Capítulo 3

Beirut, Líbano

El segundo dictamen no tuvo relevancia para mi hermana, tanto como en mí. Sospeché que algo malo sucedía cuando Yusei, el doctor que nos trataba a Naomi y a mí, llamó anunciando los exámenes habían llegado de Tokio, pero puso una condición para ir a recogerlos.

Solicitaba la presencia de mis padres en la entrega del mío.

Yusei Kudo, ostentaba varios títulos, unos más importantes que otros. Era el médico que nos trataba a todos, director de la clínica, amigo de mi padre y como si esa seguidilla de títulos no les fuera suficiente. Hermano de la esposa de mi tío Hiro.

En este momento, nos daba una noticia que, a todas luces, cambiaría mi vida y la de mis padres. Heredé de parte de la familia Miyazaki, la enfermedad que ha llevado al veinte por ciento de ellos a la tumba.

—Me hubiera gustado tenerte buenas noticias Nakano, lo siento—se excusa el doctor —es necesario un análisis genético para identificar las mutaciones, para determinar la susceptibilidad para desarrollar el cáncer.

Las manos de papá cubren las mías al notar que tiemblo intentando cerrar un botón de mi blusa suelta. Bloqueo todo lo que dicen, me centro en no pensar. Akiro Miyazaki, mi padre, es el encargado de hacer las preguntas. Mi madre solloza, Naomi tiene la cabeza baja, manos entrelazadas y yo.

Los planes a futuro, sueños por cumplir, mi especialización, todo parecía derrumbarse como si de un castillo de naipes se tratase. La frase "Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes", nunca tuvo tanta relevancia como en este instante.

—Es imprescindible iniciar el tratamiento cuanto antes. —escucho a Yusei decir—El señor Jomei —se aclara la garganta con nerviosismo —Tu padre —recalca y alzo la mirada hacia él —ha exigido que Saori siga el tratamiento en Japón —

—Saori no se irá de mi lado, menos a Tokio—el exabrupto de papá me hace saltar. —somos capaces cuidar de la salud de mi hija Yusei.

—Y no lo dudo, —habla en tono conciliador —conoces el temperamento, sé tu padre, no espera un no por respuesta.

Y es mi jefe, parece decirle su rostro cargado de miedo. Mamá intenta apaciguar los ánimos acariciando el brazo de papá. He perdido la capacidad de luchar, no hay nada peor en este instante que estar enferma.

—Es mi familia, en donde él no tiene incidencia —brama mi padre—Ya no. Nunca más.

—Naomi, linda. Retira a tu hermana, por favor —ruega mamá.

Es curioso como los pensamientos sobre la vida y la muerte cambian al correr el riesgo de morir. Naomi se incorpora y me insta a seguirle. Los siguientes movimientos los hago de manera mecánica.

—Vamos. —pasa las manos por mis hombros y salimos abrazadas. —papá no dejará que el abuelo se salga con la suya.

Es el menor de mis problemas.

Ya en los pasillos, nos ubicamos en las sillas más cercanas. Naomi se va en búsqueda de una bebida y me deja sumida en mis pensamientos. Sigo el rumbo de mi hermana, hasta que se pierde en uno de los pasillos. El personal del hospital se queda viéndonos, entre sorprendidos y asustados.

La presencia de un Miyazaki en este hospital, suele ser motivos de cotilleos. Ser familia del dueño, llevar su apellido o mi padre, la oveja descarriada del rebaño es el principal motivo.

Jomei Miyazaki, mi abuelo, 75 años, japonés y estricto con las costumbres. Era el dueño de este y por lo menos diez hospitales en este país. Japonés hasta la medula, avaro por excelencia y con aquel defecto de querer controlarlo todo.

El abuelo se hizo a un imperio gracias a su buen desempeño en la finca raíz. Su audacia en los negocios y seriedad en el medio le dio el éxito que necesitaba para escalar. Aquellas virtudes que lo llevaron a que hoy sea catalogado como uno de los hombres más ricos en su país, fueron los que lo alejaron de su hijo mayor.

Akiro Miyazaki, aunque el motivo iba más de ser un padre estricto. "Hizo lo peor que un padre puede hacerle a un hijo" así lo definía mi padre. Confieso que se quedaba corto en esa descripción.

—Lo lamento —las dos palabras vienen acompañadas de una presencia femenina a mi lado y un apretón de manos —¿Hay algo que pueda hacer por ti?

—No. —susurro con la mirada puesta en la puerta del consultorio cerrada —no hay nada que hacer por mí en este instante, Keiko. —lo que sigue decido decirlo viéndola a los ojos —no sucede lo mismo con mis padres, por ellos sí puedes hacer mucho.

Keiko Miyazaki, era la esposa del único tío que teníamos, Hiro. Quienes, contrario a nosotros, vivían en Tokio en lo que mi padre llamaba "Yugo de Akiro y sus descabelladas reglas." Papá y el tío Hiro, tenían a todas luces una forma distinta de resolver los problemas con el abuelo.

Mientras mi padre decidió alejarse y mantenernos a distancia, el tío Hiro y Keiko, se quedaron en Japón, negándose a tener hijos. El mismo motivo que había en mi padre de no vivir al lado del abuelo, era el del Hiro en no tener hijos.

En caso de que la mala fortuna los acompañara y naciera un hijo varón, este, sería retirado del seno familiar y llevado al lado del abuelo. Pasaría a ser uno de los herederos del imperio Miyazaki, aunque, el precio a pagar por ese título, era no ver a sus padres.

—Hiro y yo lo hemos intentado —comenta en tono lastimero —no tienes idea de lo que es lidiar con tu abuelo.

—Sé lo suficiente para no querer vivir en el mismo sitio que él.

—No lo sabes. —insiste. —¿Sabes cuál es su última exigencia?

Ha intentado de todas las formas posibles en que lo visite, pero me es imposible. Con Naomi la historia es distinta, ella si viaja a Japón, convive con él y se llevan bien.

Yo no puedo verlo, ni respirar el mismo aire sin recordar el llanto de mis padres. Con tan solo siete años, supe que algo anda mal. Una nota fría e impersonal en donde les explicaban que su bebé había fallecido, día y hora de las honras fúnebres.

El destino fue condescendiente con ellos y quiso que sus siguientes hijos fueran mujeres. Al abuelo no le resultaba atractivo tener a chicas revoloteando a su alrededor. Según mi padre, su séquito de lamebotas eran, en un ochenta por ciento, hombres.

Una mujer era una tentación ambulante en ese ambiente.

—¿Una piedra de marte? ¿Agua del Sahara? —aprieto los labios y niego indiferente —no me importa.

—¡Pues deberías!

Explota palmeando mis manos gesto que veo indiferente viendo la llegada de mi hermana. Naomi avanza hacia las dos a pasos rápidos, sosteniendo una bebida caliente en cada mano y como si huyera de algo o alguien. Hay en ella un gesto de picardía difícil de no corresponder con una sonrisa.

—Le dijo a Hiro, estás en edad de casarte y asegura tener con quién —alejo la mirada de mi hermana y la veo sorprendida —aprovechará tu llegada a Japón por lo de tu enfermedad, para hacer las presentaciones y organizar la boda.

—¿Quién se casa? —pregunta Naomi ubicándose en la silla libre —¿Alguien desea explicarme?

—Tu abuelo ha encontrado un esposo para Saori, tiene veintiséis años, está en edad. —La voz de Keiko se escucha lejana y cierro los ojos. —aprovechará su llegada a Tokio para anunciarlo.

—Y el infierno es frío —escupe Naomi de mal humor —papá no lo va a permitir.

—¿Crees que no lo sé? Como también que esto iniciara una lucha de testosterona, orgullo y violencia —nos describe apuntando su dedo a una y a otra —porque Akiro es igual de cabeza dura que el anciano.

—¿Cómo se llama? —quiero saber y me aclaro la garganta antes para que mi voz no salga quebrada —¿Lo conoces?

—¿Qué importa Saori? —chilla mi hermana —a quien le importa ese perdedor, lo que tiene relevancia es tu enfermedad y tratamiento. ¡Nada más!

—A mí me importa —aclaro a punto ya de las lágrimas —deseo saber de quién tengo que huir.

—Su nombre es Seiji —nos dice sacando el móvil y mostrando el rostro ante nosotros —hijo de la mano derecha del anciano.

—¿Qué edad tiene? —pregunta Naomi viento con desdén la imagen —parece un chiquillo.

La imagen parece ser tomada desprevenido, está ante una enorme ventana de cristal. Lleva el cabello largo hasta los hombros, viste de negro de la cabeza a los pies y un gesto de altanería difícil de no ver.

—No me digas que ese, tres cabellos, te atrae —niego a mi hermana sin dejar de ver la imagen.

—En unos días alguien vendrá a decírselo a tu padre, —habla acongojada— a mí me envío a hacerme cargo de la enfermedad de Saori y encargarme de la lista de sus deseos.

—Conoces mi respuesta —me incorporo cuando la puerta se abre y avanzo hacia mis padres.

Él no puede cubrir su error con una lista de obsequios que van a dañarse en el sótano. Cada fin de año solíamos hacer una lista de lo que deseamos para el año siguiente a pedido del abuelo. Desde los quince he dejado de hacerla, aunque el abuelo no desista de pedirla.

Mis padres sonríen al verme llegar a ellos y me abrazan fuerte. Mamá sostiene en sus manos varios documentos. Al pedirle explicación de su contenido me dicen que hablaremos en casa.

—¿La lista de deseos? —pregunta a Keiko al verle acercarse con Naomi relegada varios pasos atrás.

—Me pidió hacerme cargo de todo cuando Saori necesitara...

—Yo me haré cargo —interrumpe mi padre.

—Por favor, no me pongas en esta situación tan incómoda —ruega, pero mi padre no sede.

—Yusei se hará cargo —insiste con el rostro en alto —en cuanto a la lista de deseos, solo Naomi la ha realizado. Ya la supervisé.

—No la daré —se encoge de hombros al notar el escrutinio de mis padres y sonríe —cumples los deseos de Saori ¿Hay espacio para mí?

—¡Por supuesto! —responden mis padres con una sonrisa.

Hay orgullo en su rostro cuando atraen a mi hermana hacia nosotros. Me pego a ellos con fuerza quedando en silencio por largo tiempo. Siento la respiración apresurada de mamá, el sollozo de mi hermana y los latidos del corazón de mi padre a través de ese abrazo.

Ellos, al igual que yo, tienen miedo.

—Akiro, necesitamos hablar —un suspiro largo y pesado sale de los labios de Keiko antes de seguir. —intenta razonar...

—No tengo nada que razonar con mi padre. Perdió esa potestad hace treinta años.

Se aleja con mi hermana y yo abrazadas a él, es mi madre quien se queda dando excusas. Me imagino a ella, es a la que le dirá los planes del abuelo, por lo que antes de cruzar a los pasillos le doy una mirada a ambas. Mi madre está acalorada, mueve las manos en todas las direcciones a una Keiko que se ve sorprendida por esa reacción.

—Yusei es optimista —sus palabras me traen de vuelta y lo observo, verme preocupado —el problema es que debes estar inactiva en lo que dure el tratamiento.

—¿Define inactiva?

—No podrás trabajar, ni estudiar —empieza y suspira —debes estar en la clínica, se requiere monitoreo constante. La reacción de tu cuerpo es impredecible.

Afirmo en silencio alejando la mirada de él y centrándome en el largo pasillo. Me dice que hay varias etapas, la primera es solo medicación y puedo hacerlo en casa. La segunda fase es la que requiere hospitalización, el tiempo depende de que tan positiva sea la reacción de mi cuerpo por la recepción del tratamiento.

—Vamos a estar bien —dice mi hermana alejándose del abrazo de mi padre y plantándose frente a nosotros —cumplirás esa lista, recibirás el tratamiento y haremos otra. Las dos —sonríe —serán nuestros deseos.

Me gustaría tener su optimismo. Nada me encantaría más que tener la certeza que esto solo es bache en el camino que podremos sortear.

Narrador

—Solo muerta, Saori se casa con ese hombre —con aquellas últimas palabras, Yoshi se aleja.

El rostro de sorpresa en Keiko dura lo mismo que la imagen en el pasillo. Lo retira solo cuando dobla el último pasillo y se pierde de su vista. Sonríe, cruzándose de brazos y alzando el mentón.

De algo le sirve estar casada con un Miyazaki por casi dos décadas. Son seres orgullosos, jamás darán su brazo a torcer y tal como lo dijo el mayor de los hijos del anciano, heredó la testarudez de su padre.

—Keiko —le llama su hermano y aleja la mirada de los pasillos.

Toma el maletín que ha dejado en las sillas y sigue a su hermano. A Yusei, no le agrada ese plan, ni ninguno que lo lleve a prosperar. Las veces que han logrado escalar en la familia Miyazaki es gracias a ella.

Se detiene frente al ascensor y espera la llegada de su hermana en silencio. Con el rostro tenso y la espalda recta. Keiko teme que en cualquier momento puede quebrarse o partirse en dos.

Su cuerpo parece la cuerda de un violín y esa similitud la hace sonreír. Su hermano la observa de manera fortuita e ingresa al ascensor que abre sus puertas en ese momento.

—¿Qué sigue? —le pregunta —es mejor si hablamos aquí, está libre de cámaras.

Abre el maletín, extrae un paquete marrón que alza a la altura de los ojos de su hermano.

—Nada que no hayamos hecho antes. —le recuerda con una sonrisa —la diferencia es que no tiene ocho años.

—No podemos hacer lo mismo tres veces Keiko —le riñe —será demasiado obvio, levantarán sospechas.

Sacude su mano derecha en el aire de forma indiferente sacudiéndose un insecto inexistente. De esa forma es como ve los peros de Yusei, son abejorros que revolotean en el aire y le impiden pensar por el ruido.

—Yo me encargo de que padre e hijo no se vean y tú —le entrega la bolsa en las manos que recibe a regañadientes —que Saori y Naomi, consuman esto.

La idea es mentirle asegurando que la pequeña puede darle partes de su riñón. Antes, deben sus organismos estar preparados. Yusei, mira el contenido y luego a su hermana, la contrariedad cruza su rostro.

—Tú conoces los nombres médicos —insiste al ver la duda en sus ojos oscuros —sé convincente. —mira sus uñas con una sonrisa en los labios y luego a su hermano —Hiro Miyazaki debe ser el único heredero de la momia.

De ninguna manera va a permitir que tantos años de trabajo duro se vayan por el retrete. El anciano está replanteando la idea de cambiar el testamento. Hace muchos años su hijo mayor fue retirado y solo dejó a quien se quedó a su lado.

—Las llamas sus dos bebés —le dice indignada —¿Tienen 26 y 18 años? ¿En qué son bebés?

—Comparadas con él lo son.

No son bebés, para Keiko son dos intrusas que nunca debieron llegar al mundo. Asesinó al hijo mayor de Hiro y lo hará otra vez. Todas las veces que sean suficiente.

—Nos hemos soportado al anciano y sus estrictas reglas —chilla ante la mirada divertida de su hermano. —no nos hará a un lado.

—¿Has pensado en que tu esposo pueda descubrirte?

No. Es tan imbécil que no lo hará. Su vida gira en torno a su padre y en cuidar su salud y dirigir la empresa. Para él no hay nada más importarte que esas dos cosas.

Ni siquiera le importa que dejen todo en manos de esas dos mocosas. Aseguró estar de acuerdo con esa decisión y hasta la festejó.

"Son Miyazaki y no viviré para siempre, alguien debe heredar tanto dinero. Es la mejor manera que regresen a casa."

—Bastardo sin ambiciones. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top