Capítulo 4: Vencer y perder



A la mañana siguiente, me desperté con el mismo entusiasmo que un gato mojado. El reloj marcaba las 6:45 y, aunque todavía estaba medio dormida, podía escuchar las risas lejanas que provenían del piso de abajo. Dejé escapar un gruñido mientras me lanzaba de la cama, tropezando con la alfombra perfectamente colocada que, al parecer, también era parte del "nuevo y mejorado estilo de vida Calloway".

Me puse rápidamente el uniforme escolar, un conjunto que ya empezaba a conocer demasiado bien. Luego, con algo de tiempo, decidí maquillarme un poco más de lo habitual. Primero apliqué una capa ligera de base para unificar mi piel, luego un toque de rubor para darle algo de color a mis mejillas pálidas y pecosas. Me concentré en mis ojos verdes: un poco de sombra neutra, delineador fino y una capa de rímel que hizo que mis pestañas se alargaran sin quedar demasiado dramáticas. Terminé con un toque de bálsamo labial y, finalmente, me puse mis aretes, los más sencillos que encontré. Con una última mirada al espejo, bajé las escaleras, sintiéndome un poco más preparada para enfrentar el día.

En la cocina, el circo ya había comenzado. Alec estaba leyendo el periódico como si fuera un CEO sacado de una película, mientras mi mamá preparaba waffles y hablaba con Ethan, quien, sorprendentemente, parecía estar de buen humor.

—Buenos días, Bree —saludó Alec sin levantar la vista del periódico. Su voz, como siempre, era amable, pero mantenía ese aire formal que hacía imposible relajarse a su alrededor.

—Hola —murmuré mientras me servía un café. No era la hora para socializar.

Ethan, sin embargo, no iba a dejarme en paz. Apoyado en la isla de la cocina con esa sonrisa socarrona que parecía tatuada en su cara, me estudió con descaro. Llevaba el uniforme de la secundaria: una camisa blanca impecable, de corte ajustado que le daba un aire serio, pero al mismo tiempo despreocupado. Los pantalones oscuros, con un buen ajuste, no lo hacían parecer más alto, pero definitivamente le daban una presencia difícil de ignorar. A pesar de todo, había algo en su postura relajada que me decía que estaba completamente cómodo en ese espacio. Y, claro, no podía dejar de notar esa mirada grisácea de suficiencia que ya me molestaba más de lo que quería admitir.

—Vaya, ¿decidiste unirte al club de los vivos? Pensé que te quedarías encerrada en tu habitación todo el semestre.

—Lo siento por arruinar tu sueño —respondí, llevándome la taza a los labios.

Él se rió, como siempre, pero antes de que pudiera soltar otra de sus bromas, Alec intervino.

—Ethan, recuerda que tienes práctica después de clases, y Bree, tu madre y yo queríamos hablar contigo sobre unas normas básicas para convivir aquí.

—¿Normas? —pregunté, arqueando una ceja. Genial, más reglas.

—Nada complicado —intervino mi mamá, con ese tono que usaba cuando intentaba suavizar un golpe—. Solo queremos asegurarnos de que todos estemos en la misma página. Ya sabes, cosas como respetar los espacios de los demás, horarios, y... bueno, llevarnos bien.

Ethan soltó una carcajada baja, claramente entretenido con el discurso de "familia feliz" que estaban intentando vendernos. Yo, en cambio, rodé los ojos.

—Entendido. Respetaré la burbuja de Ethan y trataré de no respirar su aire.

Alec me lanzó una mirada paciente, pero no dijo nada más. Lo cual, en mi opinión, fue un milagro.


[...]


En la escuela, el ambiente era igual de cargado que el día anterior. Harper me esperaba en la entrada con un café en la mano y una sonrisa burlona.

—¿Lista para otro día en el paraíso? —preguntó mientras caminábamos hacia los casilleros, entrelazando su brazo con el mío.

—Si por "paraíso" te refieres a una jungla llena de gente que te mira como si fueras un extraterrestre, entonces sí, completamente lista.

Ella se rió y me lanzó un muffin que había guardado para mí. Harper era la única persona aquí que me hacía sentir que no estaba completamente sola. Su actitud relajada y su sarcasmo eran exactamente lo que necesitaba para sobrevivir.

Pero, por supuesto, no todo podía ser tan sencillo.

Cuando llegamos a mi casillero, ya había alguien esperándome. Liam. Con su cabello oscuro perfectamente desordenado y esa sonrisa picaresca, estaba apoyado casualmente contra la fila de casilleros como si fuera el rey de la escuela.

—Bree, justo la persona que quería ver —dijo, como si nuestra interacción de ayer lo hubiera dejado fascinado.

—Qué suerte la tuya —respondí, cerrando el casillero de un golpe.

Liam no se inmutó. De hecho, su sonrisa se amplió.

—He estado pensando... Tú y yo podríamos ser buenos amigos. Ethan me habló mucho de ti.

—¿Ah, sí? —pregunté, cruzándome de brazos—. ¿Qué te dijo? ¿Que soy un encanto?

—Algo así —contestó, riéndose. Luego bajó la voz y se inclinó un poco hacia mí—. Pero tengo la sensación de que no le agradas tanto como a mí.

—¿Y qué te hace pensar que me interesa agradarte? —repuse, alzando una ceja.

Harper, que había estado observando la escena como si fuera un episodio de su serie favorita, intervino antes de que Liam pudiera responder.

—Liam, déjala respirar. Algunas personas no necesitan ser el centro de atención las 24 horas.

Él levantó las manos en señal de rendición, todavía con esa sonrisa molesta en la cara.

—Tranquilas, solo quería ser amable. Nos vemos en el almuerzo, Bree.

Cuando se fue, Harper me lanzó una mirada significativa.

—¿Qué? —pregunté.

—Ese chico es un problema con piernas. Y tú acabas de meterte en su radar.

—No estoy interesada —aseguré, aunque no podía negar que había algo intrigante en él.

—Bien, porque créeme, no necesitas más drama en tu vida.



[...]


El resto del día fue una mezcla de clases aburridas y encuentros incómodos. Pero la verdadera sorpresa llegó al final de la jornada, cuando Harper y yo estábamos en la cafetería, charlando sobre cualquier cosa y tratando de ignorar las miradas que me seguían a todas partes.

Ethan entró, caminando directamente hacia mí. Había algo en su expresión que no había visto antes: seriedad. Y eso, honestamente, me asustó un poco.

—Tenemos que irnos —dijo, ignorando por completo a Harper.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, confundida.

—Solo... ven conmigo. Ahora.

Harper me lanzó una mirada de "¿está loco?", pero yo sabía que si Ethan estaba actuando así, algo debía estar pasando. Lo seguí fuera de la cafetería, cruzando los pasillos vacíos hasta llegar al estacionamiento.

—¿Vas a explicarme qué está pasando? —pregunté, cruzándome de brazos.

Ethan se detuvo junto a su coche y me miró directamente a los ojos. Por primera vez, no había rastro de burla en su rostro.

—Escucha, Bree. Sé que no te gusta este lugar, y créeme, tampoco me entusiasma tenerte aquí. Pero hay cosas que necesitas saber. Cosas que... mi padre y tu madre no te han contado.

—¿De qué estás hablando? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.

Ethan suspiró, pasando una mano por su cabello desordenado.

—Solo... ten cuidado. Este mundo no es lo que parece. Y algunas personas no son quienes dicen ser.

Antes de que pudiera responder, abrió la puerta del coche y se subió.

—Vamos, te llevaré a casa.

Me quedé ahí, de pie, intentando procesar lo que acababa de decir. Ethan era muchas cosas, pero no alguien que hablara en serio sin una buena razón.

Y mientras subía al coche, no podía evitar preguntarme: ¿en qué me había metido realmente?

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