Capítulo 2 | Buena familia

No dudamos en afligirnos, reprimir nuestros actos más impuros es igual de prejudicial como hacerlo con los puros, puesto que la aceptación va de la mano con ambas, con la actitud en que tomamos las cosas. En cierta forma, no conocemos la coherencia más que la externa, y, no vemos más allá que la simulación de querer ser igual, dejando lo mejor como una escasa necesidad.

Mi ser estaba preparado para disimular la búsqueda de una buena bonanza, pero el destino es único y a la vez inconcluso. Él iluminaba como mil rayos de soles, cualquiera con actirastia se vendría en frente de aquel hombre que se engrana por solo ver a alguien sin afecto o con dolor. Aunque me agrade, no podía llegar tarde, y él no paraba de buscarme conversación.

− Y cómo te iba contando, Axel. El fin de semana que viene mi familia y yo iremos a la granja de la tía Nancy ¡Ja,ja,ja! Será asombroso – Dice él, entusiasmado, tal vez el hecho de que por fin hará algo... – Bueno, siguiendo, contando de mis muchachas...

Era agradable tenerlo como vecino, pero mis claros reflejos no van con lo que a él le interesa, mi presencia reseca, uniformada por prendas gastadas, que no piden más, en cambio, la suya compuesta por las mayores acciones que ningún ser viviente merece recibir. Sí, él era algo grande, yo lo admiraba, aparte de su esposa, que lo soportaba. No me tocó más que recurrir al antifaz, cruel y denominado egoísta, la técnica de "se me va el tiempo".

– Oye, Eddy, me encantaría seguir escuchándote – Dije yo, con una voz ronca y rasposa, como si estuviera tosiendo sangre toda la noche y me haya desgarrado la garganta – Bueno, ya sabes, el trabajo y los deberes de la vida.

– Oh, ya veo, perdona la molestia – Dice Eddy, con una entonación aflictiva – Espero que te vaya bien.

Pocas cosas dejo pasar, esta es una de ellas, ver a él grandísimo Buen Eddy desanimado. Me comprometí en ese momento, en hacerle entender que mis intenciones siempre será tener su compañía, sea bebiendo o llorando, pues, su presencia ha marcado mi camino y yo la suya, de tres personas, solo él y yo quedamos para terminar el trabajo.

– Eddy, de regreso quiero que me cuentes con mayor intensidad – Dije yo, con un cambio de entonación necesario, una voz amiga – ¿Nos vemos en la terraza, como siempre?

El cambio de humor de Eddy fue hermoso, aliviando mis más incertidumbres preocupaciones.

– ¡Por supuesto! – Exclama Eddy – Yo llevo las cervezas.

Me despedí de Eddy, alguien a la que muy pocas personas tienen la fortuna de conocer. Nadie ha contrarrestado más en su vida que El Buen Eddy, pues pocas personas han dado sus almuerzos a animales, él se ha negado a ver a los vagabundos sin abrigos en el invierno. Gracias a su estilo de vida, no la he sido fácil, echado incluso por el que menos esperaba, de restaurante a asilos, nunca ha dejado de laborar. Teniendo y buscando sus propias luchas, ha prevalecido como alguien virtuoso, que, con fortuna, ha logrado formar una familia.

No todos tenemos una relación con el amarillo, las fusiones de la vida con los deseos solo ocurren en nuestra desgastada imaginación, pues las deudas que él ha acumulado solo han sido pagadas por su esposa, la oficial de policía Beatriz Morgan, una mujer con un temperamento sólido y arrasador. Es policía, y es obvio que ella sola no puede mantener a una familia, por lo tanto, estar en la obscuridad se volvió una necesidad, llegando por las noches cansada. Una vez, mientras regresaba de una largo labor, vi a Beatriz pegada al piso, cubriendo sus nudillos morados, manchados de sangre con una pañoleta, mientras que, a su vez, se preparaba para sonreírle al hogar. Fue cuando decidí que el dilema filosófico entre Rousseau y Maquiavelo, diría que ambos tienen razón, sin embargo, es de la necesidad que nace las virtudes y pecados.

Despidiéndome de Eddy, cruzo a las escaleras que se encuentran a veinte pasos de mi puerta carcomida por el tiempo que desgasta cada astilla de ella que en su ínterin su manilla se oxida. Voy al décimo paso y me encuentro a Elisa, tercera hija de mis queridísimos vecinos, una niña muy común, social y sonriente, sus gustos hacia los animales hicieron que sueñe por ser bombera, pues los gatitos son sus favoritos. Llegando a los escalones me encuentro con Melissa, una chica entrando a la pre-adolescencia, a la etapa de rebeldía. Siendo la hermana del medio no tuvo más opción –al parecer–, planteándose con el plan de no saber qué hacer con su vida y, pienso que es irónico, pues eso no cambiará. La saludo y me despido, disponiendo a bajar por las escaleras puesto que el ascensor tiene los engranajes desgastado, su antigüedad va más de cincuenta años. Llegando al último piso cruzo mirada con Sarah, una chica de diecisiete años, a punto de ingresar a la universidad, alguien especial por el que tuve el honor de bautizarla con ese lindo nombre. Notándose rígida, puedo asumir que olvidó algo en su apartamento, algo de importancia, asumo, pues no llego a saludarme.

Llegando al último escalón, exhalo levemente, viendo como la luz de la mañana traspasan los cristales estructurados igualados a los de las épocas pasada, camino hacia la salida, un día luminoso, estruendoso y por primera vez, después de muchos amaneceres, un arcoíris a las afuera de Harlem, New York.

Ingreso a la encrucijada de ir al trabajo. Frente mío el parque "Morningside Waterfall", que con fortuna de Eddy y mía, tuvimos la suerte de tenerlo de vista en nuestras ventanas, siempre pensando que algún día voy a querer entrar, cuando no le encuentro la lógica, no hay un disfrutar. Camino a la estación del metro que queda en la avenida "Frederick Douglas Bldv", una caminata larga, pero mis piernas están acostumbradas al martirio de la supervivencia y, además, tengo que comer. A la mitad de camino me encuentro un señor muy interesante, vestido con una chamarra verde y una falda que comúnmente usan las bailarinas de ballet, pero esta era diferente, tenía trozos de aluminio adherido al lado izquierdo de ésta. Anunciaba algo referente al fin del mundo «ELLOS NOS ROBAN» gritaba eso juntos con otras palabras casquivanas, alzando un cartel con las ciclas "V.A.L.M", y debajo de ellas anunciando el apocalipsis. El destino es extraño, haciendo que hombres con barbas canosas e ideas deportadas de la realidad se acerquen a ti con una inmensa oratoria. El hombre con un tutú rosa me dice:

– ¿Tú crees en lo que dice? – Interrogando, desprestigiando su cuello a 180° – Todo se te será arrebatado en el futuro niño...

– Disculpa, no entiendo ¿De qué habla? – dije yo, intrigado porque esas no pueden ser patrañas

– ¡El gobierno muchacho! Te lo quitaran todo, tu casa, tus zapatos... maldita sea hijo de la mierda – Dijo vulgarmente danzando de un lado a otro de la cera con los brazos alzados: – ¡HAZME CASO!

– ¡Guau! Bájale dos. ¿De verdad crees eso? – Diciendo con total interés, pues no quería pasar lo mismo que él.

El algoritmo universal para el tipo de persona es muy variado, y ese hombre me lo comprobó. No tardó en contarme algunas de sus teorías, era amable y de un aspecto elocuente, pero mi interés no se centró en los planes del gobierno para dominarnos con alienígenas y religión, no, era su aspecto tan caballeroso y peculiar, que narra una historia única y transcendental que puede ser transcrita si le da la gana. No tardé en decirle que no tenía tiempo, pero agregué, por si acaso, mi interés por su vestir:

– Me gusta mucho su estilo, es original ¿De dónde lo sacó?

– ¿Qué? Amigo es obvio ¡Del basurero! JA,JA,JA – No duro menos de 5 segundos con esa risa burlona, agregando – Creo que aquí, el loco es usted.

Me tenía que ir, ya iba llegando tarde a la estación. Me despedí y le deseé un buen día a ese caballero que lucha por los derechos del entendimiento futuro. A unos pasos, él a mi espalda grita despavoridamente «Usted no es como los demás, irlandés».

Me causó curiosidad y morbo, pues pocos sabían mi descendencia, únicamente la chica de ojos y cabello de un color de espacio profundos...

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