Capítulo 14
Beirut, Líbano
Área de psiquiatría
Por los pasillos del hospital, el ambiente no podía ser más hostil. El suicidio del CEO, su posible implicación en la enfermedad de la mayor de las herederas Miyazaki, la presencia policial y el arribo de Saori en unas horas distraen al personal médico.
—Han llegado.
Una enfermera que cruza el pasillo del área psiquiátrica con pasos sigilosos. Le siguen un trío de colegas, varios metros detrás de los camilleros y los especialistas que van a recibirla.
En otras circunstancias, su presencia habría llamado la atención y le hubieran retenido. Disminuye los pasos haciéndose a un lado y dejando pasar a la tropa médica. Un acto que puede verse como cortes, pero no es así. Necesita de los pasillos libres para llegar a su objetivo.
Su deseo se cumple en poco más de cinco minutos. La Correia de personal de salud rumbo a la azotea a recibir a la paciente es extensa. Sonríe con sorna viendo la cantidad de personas que estarán a cargo de Saori.
—Un esfuerzo en vano, ella va a morir en unos días. —susurra.
Una vez en soledad, acelera los pasos y dobla el último pasillo. La mujer a visitar es la única en esa área. Las tres estaban desocupadas, todo para darle privacidad a sus parientes cuando llegan a verla. Un privilegio que pocos pueden darse el lujo de tener y que en estos momentos le sirven para sus planes.
Se acerca a pasos sigilosos a la puerta cerrada. Una pequeña ventanilla de cristal, forrada con barrotes de acero, le permiten ver en el interior. La mujer se encuentra en pie mirando por la ventana de barrotes reforzados el ruido que hace el helicóptero que sobrevuela en el espacio del enorme edificio.
Viste una bata beige, le han retirado la camisa de fuerza por órdenes de su hijo y esposo. Su condición ha mejorado notablemente en los últimos meses. Un dato que mantiene a sus familiares felices.
No por mucho tiempo.
—Cinco minutos —se recuerda sacando de uno de sus bolsillos la llave que ha extraído del bolso de la enfermera.
Es más, o menos, el tiempo que tiene para la llegada de la enfermera con los familiares de la mujer. Con la pieza metálica en las manos le da un vistazo a la mujer antes de ingresar la llave en la cerradura.
Lamenta que sea esa miserable la que pague por los errores de su hijo. Khan Cahill debe aprender a no aspirar tan alto, ni a mancillar su honor u obstruir sus planes.
—Mi hija ha venido por mí —le dice señalando el aparato metálico que hace maniobras en el aire. —tal como lo prometió.
No se muestra interesada en quién llegó, toda la atención la tiene el helicóptero. Sonríe abrazándose a sí misma y detalla sus facciones. Su nariz respingada, cabello negro poblado y recogido en un estricto moño. Está delgada, aunque aquello no le impide ver que alguna vez tuvo grandes curvas.
El secreto mejor guardado de Khan Cahill gira lentamente y le observa, a través de sus largas pestañas. Mueve su cabeza a un lado en un gesto inocente cargado de curiosidad.
—Nunca te había visto. —gira del todo detallando su rostro.
No hace nada por moverse, limitándose a verle en silencio. Su abrazo se vuelve más fuerte y el silencio es cada vez más tenso.
—Debes expiar tus pecados.
Extrae de su bolsillo una fotografía que le muestra antes de dejarla en la cama junto con una hoja de navaja. Lo suficientemente pequeña que pueda ocultarse y filosa para que se haga daño.
—Son tus pecados lo que te impiden sanar.
Observa la duda pasar por sus facciones. Sus ojos van de la fotografía a su acompañante por varios segundos antes de animarse a avanzar. En un acto elegante tira de la hoja cuchilla y está cae a un rincón. Alza la fotografía y la observa, sin interés, hasta que empieza a relacionar los protagonistas con ella.
—Hay errores que solo se limpian con sangre.
Lanza la fotografía con fuerza, la misma da círculos en el aire antes de aterrizar a sus pies, de dónde la recoge y guarda. Al verla de nuevo, algo ha cambiado. Sus ojos están desorbitados, su respiración es irregular y tira de sus cabellos con fiereza.
Con una leve inclinación de cabeza y la certeza de que su plan será un éxito, gira sobre sus talones retirándose de la escena. En esta ocasión no regresa por el mismo sitio, sino por las escaleras. Una zona libre de cámaras, que va directo a la zona de vigilancia. Acomoda su atuendo subiendo los peldaños con pasos sigilosos, deteniéndose solo al llegar a los controles.
El mismo chico holgazán, al teléfono de espaldas, a las pantallas le recibe. Se instala detrás del teclado y con clics borra toda presencia suya en ese hospital.
Unidad de cuidados intensivos
Una hora más tarde
Lo último que quería era ver a su hija atada a cables y controles. Odiaba que su vida dependiera de mecanismos artificiales, como también de pálida.
Le había fallado, era en todo lo que podía pensar viéndola ser ingresada a cuidados intensivos. La mantuvo en Edimburgo y no pensaba trasladarla. Fue Hiro el que insistió Beirut era el mejor lugar para ella. Tuvo que hacer a un lado el orgullo y aceptar la ayuda de su familia.
—No te preocupes, está estable. —le calma su hermano —la recuperación será lenta, pero confiable. No me iré de aquí sin eso. —promete.
Desde que Saori cayó en la inconsciencia, no ha podido conectar una frase coherente. Por fortuna, los Doyle han sido amables en permitirle tiempo libre mientras la salud de su hija se restablece.
—Iniciaremos los exámenes de la niña, haremos lo mismo con ustedes —su esposa afirma y de su garganta sale un sollozo desgarrador.
Las palabras de Hiro las escucha lejanas. Sus intentos por llenarles de optimismo son tiernos, pero sabe lo delicado que es la condición de Saori. Las investigaciones no han arrojado más sospechosos que ese miserable.
—¿Por qué lo hizo? —su hermano calla ante esa pregunta —¿Qué le hicieron mis hijas para que quisiera dañarlas?
—Me gustaría poder darte una respuesta ...
Lo que sea iba a decir Hiro, es interrumpido por los gritos de Naomi. Apresurado lo busca a su alrededor, una vez la encuentra avanza hacia ella. Se enfrenta a Seiji a quien le impide el avance hacia ellos ubicándose en mitad del pasillo. Brazos en jarras, mentón en alto y puños apretados.
—¿Qué haces aquí? — reclama —mi padre fue tajante en advertirte que no te quería cerca.
Suelta un suspiro largo y atrae a su hija hacia él al notar su voz quebrarse en las últimas palabras. Fue un milagro que su pequeña no siguiera el medicamento al notar reacciones preocupantes en su cuerpo.
—Ella ya se sentía mal cuando llegamos. —se defiende, pero su hija no parece entender razones.
—Complicaste las cosas, al presentarte como su prometido —insiste —¿Cómo puedes permitir que te usen así? ¿No tienes dignidad?
—¿Me hablas tú de dignidad? Eres la menos...
—Es suficiente. —les advierte a ambos. —no es el momento.
—Lo siento —susurran al unísono y observa al chico antes de preguntar.
No se necesita ser un genio para saber los motivos de su presencia. Su padre quiso estar seguro de que Saori estaba delicada de salud y no era un ardid para evadir sus órdenes. De igual manera, no tenía planeada obligar a su hija a casarse con un desconocido. El motivo por el que aceptó su compañía se debió a su insistencia por conocerla y pretenderla.
Prometiendo que no insistiría si su hija le rechazaba tras conocerlo. No previó en el carácter autoritario de su padre y que enviaría a los diarios el compromiso. Lo que vio como un gesto de buena voluntad al aceptar visitara a su hija, su padre lo entendió de otra forma.
Dio por hecho que aceptó sus planes.
—¿Qué te trae por aquí? —lanza la pregunta a quema ropa, lo que ocasiona en el chico un comportamiento hostil.
—Su padre me pidió mantenerlo al tanto —tuerce los labios en una mueca de disgusto —también escoltar a la señora Keiko.
—¿Keiko está aquí? —pregunta su hermano avanzando a ellos —¿Dónde está?
—Pensé que, con ustedes, en la recepción del hotel me dijeron que salió hace unas.
—Allí viene...
Las alarmas empiezan a sonar y con horror descubre viene de la habitación de su hija. El primero en reaccionar es su hermano, quien se abre paso entre los médicos y llega hasta Saori.
—¿Qué sucede?
—¿Qué tiene mi hija?
—¿Por qué convulsiona?
Las preguntas quedan sin respuestas, la mayoría se centra en estabilizar a Saori. El cuerpo de su hija convulsiona y de su boca sale un líquido blanco espeso. Los tres se abrazan viendo los intentos de los presentes en reanimarla, mientras que la línea en la pantalla es cada vez más débil.
Área psiquiátrica
Antes de pasar a visitar a mi madre, acudí a la reunión con su doctor. El cambio en el estado de salud era sorprendente, al punto que me habían aceptado llevarla a Estambul. En esta ocasión no estaba solo, me acompañaba mi padre y Simón. Este último no se despega de mi lado desde que hice aquel desastre en ese hotel.
—Estamos sorprendidos por el cambio —dice el doctor levantándose de la silla detrás del escritorio —no tengo otra forma de llamarlo que milagro.
Después de más de dos décadas, las probabilidades de avances en mi madre, eran de diez, una. Contrario a los demás, yo jamás perdí la esperanza. Estaba convencido de que mi madre lograría salir de la cueva oscura en la que se hallaba y llegar a mí.
—¿Cuándo podemos llevarla a casa? —pregunta papá, tan o más emocionado que yo.
—En cuanto pongamos en orden algunas cosas. —responde —pequeños detalles, pero les aconsejo no perderla de vista.
—Estoy al pendiente de una enfermera —le aclaro —y adecuar lo que sería su habitación, como también toda la zona en que va a movilizarse.
—Libre de objetos peligroso —sigue por mí y afirmo —recuerden que posee comportamientos suicidas. No bajen la guardia.
Mamá no dejará de ser su paciente, el compromiso es traerla en tiempos que él estipule. Nos dará una serie de pasos a seguir y el manejo de ella en casa. Por lo demás, nos desea suerte y nos pide seguirles. Al salir a los pasillos vemos a Simón avanzar hacia nosotros, trae un rumbo desconocido y le vemos intrigados.
—¿Es normal tanto movimiento de personal? —le pregunta al psiquiatra quien niega.
—El día de hoy es excepcional, de hecho todos estos días lo han sido —responde y la preocupación cruza sus ojos. —desde el deceso de Yusei, fue sorpresivo y trágico.
—Se habla de suicidio. —comenta mi padre y los tres empezamos a avanzar rumbo a ver a mi madre.
—Hay que brindarle más atención a la salud emocional —es evidente que el tema le disgusta, por lo que decido guardar mis opiniones —acudir al psicólogo o psiquiatra sigue viéndose con prejuicios.
—No debe ser fácil, toda perdida es irreparable —se excusa mi padre —es notoria la tensión en este lugar.
—Es por la llegada de una paciente —responde y cruzamos el último pasillo —familiar de los dueños del hospital. —toma el juego de llaves, busca una dorada con ella en manos, sigue —Una chica joven... pero ... ¿Qué mierdas?
Sigo el rumbo de su mirada asustada y una vez noto lo que ha llamado su atención golpeo la puerta con fuerza. Mamá se encuentra en el suelo, en posición fetal y tiene las muñecas cortadas.
Una vez las puertas se abren, el psiquiatra, mi padre y yo corremos hacia ella. Simón se ha quedado en la entrada, con el rostro pálido y los labios entre abierto.
—Mamá —palmeo sus mejillas, pero no hay reacción.
Mi padre toma su mano derecha de donde retira una hoja de cuchilla que nos enseña. Escuchamos al psiquiatra decirnos que debe ser llevada a curación. Detiene el sangrado con trozos de tela que extrae de las sábanas e intenta alzarla en brazos.
—Yo lo hago. —se hace a un lado viendo lo que mi padre sostiene en sus manos.
—No lo pierda —le ordena a mi padre señalando la hoja filosa —seguridad se encargará de las investigaciones.
—Iré a verificar las cámaras de seguridad —la voz de papá se escucha lejana, todos mis pensamientos están puestos en la mujer que llevo inconsciente.
—Yo me encargo —Simón parece haber salido del trance en que le ha dejado la escena —ustedes encárguense de ella, les mantendré informados.
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