Capítulo 31

 La policía había llegado y fueron ellos los que estaban a cargo de la búsqueda de la mujer. Hasta el momento las cámaras no registraban que escapara, que no estuviera en cámaras no significaba de ninguna manera que no lo hiciera.

Hay que admitir la seguridad de este lugar es obsoleta. Hay que mirar hacia mi madre para saber que no estoy exagerando. El anciano ha estado tras el teléfono desde que todo este caos empezó. Impartió órdenes de todo tipo, a diferentes fuentes.

Fotos de la mujer en los noticieros con mayor audiencia, en el Líbano y su país. Cancelación de tarjetas, bloqueos de aeropuertos y en las viviendas familiares.

—La devolveré a la cloaca de donde nunca debió salir —había dicho tras colgar.

Seiji pareció quince minutos después. Se había comunicado con Naomi y su madre, con el señor Hiro no fue posible contactarse. Su móvil se iba a buzón y no tuvo otra opción más que dejarle un mensaje. El señor Jomei comentó que se reunirían esta noche, por lo que imagina está próximo a volar o viene en camino.

En cuanto a mí, llamé a mi padre y lo puse al tanto de lo sucedido. Seguía en casa en espera de Naomi. Ella no llegaría y la idea de sacar a mi madre no le parecía conveniente. Lo mejor era quedarse en casa y yo le informara en cuanto Saori saliera de cirugía y la policía atrapara a esa mujer.

—¿Qué sucedió? —pregunto luego colgar la llamada.

—¿Te acuerdas de Aurora? La canción —empieza Halls.

—No habló del álbum...

—Lo sabemos —me interrumpe Jamil.

—Me refiero a lo que me motivó a escribirla —aclara Halls.

—Lo que escuchaste en esa azotea —recuerdo y todos afirman —¿Qué hay con eso?

Todos guardan silencio y se ven entre sí. Por un momento siento que ninguno dirá nada y la tensión es cada vez más fuerte. Necesito concentrarme en algo distinto a Saori en ese quirófano, de momento los detalles de cómo resultó herida resultan buena distracción.

Mis intentos por ser optimistas son opacados por el miedo y desesperación. Ella acaba de salir por una etapa dura, aún está en recuperación. Los médicos han sido enfáticos en decir que, cualquier sobresalto o estrés, haría lenta su mejoría.

Halls no conocía a Keiko Miyazaki, jamás habían cruzado una conversación o los presentaron. De ninguna manera, significaba que no la recordara de algún lugar.

—Esa mujer era una de las que estaba en esa azotea —hay tanta convicción en sus palabras y rostro que no pongo en dudas lo que dice —la que decía que iba a matar a dos bebes.

Cuando me dijo de donde y recordé los detalles, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Fue en la azotea del hotel en que nos hospedamos por última vez en Beirut. Mi compañero tenía por costumbre llamar a su casa antes y después de cada concierto. Aquella noche recurrió a la azotea para llamarles mientras veía la noche estrellada.

Tardó un par de minutos en descubrir que no estaba solo. En un comienzo, no le prestó mayor importancia y se ocultó lo mejor que pudo. Fumaba un porro y suponiendo que las dos voces (femenina y masculina) eran huéspedes, quiso evitar escándalos.

En un inicio no prestó atención a lo que decían, la platica con su esposa era amena y divertida. Poco y nada le importaba la discusión que se escuchaba en detrás de uno de los enormes contenedores de agua. Colgó la llamada y esperó a que los otros ocupantes abandonaran su sitio de paz. Algo que no parecía iba a ocurrir, no próximamente.

No tuvo de otra más que seguir en las sombras. La inactividad, el ocio y un poco de morbo, le hizo prestar atención a lo que traían a él la noche estrellada. La dama intentaba convencer a su acompañante de ayudarle en desaparecer a alguien o algo.

Las víctimas serían dos bebes, herederos de una cuantiosa fortuna. Dinero que ella creía merecer por soportar a su esposo y al padre de este. Salió de las sombras cuando las voces se apagaron solo para verlos caminar hacia la puerta de entrada.

Al hombre lo vio de manera fugaz, sobre su físico solo puede decir que era asiático, estatura media y corpulento. A la mujer sí logró, su rostro y el plan macabro ocupó todas sus pesadillas desde ese día. Era padre de mellizas, y mataría a quien osara dañarlas.

La culpa no lo dejaba en paz, por mucho tiempo se preguntó de qué manera podía alertar a los padres o las autoridades. Pero, ¿Qué les diría? No recordaba los nombres, ni el apellido y solo el rostro de la mujer se mantenía claro en su mente.

La agonía perduró en su mente hasta que exorcizó sus miedos al hacer la canción. Se sintió mejor luego de hacerlo e intentó olvidarla. Hasta que volvió a ver a la mujer detrás del escritorio y al lado de ese anciano.

El velo que cubría su mente calló a sus pies, recordó el nombre de una de las niñas y el apellido (Naomi Miyazaki). Salió a los pasillos para aclarar sus ideas y pensar el paso a seguir.

No iba a permitir que se saliera con la suya. Su conciencia no soportaría otra derrota más. Sin tener claro como iba a acabar o si lo que haría llegaría a las autoridades. Aprovechó el momento en que salían del despacho y narró de donde la conocía.

La había escuchado dar los detalles de como iban a envenenar a dos bebes a través de unos medicamentos. Lo que estaba diciendo, no tenía ni pies ni cabeza, tampoco había más pruebas que su palabra.

—Mi conciencia estaría tranquila y era lo que en el momento buscaba —confiesa con el rostro bajo —No imaginé que el viejo uniría cabos, ni que las víctimas eran tu chica y su hermana.

—Fue un caos —comenta Marek —el anciano enfrenta a la mujer. Empieza a exigirle explicaciones.

Guarda silencio viendo al anciano hablar por teléfono desesperado y a Seiji en pie a pocos pasos de él. Keiko guardó silencio en todo el ataque al anciano, que se alejó no sin antes amenazarla con destruirla.

—Hasta ese instante nadie notó la presencia de tu chica —sigue Samir —solo cuando el anciano se acerca a saludarle.

—Ella recibió una bala que era para mí —sigue el anciano —he sido un pésimo ser padre y peor como abuelo. Aun así, cuando mi vida estuvo en riesgo no dudó en salvarme.

—Saori es un ángel. No hay mejor manera de describirla.

Su madre y hermana siguen sin llegar. Han pasado un poco más de una hora, ya deberían haber llegado. Mis intentos en llamarlas son interrumpidos por el móvil que se va directo a buzón. Un mal presentimiento se apodera de mí y sigo intentando. El móvil suena varias veces hasta que se va a buzón en ambas.

Ellas no se alejarían del móvil con su hermana e hija en ese estado.

—¿Qué sucede? —pregunta Seiji al ver mi comportamiento inquieto.

—¿Te has vuelto a comunicar con Naomi?

—No ¿Por qué?

—¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste? —pregunto sin responderle.

—Vi el ataque a través de las cámaras. Fue a la primera que llamé. —su cuerpo empieza a inquietarse, entiende el motivo de mi temor —estaba en casa con su madre, a punto de salir.

—¿Cuánto tiempo hace? —interroga el anciano

—Hace más de una hora. —responde tomando el móvil y verificando lo mismo que yo.

No contestan...

Dos figuras empiezan a materializarse en el fondo del pasillo. El alivio que representa ver al padre de Saori acercarse, son nublados por el misterio de no saber nada de esposa e hija.

—No se atreverá a dañarlas —habla Seiji.

—No tiene nada que perder—comenta el anciano avanzando hacia su hijo.

—¿Qué les han dicho? —pregunta con vos calmada y mira a su alrededor —¿Dónde está Naomi y Hoshi?

—No han llegado —responde su padre. —La restricción al entrar es complicada.

La tensión entre padre e hijos es evidente, existe una barrera entre ambos y no es solo física. Akiro aún no sabe quién Ocasionó el daño a sus hijas, ni que la motivó. Todo será aún peor cuando lo sepan.

El señor Akiro no hace comentarios, ni se dirige a su padre o a los demás. Toma el móvil en los siguientes minutos, los usa para llamar. Cuelga y repite. Hace ese acto tantas veces desesperado ante la mirada de todos.

—Allí vienen —la voz de Seiji se nota emocionada, se aleja de la pared y se detiene brusco cuando Naomi corre a los brazos de su padre en medio del llanto.

La anhelada puerta cerrada empieza a abrirse y todos corremos hacia esa dirección. Intento ignorar su atuendo ensangrentado o el sudor en su rostro. En su rostro se vislumbra una sonrisa que cae bien a todos y hace llorar a su madre.

—Logramos extraer la bala —empieza a decir —ha perdido mucha sangre. Eso y su reciente cirugía hacen difícil su situación. Podemos tratarla...

—¿Cuándo puedo sacarla de aquí? —la pregunta del señor Akiro deja a todos, incluido a su padre sin palabras, pero no por mucho tiempo.

—¿Qué estás diciendo? Este hospital es tan mio como de ustedes... —protesta el anciano.

—No pienso dejar a mi hija ni un segundo más en un lugar que nos ha traído solo desgracias —le interrumpe con violencia.

—Por el momento no lo recomiendo —aclara el doctor.

Los chicos se han alejado al notar la tensión entre padre e hijo. Si bien, yo debería hacer lo mismo por ser una trifulca familiar, no puedo alejarme. Madre e hija se abrazan en medio del llanto y yo escucho los detalles de la salud de Saori.

Me alejo cuando la disputa regresa. El padre de Saori parece ha tomado una decisión, nada ni nadie lo hará cambiar de decisión. Tomo el móvil y estoy por marcar a casa cuando unas manos en mi hombro me lo impiden. La señora Hoshi está en pie, ojos rojos y pestañas humedecidas.

—En cuanto la pasen a una habitación podemos verla. —solloza. —Seiji nos dijo lo que hicieron tus amigos.

—Lamento mucho todo esto —me excuso —Halls sabía que las bebes eran Saori y Naomi...

—Hay cosas que son inevitables y esta es una de ellas. Estaba escrito que así sería. —sonríe y tomo sus manos cuando noto está a punto de colapsar —de no ser por tu amigo, Keiko se hubiera salido con la suya.

Aún puede hacerlo, sigue sin ser capturada. Me guardo mis pensamientos, no es algo que la mujer que tiembla en mis brazos desee escuchar.

—Amo a su hija señora —le digo, en cambio, sosteniendo su cuerpo —prometo vivir para hacerla feliz.

—No te comportas como alguien enamorado.

No desea ver a su hija infeliz y llorando por un amor imposible. Se aleja de mí y me mira con tristeza. Su hija es la que me ha buscado, yo nunca lo he hecho. Si regresé a su vida fue gracias a su cuñado, sin él yo hubiera seguido sin buscarla.

—Te ruego aclarar tus sentimientos antes de alimentar en mi hija un amor que quizás no exista. 

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