13

Yūya reaccionó sin vacilación al notar la mano de Yuzu sujetándole por la nuca. La había deseado durante todo el almuerzo, fascinado por su enojadiza vulnerabilidad, por el modo en que sus sonrisas casi nunca le llegaban a los ojos. No podía dejar de pensar en lo radiante que estaba cuando le había hablado de su trabajo, acariciando con los dedos con aire ausente una lámina de vidrio como si fuera la piel de un amante.

Quería llevar a Yuzu a la cama y mantenerla allí, hasta que toda la tensión recelosa hubiera desaparecido y estuviera relajada y satisfecha entre sus brazos. Ávido de su sabor, Yūya intensificó la presión del beso y le tocó la lengua con la punta de la suya. La lisa blandura le excitó al instante y le llenó de un calor sofocante. Yuzu tenía un cuerpo delgado, pero fuerte, que no cedía al suyo. Ese indicio de firmeza resistente le hizo desear aferrarla y atraerla hasta moldearla contra él.

Percatándose de que aquella demostración pública de afecto podía descontrolarse —cuando menos por su parte —, Yūya deshizo el beso y levantó la cabeza solo lo suficiente para mirar sus aturdidos ojos azules. Su piel de porcelana estaba imbuida de color. Su respiración le acariciaba los labios con oleadas calientes y le aguijoneaba los sentidos.

Yuzu desvió la mirada.

—Nos han visto —susurró.

Todavía absorto en sus pensamientos de qué deseaba hacer con ella, Yūya experimentó una ola de fastidio. No quería tener nada que ver con aquel par de idiotas, no quería hablar, no le apetecía hacer nada que no fuera llevarse a su mujer a la cama.

Le invadió un escalofrío de alarma. ¿Su mujer...? No había pensado en nada semejante en su vida. No era un tipo posesivo. La necesidad de reclamar una mujer concreta, de insistir en sus derechos exclusivos a ella, no era propia de él. Y nunca lo sería.

Así pues, ¿por qué diablos había cometido ese desliz?

Pasó un brazo sobre los hombros de Yuzu y se volvió hacia Yuri y Serena, que mostraban una expresión de consternación casi cómica.

—Sakaki —dijo Yuri, incapaz de mirar a Yuzu.

—Yuki.

Yuri hizo una torpe presentación.

—Yūya Sakaki, te presento a mi... amiga, Serena.

Serena extendió un brazo delgado, y Yūya le estrechó la mano entre un tintineo de pulseras. Era tan enjuta como Yuzu, aunque tenía el cabello azul índigo. Era delgada como un palillo y angulosa, se tambaleaba sobre unos tacones de cuña de corcho y tenía los pómulos prominentes como pretiles. Una gruesa capa de maquillaje realzaba sus ojos de mapache y le confería un brillo desconcertante. Aunque Yūya estaba predispuesto a que Serena no le cayera bien, sintió una pizca de compasión. Le daba la impresión de una mujer que se extralimitaba un poco, una mujer cuya inseguridad se manifestaba en sus celosos esfuerzos por ocultarla.

—Soy su prometida —anunció Serena en un tono arisco.

—Felicidades —dijo Yuzu.

Si bien hacía todo lo posible por mostrarse inescrutable, el dolor, la rabia y la vulnerabilidad se sucedieron sobre sus facciones a la velocidad del rayo.

Serena la miró.

—No sabía cómo decírtelo.

—Ya he hablado de eso con mamá —repuso Yuzu —. ¿Ya han puesto fecha?

—La estamos buscando para finales de verano.

Yūya decidió que la conversación ya había durado lo suficiente. Era el momento de terminarla antes de que estallaran los fuegos artificiales.

—Buena suerte —dijo enérgicamente, al mismo tiempo que invitaba a Yuzu a levantarse con él —. Tenemos que irnos.

—Que aproveche —añadió Yuzu con voz monótona.

Yūya cogió la mano de Yuzu mientras salían del restaurante. En su cara había aparecido una expresión extraña y distante. Por algún motivo tenía la sensación de que, si soltaba a Yuzu, quizás ella se alejaría rápidamente sin rumbo fijo, como un carrito de la compra abandonado rodando por el aparcamiento de un hipermercado.

Cruzaron la calle y se encaminaron hacia el estudio de arte.

—¿Por qué he dicho eso? —preguntó Yuzu de repente

—¿Qué?

—«Que aproveche.» No era esa mi intención. Espero que la comida les siente como un tiro. Espero que se les atragante.

—Nadie ha pensado que lo decías de verdad, créeme —respondió Yūya secamente.

—Serena está muy flaca. No parecía feliz. ¿Qué impresión te ha causado?

—Creo que tú vales cien veces más que ella.

Yūya se cambió de sitio para andar por el lado del bordillo.

—¿Entonces por qué Yuri-...?

Yuzu se interrumpió, sacudiendo la cabeza con impaciencia.

Yūya tardó un momento en contestar. No porque tuviera que pensar un motivo; ya sabía por qué. Pero Yuzu le producía un efecto de lo más curioso, que provocaba extraños torrentes de ternura y aprecio y al mismo tiempo algo indescriptible... No sabía qué era, pero no le gustaba.

—Yuri fue a por tu hermana, porque se cree superior a ella —declaró.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque es la clase de hombre que necesita una mujer dependiente. Tiene que ser él quien controle la situación. Se sintió atraído por ti por motivos obvios, pero no podía funcionar a largo plazo.

Yuzu asintió, como si aquellas palabras confirmaran algo que ya sospechaba.

—Pero ¿por qué tanta prisa por casarse? Cuando hablé con mi madre, dijo que hace poco Serena perdió su empleo. De manera que quizás Serena no sabe qué hacer, pero eso no explica por qué Yuri está dispuesto a aceptarlo.

—¿Querrías recuperarle?

—Jamás —la voz de Yuzu adoptó un tono de desolación —. Pero creía que era feliz conmigo, cuando es evidente que no lo era. No es lo mejor para el ego.

Yūya se detuvo en la esquina y volvió a Yuzu de cara a él.

Nada le habría gustado más que llevarla de nuevo al condominio y mostrarle algunas de sus ideas para restañar su orgullo herido. Mientras miraba su carita sensible, se le ocurrió que aquella era una experiencia nueva para él, una atracción que parecía tomar impulso con el peso de cada segundo que pasaba con ella.

Pero ¿cuánto daño le haría una vez que se acabara? Riéndose de sí mismo, Yūya se percató de que su instinto de seducirla era equiparable al deseo de prevenirla contra él.

Con una leve sonrisa, levantó la mano para trazar el delicado perfil de su mandíbula.

—Te tomas la vida en serio, ¿verdad?

Una arruga apareció entre las cejas de Yuzu.

—¿Cómo iba a tomármela, si no?

Yūya sonrió. Utilizando ambas manos, le levantó la cabeza y le depositó un beso lento y dulce en los labios. Notaba el calor de su piel, y la palpitación de sus latidos era como un tatuaje marcado y repentino contra sus dedos. Ese contacto, por limitado que fuera, le excitó más de lo debido, más rápido de lo que cabría esperar. Levantando la cabeza, Yūya se esforzó por moderar su respiración, ahuyentar la creciente punzada de deseo.

—Si alguna vez estás interesada en una relación física sin sentido que no va absolutamente a ninguna parte, espero que me lo hagas saber —le dijo.

Caminaron en silencio hasta que llegaron al estudio de arte de Yuzu.

Ella se detuvo en el umbral.

—Estoy interesada en el condominio, Yūya —dijo con cautela —. Pero no si tiene que llevar a una situación difícil.

—No será así —repuso Yūya tras llegar a la conclusión de que, por más que le apeteciera tener una aventura con Yuzu Hīragi, era imposible que acabara bien. Le obsequió una sonrisa y un breve abrazo platónico —. Obtendré la información de Zarc y te llamaré.

—De acuerdo —Yuzu retrocedió y le dirigió una tímida sonrisa—. Gracias por el almuerzo. Y todavía más por ayudarme a superar mi primer encuentro con Yuri y Serena.

—Yo no he hecho nada —dijo él —. Lo habrías superado perfectamente tú sola.

—Ya lo sé. Pero ha sido más fácil contigo.

—Bien —respondió Yūya, y le sonrió antes de marcharse.

—Está torcida —anunció Reira por la mañana, entrando en la cocina.

Yūya levantó la vista del cuenco que estaba llenando con cereales.

—¿Qué está torcido?

La niña se volvió para mostrarle la parte de atrás de su cabeza. Había pedido a Yūya que le recogiera el pelo en dos coletas, un proceso esmerado que comenzaba haciendo una raya perfectamente recta de arriba abajo. Las coletas no debían estar demasiado bajas, demasiado altas, demasiado sueltas ni demasiado tirantes. Normalmente era Zarc quien se ocupaba de peinar a Reira, ya que tenía facilidad para hacerlo como ella quería. Pero Zarc había pasado la noche en casa de Ray, y aquella mañana tardaba mucho en llegar.

Yūya examinó la raya en la parte posterior de la cabeza de Reira.

—Es recta como una cola de gato.

La pequeña le dirigió una mirada un tanto exasperada.

—Las colas de gato no son rectas.

—Lo son cuando tiras de ellas —dijo él, y tiró suavemente de una de sus coletas. Dejó el cuenco de cereales sobre la mesa —. Llegarás tarde a la escuela si tengo que arreglarlo.

Reira exhaló un suspiro.

—Supongo que tendré que ir así todo el día.

Inclinó la cabeza en un ángulo compensatorio.

Yūya se echó a reír, y estuvo a punto de atragantarse con un sorbo de café.

—Si desayunas deprisa, quizá tengamos tiempo de arreglarlo.

—¿Arreglar qué? —dijo la voz de Zarc cuando entraba en la cocina. Se acercó a Reira y se arrodilló junto a la silla —. Buenos días, princesa.

La niña le echó los brazos al cuello.

—Buenos días, tío Zarc —le besó y sonrió contra su hombro —. ¿Me arreglarás el pelo?

Zarc la miró compasivamente.

—¿Otra vez te lo ha hecho torcido Yūya? Yo me encargaré. Pero antes cómete los cereales mientras aún están crujientes.

—¿Cómo te va? —preguntó Yūya mientras Zarc vaciaba la cafetera y el filtro —. ¿Todo marcha bien?

Zarc asintió, con un aspecto cansado y preocupado.

—Anoche tuve una cena magnífica con Ray, todo estupendo. Estamos intentando resolver el calendario —se detuvo, a la vez que sus cejas oscuras se juntaban —. Tratamos de fijar la fecha de la boda. Quizá la aplazaremos un poco. Ya te lo explicaré después.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó Yūya —. No parece que su compromiso tenga un plazo limitado.

Zarc llenó el depósito de la cafetera y dirigió a Yūya una mirada precavida.

—En realidad, sí.

—No lo entiendo. ¿Por qué-...? —Entonces cayó en la cuenta. Yūya abrió los ojos como platos —. ¿Estamos hablando de un plazo de nueve meses? —preguntó con cautela.

Un leve asentimiento con la cabeza.

—¿Ray va a tener un bebé? —intervino Reira con la boca llena de cereales.

Zarc se volvió y masculló un juramento, a la vez que Yūya miraba a Reira con incredulidad.

—¿Cómo sabes qué preguntaba?

—Veo el canal Discovery.

—Gracias, Yūya —gruñó Zarc.

Yūya sonrió, le abrazó y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Felicidades.

Zarc saltó de la silla y se puso a brincar.

—¿Podré ayudar a cuidar del bebé? ¿Puedo ayudar a ponerle nombre? ¿Haré fiesta en la escuela el día que nazca? ¿Cuándo llegará el bebé?

—Sí, sí, sí, y aún no lo sabemos —contestó Zarc —. Princesa, ¿podemos mantenerlo en secreto durante algún tiempo? Aún no ha llegado el momento de que Ray quiera empezar a anunciarlo a la gente.

—Claro —dijo Reira alegremente —. Sé guardar un secreto.

Zarc y Yūya intercambiaron una mirada arrepentida, sabiendo que al final del día toda la escuela primaria ya se habría enterado.

Después de llevar a Reira a la escuela, cuando regresó a casa, Zarc encontró a Yūya pintando el revestimiento recién instalado en el salón. La pintura, de color avellana oscuro, desprendía un fuerte olor a disolventes pese a que Yūya había abierto algunas ventanas para tratar de ventilar la estancia.

—No entres a menos que quieras pillar un colocón —advirtió Yūya.

—En ese caso te ayudaré.

Yūya sonrió socarronamente cuando su hermano entró en la sala.

—Ha sido una noticia bomba, ¿no? ¿Lo teníais previsto?

—No.

Suspirando, Zarc se situó a su lado y cogió un pincel.

—Este revestimiento es jodidamente difícil de pintar —comentó Yūya —. Tienes que penetrar en todas las estrías. ¿Cómo reaccionaste cuando Ray te lo dijo?

—Un cien por cien positivo, por supuesto. Le dije que era la mejor noticia que había recibido nunca, que la quería y que todo saldrá bien.

—Entonces ¿cuál es el problema? —preguntó Yūya.

—Estoy muerto de miedo.

Yūya se rio discretamente.

—Eso es normal, supongo.

—Mi mayor preocupación es Reira. No quiero que se sienta postergada. Quería poder destinarle algún tiempo, para que Ray y yo hiciéramos cosas solo con ella.

—Creo que Reira necesita justo lo contrario —replicó Yūya —. Diablos, Zarc, nos ha tenido a los dos, y a veces a Yuto, dedicados por entero a ella durante un año. Seguramente a la pobre niña le vendría bien un respiro. Con la llegada de un bebé, Reira tendrá compañía. Le encantará.

Una mirada dubitativa.

—¿Tú crees?

—¿Cómo no? Una madre, un padre y un hermanito, o hermanita: una familia perfecta.

Zarx aplicó pintura al revestimiento. Transcurrieron un par de minutos hasta que se permitió confesar lo que de verdad le incomodaba.

—Pido a Dios que pueda ser lo bastante bueno para ellos, Yūya.

Su hermano comprendió. Cuando uno provenía de una familia tan desestructurada como la suya, no tenía ni idea de cómo hacer las cosas. No había ningún modelo, no era posible echar mano de los recuerdos cuando hacía falta saber cómo ocuparse de algo. Se requería la seguridad de no acabar de alguna manera como uno u otro de sus progenitores, pero no existía ninguna seguridad. Tan solo la esperanza de que, si se hacía todo al contrario de como les habían criado, quizá las cosas saldrían bien.

—Ya eres lo bastante bueno —dijo Yūya.

—No estoy preparado para ser padre. Me preocupa muchísimo que se me escape la situación de las manos.

—No haz de temer que se te escape la situación de las manos. Es que se te escape el bebé de las manos lo que causa problemas.

Zarc frunció el ceño.

—Estoy tratando de decirte que creo que estoy más jodido de lo que parezco.

—No lo he dudado en ningún momento —repuso Yūya, y sonrió al ver su expresión. Poniéndose serio, continuó: —. Tú, Yuto y yo estamos jodidos por el hecho de ser Sakaki. Pero tú eres el que tiene más probabilidades de salir adelante. Puedo imaginarme que serás un padre bastante decente. Lo cual es un milagro, y muchísimo más de lo que puedo decir sobre Yuto o yo.

—A mí me fue mejor que a ti y a Yuto —observó Zarc al cabo de un momento —. Mamá y papá no eran tan malos en los primeros años de matrimonio. Fue después de que naciera Yuto que se convirtieron en alcohólicos. De modo que tuve la ventaja de, bueno..., no fue exactamente una vida familiar, pero fue lo más cerca que los Sakaki pudieron llegar. Tú no tuviste a nadie.

—Yo tuve a los Tokomatsu —señaló Yūya.

Zarc se detuvo mientras mojaba el pincel.

—Me había olvidado de ellos.

—De no haber sido por ellos, me habría ido tan mal como a Yuto, o incluso peor —dijo Yūya —. Chōjirō no tenía hijos, pero sabía mucho más acerca de cómo ser padre que el nuestro. Lo cual nos lleva a lo que he dicho antes: te irá bien.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Recuerdas cuando al principio de tener a Reirs estaba muy alterada a las diez de la noche, y el pediatra tuvo que explicarnos el significado de «agotada»?

—Sí. ¿Qué tiene que ver eso?

—Solo que no sabíamos nada acerca de criar niños, ni siquiera las nociones más básicas. Pero, a pesar de ello, a Reira le va estupendamente. Lo has estado haciendo más que bien. De modo que tendrás que ir improvisando sobre la marcha, lo cual, que yo sepa, es lo que hacen la mayoría de los padres. Y si tienes que pecar de algo, peca de afectuoso. Porque todo se basa en eso, ¿no? Vas a tener otra persona en tu vida a quien querer.

—Cielo santo, qué sentimental te pones cuando inhalas vapores químicos —pero el rostro de Zarc se había relajado, y sonrió —. Gracias.

—De nada.

—Así pues, teniendo en cuenta todos los consejos que me estás dando... ¿cambiarás de opinión en algún momento?

—¿Sobre casarme? Desde luego que no. Me gustan demasiado las mujeres para casarme con una sola. No estoy hecho para eso más que Yuto.

—Por cierto... ¿le has visto últimamente?

—Hace un par de noches —contestó Yūya —. Solo un momento.

—¿Cómo está?

—Agotado.

Los labios de Zarc dibujaron una sonrisa triste.

—Últimamente cada vez que veo a Yuto, está medio borracho, cuando menos.

—Creo que es la única manera como sabe afrontar la vida —Yūya hizo una pausa —. Ahora necesita dinero. Darcy le ha dejado sin blanca.

—Es lo que se merece ese idiota, para empezar por haberse casado con ella.

—Cierto.

Pintaron madera en silencio durante unos minutos.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Zarc finalmente.

—Espera a que toque fondo.

—¿Y si Yuto no sobrevive cuando toque fondo? Ninguno de nuestros padres lo hizo.

Incapaz de seguir soportando los vapores, Yūya volvió a poner la tapa al bote de pintura y se dirigió hacia la ventana abierta. Allí tomó unas cuantas inhalaciones profundas y purificantes de aire fresco.

—Supongo que podríamos tratar de intervenir de algún modo —sugirió, dubitativo.

—Y si eso nos ofrece la posibilidad de patearle el culo unos minutos, hagámoslo.

Yūya le dirigió una fugaz sonrisa por encima del hombro y miró el viñedo, el manto verde que se alzaba hacia el cielo.

—No daría resultado con Yuto —se oyó decir.

El aire estaba impregnado del aroma de parras creciendo, de tablillas calentadas por el sol y el olor salobre y fecundo de You Show.

Cuando las cosas se habían torcido de forma especial durante el último año, Yuto acudía a trabajar en la casa o a sentarse en el porche. A veces Yūya le había convencido de que diera un paseo por el viñedo o hasta la bahía con él, pero Yūya había tenido la sensación de que el paisaje no era más que sombras para Yuto; pasaba por la vida sin experimentarla.

De todos los hijos de los Sakaki, Yuto era el que lo había pasado peor. Con cada año la negligencia de sus padres se había ido diseminando hasta que no quedó nada para el hijo más joven. Ahora, mucho tiempo después de que Yoko y Yusho se hubieran ido, Yuto era como un hombre ahogándose: se le podía ver sumergido justo debajo de la superficie, pero solo se podía intentar ayudar a Yuto desde la distancia. Si uno se acerca demasiado a alguien que se está ahogando, este arañará, se agarrará y le arrastrará consigo hacia el fondo. Y Yūya no tenía ninguna certeza de estar en condiciones de salvar a nadie: en ese momento, ni siquiera tenía claro si podría salvarse a sí mismo.

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