Capítulo 5
Alfheim, el hogar de los elfos. Allí había ido a parar.
Finalmente, había sido fácil decidir: No pensaba poner un pie en Midgard o en cualquiera de los otros reinos, así que partió hacia la tierra de los elfos de luz en cuanto se excusó con su Madre para la cena y se encargó de un par de asuntos.
No tenía idea de si lo querían allí, pero no era como si pensase anunciarse o algo así. Simplemente se perdería en alguno de los vastos bosques que rodeaban sus ciudades y viviría su vida en paz. Solos él y su hijo.
Ese pensamiento hizo que llevase una mano a su vientre. Sabía que había funcionado. Lo sentía en su interior. Sentía la fuerza de su pequeño. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro mientras espoleaba su montura hacia el corazón del bosque.
La vegetación a su alrededor no era nada a lo que estuviera acostumbrado. Los enormes árboles de blancas y verdes hojas rasgaban el cielo con sus copas, que se mecían al compas del dulce viento, fragante del aroma de la tierra.
Si. Había tomado una buena decisión.
Solo había tomado las provisiones suficientes para mantenerse hasta que pudiese establecerse allí. Lo que no tardaría mucho con sus poderes.
Cabalgó por un par de horas, hasta que dio con un claro que le pareció adecuado. Podía oír el sonido del agua corriendo, lo que le indicó que había un rio cerca. Muy conveniente.
Desmontó y ató su caballo a un árbol antes de dar una vuelta. No parecía que ese lugar hubiese sido perturbado en muchísimo tiempo. No había pisadas o caminos cerca que indicasen patrullas élficas. Estaba a salvo.
Convencido de que había encontrado el lugar indicado para iniciar su nueva vida como padre, comenzó la construcción de su nuevo hogar.
Usando su magia, desbrozó el lugar antes de alzar de la nada una cabaña y un establo. Una huerta junto a la casa y poderosas barreras de energía que frieran a cualquiera que se acercase demasiado.
Sonrió con satisfacción ante su trabajo terminado antes de regresar con el caballo.
-Espero que te guste tu habitación.
Diablos, iba a extrañar a Sleipner.
Con el animal a resguardo, sacó las semillas de las alforjas y las esparció en la tierra. A continuación, desvió el riachuelo para tener agua fresca y dio por terminado su día. No quería agotarse. No ahora que la vida se gestaba en su interior.
La sala de la cabaña era espaciosa y acogedora, con ventanas que daban a los cuatro puntos cardinales para poder ver venir lo que fuera. Con un movimiento de la mano, encendió el fuego de la chimenea para preparar la cena y comenzó a desempacar.
En cuanto terminó, se sentó junto al fuego con un cuenco de guisado y observó alrededor. Por primera vez en su vida se sintió en profunda paz.
Allí no había un trono por el que luchar, no había un padre y un pueblo que lo había menospreciado toda su vida, no había un hermano que lo cubriese con su sombra...
No necesitaba nada.
Ante ese pensamiento, el rostro de su madre cruzó su mente y lo apartó de un manotazo. No quería pensar en ella. Así como tampoco quería pensar en el hecho de que, en realidad, iba a extrañar a Thor.
Aquel bruto incompetente en realidad se había preocupado por él en varias ocasiones. Y aunque había tratado de matarlo día sí, día también, continuaba confiando en él...
Una gota de agua cayó sobre su mano, sorprendiéndolo.
Qué..?
Otra más.
Goteras? No oía lluvia.
Frunciendo el ceño, dejó el cuenco a un lado. Algo resbaló por su mejilla y llevó la mano hacia allí rápidamente. Observó la humedad y la realidad lo golpeó.
Lágrimas.
Estaba llorando.
Y ni siquiera lo había notado.
Una amarga sonrisa curvó sus labios mientras que las lágrimas escapaban de sus ojos, estallando contra su regazo.
Era muy probable que a pesar de todos sus intentos por destruirlo, por tomar Asgard por la fuerza, por matar a Odín... Era muy probable... Que a pesar de todo eso... Thor en realidad lo quisiese.
Pero bueno, y qué? Aunque tuviese el cariño de su hermano, nunca hubiese conseguido nada. Nunca lo hubiesen reconocido más que como el error que cometió su padre al acogerlo en su hogar.
Ahora que lo pensaba, era irónico: Odín, Padre de todo... Menos de él.
Una risa amarga se mezcló con su llanto, y eso le dio fuerzas para secarse las mejillas.
Sorbiendo por la nariz, tomó su cena de nuevo y probó una cucharada. Asqueroso. Nunca había tenido que cocinar. Tomó otro bocado, ignorando el sabor. No podía continuar comiendo así. O si, en realidad. Era el pequeño quien le preocupaba. Que supiese mal lo hacía menos nutritivo? Quería que su niño se nutriera correctamente.
Fijó su mirada en el sol que se ocultaba. Ahora no podía hacer nada al respecto, pero el día siguiente era un mundo de oportunidades. Y las ciudades élficas estaban por todos lados.
Una pobre doncella, con su madre enferma...
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