Capítulo 16

La nueva vida de Loki se basaba en ayudar en los quehaceres de la casa, recoger las verduras de la huerta y gandulear por ahí mientras llevaba una sonrisa boba en el rostro y se acariciaba el ahora enorme vientre.
Había aprendido a cocinar, a tratar todos los síntomas del embarazo y el uso de muchas hierbas y polvos. Se aburría soberanamente en la habitación, así que Lyrei había traído un camastro de su casa para instalarlo en el comedor. De ese modo, podía ayudar incluso haciendo reposo. Los mareos y la náusea eran el pan de cada día, pero nada fuera de lo normal.

Estaba feliz. Plenamente feliz. Gisli pronto estaría a su lado.

Terminó de recoger las patatas y puso la última en la cesta a su lado. Lyrei le había prohibido terminantemente llevar la cosa a la cocina, así que cuando finalizaba su tarea debía llamarla. Pero ella no estaba allí en ese momento. Observó la posición del sol. Se había ido a cazar hacía unas dos horas. Y normalmente tardaba entre tres o cuatro. Suspiró. Era una canasta con patatas. Qué tanto daño podía hacer? Además, había que comenzar a preparar el almuerzo. Podía pelar aquellas cosas y dejarlas listas para cuando ella regresara. Y prefería estar acostado cuando tuviese que quitar la barrera mágica. Lo cansaba menos. Lyrei le había echado la bronca varias veces por mantener aquella cosa allí, pero lo hacía sentir más seguro...

Se puso de pie lentamente, haciendo los ejercicios de respiración que Lyrei le había enseñado para paliar los mareos. El mundo dio un vuelco en cuanto estuvo erguido completamente y se quedó muy quieto en el lugar esperando a estabilizarse. Había algo extraño en aquél mareo, pero evitó pensar demasiado. Si comenzaba con sus paranoias, ya no se detendría.
Una contracción lo asaltó y respiró aún más hondo, acariciando su vientre, calmando a su hijo. En cuanto los destellos amainaron, observó la canasta. Papas, zanahorias y demás tubérculos se apiñaban allí. Fácilmente pesaría unos cuatro kilos...

-No es nada, Gisli. –Murmuró antes de inclinarse a tomar la cosa.

En cuanto la afirmó en el hueco de su codo, volvió a erguirse.

Esta vez, el mareo lo desestabilizó completamente. Las rodillas le fallaron y le costó mantener la postura, así que soltó la canasta. Su contenido se desparramó alrededor sin ton ni son y su corazón comenzó a latir con fuerza.

<<Que no te domine el pánico, que no te domine el->>

Su mantra se interrumpió por una fuerte contracción que lo hizo jadear y apretar la mandíbula. Alzó la vista al sol y notó con horror que había tomado mal el tiempo: Lyrei llevaba más de dos horas fuera. Lo que quería decir que él llevaba más de tres horas levantado.

Tenía que llegar a la cama.

Con cuidado y tratando de que la desagradable náusea que lo había invadido no lo paralizase, avanzó lentamente hasta la puerta. La huerta estaba contra la pared detrás de la casa, en la parte más alejada de la entrada y maldijo el momento en que le dio esa disposición.
El terreno pareció extenderse hasta el infinito...

Usando la pared como apoyo, dio paso tras paso, dispuesto a no dejarse vencer por el miedo. Todo estaría bien. Entraría, se metería en la cama y esperaría a Lyrei como un buen chico.

Algo escurrió entre sus piernas.

Su corazón se detuvo.

Se forzó a mirar y un grito desgarró su garganta en cuanto distinguió el rojo de la sangre contrastando con el verde del pasto. Las lágrimas anegaron sus ojos, haciendo que aquella visión de pesadilla se distorsionase. Las fuerzas abandonaron su cuerpo.

Qué haría sin su niño? Cómo había pasado esto?

Se dejó caer de rodillas, abrazándose el estómago. Sus sollozos le quemaban el pecho, pero era incapaz de detenerlos.

Alzó el rostro y gritó una vez más, dejando allí su alma. Toda la sangre de su cuerpo pareció drenarse junto con su hijo y la vista no tardó en oscurecérsele.
Llorando y maldiciendo, se hizo una bola en el suelo. Quería irse con él...

Una voz penetró entre la oscuridad y le devolvió la conciencia el tiempo suficiente para ver a Lyrei llegando a la barrera al galope, como si supiera lo que pasaba.

La barrera...

No la había quitado...

Alzó la mano para pedirle que se detenga, advertirle que no tenía fuerzas para quitar aquella condenada cosa...

La explosión lo cegó.

Gritó con todas sus fuerzas, incapaz de escucharse a sí mismo. Esta vez, cuando su mirada se oscureció, recibió el vacío como un regalo.

Acababa de perder a dos de las personas más importantes de su vida.

Ya nada más importaba.

***

Thor despertó sobresaltado y la adrenalina corrió desenfrenada por su cuerpo al no reconocer en dónde estaba. Se había dormido. Se había dormido. Hogun... Tardó un par de segundos en calmarse. Habían dejado Svartalfheim hacía mucho. Ahora, el sol de Alfheim entraba por la ventana del palacio de su abuelo, Frey.

Se incorporó en la cama con la boca pastosa y se dirigió al baño. El cuarto era tan lujoso como el suyo propio y no tenía ni punto de comparación con la cueva hedionda en la que habían vivido en aquella tierra de tinieblas. Le hubiese encantado que el lujo y confort se llevase también ese sentimiento extraño que tenía en el pecho y que lo acompañaba desde que Loki se había ido...

Se enjuagó el rostro sin poner mucha atención a la imagen que reflejaba el enorme espejo de pared a pared y salió al pasillo rumbo a los aposentos de su abuelo.
Tropezó un par de veces y maldijo. Su sentido del equilibrio se había ido de paseo junto con lo poco que quedaba de sus nervios. Sabía que su apariencia estaba igual de desmejorada. Apresuró el paso para no pensar y encontró a Frey sentado junto a la ventana de su habitación, bebiendo algo caliente con Hogun.

-Nieto! –El hombre que no parecía más viejo que su padre le sonrió y abrió los brazos. –Tu guerrero me estaba poniendo al día. Cuando llegaron tan repentinamente esperaba cualquier cosa menos que tu hermano se hubiese escapado.

-Siento no haberte explicado antes la situación. -Se disculpó Thor. Incapaz de sentarse, permaneció de pie en el límite del sol. Llevaba largos meses sumidos en la penumbra, malviviendo en aquel espantoso lugar, y encontraba la luz bastante molesta.
La noche anterior, Heimdall los había dejado en la puerta del palacio. En cuanto pusieron un pie dentro y Frey los recibió, lo único que había atinado a hacer fue pedirle un cuarto para poder encerrarse. No confiaba en sí mismo.

-Entonces, hijo. No saben nada de tu hermano? –Él negó.

-Nada desde hace meses. –Frey suspiró.

-No me gusta decirte eso, pero... No has pensado que tal vez ya no siga con vida?

Un dolor fuerte y punzante le atravesó el corazón. Negó con convicción.

-Él está vivo. Yo lo sé.

Su abuelo lo miró con tal compasión que sintió deseos de golpearlo en el rostro, pero no hizo ningún comentario más.

-Bien, eres libre de recorrer mis tierras. Puedo poner a tu disposición a mis patrullas si lo deseas. –Thor asintió.

-Muchas gracias. –El dios se dirigió a Hogun. –Dado que estamos en territorio aliado, creo que no hace falta que estemos juntos todo el tiempo. –El Severo lo miró un par de segundos antes de acceder.

Thor salió del cuarto y observó el aparato que Stark le había dado. Esperaba que Strange se apresurase. Observó el cielo a través de un ventanal, ansioso.

Tenía un presentimiento extraño.

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