Capítulo 7
Venecia, Italia
Dos meses hacían desde que me fui de casa, en ese tiempo había asistido a cuatro conciertos y coincidí con él en tres ocasiones. En todas ellas fui yo quien lo vio primero y pude verlo sin que notara mi escrutinio.
Ese mismo tiempo llevaba sin llamar a casa, enviaba correos a mis padres y hermana dando el detalle de mi salud. Mi padre me instaba a regresar, estaba haciendo lo posible para ir a Tokio y hablar con el abuelo.
Aunque también enviaba pequeños consejos para que no pudiera rastrearme. No usar tarjetas de crédito, ni los teléfonos del hotel, restringir los bares, no hablar con desconocidos, entre otras muchos.
En este instante había logrado hablar con mi hermana, gracias a uno de sus consejos. Usar un teléfono descartable y apagar el mío hasta tanto él no me diera la orden de encenderlo. Debía comprar uno en cada lugar que visitara y si llegase a quedarme sin dinero, se lo hiciera saber por correo.
—Te extrañé, mucho. —me dice Naomi —¿Qué tal es Khan en la vida real? ¿Es tan triste como aparenta?
—No, en realidad —confieso con amargura.
Era costumbre ver en su suite a mujeres, la mayoría de ellas Fans que lograban colar la seguridad. Ninguna me llamaba tanto la atención como la nueva integrante. Ella ingresaba después de Khan, otras cuando él salía, acompañada con alguien del grupo, otra sola.
—Debe ser amante —razona Naomi —¿Cómo explicas que tenga llaves de la habitación?
—Es posible.
—Él se la da, le dice que espere que todos duerman para ingresar. —insiste mi hermana.
Es un absurdo si son pareja, ¿Por qué mantenerlo oculto? Para mi hermana, era la forma de mantener la historia que era soltero. Las fans se lanzarían contra la mujer y la insultarían.
—Ya ha sucedido con actores y cantantes. Algunas mujeres están locas.
—¿Cómo yo? —la risita que sigue la delata.
—¿Qué haces?
—Salí a tomarme una taza de té y a respirar aire puro—respondo recibiendo la taza de té del mesero.
—¿Estás tomando los medicamentos?
—En regla. No he fallado en nada, dieta, descansos y sin estrés.
Mi respuesta parece tranquilizarla y le doy un sorbo a la bebida observando el panorama a través del cristal. Uno de mis deseos era conocer Venecia, mi quinto concierto era en Moscú en dos días. Tiempo suficiente para tachar mi tercer deseo de la lista.
—¿Cómo está mamá y papá?
—Papá sigue buscando la forma de hallarte antes que el abuelo, mamá... bueno. No es fácil Saori —su voz se quiebra en lo último y regreso la taza a la mesa. —Yusei mostró su descontento por su salida de casa. Invitó a mi madre a hacerte entrar en razón.
—¿Y el abuelo?
—Peor. Hace unos días me siguieron, pienso que era ese hombre.
Se lo dijo a nuestro padre, desde entonces tiene chofer y escolta. Papá le restó importancia, asegurando que dudan que no esté lejos de casa y esperan que me vea con algunos de ellos en cualquier momento.
—Debes manejar un bajo perfil —aconseja entre susurros —estará en el mismo piso que él, ese VIP no importa mucho.
Si importa, si lo digo sonará loco, pero he sentido entre los dos químicos. Es difícil de describir, pero siento que él espera, yo esté esperándole. Una vez me ve, sonríe y la primera canción es para mí.
Lo siento así.
—No es bueno que una cámara te filme en primera línea. El abuelo sabrá donde estás y tu gira de conciertos llegará a su fin. —sonrío.
Esas palabras me hacen sentir como si fuera una estrella y eso hace reír aún más a mi hermana. Nos quedamos en silencio algunos minutos hasta que acabamos entre sollozos confesando cuanto nos extrañamos.
—Estoy siguiendo al pie de la letra todo. —solloza —incluso ese medicamento que causa agonía en mi pecho. Yo no quiero perder a otro hermano, no podría.
—¿Le has dicho al tío de esa reacción? Puede ser alergia y si tú no quieres perder a una hermana, yo tampoco.
—Si le digo suspenden todo y tendrás que buscar un donador —solloza —todo se complicaría.
—Si te enfermas, peor —insisto con el corazón arrugado por su llanto descontrolado —por favor, habla con el tío, con mamá, díselo a alguien.
—Debo colgar —me interrumpe —papá no tiene tiempo, mamá tiene suficiente con soportar las llamadas del abuelo.
—Entonces, suspéndelo —le pido —¿Lo harás?
—¿Y tú?
—Hay otras maneras —le calmo —no voy a poner en riesgo tu salud, por la mia. No podría vivir sabiéndolo. —lo pienso un poco y miro el agua que me rodea —deberíamos ir con alguien más.
—Tendrías que estar aquí.
—No necesariamente. Tú allí y yo donde esté. No le digamos a nadie, hasta tanto no tener respuestas.
—Un secreto. —explica entre sollozos.
—Por una buena causa —le calmo —llamaré a mi padre y le diré que estoy bien.
—También a mamá.
—Algún día Naomi, serás tan feliz que dudaras que estés viva.
—Con ustedes —me aclara —con papá, mamá, sin el abuelo y sus exigencias.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Cuelgo la llamada evitando con eso que me escuche llorar, saco la lista de mi abrigo y leo la lista de deseos una vez más. El día que la realicé no imaginé que tendría tanta relevancia en mi vida. Hasta el nombre resultaba una burla si se tiene en cuenta mi estado de salud.
Cien cosas por hacer antes de morir.
La empecé a realizar a los quince, las primeras eran cosas de chiquilla bastante fáciles de cumplir. Mientras iba creciendo en edad y madurez, mis sueños iban mutando. Cada año me obligaba a cumplir por lo menos diez de ellas, hoy día quedan por cumplir ocho.
Borro de mi lista visitar Venecia y releo las ocho restantes. Es complicado cumplir sueños cuando estos dependen de otros. Principalmente del abuelo. ¿Debería ir a verle? Mi presencia no hará diferencia entre que deje o no a mi familia en paz.
Degusto el té e intento calmarme en un intento de no alterar a mis padres. Saco el frasco de medicamentos y lo dejo en la mesa.
—Haces la diferencia entre vivir y morir.
Le digo tomándolo en mis manos y jugando con él. Con el móvil en manos busco el contacto de mi padre y le marco a mi padre. Dos meses sin escuchar su voz y lo siento como una eternidad.
—¿Diga?
—Papi —le digo y su reacción es lanzar una maldición. —¿Cómo estás?
—En este instante —le siento decir —acabo de volver a nacer.
—Lo siento mucho...
—Soy yo el que te debo una disculpa —me interrumpe. —¿Dónde estás?
—Estoy a salvo.
—No lo siento así si no estás en casa —su voz es casi un ruego, se escucha una silla rodar y pedir disculpas.
—Si estás ocupado, te llamaré después.
—Ni se te ocurra colgar —me ordena —fueron mis actos los que llevaron a mi padre a torpedear tu camino.
—No es así.
—Y soy yo el que debe solucionarlo —continúa —El próximo mes viajaré a Tokio y hablaré con él.
No va a dar su brazo a torcer, todos conocen lo autoritario que es y la terquedad en mi padre. Le doy un giro más amable a la conversación y encuentro que le extraño más de lo que imaginé.
—Te gustaría Escocia y amarías restaurar el Doyle-Turner —me dice. —hay una reunión en quince días, tengo permitido traer a alguien.
—¿Qué tal mamá? —sugiero.
—No dejará a Naomi sola —me interrumpe —necesito saber que estás bien, solo eso.
—¿No vas a secuestrarme o algo?
—Quizás me atreva a lo segundo a secuestrarte, nunca —bromea —algo, me refiero.
—¿Cuándo será?
Lo cierto es que yo también deseo verle, saber que está bien y que se calme. Promete enviar los detalles por correo y pedirá la invitación personal para que no tenga problemas al ingresar al castillo.
—Tendrás que decirme con tiempo si asistes o no, tu nombre debe aparecer en la lista de invitados.
—Voy a ir —le prometo —pero no te prometo quedarme.
—Es suficiente para mí. Colgaré para que llames a tu madre.
—Te amo.
—Eres mi vida, cariño. No se te olvide.
La llamada mi madre es más emocional, con más lágrimas y mucha tristeza. Descubro que ella la está superando todo lo que tiene que ver con mi supuesto matrimonio y que yo no soporto ser la causante de todo ese dolor. Cada día que pasa, crece en mi interior la certeza que lo mejor es hablar con el abuelo.
Si tuviera la certeza de que dejaría en paz a mi padre, si hago lo que dice, lo haría. Pero no es así y es eso lo que me impide pedir una cita con él ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que no lo veo?
Quince años, la edad que tendría mi hermano de estar vivo.
Moscú, Rusia
Pese al frío en el ambiente, mi piel despide un fuego intenso. Como si estuviera expuesta a una fogata o sobre brazas ardientes. Me di cuenta de cuántas botellas de agua he bebido, te frío y fui al extremo de tomar hasta licor.
Una vez el acaloramiento dio paso a la claustrofobia, decidí hacer algo. Eran casi las tres de la mañana cuando decidí subir a la azotea. Había llegado del concierto hace un poco menos de una hora, cambié mi ubicación con una chica en la fila. Casi al borde del desmayo al notar lo que le daba, me obsequio su gabardina que intenté no tomar, pero que me vi forzada a hacerlo al notar que llamábamos la atención.
Desde que me puse aquel objeto, mi cuerpo empezó a cambiar. No tengo idea los motivos o si es solo paranoia, pero sucedió. Con el nuevo móvil y una botella de agua en otra, me dirijo a las escaleras que dan a la azotea. Me detengo ante la habitación en la que he visto ingresar a la chica del teclado.
¿Por qué me sorprende? Ellos muestran al público el rostro que más vende, él no es la excepción. Sin mencionar que no ha mentido, su vida sentimental la ha blindado de tal manera que todo lo que se dice sobre ella, es especulación.
Cuando las paredes empiezan a estrecharse y el calor es cada vez más insoportable, retomo la marcha. Jamás he subido los escalones con tanta prisa como en ese instante. La brisa nocturna golpea mis mejillas y caricia mi piel, dándome un respiro.
Busco un lugar en el que sentarme, una vez lo encuentro mi respiración empieza a normalizarse y mi piel deja de quemar. Todo a mi alrededor deja de moverse y sonrío nerviosa. Luego de diez minutos de mucha paciencia, he vuelto a ser la de antes.
—Lo que te faltaba, Saori. Ser claustrofóbica —me quejo en voz alta. —¡Eres una tarada!
—Hay quienes dicen que el nivel de locura e intelecto se miden por la cantidad de veces que el individuo hable solo.
La voz masculina me hace incorporarme de mi improvisada banca y enfrentar al no tan desconocido. Lo primero que descubro que no es tan alto como se ve y el bronceado no es natural. Lo demás es tal cual, su voz profunda, su sonrisa de medio lado y esa tristeza en sus ojos.
—Espero no seas una ilusión —sigue diciendo y yo continuo sin poder moverme —de serlo, no quiero despertar.
Mi pecho se encoge, la respiración empieza a fallar y de nuevo todo a mi alrededor da vueltas hasta que se torna oscuro. Lo siguiente es ver como el asfalto empieza a ser más cercano y un par de brazos seguido de una maldición impidiendo mi caída.
—No tan rápido —me dice al tomarme en brazos y ayudarme a sentar —es una pésima manera de huir.
—Improvisé un poco —logro decir con los ojos cerrados, escuchando solo su risa.
—De saber que la cita seria en la azotea y no en el escenario, hubiera cambiado el ambiente —sus largos dedos en mi cintura ocasionan un cosquilleo desde mi cintura hasta el cuello —supongo que también me toca improvisar.
—La vida es mejor si no se planea y se improvisa —hablo abriendo los ojos y enfrentándome a los suyos oscuros.
La sonrisa que reflejan sus labios se trasmite a sus ojos, sus labios se han curvado y rostro relajado. No me ha soltado, ni alejado, pese a que estoy sentada y en apariencia no voy a caer.
Aunque, de continuar viéndome así, es probable no que me desmaye, sino que muera de un infarto. Los latidos apresurados de mi corazón por su cercanía, así lo dicen.
—¿Mejor? —hay cierta preocupación en su rostro que me causa ternura y me dificulta responder. —Me estás preocupando.
—Estoy muerta y me ha salido un ángel —una vez la frase acaba, me doy golpes mentales por la estupidez que he dicho.
Enarca una ceja e inclina su rostro como si no lograra entender lo que acabo de decir y al repetirlo sigue igual. Sonríe soltando su brazo dejando en esa zona un vacío, pero el alivio es que no se ha ido.
—Hace años no hablo japonés, viví en Yokohama con mis padres por más de una década —es entonces que el alivio regresa a mi cuerpo.
Lo he dicho en mi idioma, después de todo, no soy tan estúpida.
—Lo que bien se aprende no se olvida —sigue y me hace un guiño —estoy lejos de ser un ángel, pero estaría dispuesto a dejar mis infiernos si el precio a pagar es esa sonrisa.
—Saori —le digo estirando mi mano nerviosa, sin tener otra cosa más que decir.
Era eso o morirme y esto ultimo la vida ya se estaba encargando. La toma entre las suyas y se queda en silencio viendo mi rostro.
—¿Qué tan real eres Saori? —no sé qué responder por lo que guardo silencio — porque no quiero que seas un espejismo, ni efímera.
—¿Te drogas? —es mi pregunta con cautela que acaba sacando de su garganta una carcajada.
No es raro si lo hace, mi padre asegura que la gran mayoría lo hace. Siendo esa una de las razones por las que odia que a mí me guste esa música. Sigo viendo su risa con cautela, gesto que a él parece divertirle.
Es más humano de lo que presumí.
—Khan Cahill —se presenta llevándose mi mano a sus labios —y es un placer poder hablar contigo, al fin.
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