17
Unas voces llegaron hasta el dormitorio.
—... quiero que Yuzu use mi cuarto de baño rosa —insistía Reira —. Es más bonito que el tuyo.
—Lo es —fue la respuesta de Yūya —. Pero Yuzu necesita un plato de ducha. No puede entrar y salir de la bañera.
—Pero ¿puede ver mi cuarto de baño? ¿Y mi habitación?
—Sí, más tarde podrás hacerle de guía oficial. De momento, ponte los calcetines. Llegarás tarde a la escuela.
Yuzu aspiró un aroma escurridizo procedente de la almohada, a hojas, agua de lluvia y cedro recién cortado. Era el olor de Yūya, tan atrayente que lo persiguió desvergonzadamente, hundiendo la cabeza en el cálido plumón.
Conservaba un vago recuerdo de haber despertado en mitad de la noche presa de dolor. De Yūya acercándosele como una sombra. Le había dado las pastillas y un vaso de agua y le había puesto un brazo detrás de la espalda mientras tomaba la medicina. Había despertado en otra ocasión y, medio dormida, había percibido su presencia sustituyendo las bolsas de hielo que le envolvían la pierna, y ella le había dicho que no era necesario que se levantara continuamente para atenderla, que tenía que descansar.
«Tranquila —había murmurado Yūya, arropándola con las mantas —. No pasa nada.»
Cuando la mañana se iluminaba, Yuzu permaneció en silencio y escuchó los sonidos apagados de voces, del desayuno, un teléfono sonando, una búsqueda por toda la casa de una carpeta perdida que contenía los deberes y una hoja firmada de autorización para una excursión al campo. Finalmente un coche se alejó por el camino.
Oyó unos pasos subiendo las escaleras. Llamaron a la puerta y Yūya asomó la cabeza.
—¿Cómo te encuentras?
Su voz de barítono enronquecida por el sueño llegó placenteramente a los oídos de Yūya.
—Un poco dolorida.
—Seguramente muy dolorida.
Yūya entró en la habitación, portando una bandeja con el desayuno. Su aspecto descuidado y sexy, vestido solo con un pantalón de pijama de franela y una camiseta blanca, provocó un intenso rubor en la superficie cutánea de Yuzu.
—Es la hora de tomarte otra pastilla, pero antes deberías comer. ¿Qué te parece un huevo con tostadas?
—Estupendo.
—Después podrás tomar una ducha.
El color de Yuzu se intensificó todavía más y su pulso se volvió frenético. Necesitaba una ducha como agua de mayo, pero a la vista de su estado físico era evidente que iba a requerir mucha ayuda.
—¿Cómo funcionará exactamente eso? —se atrevió a preguntar.
Yūya dejó la bandeja sobre la cama y la ayudó a incorporarse. Le puso otra almohada detrás de la espalda mientras contestaba en un tono prosaico:
—Es un plato de ducha. Puedes sentarte en un taburete de plástico y lavarte con una ducha de mano. Tendré que ayudarte a entrar y salir, pero puedes hacer la mayor parte tú sola.
—Gracias —dijo Yuzu, aliviada —. Suena bien —cogió una tostada untada con mantequilla y empezó a extender mermelada sobre ella —. ¿Por qué tienes una ducha de mano?
Yūya arqueó una ceja.
—¿Qué tiene eso de malo?
—Nada. Solo que es un accesorio que cabría esperar de una persona mayor, no de un tipo de tu edad.
—Tengo sitios de difícil acceso —explicó Yūya en un tono inexpresivo. Después de ver una sonrisa asomándose a los labios de Yuzu, añadió: —. Además, lavamos a Renfield allí.
Yūya fue a ducharse y afeitarse mientras ella desayunaba. Regresó vestido con unos vaqueros raídos y una camiseta que proclamaba EL GATO DE SCHRÓDINGER ESTÁ VIVO.
—¿Qué significa eso? —preguntó Yuzu al leer la leyenda.
—Es un principio de la teoría cuántica —Yūya dejó en el suelo una bolsa de plástico llena de accesorios y cogió la bandeja del regazo de Yuzu —. Schródinger era un científico que usó el ejemplo de un gato encerrado en una caja con una fuente radiactiva y un frasco de veneno para demostrar cómo una observación afecta un resultado.
—¿Qué le ocurre al gato?
—¿Te gustan los gatos?
—Sí.
—Entonces no me obligues a hablarte de ese teorema.
Yuzu hizo una mueca.
—¿No tienes camisetas optimistas?
—Esta es optimista —repuso Yūya —. Pero no puedo decirte por qué, o te lamentarás por el gato.
Yuzu soltó una risita, pero cuando Yūya se acercó a la cama y alargó la mano para tirar de las sábanas, guardó silencio y se encogió, al mismo tiempo que su corazón se ponía a latir a toda marcha.
Yūya dejó la ropa de cama en el acto, con una expresión cuidadosamente neutra. La examinó, y sus ojos se posaron sobre sus brazos firmemente cruzados.
—Antes de hacer esto —dijo en voz baja —, tendremos que ocuparnos del elefante de esta habitación.
—¿Qué elefante? —preguntó Yuzu con cautela.
—Nadie. El elefante es el hecho de que me resulta sorprendentemente violento ayudar a una mujer a ducharse antes de haber tenido sexo con ella.
—No voy a tener sexo contigo solo para hacer que la ducha sea más fácil —advirtió Yuzu.
Estas palabras provocaron en Yūya una fugaz sonrisa.
—No te lo tomes a mal, pero llevas ropa de hospital estampada con patitos amarillos, estás vendada y amoratada. De modo que no despiertas para nada mi libido. Además tomas medicamentos, lo cual te incapacita para tomar decisiones por tu cuenta. Todo ello significa que no hay absolutamente ninguna posibilidad de que intente nada contigo —hizo una pausa —. ¿Te sientes mejor ahora?
—Sí, pero... —a Yuzu le ardían las mejillas —. Mientras me ayudas, seguramente me echarás un vistazo.
El semblante de Yūya era serio, pero la diversión asomaba en las comisuras de sus labios.
—Ese es un riesgo que estoy dispuesto a correr.
Yuzu soltó un hondo suspiro.
—Supongo que no hay más remedio.
Retiró las sábanas y trató de levantarse. Yūya se le acercó inmediatamente y le puso un brazo detrás de la espalda.
—No, deja que lo haga yo. Te harás daño si no te lo tomas con calma. Voy a ayudarte a sentarte en el borde de la cama. Lo único que debes hacer es incorporarte y dejar las piernas colgando..., sí, eso es —se le cortó bruscamente la respiración cuando Yuzu luchó con el dobladillo de la bata del hospital, que se le había subido hasta las caderas —. Muy bien —empezó a respirar de nuevo —. No debemos quitarte la tablilla, pero la enfermera dijo que la envolviéramos con plástico cuando te ducharas, para evitar que se mojara.
Cogió la bolsa de accesorios y sacó un voluminoso rollo de cinta transparente no adhesiva fijado a un asa metálica.
Yuzu esperó en silencio mientras Yūya procedía a envolverle toda la mitad inferior de la pierna. Su tacto era diestro y delicado, pero de vez en cuando el roce de las puntas de sus dedos en la rodilla o la pantorrilla causaba a Yuzu un cosquilleo en toda la piel. Yūya tenía la cabeza agachada sobre ella, con los cabellos abundantes y coloridos. Yuzu se inclinó hacia delante subrepticiamente para captar el olor que ascendía desde la nuca, un aroma estival, como de sol y hierba cortada.
Cuando hubo terminado de envolverle la pierna, Yūya levantó la vista desde su posición arrodillada en el suelo.
—¿Cómo está? ¿Demasiado apretado?
—Está perfecto —Yuzu vio que Yūya se había ruborizado, que tenía encendidas las crestas prominentes de sus pómulos debajo del bronceado. Y no respiraba bien —. Has dicho que no despertaba para nada tu libido.
Yūya trató de mostrar arrepentimiento.
—Lo siento, pero envolverte con cinta aislante es lo más divertido que he hecho desde mis tiempos en la universidad.
Cuando se incorporó y levantó a Yuzu, ella se le aferró en el acto, al tiempo que se le aceleraba el pulso al sentir su fuerza.
—¿Necesitas... tranquilizarte? —preguntó con delicadeza.
Yūya negó con la cabeza. Una diversión arrepentida le hizo chispear los ojos.
—Supondremos que este es mi modo por defecto a la hora de la ducha. No te preocupes, seguiré sin intentar nada contigo.
—No estoy preocupada, pero no quiero que me dejes caer.
—La excitación sexual no me priva de fuerza física —le informó él —. De fuerza intelectual, sí. Pero no necesito eso para ayudarte a ducharte.
Yuzu sonrió con vacilación y se agarró a sus robustos hombros mientras la llevaba al cuarto de baño.
—Estás en forma.
—Es el viñedo. Todo es orgánico, lo que requiere más trabajo, cultivar y sachar, en vez de utilizar pesticidas. Me ahorra el gasto de la cuota de un gimnasio.
Volvía a estar nervioso, lo cual le hacía hablar un poco demasiado deprisa. A Yuzu le pareció interesante. Desde que conocía a Yūya, se había mostrado siempre muy dueño de sus actos. Había supuesto que manejaría una situación como esa con aplomo. Sin embargo, parecía casi tan desconcertado por su forzado contacto físico como ella.
El baño había sido decorado en un estilo pulcro y sencillo, con baldosas de color marfil, armarios de caoba y un enorme espejo enmarcado sobre un lavabo de pie. Después de dejar a Yuzu sobre el taburete de plástico en el plato de ducha, Yūya le enseñó cómo se manejaban los grifos.
—En cuanto salga de aquí —dijo, pasándole la ducha de mano —, saca la bata del plato y da el agua. Tómate todo el tiempo que necesites. Yo esperaré al otro lado de la puerta. Si tienes algún problema o necesitas algo, llámame.
—Gracias.
El dolor acumulado a consecuencia del accidente provocó que Yuzu hiciera muecas y gimiera mientras se desnudaba y echaba la bata al suelo fuera de la ducha. Abrió el agua, ajustó la temperatura y dirigió el chorro hacia su cuerpo.
—¡Ay! —exclamó cuando los cortes y arañazos empezaban a escocerle —. Ay, ay...
—¿Cómo va? —oyó preguntar a Yūya al otro lado de la puerta.
—Duele y sienta bien al mismo tiempo.
—¿Necesitas ayuda?
—No, gracias.
Enjabonarse y enjuagarse requirió no pocas maniobras. Con el tiempo Yuzu constató que su intención de lavarse el pelo era demasiado ambiciosa para enfrentarse a ella.
—Yūya —dijo, frustrada.
—¿Sí?
—Necesito ayuda.
—¿Con qué?
—Con mi pelo. No puedo lavármelo sola. ¿Te importaría entrar?
Siguió una larga vacilación.
—¿No puedes hacerlo sola?
—No. No alcanzo la botella de champú, me duele el brazo derecho y me cuesta trabajo lavar tanto pelo con una sola mano.
Mientras hablaba, Yuzu cerró el agua y dejó caer la alcachofa al suelo. Con mucho esfuerzo, se envolvió en una toalla.
—Está bien —le oyó decir —. Entro.
Cuando Yūya accedió al cuarto de baño, parecía un hombre al que acabaran de citar para declarar en un juicio. Recogió la alcachofa. La sujetó torpemente al mismo tiempo que ajustaba la presión y la temperatura. Lucy no pudo evitar observar que su respiración había vuelto a alterarse y comentó:
—Con el eco que hay aquí, te pareces a Darth Vader.
—No puedo evitarlo —dijo él con tono crispado —. Teniéndote aquí, tan rosadita y empapada...
—Lo siento —le miró arrepentida —. Espero que estar en modo por defecto no duela.
—Ahora mismo, no —Yūya le puso una mano en la parte de atrás de la cabeza y le sujetó el cráneo. Cuando ella le miró a los ojos carmesí, dijo: —. Solo duele cuando no puedo hacer nada al respecto.
La forma de sujetarle la cabeza, el sonido suave y ronco de su voz, provocaron una espiral de placer sensible dentro del vientre de Yuzu.
—Estás coqueteando conmigo —dijo.
—Lo retiro —se apresuró a responder él.
—Demasiado tarde.
Yuzu sonrió mientras cerraba los ojos y dejaba que le lavara el pelo.
Era el paraíso, allí sentada mientras Yūya le pasaba champú por el cabello y sus fuertes dedos le frotaban el cuero cabelludo. Se tomó su tiempo, procurando evitar que le entrara agua o espuma en los ojos. El aroma a romero y menta del champú impregnaba el aire húmedo y caluroso. Yuzu se percató de que era eso lo que había olido antes en él. Inspiró profundamente y echó la cabeza hacia atrás, relajándose.
Finalmente Yūya cerró el agua y colgó la alcachofa en el soporte de la pared. Yuzu se enjugó el exceso de agua en el pelo con una mano. Paseó la mirada por la ropa de Yūya, húmeda y manchada de gotas, y por el dobladillo empapado de sus vaqueros.
—Te he puesto perdido —se disculpó.
Yūya la miró, y sus ojos se detuvieron en el lugar donde la toalla mojada le caía sobre los pechos.
—Sobreviviré.
—Ahora no tengo nada que ponerme.
Él siguió mirándola.
—Cuánto lo lamento.
—¿Puedes prestarme algo? —al ver que no respondía, Yuzu agitó una mano entre ambos —. Yūya, regresa a la Tierra.
Yūya parpadeó y el brillo vidrioso abandonó sus ojos.
—Te traeré una camiseta limpia.
Con la ayuda de Yūya, Yuzu se envolvió el pelo en un turbante. Él la sostuvo con firmeza, sujetándola suavemente por las caderas mientras ella se aguantaba sobre un solo pie y se lavaba los dientes en el lavabo. Cuando hubo terminado, Yūya la llevó a la cama, le pasó una camiseta y se volvió discretamente de espaldas mientras se la ponía. El turbante se cayó y su peso le tiró del pelo. Yuzu se lo quitó y se peinó los mechones húmedos y enmarañados con los dedos.
—¿Qué es esto? —preguntó, echando un vistazo a los cuadrados y las letras que cubrían el pecho de la camiseta.
—La tabla periódica.
Yūya se puso en cuclillas para quitar la cinta aislante que le recubría la tablilla.
—Ah, bueno. Detestaría encontrarme en cualquier parte sin saber el símbolo químico del rodio.
—Rh —dijo Yūya, utilizando unas pequeñas tijeras para cortar las capas de plástico húmedo.
Yuzu sonrió.
—¿Cómo lo sabías?
—Está situado sobre tu pecho izquierdo — Yūya tiró la cinta de plástico usada al suelo y examinó la tablilla —. Si estás de humor, te llevaré abajo para que cambies de decorado. Tenemos un sofá grande, un televisor de pantalla plana y a Renfield para hacerte compañía.
Mientras contemplaba los reflejos que la luz del día arrancaba a los cabellos de Yūya, Yuzu se sintió desconcertada por el sentimiento que se había apoderado de ella, algo más que gratitud o simple atracción física. Su pulso se disparaba en varios sitios a la vez y descubrió que deseaba, necesitaba, cosas imposibles.
—Gracias —dijo —. Por cuidarme.
—Ningún problema.
Yuzu le puso una mano en la cabeza y hundió los dedos en los espesos rizos de su pelo. Aquel contacto le proporcionó una sensación indescriptiblemente placentera. Deseaba explorarle, descubrir todas sus texturas.
Creyó que Yūya se opondría. Sin embargo, permaneció inmóvil, con la cabeza inclinada.
Mientras le acariciaba hasta la nuca, Yuzu oyó que se le cortaba la respiración.
—Algún problema —dijo Yuzu en voz baja—. ¿Verdad?
Entonces Yūya levantó la vista hacia ella, con los párpados medio entornados sobre unos ojos increíblemente carmesí y las facciones contraídas. No respondió. No tenía por qué hacerlo. La verdad flotaba en su mirada compartida, entre ellos, llenándoles los pulmones con cada respiración.
Desde luego que había un problema. Uno que no tenía nada que ver con tablillas, vendas ni cuidado de enfermos.
Yūya sacudió la cabeza como si quisiera aclarársela y alargó la mano hacia las sábanas.
—Te dejaré descansar unos minutos mientras yo-...
Precipitadamente, Yuzu dobló un brazo alrededor de su cuello y acercó la boca a la suya. Fue una acción disparatada e imprudente, pero no le importaba. Yūya tardó medio segundo en reaccionar y, cuando lo hizo, pegó sus labios a los de Yuzu al mismo tiempo que un leve gemido se escapaba de su garganta...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top