que salir de la piscina y seguirla.
No me dio tiempo a cambiarme de ropa y tampoco había pensado hacerlo. Tenía cosas más importantes en la cabeza. Los labios de Atena eran... Increíbles.
Thalía y yo no hablamos durante el camino a su casa. En realidad nunca hablábamos mucho. Esa era la diferencia no tenía ningún tipo de conexión con Thalía. No quería conocerla, no quería saber nada más de ella, solo había querido follármela y después de aquel momento en la piscina, no estaba tan seguro de si quería seguir haciéndolo.
-Thor también quiere hablar con Atenea -me informó.
-Es importante, ¿No?
-Bueno, lo que le tiene que decir no mucho, pero seguro que quiere seguir con lo de esta tarde.
Lo dijo sonriente, como si fuese algo gracioso, pero no me hacía ni puta gracia lo que eso significaba y me hizo mucha menos gracia que, estando en la habitación de Thalía, empezamos a escuchar gemidos a una pared de distancia. Todos venían de la habitación de Thor.
La había cagado por completo.
* tose en escritora *
¡SE HAN BESADO!
¿Y ahora qué? ¿Qué va a pasar ahora? Yo necesito saberlo (ya lo sabe), necesito información.
¿Os ha gustado el capítulo?
Ahora sí me despido tras este capítulo extra jajaja
¡Besitosss!
_Dreams&Roses_
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