Capítulo 16

Ha pasado una eternidad desde el instante en que hallamos a mi madre inconsciente. La espera es infernal y traerá malas noticias. Lo sé, de esos instantes en que la opresión en tu pecho habla. Breves momentos en que te vuelves clarividente.

Hace un poco más de dos horas, un doctor salió a explicarnos su condición. Mamá había perdido mucha sangre y requería transfusión, con urgencia. Era receptor universal, por lo que aquello no figuraba un problema.

No me gustó el semblante del doctor al decirlo. Parecía saber algo que nosotros desconocíamos ¿Era acaso el nerviosismo por la falla en la seguridad? Lo que sea que le atormentara, mi madre tenía que ver.

—¿Qué te ha dicho Simón?

Al mejor estilo de esos perros viejos antes de sentarse, papá hace un último círculo y se sienta a mi lado. Arropa con sus manos, las mías sudorosas, juntas en señal de plegaria. Un ruego que no sé cómo iniciar, jamás he sido un hombre de fe.

Las cámaras de seguridad de esa zona presentan fallas. Las pocas imágenes que muestra la pantalla, son distorsionadas y de baja calidad. Pese a que las noticias no serán alentadoras, decido no ampliar en detalles y solo decir.

—Trabajan en ello.

—Necesitamos todos los registros, de ese pasillo y los adyacentes —explica — ¿Cómo llegó esta cosa a ella? ¿En manos de quién la hemos tenido?

No tengo respuestas, aunque sí un centenar de preguntas que bien pueden sumarse a las de mi padre. En los minutos que siguen son con él al teléfono y Simón dejando claro que es imposible recuperar los videos de seguridad de ese pasillo.

—Lo siento —se excusa. —¿Qué te han dicho?

—Nada hasta ahora.

Mi padre se encuentra al teléfono, alza el rostro hacia mí y capto rastros de llanto. Me concentro en lo que Simón está diciendo, o lo intento. Pedirá un listado del personal que cuida a mi madre y el registro de los que lo hicieron hoy.

—El culpable pagará —me calma —yo me encargaré de todo.

—Gracias, sé que no hace parte de tus funciones...

—Ni hablar —me interrumpe — amigos, ante todo. —sin decir otra cosa, cuelga la llamada.

Mi padre avanza hasta mí con el móvil en manos y se instala a mi lado. Me entero entre otras cosas que habla con el padre de Maissa, su socio y amigo.

—¿Qué sabes de las cámaras? —pregunta deteniendo la conversación y niego en silencio.

—Desde las veinte horas de ayer, están fallando —logro decir cuando el nudo en mi garganta sede.

— Esto fue planeado.

Su voz sale en tono agudo y me esfuerzo en no verle. Lo último que desea es que lo vea flaquear, mi padre es orgulloso y sé cuánto odia mostrarse débil. Aunque tenga motivos. Le explico que solo las de ese piso y afirma repitiendo a su socio lo que Simón acaba de decir.

—Te agradezco —le escucho decir —Hillary puede ayudarte... gracias, no tengo como pagarte. Eso haré —abro los ojos cuando su voz se apaga y lo encuentro apretando sus pulgares con fuerza en sus ojos —lo sé. Gracias.

Cuelga la llamada y sus hombros caen con fuerza. Apoya su espalda en la pared, pero su cabeza reposa en su pecho y su cuerpo da pequeños espasmos, está llorando. Apoyo mis manos sobre las suyas y las aprieta con fuerza.

—Hicimos lo que estaba en nuestras manos para traerla de vuelta —le calmo —lo que sucedió aquí, no pudimos prevenirlo.

—Los hombres de Kurn, se harán cargo de la policía, también de solicitar las filmaciones, bitácoras y controles —se aclara la garganta antes de seguir y fija sus ojos al frente —su experiencia le dice que fue un intento de asesinato.

Es exagerado, pero así es como se ve. En mi cabeza busco a alguien que nos odie tanto para querer dañarnos y no lo encuentro. Papá es el típico hombre de negocios, inmerso en sus cosas, con poca vida social. Posee más de una treintena de amigos, algunos de juventud. Otros como Kurn, por negocios y un pequeño grupo, proviene de la época en que vivíamos en Japón.

¿Y yo? Un cantante de rock nuevo que se abre campo en el medio. No soy un peso pesado y dudo mucho que, aunque lo sea, esto fuera causal de dañar a mi madre.

Quiero pensar que no es posible.

*****

Los cortes realizados en las muñecas son profundos, mamá había perdido sangre y por eso requería transfusión. Su estado hasta ese instante era delicado, pero no de vida o muerte.

Hasta que su cuerpo empezó a rechazar las transfusiones.

Ya no solo era la herida y la sangre perdida. Ahora, hablaban de problemas respiratorios, fallas cardiacas y otras más complicaciones. El que estuviera consciente al permitirnos verla, no disminuyó el miedo creciente en mi interior.

Ni siquiera cuando me llamó por mi nombre y reconoció por primera vez como lo que era. Su hijo, varón. No era bueno, ni motivador. Papá y yo intercambiamos miradas cómplices, uno más preocupado que el otro.

Su mano acaricia la mía y me saca de mi letargo, con gesto débil sus dedos pasan por mi mejilla y limpia el llanto que no sabía que estaba derramando.

—Mi niño. —susurra —no tienes motivos para llorar. Estoy muriendo desde hace mucho tiempo, solo ahora eres consciente.

—Melissa —el nombre de mi madre en los labios de papá se rompe en dos y cierro los ojos ante la imposibilidad de soportar esta realidad.

—Es la verdad Khan —le calma lanzándole su mejor sonrisa —y no es tu culpa, sino mía nadie de nadie más. Me lo hicieron saber.

—¿Qué sucedió mamá? —pregunto cuando mis temores alcanzan el nivel suficiente para tener voz —¿Quién te dio eso?

—Demasiadas preguntas —niega confundida y mira a mi padre —¿Recuerdas cuando supimos que estábamos esperando? —papá sonríe y besa su mano —sabías que era un niño desde ese entonces, dijiste "Se llamará como su padre y será mi sucesor, irá conmigo a todos lados. Le enseñaré como se hacen los negocios y será un grande."

Imita el timbre de voz de papá tan perfecto que nos saca una sonrisa pese a lo delicado de la situación. Es la primera vez que estoy ante mi madre y lo mismo debe estar pasando por la cabeza de papá a juzgar por la forma en que la ve. Por su rostro veo pasar la ternura, nostalgia, amor.

—Estabas enferma, debí verlo. No hay un día en que no lo lamente.

Mamá luce ajena a todo cuanto le rodea. Sonríe en todo momento viéndonos a uno y a otro. Su mente viaja a una época en que yo no tengo registro y lo poco que conozco lo ha dicho papá. Sintió las palabras de mi padre como una amenaza, su cabeza ya empezaba a fallarle.

Al enterarse de que era un niño el que venía en camino, volvió a recordar lo dicho, las palabras de su esposo. Por mucho tiempo la atormentaron, cuando lo que debieron causarle es alegría.

—¡Asi de mal estaba! —le escucho decir —era su padre, me amabas. —sacude la cabeza como si con ese gesto sacudiera sus pensamientos.

—Aún te amo, Melissa.

—Eso es lo peor de todo, Khan —le dice viéndolo a los ojos con ternura —detuviste tu vida, no te has permitido ser feliz, te castigas. Cuando soy yo quien merece...

—Mamá —le interrumpo —¿Quién te dio la navaja?

—Isis, ella me hizo ver la pésima madre que fui —responde con tanta lucidez que mi padre y yo nos vemos sin decir nada — me mostró porque estabas triste, no era por mí, aunque yo tenía la culpa....

—Tú eres nuestra fuente de la felicidad, mamá, no lo dudes —le calmo, pero ella sacude su cabeza incrédula.

La opresión en el pecho aumenta al punto de que me impide respirar. La caricia en mi mejilla regresa, en esta ocasión no puedo controlar el llanto y acabo por levantarme y darle la espalda a ambos.

—No he sido buena madre, ni esposa. —insiste —necesitan dejarme ir, ser felices.

Lo que sigue diciendo no lo escucho, mis ojos se detienen en el enlozado blanco con adornos azules de las paredes y se retraen buscando figuras. Si en lugar de buscar al doctor, aquella fatídica mañana hubiera llegado directo a ella, todo sería distinto.

Los doctores han concluido que llevaba desangrándose una hora, el mismo tiempo que tardé hablando con el psiquiatra. El mayor de los interrogantes era desde cuando tenía la navaja ¿Posee la capacidad mental para ocultarla? ¿La pidió o alguien se la dio con un fin? ¿Quién es Isis?

—Khan —me llama mi padre, pero salgo decidido a buscar respuestas.

Nadie mejor que su psiquiatra para despejar mis dudas. Si bien, no puede darme el rostro de quien la dañó o su nombre, si puede ayudarnos. La suerte me acompaña y no tengo que avanzar mucho para hallarlo. El psiquiatra charla con una mujer en mitad del pasillo y camino hacia el decidido.

—Señor Cahill, en dos horas tengo todo el tiempo...

—No le quitaré mucho tiempo —aclaro interrumpiendo su parloteo y la mujer tiene la delicadeza de dejarnos solos. —¿Alguien dentro del personal se llama Isis?

—¿Isis? —repite y niega —Tengo que ver a un paciente en cuidados intensivos, si no le molesta acompañarme —sugiere y afirmo avanzando a su lado —la clínica está dispuesta a presentar toda la documentación que ustedes o las autoridades...

—Mi madre dice que fue quien le dio esa navaja—parpadea sorprendido por mi pregunta, pero se repone rápidamente.

—Su madre distorsiona la realidad —suspira —es posible que ese nombre sea algo representativo o como ella ve a quien le dio el objeto.

—¿Cuánto tiempo lleva tratando a mi madre?

—Soy su único psiquiatra.

—Eso me da un estimado de quince años —sigo por él quien afirma — Teniendo en cuenta su experiencia y conocimiento de la enfermedad de mi madre, ¿ha visto mejoría parecida a la de hoy?

—Ha tenido periodos tranquilos, ninguno de ellos ha llegado tan lejos —responde serio. —¿Qué desea saber, señor Cahill?

—Necesito saber cómo llegó ese objeto en mi madre, si alguien se lo dio para un fin o ella lo pidió —explico y el hombre afirma entendiendo mi punto —¿Pudo ella ocultar ese objeto o fue algo que vio usó?

—Lo que usted desea saber es que si su madre se encuentra sana para planear su suicidio o alguien la instó a ello. —finaliza y suelta el aire al verme afirmar.

Presiona el llamado del ascensor y parece procesar mi pregunta. Le permito el espacio que requiera para su respuesta.

—El cambio en el estado mental de su madre fue sorpresivo señor Cahill —responde al fin —pero no milagroso. —libera el aire y el gesto se muestra como si intentara quitarse un peso de encima —me temo que es imposible que su madre llevara a cabo un plan de esa naturaleza y nadie lo viera.

—¿Es decir? —le insto y cierra los ojos.

—Odio tener que admitirlo, y sin pruebas. —vuelve a suspirar, esta vez más fuerte — todo indica que lo sucedido fue idea de alguien. Hay que averiguar quién o que es Isis para ella.

—¿Pudo ocultar esa daga?

—Lo dudo —calla un instante antes de seguir —ella le fue liberada de la camilla por órdenes suyas y de su padre el día anterior.

Tiene razón, pienso mordiéndome la parte interna de mi boca. Eso nos deja las horas de la mañana como único lugar en que llegaran a ella y le entregaran esa cosa.

—Buscaron el día y hora perfecta.... El hospital estaba en caos por la llegada de la señorita...

—Khan —la voz de Simón lo interrumpe en el instante mismo en que las puertas del ascensor se abren.

—Lo buscaré al volver —promete y afirmo cediéndole el paso.

Simón llega hasta mí, agitado, con el móvil en manos. No hace comentarios, parece haber corrido una maratón, hiperventila y su cuerpo suda como si acabara de salir de una sauna. Deja en mis manos el móvil, no sin antes reproducir un video apoyándose en la pared.

Son trozos de videos de vigilancia del pasillo continuo al piso en donde se encuentra mi madre. Hombres y mujeres en uniformes médicos, un grupo con una camilla, personal de visita, administrativos y hasta el servicio de aseo.

El último clip somos los tres, e imagino es cuando hallamos a mi madre. Pues lo último que muestra es pasar por la misma cámara de regreso. Esta vez con mi madre en brazos.

—No hay otras cámaras, las del ala de la señora Melissa están averiadas —explica —si alguien ingresó por ese pasillo, lo mostraría esa cámara al volver. Solo nosotros lo hicimos. He pedido ampliar la búsqueda a un día antes...

—No es necesario —vuelvo a reproducir el video antes de seguir —en estos rostros está el que buscamos. — si lo dicho por el psiquiatra es cierto, así será.

—¿Qué piensas hacer con eso? —pregunta Simón.

—Lo veré más tarde con mi padre —le digo devolviéndoselo —¿Puedes pasármelo?

Afirma tomándolo entre sus manos que tiemblan ligeramente. Él no se repone de la maratón que acaba de hacer. Hay quienes dicen que en la necesidad se conocen a los amigos y Simón me ha demostrado ser uno muy bueno. Solo él y los Tomasevic han estado al pendiente de nosotros.

—Gracias —le digo y alza su rostro sorprendido. —no sé qué hubiéramos hecho sin ti.

Sonríe sin hacer comentarios mientras guarda el móvil y el mio vibra en mi bolsillo. Al sacarlo observo que es el video que acabo de reproducir junto con un listado que leo intrigado.

—El personal de seguridad me ayudó a reconocer la gran mayoría en ese video —me explica —doctores, enfermeras, etc.

Regreso la mirada a la lista y empiezo a leer los nombres en la pantalla. Seiji Aoyama, Keiko Miyazaki Hayashi, Leonard Allad, Ali Saad, Walid Saleh...

—No era necesario el último —le digo al leer su nombre en el último renglón.

—Pasé por allí tres veces...

—Te perdiste —le recuerdo mientras guardo el móvil y se alza de hombros.

—Estaba allí y conozco el trabajo de los hombres de tu padre. —afirmo sin hacer comentarios, regresando mi preocupación en mamá y lo dicho por el psiquiatra.

—Siento que estoy siendo asechado por un enemigo sin rostro y peligroso. —confieso —el conflicto Simón es que no tengo enemigos. No declarados.

—Aplacé las grabaciones del álbum y cerré cualquier posibilidad de evento. En unas horas saldrá un comunicado oficial en tus redes anunciando un retiro por asuntos personales.

Sus palabras se sienten frescas y liberan un peso enorme de encima. Entiende el alivio que ocasionan esas palabras y sacude mis hombros.

— Le pedí a Agatha correr la voz con los chicos y mantenerse alejados por unos días.

Empezamos a avanzar rumbo a la habitación de mi madre y saco el móvil del bolsillo. Reproduzco el video por tercera vez deteniendo la imagen y cada uno de los rostros que pasan por la cámara.

—Si deseas, puedo hacer el recorrido por ese pasillo —sugiere Simón.

—Ya has hecho mucho por mí —le digo rindiéndome y guardando el móvil —lo intentaré más tarde. Deberías ir a casa. —propongo —deben extrañarte. Aprovecha el tiempo que tienes con ellos. —aconsejo y afirma viéndome preocupado.

Muy a pesar de que tenga la certeza que es el final del viaje de mi madre, mi alma y corazón espera un milagro. ¿Quién no los espera? Nunca estamos preparados para decir adiós, aunque algunas veces sea inevitable.

—Eres un gran hijo Khan, me alegra que nunca siguieras mis consejos de no exponerte. Lo siento mucho...

Yo más... algo en mi interior me sacude con fuerza, me golpea con la fuerza de un huracán mientras de grita que como hijo pude haber hecho más por ella, mucho más. 

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