Capítulo 13
Hace una semana que mi padre viajó a Tokio y no me ha llamado. Recibo, de su parte, indicaciones por correo y le envío los avances de la obra. Soy lo más parecido a su asistente y no me molesta.
Es su silencio hacia mí, lo que me perturba.
Gracias a Naomi, me enteré de que habla con mi madre varias veces al día, después de lo cual, mamá se encierra en su habitación a llorar. Desconoce detalles de su conversación y no porque no insistiera en saberlo. Mamá es renuente a hablar, en parte porque sabe, me lo dirá.
Desde su llegada a Beirut, mi hermana me acompaña al castillo y regresa con mi madre. Es ella y no mi madre quien me espera a las afueras del lugar cuando mi jornada laboral finaliza. En algunas ocasiones, como en este instante, nota mi agotamiento, se queda a mi lado
—De lo que estoy segura es que tienes que ver. —susurra tomando mi mano y suspiro —¿Te sientes bien?
Afirmo mordiendo mi labio inferior y observando el móvil en mis manos. Le he realizado cientos de llamadas a mi padre y no me contesta. Tras colgar, mi segunda reacción es llamar a Khan, con resultados peores.
Las primeras llamadas, el móvil estaba apagado, un segundo y tercer intento obtuvieron los mismos resultados. Fue en el cuarto en que la devastación llegó. Una mujer somnolienta fue quien levantó la llamada.
Agatha, la chica del teclado. Siendo ella quien siempre contestara las llamadas, con la misma risa burlesca, haciendo insinuaciones molestas y que me llegaron a tomar la dolorosa decisión de no volverlo a llamar.
Me concentré en el silencio de mi padre, en el llanto de mi padre, en mi familia. Al final, eran ellos quienes importaban, nada más.
Una parte de mí sabía que algo así sucedería. En cualquier momento dejaría de ser novedad y buscaría a alguien más. El corazón de Khan estaba ocupado por un imposible, ello hacía todas sus posibles relaciones, pasajeras y frívolas.
Con tristeza debo admitir que lo nuestro no llegó a tener un nombre. Lo supe durante la fiesta de los Doyle, ver el lazo tan fuerte que había entre Khan y la antigua vocalista de su extinto primer grupo me afectó. Era consciente que sentir celos, era estúpido, lo nuestro no tenía un nombre, ni comienzo y siendo sinceros, tampoco un futuro.
Los comentarios sobre el noviazgo con Maissa lideraron las conversaciones aquella noche y atormentaron mi maltrecho corazón. No pude evitar escucharlas, por más que me alejaba, siempre había alguien hablando sobre ello. En algún momento, durante mi escapada, aterricé al lado de la mesa de los Tomasevic. Y mi tortura fue más cruel en ese lugar.
No puedo decir quién habló, pero recuerdo los detalles. Las canciones que le dedicó y las que escribió. Maissa era su musa a la hora de componer, había un vínculo fuerte entre ellos que todos aceptaban, incluido su esposo.
Asi que, cuando mi padre me ofreció de nuevo trabajar para él y aprovechar mi estadía para buscar una segunda opinión profesional. Fue mi orgullo herido el que aceptó e ignoré mi corazón.
Lo descubierto lo sentí como si alguien me hubiera dado una fuerte sacudida y el velo que cubría mi rostro se cayera. ¿Qué hacía persiguiéndolo? Él estaba enamorado de otra, que fuera o no imposible, casada o no. Poco y nada importaba, su corazón estaba ocupado y no había nada que hacer.
—No deberías trabajar.
La voz de Naomi cargada de ternura actúa como bálsamo a mis heridas. Al mirarla, la encuentro viéndome expectante, su rostro juvenil lleno de miedo y su barbilla tiembla ligeramente. Teme que el silencio de mi padre tiene que ver con mi salud.
Lo dudo. Si bien, lo último que hizo mi padre horas antes de decidir viajar a su hogar, fue ir por los resultados. Si estos fueran devastadores o complicados, ella no estuviera al control de la obra.
¡Había algo más! Y algo le decía que no tardaría en explotar.
—No te preocupes, de ser algo referente a mi salud, nuestro padre no me permitiría trabajar.
El rostro de mi hermana muestra incredulidad, pero regresa la atención a su PC. Inspiro una gran bocana de aire viendo el móvil y debatiéndome entre hacer o no un último intento. Niego soltando el móvil y dejándolo a un lado del escritorio, cuando la pantalla queda a la vista, lo giro para evitar volver a llamarlo.
En las siguientes horas navego en medio de pensamientos, la gran mayoría dañinos. La tienda me parece pequeña, el sofocante calor del medio día hace que mi piel se peque al cuello de mi camisa y la respiración empieza a fallar.
Nayomi ha salido hace una media hora, tras recibir una llamada. Llevada por el miedo a que haya ido a lugares prohibidos y el intenso mareo que me acompaña, salgo de la tienda.
El busco en medio de las tiendas del personal, pero no la encuentro. El aire en mis pulmones y la fuerza escasea con cada paso que doy. El personal de mi padre hace una danza dantesca a mi alrededor y me apoyo en lo que a simple vista parece ser un árbol.
La estabilidad que me da el enorme tronco me permite control el mareo. Los mareos y decaimientos son comunes desde que supe de mi enfermedad. La sensación de claustrofobia, el fuego interno y el vaivén de las paredes, igual. Aunque en estos días han aumentado y se lo ataño al estrés que me produce el silencio de mi padre.
Cuando abro los ojos tengo la vista del puente en donde hablé por última vez con Khan y retiro la mirada por el dolor que proporcionan los recuerdos.
—Saori.
Parpadeo y me yergo todo lo que puedo apoyada en el tronco al escuchar la voz de mi hermana. Naomi se encuentra al lado de un hombre joven que me resulta conocido. En traje negro, cabello largo, nariz respingada y blanca piel. El hombre debe medir un poco más de 1,80 mts, delgado y de porte atlético.
Mi hermana tiene los labios apretados, las manos en un puño y mira enojada al recién llegado. Mi mente empieza a aclararse al reconocerlo como el chico que Keiko me mostró en la fotografía y el que días después se presentó en la casa. El mismo que discutió con mi padre tras insistir en ser mi prometido.
—Soy...
—Sé quién eres —le interrumpo sin moverme.
Soy vista con desdén a través de sus ojos oscuros y largas pestañas. Se cruza de brazos al tiempo que su sonrisa pasa de la altanería a la burla.
—En ese caso, me ahorras las presentaciones.
—Mi padre no está —vuelvo a interrumpirle lo que no parece agradarle y le devuelvo la sonrisa —será mejor si abandona esta área, se encuentra en terrenos privados y a los perros no les gustan los desconocidos.
—Son grandes —canturrea mi hermana viendo de revés al desconocido avanzando hacia mí.
Sin hacer comentarios y lanzando un suspiro de aburrimiento, ingresa la mano a su bolsillo y retira de su interior una escarapela que me la enseña. Desde la distancia en la que me encuentro me resulta imposible ver qué. No muevo un músculo, en parte porque el mareo ha regresado y no acercarme a ese truhan de malos modales.
—Tengo autorización del señor Jomei...
—Mi abuelo no controla mi vida.
—Su abuelo tiene razón al decir que su educación está entre dicho, su escasa sensatez es peligrosa y su decoro fue lanzado por el retrete —escupe de mal humor y Naomi alza el mentón desafiante.
—No me hables de educación, modales, decoro y sensatez, cuando pretendes casarte conmigo como si fuera un negocio más. Lo haces por dinero, nada más.
Me aferro con fuerzas al viejo tronco ante mi inminente caída. No puedo permitirle que me vea débil, enviaría una imagen patética que no deseo. Él, por su parte, sacude la cabeza, vuelve a guardar la escarapela observando todo a su alrededor.
Es entonces noto detrás de las rejas el auto dorado, de vidrios polarizados, entregado por la firma Doyle y que mi padre usa en este país. Papá se encuentra en la puerta, hablando por teléfono con alguien de espaldas a las rejas.
—Desde mi perspectiva les estoy haciendo un favor. —su voz me hace buscarlo y su imagen es difusa —estoy dispuesto a dejar pasar tu pequeño affaire con ese tristemente célebre cantante de rock.
Señala el puente detrás de mí antes de decir que ignorará, tiene en frente el sitio en que mancillé mi honor, el de mi familia y el suyo al comportarme como una prostituta. Asegura poseer imágenes mías comprometedoras, gracias a él y sus contactos, las mismas no llegaron a la prensa.
Escucho la disputa entre él y mi hermana lejana. Jamás me he sentido tan orgullosa de la afilada lengua y capacidad de insultos de Naomi como en este instante. Ella logra defenderme con vehemencia, al tiempo que yo intento por todos los medios mantener en pie.
Sin éxito.
Todo a su alrededor se torna oscuro y deja de importar. Escucho los gritos de mi hermana llamar a papá y ser alzada en brazos.
—Acabas de romper la oportunidad que tenías de conocer a mi hija.
Lo siguiente no sabe si es un sueño o es producto de su imaginación. Escucha a papá impartir órdenes y llamarme en medio del llanto. A Nayomi pedir entre sollozos acompañarme y el ruido de las sirenas cada vez ensordecedor.
Algo tira de mí con fuerza y me arrastra a las tinieblas. La oscuridad que me rodea es tormentosa, gritos de tormento, dolor y súplicas, se escuchan por todos lados y ninguna parte. La voz de mis padres y hermana se mezclan con los agónicos pedidos de auxilio.
Sigo siendo jalada hacia las tinieblas, cada vez más densas, más oscuras, hasta que ya no hay ruidos, ni dolor, solo paz...
******
Con el suicidio de su hermano, Keiko se vio obligada a navegar en terrenos peligrosos y bajar la guardia. Pero no se rendía, aún tenía en su poder ases que podría usar. Jomei se estaba comportando distante con ella y su esposo.
Era un hombre astuto, sabe que su hermano no pudo hacer todo esto solo. No obstante, contaba con la fe ciega de su esposo y en el cariño del anciano hacia el único hijo que no lo abandonó.
No debía confiarse, es imprescindible desviar la atención hacia Beirut. Quien mejor que ese cantante de rock, la relación clandestina y oculta que mantuvo con Saori.
Dejaría el gusano de la desconfianza. Todo lo demás lo haría sus prejuicios y la avaricia de Seiji. El pequeño pillo no aguantó la tentación ante la oportunidad de hacer parte de la familia, al saber que puede quedar viudo. Una vez queda sola, busca el móvil en su bolso y marca.
—Supe lo de su hermano, lamento su perdida —le dice una voz burlesca del otro lado —su hermano era soltero, eso la deja usted con el control de toda la herencia.
—Ten cuidado con lo que insinúas...
Su reacción la hace enojar, escuchar que se mofa de ella, eriza su piel y acalora sus mejillas. Ella no esperaba que Yusei fuera tan cobarde y usara la vía fácil, dejándola sola en medio de sus planes.
Por fortuna, el viejo se negó a dar detalles del envenenamiento de su nieta y convenció a sus hijos de guardar silencio. No quería escándalos, ni alertar a los cómplices. Se lo había dicho el imbécil de su esposo, quien aún confiaba en ella. Hiro no la creía capaz de dañar a nadie, estaba ciego de amor por ella.
¡Qué patético!
—¿Qué me tienes? —pregunta cuando ha logrado controlar su enojo.
—No está en la ruina —es evidente para ella que disfruta darle malas noticias —su padre tiene negocios con un importante y poderoso empresario de Estambul. Imposible hallar algo ilegal en él o su padre.
—¡No es suficiente! —escupe Keiko de mal humor tras el teléfono —debe existir algo que pueda usar, ¡Lo que sea!
—No hay nada que pueda usar en contra de Khan —responde la voz del otro lado —si me dijera para qué lo desea. Es decir, me habló de un escándalo, pero no de qué tipo...
—Escúchame muy bien, no te lo pienso repetir —le interrumpe —te pago muy bien para hallar algo que pueda usar contra ese muerto de hambre. Mis motivos no te incumben.
—¿Qué hay de las fotos?
—Las enviaste a la empresa —chilla perdiendo el control.
—Me pidió crear un escándalo —le recuerda —¿Qué mayor escándalo que Saori Miyazaki besando a ese hombre cargado de escándalos en terrenos del Doyle-Turner?
—La recibió el hombre de confianza del anciano y no llegó a mis manos ¿No había otro lugar mejor para enviarlas? —responde perdiendo el control —¿Qué hace en Beirut en vacaciones? Debe tener un talón de Aquiles.
—Su padre —en esta ocasión no se molesta en ocultar la risa —y, no se lo aconsejo. Si lo hace, me lo hace saber, me encantaría ver su lindo trasero japonés ser lanzado a los buitres.
La tranquilidad de la persona tras el teléfono lleva sus niveles peligrosos, su enojo. Antes que pueda responder, la persona le ha colgado y al volver a marcar, el móvil luce fuera de servicio. La maldición queda a medio camino cuando alguien irrumpe en la habitación.
Su esposo tiene los hombros caídos al avanzar hacia el closet. Guarda el móvil con cautela y algo nerviosa, él no parece haberla escuchado, pero requiere estar segura.
—¿Cariño? —pregunta fingiendo su mejor sollozo —¿Qué sucede?
—Es la bebé —responde y tuerce los ojos al escuchar el apelativo con el que suele llamar a sus sobrinas —acaba de ingresar a cuidados intensivos. Tuvo una discusión con Seiji.
—¿De qué hablas? ¿Qué hace ese testarudo allí? —finge no saber viendo su marido hacer el equipaje.
—La misma pregunta me la hago yo. —responde inmerso en su tarea de hacer equipaje —lo que sea, no voy a permitirlo. Acabado de advertir a mi padre que, de persistir en esa boda, perderá a otro hijo.
—No pensará en esto, lo primordial es la salud de la niña... —siente que se atraganta con solo decir ese diminutivo, pero el fin justifica los medios.
—Te equivocas, me acaba de decir que lo primordial es su reputación. —hay dolor en su voz y rostro, que su esposa se esfuerza en fingir, le importa. —no te preocupes, sé lo que tengo que hacer...
—¿Viajarás a Escocia a asistirla?
—Primero iré a buscar a alguien —responde acercándose a ella y dejando un beso fugaz. —haré una segunda parada antes de llegar con ella.
Y por más que lo inste en decirle, no hay poder humano que lo haga hablar. Incluso se ofrece acompañarle, pero la negativa es tan tosca de su parte que le hace sospechar...
¿Sospecha de ella?
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