23: Dilema
El trote de los caballos, el ruido de las ruedas al girar y mis sollozos era lo único que se escuchaba dentro del carruaje.
Wendy, antes de irnos, había avisado al mayordomo de nuestra partida, diciendo que se había vuelto a sentir indispuesta y que yo me había ofrecido a acompañarla. Quizás, que la novia se escapara de su propia fiesta de compromiso por ayudar a una buena amiga, era una excusa poco creíble, mas, me era totalmente indiferente los rumores que se pudiesen cernir sobre mí.
Tenía el alma partida en dos.
El hombre al que, no creía, sino que sabía que amaba, había incinerado la confianza que tenía puesta en él y me había demostrado, de nuevo, que mi único atractivo era mi fortuna.
Y dolía.
Quemaba en el centro de mi pecho. Solo podía pensar en cómo había conseguido que cayera como una idiota en su trampa mediante palabras y gestos encantadores, preocupación fingida, y promesas vacías. Le había confiado todo lo que tenía, lo que me atemorizaba, mis secretos, mi fragilidad, mi confianza, mi amistad, mi corazón...
Y el darme cuenta de que nada había sido real, que yo nunca había sido más que un premio que ganar ante sus ojos, mientras que para mí él había sido mi futuro, me hacía sentir vacía.
—Para —demandó la voz de mi amiga, la cual había permanecido en silencio un tiempo récord para ser ella—. No soporto verte así, Margot.
La miré mientras intentaba sofocar el llanto.
—No puedo —sollocé.
Las pelirrojas cejas de ella se curvaron denotando tristeza.
—Sí puedes —afirmó con fuerza—. Eres Margot Rose Darlington —espetó a la vez que se ponía a mi lado—. Eres la mujer que no derramó ni una lágrima cuando falleció su padre, para que su madre pudiese lidiar con el duelo en paz; eres la mujer que se hizo cargo de todos los negocios de su familia a los dieciocho años y los consiguió sacar a flote. —Hizo una pausa para obligarme a mirarla—. Eres la mujer que se recompuso tras que su exprometido la asaltara sexualmente, dos veces. —El mar de sus ojos se enturbió—. Y vas a ser la mujer que va a superar que el hombre que amaba la engañase.
Asentí en silencio.
—Bien —espetó ella—. Porque no voy a permitir que te sientas pequeña otra vez, Margot, no voy a permitir que te vuelvas a culpar por cosas que se escapan de tu alcance.
—Gracias —dije entrecortadamente.
Una lágrima descendió por la rosada mejilla de Wendy, pero ella la limpió con rapidez y me sonrió.
—Es lo menos que puedo hacer por intentar escabullirme de tu fiesta de compromiso.
Me dio un codazo amistoso y yo sonreí de manera genuina.
Cuando llegamos a mi hogar, Wendy le dio instrucciones al cochero para que avisara a su tía de que pasaría la noche conmigo. Tras esto, me acompañó a mi habitación y, junto a Helena, me ayudó a desvestirme y a limpiarme la sangre del rostro, después curó las heridas de mis manos; todo el rato estuvo bromeando conmigo sobre cosas sin sentido e insistió en dormir en la misma habitación que yo. No sabría decir cuánto tardé en caer en los brazos de Morfeo, pero sé que Wendy se obligó a no dejar de hablar hasta que lo hice.
""
Durante la siguiente semana no salí de casa, tampoco quise responder las preguntas que madre, tan insistentemente, me hacía todos los días. Y, por supuesto, no me digné a leer ninguna de las cartas que Eric me enviaba. Las quemaba tan pronto como las recibía.
La única visita que permitía recibir era la de Wendy, la cual sacaba tiempo para mí diariamente, pese a que había días en los que no me apetecía hablar y se limitaba a hacerme compañía mientras leía uno de sus libros. Ya iba por el tercero.
Los días siguieron avanzando, al igual que la fecha de mi boda, la cual no había sido cancelada, se acercaba. Por supuesto, no iba a casarme, pero nadie a excepción de Wendy, lord Beckford y yo, lo sabía. Y planeaba que las cosas siguiesen así. Quería que el día de la celebración, cuando todo el mundo viese que la novia no tenía intenciones de aparecer, él sintiese un poco del desasosiego que yo había experimentado. De todas maneras, Eric sería capaz de olvidar con rapidez aquel bochorno y podría seguir adelante con su meta de casarse con una rica heredera, mientras que yo, probablemente, estuviese condenada a sentirme desdichada hasta el fin de mis días.
El tiempo siguió avanzando y, cuando tan solo faltaba una semana para la fecha nupcial, la paciencia de madre llegó a su límite y me abordó durante la comida.
—¡Ya está bien! —explotó—. Si no quieres hablar del tema, ¡bien! Si no piensas casarte, ¡magnífico! Pero no te atrevas a seguir torturándome con este silencio, Margot. Háblame, dime qué te pasa.
La culpa se arremolinó en mi interior, ella no tenía la culpa de nada de lo que había pasado, sin embargo, me atemorizaba la idea de decepcionarla. No era ningún secreto que Eric le agradaba casi tanto como la idea de verme desposada, por lo tanto, tenía el presentimiento de que, en esa ocasión, madre no iba a ser tan comprensiva como de costumbre.
—No voy a casarme —afirmé, no sin antes haber hecho un descomunal acopio de fuerzas.
Para mi sorpresa, madre se limitó a asentir con compresión.
—¿Y quieres decirme por qué? —no se trataba de una exigencia, si no de una pregunta cautelosa, la cual yo decidía si contestar o no.
Volví a tomar aire, anonadada por el despliegue de tolerancia de mi progenitora ante la peor noticia que nunca nadie pudiese haberle dado.
—Él me quiere solo por el dinero, mamá. —Hacía años que no la llamaba así, pero no pude controlarme al recordar el dolor que esa afirmación me provocaba; la voz se me rasgó.
Los ojos verdes de madre se abrieron con sorpresa y se convirtieron, en seguida, en ese reconfortarle lugar en el que había podido esconderme siempre en el pasado. Avergonzada y triste, bajé la cabeza, en un tonto intento de ocultar las lágrimas que se habían acumulado en mi lacrimal. La mano de madre se posó sobre la mía.
—Margot... —su voz era dulce—. Mi pequeña, no digas eso.
—Es la verdad. —Hice una pausa para evitar romper en llanto—. Le di la oportunidad de desmentir los rumores y él solo calló.
Sentí como sus dedos se posaban sobre mi barbilla, para obligarme a levantar la mirada.
—Hija —habló de manera seria—. Puede que no disponga de mucho dinero ahora mismo, pero dudo que ese hombre solo te quiera por tu fortuna.
Sabía que no estaba intentando defenderlo, pero no pude evitar crisparme con sus palabras. La ira explosionó en mi interior como la pólvora.
—¡Eso no puedes saberlo! —exclamé—. ¡Le di la oportunidad de demostrármelo y no hizo nada! ¡Nada!
Una triste sonrisa se posó sobre el rostro de madre.
—Era un hombre asustado —dijo—. Por supuesto que no hizo nada.
No permitió que le replicara nada, ya que volvió a tomar la palabra:
—Margot, no soy quién para decirte esto y, si me equivocó, detestaría que mi única hija se casase con un cazafortunas —su tono me hizo calmarme—. Pero he visto la mirada del conde cuando estás a su lado y es de ese tipo de miradas que no se pueden fingir.
—¿Cómo estás tan segura?
Los ojos de madre se endulzaron.
—Porque es la forma en la que tu padre y yo nos mirábamos.
La respiración se me entrecortó, sabía que esa no era una comparación que madre pudiese hacer a la ligera.
—Es un mentiroso, por supuesto que puede fingirla —escupí con rabia.
—Puede —sonrió ella—. Pero la única que puede descubrirlo con seguridad eres tú, Margot.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté confundida.
La mano de madre se posó sobre mi mejilla de manera maternal.
—Lo que quiero decir, como siempre, es que lo único que deseo es tu felicidad, hija mía —explicó con ese tono reconfortante que se asemejaba al chisporroteó de la leña en invierno—. Y que yo siempre estaré conforme con la que sea la decisión que tomes, aunque sea la soltería —volvió a sonreír—. Lo importante es que tú no te arrepientas.
—¿Y cómo puedo saber si estoy errando mi camino? —Un nudo se instauró en mi estómago al sentir que había algo de toda aquella situación que se me escurría entre los dedos.
Madre suspiró sonoramente, antes de que una preciosa sonrisa se hiciese dueña de sus labios.
—No puedo darte una respuesta clara a eso, cariño. —Negó con sutileza con la cabeza—. Tan solo puedo decirte que el amor es confiar, hasta en los momentos donde más complicado parece serlo.
Esa reflexión despertó un terrible desazón en lo más profundo de mi alma.
""
La tarde siguiente, mientras Wendy leía en silencio y yo procrastinaba bebiendo té, me aventuré a romper el silencio con una pregunta:
—¿Crees que debería hablar con él?
Los ojos de Wendy se separaron inmediatamente de su libro y me analizó con esos iris de un azul infinito, antes de responder:
—¿Es lo que crees tú que deberías hacer? —Como siempre, sus respuestas no dejaban indiferente a nadie.
—No lo sé —admití depositando la taza sobre el plato—. No dejan de llegarme cartas suyas y, aunque las quemo, supongo que quiere hablar de algo.
La pelirroja levantó una de sus cejas con incredulidad.
—Me da igual que te haya escrito su peso en oro en papel —exclamó—. ¿Tú quieres hablar de ese algo con él?
—Madre dice que...
—Margot —me interrumpió enfadada—. ¿Es lo que tú quieres hacer?
—No lo sé —dije agobiada.
Wendy respiró hondo y cerró su libro, no sin antes colocar el marcapáginas.
—Te voy a dar mi opinión, pero no responderé a tu pregunta —aclaró, yo asentí con insistencia.
Mi amiga se acomodó en su asiento y levantó la palma de su mano.
—Es un cobarde, mentiroso, engreído, orgulloso y pusilánime. —Por cada adjetivo que enumeraba, bajaba uno de los dedos de su mano—. No se merece a una mujer como tú.
—Entiendo —dije, ella siempre era la voz de mi razón, por lo que su opinión despejaba muchas de las dudas que me estaban carcomiendo desde la conversación que había tenido con madre.
Como bien decía Wendy, aquel individuo no merecía que yo me siguiese preocupando por él. Por lo que debía terminar de recomponerme y empezar a aprender a enfrentar mi nueva realidad, por mucho que doliese. Era irónico que ser una solterona ya no me pareciese el mejor de los finales.
—Sin embargo... —la voz de la pelirroja volvió a captar mi atención—. Por otro lado, desde que te conozco, jamás te he visto ser tan dichosa como cuando te enfrascas en una discusión con él. —Sus palabras habían sido escogidas con cautela—. Y por mucho que lo odie en estos momentos por haberte hecho daño, ya que no tolero que nadie te haga llorar, sigo pensando que es un buen hombre, Margot.
—Pero me mintió —repliqué—. Podría haber sido sincero desde un principio, sin embargo, decidió que la manera más fácil de embaucarme era el engaño.
—En eso estoy totalmente de acuerdo contigo y sabes que no tolero a los mentirosos. —El mar que habitaba en los ojos de Wendy se sosegó—. Pero no soy capaz de olvidar el día que lord Bairon volvió a intentar asaltarte —su voz tembló—. Margot, desde mi punto de vista, existen emociones que no se pueden fingir. Y, aquel día, lord Beckford era un huracán de ese tipo de emociones.
Sus palabras removieron cada una de mis entrañas al percatarme de que las dos mujeres más importantes de mi vida, por una vez, estaban de acuerdo en algo.
—Ahora pienso que tan solo me ayudó porque le beneficiaba —ladré de manera amarga, no queriendo admitir lo que me dolía hacer tal afirmación.
—Tal vez —concordó mi amiga—. No sé hasta qué punto actuó por mero interés —admitió de manera racional—. Tan solo puedo decirte que, en algún momento, dejó de hacerlo.
Y dicho esto, volvió a abrir su libro.
—¿Entonces no vas a decirme si debería hablar o no con él? —insistí, a sabiendas de que no le sonsacaría nada más.
—No —dijo sin titubear—. Ya que tú eres la única que puede valorar qué es lo que debe hacer —hizo una pausa—, de verdad.
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