Capítulo 1

Beirut, Líbano

¿Hombre o mujer? Conozca los detalles de la niñez oculta de la estrella de Rock del momento.

Lanzo la revista a la cesta y voy por la siguiente. Con fastidio encuentro que la crónica es la misma, con otras palabras. Comienzo a pensar que fue mala idea no frenar aquella historia, aunque, menos perturbadora que la original.

—Khan, ¿Estás aquí? —afirmo distraído.

La verdad, le he perdido el hilo a la reunión desde hace mucho. La ciudad me trasporta a una época que no he superado. Inspiro y suelto el aire leyendo la tercera revista

"Entrevista exclusiva con el cirujano que trata la intersexualidad de Khan"

¿Por qué Simón insiste en pedirlas? Es conocedor del tormento que es ver esas crónicas. La mitad de las exigencias no son mías, son de mi mánager. Dentro de su alegato, figura el que, de no hacerlas, los organizadores de los conciertos los llevarían a cualquier hotel de medio pelo.

La lista de exigencias va desde hotel seis estrellas, chef personal, miel, masajistas, hasta todo un piso de hotel libre para su tránsito y seguridad. Esto último es una aberración que he intentado retirar en muchas ocasiones.

Sin éxito debo decir.

—La salida de emergencias fue pacta por el Este. —la voz de Simón opaca mis pensamientos y regreso a la realidad —justo aquí.

Dispersados por toda la suite, se encuentran los miembros de la banda. En los muebles, con dos mapas (hotel y lugar de concierto) se encuentran los de seguridad. Conozco los detalles de lo que va a decirse, básicamente, la mitad de lo que se diga a la prensa, se realizará.

Mentirán en aquellas en donde figura mi salida.

—Sé que no querías venir, pero tu tierra te aclama. —bromea Hall, el baterista y le muestro el dedo medio en respuesta.

—El señor Khan tiene como lugar de entrada oficial, por el norte. Saldrá del hotel por el restaurante. —habla mi escolta personal —Emir será el encargado de hacer la salida, la estrada estará a cargo de Amal.

—¿Preguntas? —La vista de Simón va a cada uno hasta llegar a mí.

—¿Hay Licor? —Samir sonríe al ver el rostro gris de Simón.

—Después del concierto —le responde con la vista fija en mí —¿Khan?

—Ninguna.

Me llevo la mano a las sienes masajeando mientras cierro mis ojos. En tres horas es la prueba de sonido, después de la cual, es difícil, si no imposible, hacer esa visita. Ella no está conectada con la realidad, hace mucho tiempo se fue a un plano desconocido. Dejando atrás a su familia, pero no hay un día en que no la recuerde.

Se olvidó que tiene un hijo, pero sigue siendo y será mi madre. Sin importar sus errores.

Las voces de los presentes se opacan y mis recuerdos me transportan a una época llena de dolor. Sin poder soportar el encierro y los recuerdos me incorporo del sillón. Al abrir los ojos veo el reloj de péndulo con las manecillas moverse, unas lentas, otra rápida.

¿No es así la muerte?

Algunos les llega en segundos,

otros agonizan y hay muertos en vida

Por más que la busquen o deseen, no la encuentran.

Sacudo la melodía de mi cabeza dando varios pasos lejos del sillón, el movimiento llama la atención en Samir, pero no hace comentarios. No me gusta pisar estas tierras salvo para hacer una visita. En esta ocasión Simón quiso unirla con un concierto.

—¿A dónde vas? —pregunta Simón —no hemos acabado.

—Conozco el protocolo y la ciudad. —tomo la boina, los lentes oscuros rumbo a la salida.

—Llamaré al chófer. —insiste Simón.

—Usaré el transporte público.

—¿De qué estás hablando?

Los chicos sonríen al notar los esfuerzos de mi manager por controlarme. La mayoría de las veces soy capaz de seguir su juego de papá protector.

No hoy, ni aquí, en estas tierras en que todo empezó.

—No olvides que soy de aquí.

Esto último lo digo con las manos en el pomo de la puerta. Sé que suena estúpido, pero hasta el olor en el ambiente es reconocido. La ciudad tiene un aroma particular, sus callejuelas y lujos, igual. Lo reconocí al llegar al aeropuerto, la opresión en mi pecho empezó desde ese día.

Huele a dolor, a derrota, humillación y perdida.

Dentro del ascensor oculto el cabello con la boina. Cubro parte de mi rostro con lentes oscuros y le doy un vistazo a mi imagen a través del cristal y asiento ante lo que veo. He logrado lo que deseo.

Ser un Libanés más en una mañana en Beirut.

Ingreso las manos en la gabardina, bajo la cabeza cuando empiezo a llegar al piso correspondiente y espero que la puerta se abra. El movimiento brusco dentro de la caja metálica me hace dar un paso al frente. La puerta se abre en la zona turística y le doy un vistazo a la especial, sonrío sin dejar de avanzar.

Varias carteleras de colores, flores y obsequios están siendo dejados por el personal de seguridad. Lamento que nunca sea yo quien se detenga a leerlos. Los encargados de eso son (por disposición de Simón) uno de sus tres dobles.

Nunca los leen, solo fingen hacerlo.

*****

—Está dormida.

Dos palabras dichas en un tono de advertencia. Una forma sutil de decirle, no la despiertes, no nos conviene que te vea. Las veces que la he encontrado despierta, le altera mi presencia. No le gusta lo que ve, al igual que cuando me recibió al nacer.

Avanzo hacia la puerta ignorando el rostro condescendiente de la enfermera. Asomo mi rostro en la pequeña ventana de cristal y corroboro lo que he escuchado.

Melissa Cahill duerme de medio lado, en posición fetal, con los brazos unidos en su pecho. La relajación que veo en su rostro al dormir incrementa el nudo en mi garganta.

—Quince minutos —me advierte abriendo la puerta.

—No pienso tardar —respondo seco.

La mujer detiene el movimiento de los cerrojos, baja los hombros y me mira. Esta vez no hay desdén o antagonismo en sus ojos oscuros al responderme.

— Nuestro interés es mantenerla tranquila.

—¡También el nuestro!

¡Es mi madre! Y según recuerdo, mi padre les paga muy bien para cuidar de ella. Ingresó allí con la esperanza de salir lúcida. Un deseo que veo cada vez lejano, papá ya se rindió. Yo sigo aferrándome a una luz que se hace cada vez más tenue.

La enfermera abre la puerta y se hace a un lado para que ingrese. Me quedo en pie sin moverme buscando con eso controlar a mi desbocado corazón. Retiro la boina de mi cabeza y la uso como mantra apretándola entre mis manos.

Veintiocho años atrás, a Melissa y Khan Cahill, se le anunciaba la llegada de una niña. Ambos empezaron los planes para recibirla, la más emocionada era Melissa. Khan no ocultaba el disgusto por saber que su primer hijo sería mujer. Se mantuvo lejos de los preparativos, así fue hasta el nacimiento y los primeros años de vida.

Un error que al día de hoy lamenta, a mí me obliga a estar en un control médico riguroso. Las secuelas de la nefasta decisión de mamá y el abandono de papá siguen allí. Algunas de ellas, las más leves, es posible verlas ante el espejo.

Rasgos femeninos que causan morbo y llenan los bolsillos de la prensa amarillista.

Guardo la boina y elimino la distancia para contemplar su rostro más de cerca. Un mechón de su cabello, antes oscuro, ahora grisáceo, cubre su mejilla y la retiro con cuidado.

El nombre que sale de sus labios me hace alejar la mano y ocultarlas en la gabardina. Ese nombre murió hace años, nunca existió.

—¿Eres tú? Sabías que algún día vendrías. —sonríe al sentir los dedos en sus mejillas —Mi hermosa Labrille, tu padre no te quiere, pero yo sí.

Sin poder evitarlo interrumpo la caricia y empuño las manos con fuerza. Es un error pretender que ella alguna vez volverá a nosotros, cuando en su mundo es feliz. En la realidad no está Labrille, sino Khan y eso sigue disgustándola.

—¿Alguna novedad?

—Ninguna, señor. —se excusa la enfermera —por desgracia, su condición ha empeorado. Su padre tiene el reporte, puedo darle una copia si lo desea.

—No es necesario. —le aclaro sin perderla de vista.

Es evidente.

Cubro mi cabello, instalo los lentes oscuros y salgo de la habitación. Acelero los pasos hasta llegar a los ascensores. Presiono las teclas una y otra vez, como si ese acto las hiciera abrir.

Doy un paso al frente al sentirlas abrir y un par de manos me lo impiden. Me libero de ese agarre y enfrento a quien impide mi avance. Me relajo al ver a Simón Yuzra con la misma indumentaria mía.

—Fuiste descubierto —habla Simón. —Yuzra y yo saldremos por el psiquiátrico, tú lo haces por el hospital, Hall te escoltará.

Ingresan al ascensor sin hacer más comentarios, Yuzra alza la mano derecha a manera de saludo justo antes de la puerta cerrarse.

—Por aquí...

—Sé dónde es —interrumpo—quiero estar solo.

—Pero, señor.

—Solo.

Los siguientes pasos los hago más lentos, controlando los impulsos de salir corriendo. Alguna vez pensé que mi pasado estaba enterado. Me vi como un hombre sano, sin más problemas que cumplir mi sueño, ir de gira y cantar. La verdad me golpeó con la fuerza de un huracán la noche en que ella se casó.

En adelante, no hay una noche en que no tema que el pánico regresé. Maissa Tomasevic se llevó mi corazón, cordura y el sueño de ser feliz. Sin ella me siento incompleto, a oscuras, en un callejón sin salida, herido y sangrante.

Sigo el avance por los pasillos, bajo y subo escaleras hasta llegar a un ascensor que está por cerrarse. Impido el acto con la palma de la mano e ingreso sin saludar al par de chicas que serán mi compañía. No parecen notar mi presencia, ambas sostienen una plática y no ven más allá una de la otra.

—No vamos a morir. —escucho a una de ellas decir.

—Tenemos el gen, Naomi.

—El abuelo también, con doscientos años de existencia y sin ganas de morirse en estos días.

El comentario me hace ver a la protagonista. Una chica asiática, de tez blanca, nariz pequeña y ojos rasgados. Debe tener unos quince años, si me baso en su estatura, ya que su rostro se asemeja más a una niña de diez.

—Nos pidieron repetir el examen.

—Por precaución —le corrige. —el doctor me lo explico. No es nada malo, es parte de las exigencias del tío.

En perfecto inglés le repite a quien imagino es su hermana. Lo que el doctor les acaba de decir.

—Nos enviarán de Tokio el plan de cuidados y demás —pasa una mano por los hombros de su hermana y la sacude —vamos a cuidarnos y viviremos los mismos quinientos años del abuelo.

—¿No eran doscientos? — hipea y sonrió.

Es imposible ver el rostro de su hermana al detalle. Hacerlo, era correr el riesgo de salir delatado. Tiene la remera con el logo de la extinta banda de los Tomasevic. En donde nació este servidor hizo de baterista.

Es poco lo que aún se mantiene oculto sobre mí. Lo bueno es que es la parte más importante y espero que mi presencia en este lugar no los lleve a mi madre.

—Deberíamos hacer una lista de lo que queremos —aconseja la más parlanchina —papá estará tan asustado que nos complacerá en todo.

Un chillido fuerte me hace saltar y ver a la que lo ocasionó. Ninguna aparenta más de quince, lo que sí es claro es que, quien llora desconsolada, es la mayor de las dos. Alza el rostro que su hermana insiste en limpiar y me da una vista perfecta de sus facciones.

Me quedo maravillado con la mayor de las dos, ambas son hermosas, pero es la de nariz roja y mejillas húmedas la que me atrae. Sus ojos rasgados negros, perfecta tez, y un largo cabello liso negro. Completa esa imagen, un esbelto cuerpo y unos labios rosados pequeños, tentadores.

—Esa música endemoniada ha freído tu cerebro —se queja la más chica. —quemó tus neuronas, por eso actúas así.

Saca el móvil de su bolsillo, busca algo en su interior y cuando creo haberlo visto todo, ocurre. La canción que empieza a sonar parece hacer de tranquilizante. En la descolada belleza.

Mi habitación es oscura,
Como mi alma y corazón
Están así por ti y por mí
Por lo fracasado que fui
Y que soy
Por la cobardía de no luchar

—No sé cómo puede gustarte ese hombre con cara de chica y voz gruesa. —se queja.

—Que no te guste, no quiere decir que no sea talentoso —me defiende ella y me cuesta no intervenir.

—Bendigo su voz y talento en estos momentos. —alza las manos al cielo de manera teatral —si ha logrado calmar a Saori, estoy dispuesta a besar el suelo que pisa.

—¡No seas payasa! —y sonríe.

¡Y qué sonrisa!

Yo besaré el de Nayomi por hacerla reír. Regreso la vista a los números divertido por lo extraño del evento. Son pocas las veces en que puedo coincidir con una fan. El de este día es especial. Desconozco el motivo de sentirlo así, pero me gusta.

Mi mal día no pudo acabar mejor. Acabo de conocer a un ángel tentador y con buen gusto.

****

En todo el viaje del hospital a la casa, un solo interrogante rondaba por mi mente. Un examen de rutina exigido por el abuelo desde Tokio, trajo la fatal noticia.

Los de Naomi salieron bien, son los míos los que ameritan repetirlos. Mi hermana menor me brinda su mejor sonrisa y hace un mohín. Le he mentido diciéndole que todo está bien, me contagié de su optimismo.

Estoy bien, solo quieren descartar cualquier cosa. Me he repetido una y otra vez. Aunque, una parte de mí sepa que no es así. El rostro preocupado del doctor me lo dijo y la orden de venir con mis papás en la siguiente visita me lo confirmo.

—Te lo dije, no había nada que temer.

—Eres la más cuerda y lista de las dos —aprieta mis manos y el mohín regresa.

De todas las cosas que pude heredar de la familia, me tocó la más cruel. Inspiro lento y voy liberando el aire cuando el tejado de la casa familiar empieza a verse.

Mentir no está dentro de mis posibilidades y la verdad es amarga. ¿Qué hacer?

—Gracias. —el chófer de papa inclina su cuerpo y sonríe.

—Es un placer, señorita Saori.

Sostengo el bolso de manos en mi regazo, aferrándome a él con fuerza. Naomi ingresa a la casa a toda prisa, yo me tomo mi tiempo. A estas alturas, por lo menos mi padre debe saber lo que ocurre. No hay rastros de su auto en el garaje, tampoco el de mi madre.

Retiro mi calzado en la entrada, me calzo las zapatillas y voy directo a las escaleras. Escucho la voz desentonada de mi hermana cantar a todo pulmón y sonrío. A mí me gusta el rock, a ella el k-pop. Ella es más tradicional, yo tengo un tinte rebelde.

Mis pies pesan al subir por las escaleras, un acto tan sencillo, realizados miles de veces, hoy lo siento más difícil. La fuerza que ejerce la realidad me ha quitado energías.

Encuentro a mi padre sentado en el borde de la cama, se ha quitado la chaqueta y corbata, pero sigue con ese aire elegante que solo él tiene. Sostiene en sus manos la fotografía que adorna mi tocador, los cuatro juntos en unas vacaciones en Tokio.

Me siento a su lado y pasa las manos por sus hombros. Mis intentos por ser fuerte, mueren con ese acto. Se pone en pie y me obliga atrayéndome hacia él. Me pego su pecho con fuerza. Encontrando por primera vez que su corazón no late en calma, está incontrolable y que su cuerpo tiembla ligeramente.

—¿Lo de repetirlo por tercera vez? —logro preguntar.

—Necesitamos saber los alcances de tu enfermedad y como combatirla —responde sin soltarme —Agotaremos todos los medios —me promete.

Es la mejor manera de enterarme de la realidad. En brazos de mi padre, el hombre que me ha enseñado a soñar despierta.

—¿Debo ir con él? —niega suspirando lento.

— Cuando tengas que ir, te acompañaremos. —me aleja de sus brazos y limpia mi rostro. —mientras tanto, harás todo el tratamiento aquí.

Permanezco en sus brazos por largo tiempo, aprovechando el efecto tranquilizador que ejerce sobre nosotras. Alzo el rostro solo para ver que me sonríe e imito el gesto.

—Vamos a estar bien —afirma sosteniendo mi barbilla y dejando un beso en mi frente. 

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