Capítulo 30
Narrador
Keiko era meticulosa con el tiempo y su trabajo. Se exigía y a las personas que estaban a su cargo. Conocedores de esa condición, sus subalternos solían llegar media hora antes, su ambiente de trabajo limpio y no perder el tiempo en tumultos y en móviles.
Ubicada en el vigésimo piso del enorme rascacielos de la firma, estaba su sitio de labores. Contrario a sus deseos, Keiko no laboraba sola el área de finanzas, piso en el que estaba. Desde hace doce meses, Jomei contrató a Mei para reforzar su empresa. Mei, era nieta de Kenso Aoyama, hermana de mayor de Seiji.
Una mujer hermosa, inteligente, soltera y con muchos pretendientes, dentro de ellos se encuentra su esposo. Odiaba admitirlo, pero la mujer podría si quería desplazarla.
—Buenos días, señora — su asistente se incorpora de la silla y alisa su falda de manera nerviosa—, el señor Jomei la necesita.
—¿Dónde está la señorita Mei? Es ella la que le corresponde acudir.
Cada quince días Jomei Miyazaki, dueño y señor, exigía un informe detallado de cada dependencia. Era Mei la que solía ir a pedido del anciano.
—El señor ha dado su nombre, señora. —se excusa la mujer. — exige verla.
Afirma en silencio y de manera sigilosa regresa sobre sus pies. No es extraño que el anciano me llame de vez en cuando. A Jomei no le gusta mezclarla en los negocios, por no considerarla capaz. Por lo que, la gran mayoría de las veces es para saber cómo están las cosas en su matrimonio.
Confiada en que esta ocasión no es la excepción, elimina los pisos de diferencia, a pasos rápidos, sin saludar ni ver a nadie. Se detiene ante la asistente de presidencia, quien al verla se levanta y le abre las puertas de la sala de juntas.
Se queda en una pieza al contemplar que el anciano no está solo y ninguno de los presentes se muestra feliz. Los ojos de Keiko van a cada uno de los presentes hasta detenerse en su esposo. No es la reunión de siempre, existe algo delicado detrás de su llamada.
En la parte derecha, sobre la pared, observa un nuevo decorado. Una TV de 65" aproximadamente. Un objeto que va en contra de los estándares de la empresa y su dueño. Sin embargo, guarda silencio y se dirige a su suegro.
—Buenos días, señor, —saluda —cariño, señores.
Ver el rostro férreo de su esposo le hace temer lo peor. Hiro no mira en su dirección, toda su atención parece tenerla los documentos que tiene en sus manos.
—Cierra la puerta —la orden es impartida en tono glacial —siéntate. —le señala una silla lejos de ellos.
Jomei es un hombre de costumbres arraigadas y conservadoras. Su rigidez es tan extrema que incluso en la mesa las personas tienen su lugar establecido. Él a la cabeza, sus hijos en cada lado. Le siguen sus nietas y por último Keiko. Sin importar que Akiro y sus hijas nunca estén presentes, sus puestos no son ocupados por nadie.
Él así lo ha establecido.
—¿Qué sucede? —pregunta a los presentes. —¿Hiro?
Dentro de los asistentes a esa reunión se encuentra, el señor Jomei, su esposo y los abogados. De estos últimos cuenta siete, en total, de la empresa y los privados de la familia.
Un incómodo silencio se apodera de la sala. El anciano intercambia miradas con su hijo, este a su vez mira a uno de los abogados. Solo allí Keiko presta atención a los detalles en la mesa.
Los documentos dispuestos en el sitio que ella suele ocupar y las manos de Jomei que sostienen lo que parece ser el mando del control de la TV. Todo podría ser una de las tantas excentricidades del anciano si el documento que han dejado sobre la mesa no fuera un acta de divorcio.
—Antes de empezar, es necesario que firmes —le indica su esposo y señala a los abogados —si hay algo que desees anexar, ellos estarán lo anexarán.
—¿Divorcio? —increpa incrédula —no pienso firmar esta locura.
Aleja el documento con violencia y su esposo intercambia miradas con su padre. Ella no se irá, no sin pelear y menos con las manos vacías.
—No hagas esto más difícil Keiko —aconseja su esposo —esto es solo legal, ambos sabemos que nuestro matrimonio fue un error.
—No voy a irme de esta empresa, ni de tu vida —insiste —me niego a hacerlo sin una razón legítima.
—¿Una razón legitima? —repite el anciano con rostro interrogante.
—Desconozco que rumores les ha llegado, pero estoy segura...
—Te daré dos razones, de las muchas que me han llevado a tomar esta decisión —le dice su esposo. —Ponte cómoda, por favor —anuncia con voz solemne y señala la pantalla.
Mantener la cordura ante las imágenes que empiezan a visualizarse es difícil, pero no imposible. Keiko no actúa por impulso y cada movimiento es revisado de manera meticulosa. El asalto a la mujer no es la excepción. Ella previó que algo así sucedería y contaba con una solución.
—¿Necesitas algo más? —le pregunta su esposo, pero ella tiene la vista fija en la pantalla con las manos en un puño.
—Lo hice por honor —se defiende —la mujer estaba por irse y yo...
—¿Quién te envió Keiko?
—Nadie señor, pero...
—¿Qué esperas recibir a cambio de dañar a una mujer vulnerable? —insiste Jomei —¿Cómo esperas que celebre este acto?
De la misma manera que el anciano celebró la paliza que pagó para que el rockero recibiera. Jomei usa la ética y la moral a su conveniencia. Si él se sale del rango de moral, es aceptable, lo contrario sucede si quien falla es un empleado o familiar.
—Acepto que fui a verla, pero no en el contexto que lo han mostrado —les miente —me enteré que lo darían de alta y que los tres se irían. No pude evitar enfadarme, nuestro apellido estaba por el lodo. Así que subí a mostrarle lo que su hijo había hecho.
El golpe que se escucha la hace saltar. Su esposo tiene ambas manos en la mesa, cejas juntas y rostro rígido. Resulta confuso que Jomei no intervenga y se mantenga en silencio, al igual que los abogados.
—Le diste la navaja ¿Qué se supone que haría?
—No soy tan estúpida como hacer algo en contra de esta familia —se ufana —y les recuerdo que existe alguien que se hizo responsable de ese acto...
—A quien imagino le pagaste —le interrumpe su esposo y cuando está por protestar se lo impide —no importa Keiko. Sin importar lo que digas o hagas, exijo el divorcio.
—Abuelo...
—Serás removida de tu cargo Keiko, en tu lugar dejaré a Mei Aoyama. —ordena.
—¡No pueden hacerme esto! He trabajado en esta empresa.
Su esposo tomas los documentos, los firma y los entrega a los abogados, acto seguido, sale de la sala de juntas sin hacer comentarios.
—No te irás con las manos vacías. —promete el anciano —Puedo entender tu comportamiento, pero no lo celebro. Estoy dispuesto a condonar tu falta, si y solo si enmiendes tu error.
—Haré lo que me pida —se apresura a decir —no quiero perder mi matrimonio.
Los labios del anciano se curvan en una mueca antes de aclararle que el divorcio no depende de él. Las bases de un matrimonio es el amor y la confianza, su hijo le ha hecho ver que ambas cosas ya no existen entre los dos.
—Le aseguro que no le entregue a esa mujer el arma para hacerse daño —insiste —y puedo demostrarlo.
—Viajaremos al Líbano en cinco horas, estaré allí cuando las muestres. —comenta en tono amargo —ofreceré sin sinceras disculpas a los Cahill y aprovecharé el momento para llegar a un acuerdo con mi hijo.
Le da un último vistazo a la demanda de divorcio antes de levantarse. Es poco probable que su flamante marido cambie de parecer en cuanto a separarse. Pero no se la pondrá fácil. Al salir tropieza con Mei y su esposo en una charla bastante amistosa. Guardan silencio al verle pasar y Keiko les permite ese triunfo.
Si va a irse a las profundidades del infierno, se va a asegurar de no hacerlo sola. Toma el móvil una vez dentro del ascensor y marca al número registrado sin guardar.
—¿Y bien? ¿Cuánto tiempo más voy a esperar? —dice —he sido paciente contigo, pero ya no. Teníamos un trato.
—El dinero no está —le interrumpe la voz del otro lado —fue desviado de la cuenta ¿Cómo te lo hago entender?
—No puedes huir o esconderte de por vida. —responde en calma —poseo las armas y la paciencia para encontrarte, que no se te olvide. —sin esperar respuestas, cuelga la llamada.
****
Es la tercera vez que mi padre y yo leemos el mensaje recibido de parte del hospital. Seguimos sin comprender el motivo por el cual requieren nuestra presencia. Suponíamos que todo estaba aclarado luego de la captura de ese hombre.
—¿Insistirán en compensación? —sugiero a mi padre quien niega con el documento en las manos.
La que pertenecía el centro, insistió por mucho tiempo en hacer una compensación monetaria por lo sucedido. La idea nos asqueaba y la veíamos como prostituir la imagen de mamá.
—Se hicieron cargo a la recuperación en el hospital —responde mi padre —fue todo lo que quise de ellos.
—¿Entonces? —pregunto alzando el documento —¿Qué hacemos?
El ruido del timbre me hace ver hacia la puerta y sonreír. La llegada de Saori siempre me traía cierta paz y su ausencia empezaba a inquietarme. Solía llegar a hacerme compañía, un comportamiento que cambió desde hace un par de días.
—No pienso ir, todo está muerto y enterrado —me confiesa dirigiéndose a abrir.
—Tengo curiosidad en saber que tienen que decirnos.
—Cuentas con el tiempo justo —anuncia perdiéndose de mi vista.
La idea de salir me resulta estresante, a pesar de que la prensa ha dejado de llamar y a simple vista ya no hacen rondas por la casa. Han sido innumerables las veces que me he visto tentando a ir por Saori, deteniéndome siempre la idea de que sea asociada conmigo.
Odiaría que ella fuera acechada de la misma manera que yo o que saliera a la luz aquellas imágenes nuestras en Edimburgo. Me sentiría honrado de decir que es mi novia y la idea de un futuro juntos es cada vez más intensa. Sin embargo, y teniendo en cuenta los problemas con su abuelo. Lo mejor es ser discretos.
Escucho a mi padre hablar, intercambiar saludos amistosos y susurrar con alguien. El tono de voz es tan bajo que resulta difícil distinguir de quien se trata, solo que no es Saori.
—Está en el salón principal —le escucho decir —han llegado en buen momento, está por salir.
Escucho los pasos cada vez más cerca y al alzar la vista me quedo sin voz. Hall, Samir, Marek y Jamil, se detienen en la isla desde donde me observan de brazos cruzados e interrogantes.
—¿Qué hacen aquí?
—Nosotros hacemos las preguntas —responde Marek dando un paso al salón.
—¿A dónde debemos acompañarte? —interroga Jamil.
—Nos han dicho que necesitas escoltas para salir. —sigue Halls —alquilamos un auto y es polarizado.
—¿Y bien? —Samir ha llegado hasta mí y me observa detenidamente. —te dimos espacio para lamer tus heridas, ahora es tiempo de actuar.
—Tenemos todo para el lanzamiento del álbum —dice Halls —podemos costearlo entre todos, pero nos falta tu voz.
—El sencillo fue lanzado ayer en la noche en Spotify y YouTube. —sigue Samir —Kathy hizo un excelente trabajo.
—Estamos dentro de las canciones más sonadas y... alucinarás cuando veas cuáles son las primeras.
—¿De qué están hablando? —logro decir —¿Cómo, es decir...? ¿Cuándo?
—Hablaremos después...
Me dice que primero me acompañaran a esa reunión y no me dan tiempo de negarme. Soy llevado casi arrastras a fuera de la casa y luego me arrojaron al interior de un vehículo de vidrios oscuros.
****
Contrario a lo que pensé no nos hicieron esperar y no hubo antagonismo. Fuimos conducidos hasta el área de gerencia en donde nos esperaba un anciano y la mujer que recuerdo como la esposa del tío de Saori.
Si tenían alguna duda sobre mis acompañantes, no las hicieron públicas. El que se veía sorprendido e inquieto era Halls, quien no dejaba de ver las fotografías que adornaban la oficina y la mujer que acompañaba al anciano.
—Mi nombre es Jomei Miyazaki —se presenta el anciano inclinando su cuerpo.
Jamás pensé que podría conocer al abuelo de Saori tan pronto y en actitud amigable. El recuerdo de ella oscurece mi interior y me recuerda que no ha llegado ni ha respondido mis mensajes.
Y señala a la mujer a su lado —a ella ya la conoces.
—La esposa del señor Hiro —respondo cortes —tía de Saori Y Naomi. —un carraspeo por parte de Marek, me hace recordar su presencia —ellos son Marek, Samir, Halls y Jamil —les presento —compañeros y amigos.
—¿Te conozco? —pregunta Keiko viendo a Halls, quien no despega la vista de ella. —disculpe, pero siento su comportamiento extraño —insiste la mujer ante la mirada fija de Halls.
—En ese caso, lo mejor es esperar fuera —sugiere Marek de una larga pausa —después de todo, es una reunión privada.
—Insisto —dice ella —si me refresca la memoria...
—Nunca hemos hablado —le interrumpe e inclina la cabeza hacia el anciano. —Fue un placer conocerlo, señor.
Gira sobre sus talones y sale del lugar dejándome la sensación que oculta algo importante. Me quedo viendo la puerta cerrada luego de la salida de los tres y frunzo las cejas, intrigado.
—Su padre...
—Ofrece disculpas por no llegar —le respondo regresando la atención a ellos —no está interesado en lo que tengan que ofrecer.
—Podemos llegar a un acuerdo con usted —comenta la mujer.
—Si estoy aquí es por ver hasta donde son capaces de llegar para limpiar su reputación.
Siento la mirada del anciano sobre mí, pero la mujer tiene toda mi atención. Ella ha quedado nerviosa por el comportamiento de Halls.
—Aún no me ha escuchado...
—No es necesario —le interrumpo —la salud de Melissa Cahill es invaluable.
Mi comentario hace tensar a la mujer y sonreír al anciano. Desde que ingresé a la oficina no ha dejado de verme y detallarme sin descaro.
—Primero debe escuchar lo que tengo por decir —insiste ella con los labios apretados y suspiro largo. —supongo que por esto ella me asocia con Isis.
Lanza al escritorio un prendedor y me quedo viendo el objeto dorado con incrustaciones en diamante. Antes que nada, me aclara que quiere dejar claro, no le entregó a mi madre la cuchilla, ni la instó a dañarse.
Tomo el objeto entre mis manos sin saber qué hacer o decir. La imagen es de la diosa egipcia de rodillas y con alas extendidas. Su piel escamosa como la de un pez y en su cabeza pende lo que aparenta ser el sol.
—Fui yo quien le mostró a su madre la fotografía suya y de Saori besándose—me confiesa y me lanzo a la silla detallando la imagen — lo hice para hacerle ver el daño que nos estaba haciendo.
—Usted le dio a mi madre esa navaja —resumo —porque su reputación estaba por encima de la vida de una mujer indefensa.
—Le aseguro que no...
—¡Usted lo hizo! —le interrumpo en tono alto —mi madre fue clara en su relato. Señaló a Isis como la mujer que le hizo ver lo pésima madre que fue. Le mostró la foto y con ello mi tristeza...
—Su madre señor Cahill es una mujer perturbada...
—Por esa misma razón su psiquiatra la creyó incapaz de ocultar esa cuchilla o su suicidio —sigo diciendo y el anciano mira a la mujer.
—Señor Cahill, entiendo que es su madre y que...
—Dijo y cito textualmente —le digo incorporándome de la silla —"Es imposible que su madre llevara a cabo un plan de esa naturaleza y nadie lo viera. Todo indica que lo sucedido fue idea de alguien." —recuerdo las palabras del doctor —puede corroborarlo llamándolo, mientras tanto yo debo hacer una llamada...
Escucho sus protestas y las exigencias del anciano en aclarar los eventos. Salgo a los pasillos y avanzo hacia el grupo que tras verme salir se incorporan.
—Tienes que escuchar lo que Halls tiene que decirte —me dice Marek.
—Ahora no, primero debo hablar con mi padre y las autoridades.
Me alejo de todos y busco un sitio lejos de todos enviándole un mensaje a mi padre dándole los detalles. Prometo llamarle y mantenerlo al tanto, pero debo llamar a la policía. La llamada entrante suya me impide hacerlo.
—¿Estás seguro? —son sus primeras palabras.
Le doy el resumen lo más detallado posible de nuestra reunión y llega a la misma conclusión que yo. La mujer solo quiere librar sus culpas y quedar bien con su familia. Ignoro al grupo de tres que avanza por el pasillo con Halls a la cabeza y le pido a mi padre colgar.
—Iré para allá —me dice —dejaré a tu madre con Naomi que está por llegar.
El ruido sordo que llega desde la oficina y los gritos femeninos me hacen correr en búsqueda de respuestas. Un cuerpo tendido en el suelo y varias personas a su alrededor es lo primero que veo.
—Llamen a seguridad —ordena el anciano —cierren todas las puertas, que nadie entre o salga.
Mi alma se destroza por cada paso que doy hacia el cuerpo inerte y a los chicos que toman su pulso. Algo en mi interior se desgarra por dentro cuando, tras comprobar de quién se trata, caigo de rodillas. Ni miles de agujas en mi piel, ocasionarían tanto dolor como verla a ella herida.
La tomo en brazos y salgo hacia los ascensores, ignoro su rostro pálido o el sitio en que está la herida. Me centro en llevarla a manos expertas en el menor tiempo posible.
Últimos capítulos.
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