Capítulo 9

San Petersburgo, Rusia

La fiesta de cumpleaños no era nada aburrida, los excesos se hicieron presente en todos los rincones. El sitio escogido dentro de la lujosa mansión para el concierto fue en el balcón de la alcoba principal.

Los asistentes a la fiesta, escucharon el concierto alrededor o dentro de la piscina en el jardín, de tres niveles en forma de cascada con decorado en piedra. Las más de ocho mesas enfiladas en el costado derecho, repleta de carnes de todo tipo, salsa, antojitos, etc.

Completaba los excesos, licor y drogas, que los asistentes tomaban sin pudor alguno en la misma mesa en que servía el bufete. El ambiente no era desconocido, estas fiestas eran muy comunes dentro de la industria. Lo único que variaba era el bufete y los asistentes.

Tomo la guitarra viendo a los demás bajar a la piscina y departir sin problemas con los presentes. Contrario a mí, no tiene conflicto a la hora de tomar, comer y disfrutar de los excesos. Están acostumbrados a ellos, estos lugares son el paraíso.

Estoy afinando la guitarra cuando una voz interrumpe mi quietud.

—No disfrutas la fiesta —me dice el homenajeado.

Sostiene en su mano una copa y en la otra un porro, lo he visto aspirar e inyectarse en las seis horas que llevo en esta fiesta. Dos chicas que no sobrepasan los quince años se abrazan a él mientras me sonríen.

El cumplimentado es un hombre de unos 30 años, y no una chiquilla como lo imaginé. Un tipo bastante excéntrico, en traje blanco, sin corbata, su camisa sin abotonar, en su cuello cuelga varias cadenas de oro, en sus manos anillos y pulseras.

—¿Se te ofrece algo?

Me avergüenza admitirlo, pero hasta la presencia de menores es común en las fiestas a las que suelen invitarme. Es el principal motivo por los cuales no asisto y si lo hago es por un par de horas o menos.

—Lo que sea. —me dice.

—No suelo tomar mientras trabajo —respondo tras detallarlo de más y darme cuenta de que espera una respuesta.

—¿Seguro? —insiste abriendo sus brazos. —mandaré a traerte lo que desees. —sus largos dedos señalan a las chicas —puedo cederte alguna o las dos. Hay incluso una habitación disponible en caso de que desees quedarte.

No respondo y me limito a ver a las dos adolescentes que me observan como si tuvieran abrazadas a un dios. Sus pupilas dilatadas y esa sonrisa perpetua que no se borran de sus labios me indica que están drogadas. ¿Estarán por voluntad?

—Si te gustan menores, mayores o tienes otra preferencia —sugiere enarcando una ceja —tus deseos serán cumplidos en mi villa.

Mi estómago se hace un nudo al verle besar a cada chica de manera fogosa mientras la otra acaricia su miembro. Regreso la atención a la guitarra y opaco los ruidos que hacen los tres con mis pensamientos.

—Me preocupa que mi invitado especial, se sienta incómodo. —sonríe mostrando su bien diseñada sonrisa —tengo el honor de dar las mejores.

—No hablaré por mis compañeros, pero yo no tengo planeado quedarme—recojo la funda de la guitarra y la cubro teniendo especial cuidado en no verlos — Tengo un vuelo que tomar en dos horas.

—Puedo pagarte el tiempo de más...

—El dinero no tiene que ver. —le interrumpo.

Es el ambiente viciado lo que contamina mi piel y oscurece mis entrañas. Por desgracia no se puede saber cómo serán estas fiestas privadas, lo normal sería adaptarme a ellas o fingir que lo hay a mi alrededor no es real.

Una peor que la otra.

—Si no supieras que cantas rock, pensaría que tienes moral.

Me animo a verle una última vez y me veo siendo observado con pesar. Dentro de su escaso cerebro, soy yo el del problema y no él. Con un "Si cambias de parecer, me lo haces saber" se aleja de mi presencia. Permitiéndome respirar con tranquilidad.

—Te traje algo que te gustara —Agatha me muestra en mi campo de visión un coctel rosa que me hace alejar la mirada del hombre y las dos chicas —no contiene licor y estuve presente cuando lo prepararon. —me calma cuando no hay intentos de tomarlo.

—Tomaré algo en el aeropuerto —le digo —pero, te agradezco el gesto.

—Los chicos me dicen que no te gustan este tipo de fiestas.

Niego viéndola apoyarse en las barandas de la terraza y contemplar al público con sus excesos.

—¿Qué te hizo preferir el rock por sobre todos los géneros?

—Engrandece mis emociones (las buenas) —le aclaro y me observa por encima del hombro —mejoraba mi estado de ánimo, me ayudó a controlar la depresión. Escucharlo, cantarlo o tocarlo —describo. —me hace sentir alegre, feliz, vivo.

—Con los demás géneros ¿No es así?

—En menor medida. —confieso —el rock lo lleva a niveles altos.

—Si me permites opinar, no encajas en este género —al girar hacia mí sonríe llevándose la copa del coctel a los labios —tienes el aspecto, voz y talento de este género. Es tu alma la que no se ajusta a este mundo oscuro.

—Alguien debe hacer la diferencia.

Regreso a mi labor de empacar mis cosas con ella siendo espectador. Pedirme que me adapte a la sociedad que me rodea es lo mismo que sí que amputaran un brazo. Lo siento igual. No soy yo el equivocado, son ellos y la manera que tienen de verse.

—Lo que harás en Edimburgo ¿Por qué solo tú irás?

—La homenajeada es una vieja amiga —respondo cortante, pero ella está lejos de haber acabado.

—¿Cantarás con pista?

—No. —respondo en el mismo tono y a ella no parece agradarle mi respuesta —tendré apoyo. —recojo la guitarra, la instalo en mis hombros dándole un último vistazo a la fiesta en la piscina —me despides de los demás, nos vemos en New York.

—Ok. —me hace el símbolo de la paz con sus dedos que imito rumbo a la salida.

Ignoro de camino a la salida el ambiente que me rodea. Las parejas en actitudes comprometedoras, grupos fumando, actos lascivos, etc.

—¿No ha cambiado de parecer? —la voz del dueño de la mansión me hace detener, pero no girar.

—No suelo dejar un compromiso tirado.

—¿Ha pensado en cambiar de profesión? —pregunta en medio de risas suyas y femeninas —No sé, se me ocurre ¿Pastor?

—Que tenga buena velada —es mi respuesta retomando mi camino y dirigiéndome al auto que espera por mí.

—¿A dónde, señor? —pregunta el chofer abriéndome la puerta.

—Sácame de aquí.

Edimburgo, Escocia.

Existía una sola manera de nivelar mis emociones, sacarlas de mis entrañas a través de la música. Durante el vuelo rumbo a visitar al Doyle-Turner, escribí. Exorcicé mis penas y nivelé mis miedos a través de las líneas que brotaban del lápiz.

Una vez el capitán del vuelo anunciaba el arribo a Edimburgo, todo parecía estar en su lugar. No significaba que me sintiera preparado para enfrentarme a verla feliz y en su ambiente. Sin embargo, era un obstáculo que debía cruzar y cuanto antes mejor.

Arrastro el equipaje por todo el aeropuerto controlando los latidos de mi corazón. Guido Doyle, prometió enviarme a un chofer que me llevaría directamente al castillo, pero no había señales de él.

Leí varios letreros en espera de toparme con uno para mí, sin éxito alguno. Poco a poco el personal empieza a notar mi presencia, a señalarme e incluso a tomarme fotos.

—¿El señor Cahill? —me llama una voz. —permítame por favor.

Antes que pueda negarme, un hombre en traje oscuro ha retirado mi equipaje y otro dos me abren paso en medio de los presentes. Ingreso al auto y cierro los ojos un instante con varios interrogantes rondando mi cabeza.

¿Qué hago en este lugar? ¿En qué momento me vi metido en todo esto? No tengo por qué cargar con los problemas de adaptabilidad de Maissa. Ella decidió vivir lejos de casa y los suyos, son sus pleitos, no los míos.

En estos momentos yo debería estar con Saori en cualquier lugar, bromeando y riéndonos de cualquier tontería. El recuerdo de su sonrisa me hace buscar el móvil, pero no hay rastros de ella o algún mensaje.

"No te apresures, ve con calma." Me dice mi lado razonable. Mientras mi corazón me insta a lanzarme al enigma que ella representa. Posee todas las marcas de alguien que huye, ¿de quién y por qué? Busco la foto que le tomé desprevenida en el parque y la observo durante todo el camino.

Su cabello oscuro hondeaba al viento y cubría su piel lozana, ojos cubiertos por largas pestañas y la sonrisa que le brindaba un toque angelical. Alguien tan hermoso y perfecto, no debe ser real, de serlo traerá problemas.

Estoy dispuesto a sortearlos, me quemaría en el mismo infierno si llego a disfrutar de esos labios rosados. Tan sumergido estoy en la imagen del móvil que no percibo mi llegada hasta que alguien abre la puerta y quien se asoma es Maissa.

—Debe existir una explicación para que no hallas contestado mis llamadas todos estos meses —se queja enarcando una ceja. —sigo siendo integrante del grupo, merezco un poco de comprensión.

Me mira una sonrisa en los labios, ya no hay delgadez, ni miedo en su rostro. Es la chica que recuerdo un poco más madura. Le doy un último vistazo a la imagen de Saori, su sonrisa tiene el poder de inyectarme valentía. ¿Es normal tantos sentimientos fuertes en tan poco tiempo? A quién obedezco ¿Corazón o sentido común?

—Lo bueno se hace esperar —respondo guardando el móvil en mi bolsillo.

—Debe ser importante lo que hay en ese móvil —bromea —jamás he visto a alguien sonreír como estúpido con una foto.

—Yo sí —la voz de Asaf se escucha detrás de ella, tira de su cuerpo hacia atrás e ingresa su rostro —Estás a tiempo de largarte de este lugar. —susurra —no hay nada más aburrido que el Doyle-Turner.

En medio de risas y bromas salgo del auto contemplando lo que es su hogar hoy día. En un costado un grupo de hombres instalan una tarima, un centenar de mesas la rodean y personal variado las adornan.

—¿Qué tal? —la voz de Maissa me hace buscarla de nuevo y mí mirada no alcanza a llegar a ella.

Un grupo de personas salen del costado izquierdo y avanzan en sentido contrario a la puerta principal. Dentro del grupo resaltan dos personas, van tomados de la mano y se miran. Hay brillos en los ojos de la chica al corresponder a esa sonrisa.

—Te mostraré el lugar, Gianni está por llegar. Mi padre está con el señor Gino...

Escucho a Maissa hablar y hasta la llegada de Kurn. Nada tiene más importancia que la chica con mono negro, tres tallas más grandes sonríe viendo al hombre que la lleva de la mano. Hace un gesto teatral llevándose la mano a su cabeza y finge un desmayo siendo tomada en brazos por su acompañante. Sonrío, ante la risa de complicidad de ambos.

No tengo idea de que hace aquí o quién es el hombre que la acompaña. Lo que sí estoy seguro es que el destino acaba de responder a mi pregunta. Lo que sea me tiene deparado, tiene a Saori como protagonista y me encanta.

—Es hermoso ¿Cierto?

—Es perfecto —respondo con la vista fija en ella que se aleja sin notar mi presencia.

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