Capítulo 8
Atenas, Grecia
Son escasas las veces que acudo a recepción o utilizo la salida convencional. Ni siquiera cuando voy disfrazado, muy común cuando deseo pasar desapercibido.
El motivo por el cual hoy me sienta tentado a romper esa regla, tiene que ver con Saori y las ocho horas que faltan para el evento. No es un concierto en un sitio amplio, se trata de una fiesta privada en la que solo habrá familiares cercanos. Ella no asistirá, pero está en la ciudad, me lo había confesado.
Posee boletos para todos mis conciertos y reservaciones en hoteles cercanos a donde estaremos alojados. El de hoy, es diferente, se trataba de los deseos de un padre en complacer a su hija.
Me he convertido en el capricho de niñas ricas, lo que debería alagarme. En cambio, me produce en las entrañas la sensación de ser un mueble que se expone en un bazar y se vende al mejor postor.
—No te quejes, el pago es jugoso —bromea Simón fingiendo contar billetes con sus dedos.
—Gracias por hacerme sentir como una ramera.
El disgusto no dura mucho, el recuerdo de un rostro redondo y unos ojos negros, opacan mi mal humor. Mis compañeros han notado el cambio de humor, mis escapadas y largas pláticas por teléfono. Ninguno ha realizado comentarios o preguntas y lo agradezco.
—No niego que me agrada, verte feliz —empieza a decir. —me siento feliz por ti, pero responsable de lo que te suceda.
Simón está sentado en un sillón cerca a la venta, yo acostado en la cama con el móvil en el pecho esperando su llamada. Hace un par de minutos los chicos han decidido salir a explorar, solo los dos quedamos en el hotel.
Yo en espera de Saori, Simón finiquitando detalles con el organizador de la fiesta.
—¿Cuánto la conoces? ¿Quién es? ¿Por qué el interés en ti?
Con la mirada fija en la elegante lámpara incrustada en el techo del lugar, escucho sus consejos. Requiere el nombre con quien sea esté saliendo, es necesario investigar su procedencia.
Simón tiene muchas exigencias de parte de mi padre, una de ellas, la más importante, es la que tiene que ver con mi nacimiento.
Melissa Cahill, tuvo psicosis postparto, que no fue tratada sino seis años después. El nacimiento de un hijo varón cuando lo que deseaba era una niña, se piensa, fue el causal. Quien pagó los platos rotos fui yo, al que obligó a vestir de niña, tomar hormonas femeninas, bloqueadores de hormonas masculinas, que compraba en el mercado negro.
Khan Cahill, mi padre, era un apasionado hombre de negocios, solía brindarle más atención a su ascenso en el mundo empresarial que a su esposa e hija. Se perdió mi nacimiento, rara vez estaba en casa por considerar una niña con gustos de niños, no eran transcendental.
No fue hasta que besé a una compañera de escuela y fui golpeado por ella que todo se supo. Según recuerdo no me gustaba mucho ir al lugar, no me agradaba jugar con niñas y los chicos me golpeaban.
Mi madre me instó a que no me dejara desvestir, ni tocar. Por lo que, cuando la mujer quisieron ayudarme a limpiar la mugre y golpes, me negué. Ante la imposibilidad de controlarme, llamaron a casa, mamá estaba enferma y como dato curioso, papá estaba cuidando de ella, siendo él que acudió ese día.
Recuerdo de manera vaga a él, tomarme en brazos, dejarme en una camilla y empezar a desvestirme. La imagen que tengo más nítida, es de mi padre, observando mi cuerpo desnudo, mientras lloraba. Fue la primera vez que me abrazó y me sentí amado. No es que mi madre no lo hiciera, me costó entender que sí lo hacía. Tenía otra manera de hacerlo.
De esa manera supo por qué destruía las muñecas, insistía en los juegos de niños que veía en la TV, entre otros muchos detalles que dejó pasar por alto por estar amasando una fortuna. Antes que mi madre me fallara, lo hizo mi padre, eso es algo que ambos lo tenemos claro.
—Me preocupó por ti —la voz de Simón me regresa al presente. —¿Cómo la conociste, hijo?
—En Moscú, se llama Saori. —respondo tras pensarlo mucho. —y el interés es mutuo, no solo de ella.
—Alguien está filtrando información de ti a la prensa.
—La conozco hace dos meses, Simón y los rumores están desde mucho antes —le recuerdo sentándome en la cama —Sospechabas de Hall ¿Qué cambió?
Inspira largo y fuerte, empezando a soltar el aire poco a poco. Su cabello grisáceo, comúnmente peinado hacia atrás, luce revuelto y lleva una barba incipiente.
—Que esté por fuera, no retira lo que sabe sobre ti.
El comentario me saca una sonrisa y a él un gruñido. Continúa diciéndome que lo mejor es ser precavido, me ruega analizar la forma en que llegó a mi vida. Las casualidades no existen y ella podría estar aquí para sacar información.
—No soy tan especial o famoso —bromeo y tuerce los labios. —te agradezco el interés y preocupación.
—¿Cómo la conociste? —insiste.
—Es la chica del concierto. —se queda viendo mi rostro por largo tiempo y decido seguir —la de Berlín.
Le doy un detalle fugaz de como la vi en la azotea de ese hotel y un resumen fugaz de nuestra conversación. No es necesario el resto de detalles, tiene conocimiento que me he escapado en más de una decena de ocasiones para ir a verla.
—¿Te gusta? —afirmo y suspira —Hay una enorme posibilidad ... —calla de manera abrupta y me observa por largo tiempo.
Avanza hacia mí, apoya una mano en mis hombros y permanece en silencio por mucho tiempo. No hay manera de saber lo que pasa por su rostro hasta que empieza hablar.
—No te lances al vacío sin tener la certeza que llevas paracaídas. —aconseja y sonríe —y no hablo de preservativos, aunque debería.
Supongo que habla de emociones, de ser correspondido y, sin mencionarla, sé de quién habla y mi cuerpo se tensa. Alejo mi cuerpo de su mano y me levanto de la cama alejándome todo lo que puedo de él.
—Disculpa mi franqueza —se excusa —espero que ella te haga dejar de ver a Bahar. La sola idea de que se haga pública esa relación, me enferma.
—Mencionar a Saori y a Bahar en una misma frase es un insulto. Siempre hemos tenido claro que no hay nada entre los dos.
Simón afirma mientras intenta (Sin éxito) peinar con su cabello con los dedos. Retira el botón de su saco e ingresa una mano en los bolsillos antes de hablar.
—Con ellas no hay nada seguro. —suspira —Sé discreto y no te expongas. Llama a tu padre. —aconseja antes de cerrar la puerta y dejarme solo.
Llevado por la curiosidad de aquel consejo, tomo el móvil y le marco a mi padre. La línea sale ocupada y decido esperar un par de minutos. Juego con el móvil rumbo al balcón y una vez allí lo intento una segunda vez.
—Papá, ¿Cómo has estado? —son mis primeras palabras y el silencio del otro lado me ocasionan ansiedad —¿Papá?
—Antes que nada, quiero que sepas que lo tengo controlado...
—¿Qué le sucedió a mamá?
Si algo tiene el poder de perturbarnos a ambos es ella, mamá es nuestra debilidad. Lo que escucho a continuación, me obliga a apoyarme en las barandas y a respirar con dificultad.
Se ha filtrado a la prensa que a quien visito en el hospital, se sabe, es un familiar, pero no el parentesco. Recluido en el ala de psiquiatría desde hace más de una década.
—No corre peligro, el hospital ha dado un parte de tranquilidad.
—¿Quién dio la nota? ¿Qué se sabe del periodista?
—No puede divulgar su fuente —gruñe —y acorralarlo es lo mismo que afirmar que tiene razón.
—Estoy harto de tener que callar —confieso —siento que lo mejor sería decir la verdad.
—Sabes que te apoyaré la decisión que tomes.
Le doy él frente a la vista de la ciudad e inspiro fuerte. El éxito no garantiza la felicidad, ambas cosas parecen no llevarse bien. Si alguien me lo hubiera dicho hace cuatro años, es probable que diría que era suficiente con ser famoso.
Hoy, entiendo que no es así. No basta con tener fama y que muchas personas deseen estar en tu presencia. Cuando no eres feliz en tu compañía, es complicado que proyectes o seas feliz. El mayor conflicto es que pese a que aquí sueles estar rodeado de personas, siempre existe un vacío gigante.
— Te pido pensarlo con cabeza fría.
—No haría nada sin tu bendición, no se trata solo de mí. —le aclaro —te veo pronto.
—¡Cuídate!
—Tu igual.
Ingreso el móvil en mi bolsillo y cruzo mis brazos en mi pecho, de saberse la identidad de mi madre, todo se complicaría. Hasta el momento a nadie parece importarle que solo seamos papá y yo, salvo en un par de notas, mamá no es mencionada.
¿Qué tan delicado sería para mi carrera? Seré la comidilla en los diarios y revista por un tiempo, hasta que encuentren a otra víctima. El ruido de mi móvil me saca de mi letargo y tomo la llamada sin pensarlo.
—¿Cuánto haces que no vas a cine? —la dulce y tierna voz de Saori trae analgésico a mi alma y logra hacerme sonreír.
—¿Es una invitación?
—Podría —sin verla puedo sentir que sonríe.
—¿De qué depende? —pregunto ingresando a la habitación y buscando como cubrir mi rostro y cabello.
—Verás —se aclara la garganta —no me gusta arriesgarme, necesito saber que voy a ganar.
—¿Qué película veremos? —deseo saber.
Tomo la boina, las gafas oscuras, la bufanda y una vez mi imagen está como deseo salgo a los pasillos. Topándome con ella en la puerta con la mejor sonrisa. Trae puesta una peluca rosada, divertidos lentes azules traslúcidos y su atuendo lo cubre una gabardina negra ceñida al cuerpo.
—¿Importa? —responde sonriente —a mí me basta una buena compañía.
—Yo soy más exigente —le digo extendiendo el brazo para que se apoye en él. —¿Puedo saber de quién huyes? —curioseo viendo su disfraz —¿Eres una celebridad?
Inclina su rostro, aleja sus lentes de su rostro y me lanza una mirada traviesa seguida de un guiño.
—Estamos de incógnito—bromea —necesito estar a la tu altura.
—Con tacones de quince centímetros bastarían. —sonrientes ingresamos al ascensor.
Las bromas continúan hasta llegar al lobby, allí chocamos con Jamil y los chicos que salen del bar del hotel. Salvo Agatha que nos lanza una mirada cargada de intriga, ninguno hace contacto visual con nosotros.
—Presiento que no le caigo bien —susurra Saori al notar como nos mira. —¿Estoy dañando un idilio?
—¿Celos? —interrogo y me responde con un mohín —Agatha odia a medio mundo, es un ser incomprendido. Lo mejor es ignorarla.
Mira por encima del hombro viendo al grupo apostado en la acera en búsqueda de un taxi y afirma sin decir nada. La incomodidad de Saori es tanta que acabo desistiendo de esperar por un taxi y decido caminar.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —mi pregunta la hace alejar la mirada de Agatha y verme.
—¿Es personal? —que responda con otra pregunta me hace detener en mitad de la acera.
—¿Cómo haces para saber dónde estoy, hospedarte en el mismo hotel, adquirir entradas?
Baja el rostro hacia el asfalto, se muerde los labios y al regresar a verme, sonríe.
—Son tres preguntas. —mueve tres dedos en el aire —tengo una hermana con suerte.
—Eres afortunada —empiezo a avanzar, pues estamos llamando la atención, pero mis dudas crecen —tu hermana debe tener dinero.
—Ahorros —corrige viéndome de manera fortuita. —fue mi regalo de cumpleaños, pedí un deseo y se me concedió.
—Un regalo costoso —insisto —si tienes problemas económicos...
—¿Podemos ser, Saori y Khan? —me interrumpe —sin cuestionamientos, ni dudas. Solo tú y yo.
—¿Es lo que quieres? —afirma en silencio y miro al frente —entonces, así será.
El cambio de conversación la relaja y me encuentro repitiendo las dudas de Simón en mi cabeza. Conozco tan poco de ella y llegó de la nada, que debería sospechar. Sacudo la cabeza intentando retomar el rumbo de su conversación.
—No tengo pase de cortesía para el día de hoy —le escucho decir —de todas maneras, debo cumplir una cita con mi padre. Asi que...
—Nos veremos de New York —concluyo por ella y afirma. —Disfrutemos de esa película, el triple.
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