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— Tengo problemas de confianza —le había dicho Yuzu en cierta ocasión a Yuri, no mucho tiempo después de haberse conocido.

Él la envolvió con sus brazos y susurró:

—No conmigo.

Después de dos años viviendo con Yuri Yuki, Yuzu aún no daba crédito a su suerte. Él era todo lo que habría podido desear, un hombre que entendía el valor de los pequeños gestos, como plantar la flor favorita de Yuzu en el jardín de la casa que compartían o llamarla durante el día sin ningún motivo. Era un hombre sociable, que solía sacar a Yuzu de su estudio para asistir a una fiesta o cenar con amigos.

Los obsesivos hábitos laborales de Yuzu le habían causado problemas en sus relaciones anteriores. Si bien confeccionaba piezas tan diversas como mosaicos, apliques e incluso pequeños muebles, lo que más le gustaba hacer eran vidrieras. Yuzu no había conocido nunca a un hombre que la fascinara la mitad que su trabajo, con la consecuencia de que había sido mucho mejor artista que novia. Yuri había roto el molde. Había enseñado a Yuzu sobre sensualidad, y confianza, y habían compartido momentos en los que ella se había sentido más unida a él que a cualquier otra persona que hubiera conocido. Pero aún ahora seguía existiendo una distancia exigua pero infranqueable entre ellos, que les impedía comprender las verdades plenas y esenciales del otro.

Una fresca brisa de abril se coló a través de la ventana medio abierta del garaje reconvertido. El estudio de arte de Yuzu estaba repleto de herramientas de su oficio: una mesa de trabajo con luz incorporada, una mesa de soldar, estantes para colocar láminas de vidrio y un horno. Fuera había colgado un alegre rótulo hecho con un mosaico de cristal que mostraba la silueta de una mujer en un columpio antiguo sobre un fondo azul cielo. Debajo, había grabadas las palabras COLUMPIO SOBRE UNA ESTRELLA en caracteres dorados que se arremolinaban.

Le llegaban los sonidos de las costas de Maiami: las risueñas disputas de las gaviotas, la sirena de un transbordador que arribaba... Si bien la isla formaba parte de City, parecía otro mundo. Estaba protegida de las lluvias por las Dimensional Mountains, de modo que incluso cuando City estaba envuelta en nubes grises y llovizna, en Maiami lucía el sol. La costa estaba bordeada de playas y el interior, repleto de exuberantes bosques de pinos y abetos. En la primavera y el otoño, unas columnas de vapor de agua hendían el horizonte cuando las manadas de oreas perseguían los bancos de salmones.

Yuzu ordenaba y reordenaba cuidadosamente las piezas antes de sujetarlas a un tablero recubierto de una fina capa de masilla. La mezcla de mosaico era un batiburrillo de vidrios de la playa, fragmentos de porcelana, cristal de Murano y Millefiori, todo ello dispuesto alrededor de un remolino de vidrio cortado. Estaba haciendo un regalo de cumpleaños para Yuri, una mesa con un diseño que él había admirado en uno de sus bocetos.

Absorta en su trabajo, Yuzu se olvidó de comer. Hacia media tarde, Yuri llamó a la puerta y entró.

—Hola —dijo Yuzu con una sonrisa, al mismo tiempo que extendía una tela sobre el mosaico para que él no pudiera verlo—. ¿Qué haces aquí? ¿Quieres llevarme a comer un bocadillo? ¡Estoy muerta de hambre!

Pero Yuri no respondió. Tenía la cara tensa y apenas se atrevía a mirarla a los ojos.

—Tenemos que hablar —anunció.

—¿De qué?

Él soltó una exhalación vacilante.

—Creo que esto no funciona.

Deduciendo de su expresión que algo grave ocurría, Yuzu sintió un escalofrío.

— ¿Qué-... Qué crees que no funciona?

—Lo nuestro. Nuestra relación.

Una oleada de pánico desconcertado le obnubiló la mente. Tardó unos instantes en recuperar la concentración.

—... No se trata de ti —estaba explicando Yuri —. Quiero decir que eres estupenda. Confío en que lo creas. Pero últimamente eso no ha sido suficiente para mí. No, «suficiente» no es la palabra correcta. Quizá debería decir que eres demasiado para mí. Es como si no hubiera espacio para mí, como si estuviera hacinado. ¿Tiene esto algún sentido?

La mirada atónita de Yuzu se posó en los trozos de vidrio cortado que había sobre la mesa de trabajo. Si se concentraba en otra cosa, algo que no fuera Yuri, tal vez él no continuaría.

—Debo ser muy claro en esto, para no acabar siendo el malo de la película. Nadie tiene que ser el malo. Resulta agotador, Yuzu, tener que convencerte siempre de que estoy tan comprometido con esta relación como tú. Si pudieras ponerte en mi lugar un momento, entenderías por qué necesito alejarme algún tiempo de esto. De nosotros.

—No vas a alejarte algún tiempo —Yuzu cogió con torpeza un cortavidrios y le untó la punta con aceite —. Estás rompiendo conmigo.

No podía creerlo. Al mismo tiempo que se oía a sí misma pronunciando esas palabras, no podía creerlo. Utilizando una regla en forma de L como guía, marcó un trozo de vidrio, apenas consciente de lo que estaba haciendo.

—¿Lo ves? A eso me refiero. El tono de tu voz. Sé lo que piensas. Siempre te ha preocupado que rompiera contigo, y ahora que lo hago crees que siempre tuviste razón. Pero no se trata de eso —Yuri se interrumpió y la observó mientras sujetaba el vidrio marcado con unos alicates. Con un movimiento experto, la lámina se partió limpiamente por la línea marcada —. No digo que sea culpa tuya. Lo que digo es que no es culpa mía.

Yuzu dejó el cristal y los alicates con excesivo cuidado. Tenía la sensación de caerse, aun estando sentada. ¿Era una tonta, sorprendiéndose tanto? ¿Qué señales le habían pasado por alto? ¿Por qué la pillaba desprevenida?

—Dijiste que me querías —declaró, y se encogió ante el patetismo de aquellas palabras.

—Y te quería. Todavía te quiero. Es por eso que me resulta tan difícil. Me duele tanto como a ti. Espero que lo entiendas.

—¿Hay alguien más?

—Si lo hubiera, no tendría nada que ver con mi decisión de tomarme un descanso.

Yuzu oyó su propia voz, parecida al borde de algo rasgado.

—Dices «tomarte un descanso» como si fueras a tomarte un café con una rosquilla. Pero no es un descanso. Es permanente.

—Sabía que te fastidiaría. Sabía que sería una situación en la que ambos saldríamos perdiendo.

—¿Qué otra cosa puede ser?

—Lo siento. Lo siento. ¿Cuántas veces quieres que lo diga? No puedo sentirlo más de cuanto lo hago ahora. He hecho todo lo que he podido, y lamento que no haya sido suficiente para ti. No, ya sé que nunca has dicho que no era suficiente, pero lo he notado. Porque nada de lo que he hecho ha podido vencer tu inseguridad. Y finalmente he tenido que enfrentarme a la realidad de que esta relación no funcionaba para mí. Lo cual no ha sido divertido, créeme. Por si te hace sentir mejor, estoy hecho polvo —viendo la mirada de incomprensión de Yuzu, Yuri soltó un breve suspiro —. Mira, hay algo que debes oír de mí antes de que te enteres por otro. Cuando me percaté de que nuestra relación estaba en crisis, tuve que hablar de ello con alguien. Recurrí a... una amiga. Y cuanto más tiempo pasábamos juntos, más unidos nos sentíamos. Ninguno de los dos pudo evitarlo. Simplemente ocurrió.

—¿Empezaste a salir con otra? ¿Antes de romper conmigo?

—Ya había roto contigo emocionalmente. Solo que aún no había hablado de ello contigo. Ya lo sé, debería haberlo manejado de otra forma. Lo cierto es que tengo que seguir esa nueva dirección. Es lo mejor para los dos. Pero lo que hace que resulte difícil para todos, incluido yo mismo, es que la persona con la que estoy es... cercana a ti.

—¿Cercana a mí? ¿Te refieres a una de mis amigas?

—En realidad se trata de... Serena.

Yuzu notó cómo se tensaba toda su piel, como cuando uno acaba de librarse de una caída, pero todavía siente el aguijoneo de la adrenalina. No podía articular palabra.

—Ella tampoco quería que ocurriera —añadió Yuri.

Yuzu parpadeó y tragó saliva.

—¿Que ocurriera qué? ¿Tú... sales con mi hermana? ¿Estás enamorado de ella?

—No tenía esa intención.

— ¿Te has acostado con ella?

Su avergonzado silencio fue la respuesta que sospechaba obtener.

—Vete —dijo.

—Está bien. Pero no quiero que la culpes de-...

—Vete. ¡Fuera!

Yuzu ya había oído suficiente. No sabía muy bien qué haría a continuación, pero no quería que Yuri estuviera presente cuando lo hiciera.

Él se encaminó hacia la puerta del estudio.

—Ya seguiremos hablando más tarde, cuando hayas tenido ocasión de pensarlo, ¿de acuerdo? Pero, Yuzu, ocurre que Serena va a instalarse aquí muy pronto. De manera que tendrás que buscarte algún sitio.

Yuzu guardó silencio. Esperó inquieta durante varios minutos después de que él se fuera.

Se preguntó amargamente por qué estaba sorprendida. El patrón no había cambiado nunca. Serena siempre había conseguido lo que quería, había cogido lo que necesitaba, sin siquiera detenerse un instante a pensar en las consecuencias. Todos los miembros de la familia Hīragi ponían primero a Serena, incluida la propia interesada. Habría sido fácil odiarla, salvo que en determinadas ocasiones Serena mostraba una mezcla de vulnerabilidad y melancolía que parecía el eco de la callada tristeza de su madre. Yuzu siempre se había encontrado en la situación de cuidar de su hermana; pagar la cuenta cuando salían a cenar fuera; dejándole dinero que jamás recuperaba y permitiéndole tomar prestados ropa y zapatos que nunca le eran devueltos.

Serena era lista y expresiva, pero siempre le había costado trabajo terminar todo lo que empezaba. Cambiaba de empleo a menudo, dejaba proyectos sin acabar y rompía relaciones antes de que llegaran a alguna parte. Dejaba una primera impresión deslumbrante —audaz, sexy y divertida —, pero no tardaba en hartarse de la gente, aparentemente incapaz de soportar las interacciones mundanas del día a día que cimentaban una relación.

Durante el último año y medio, Serena había trabajado como guionista de una serie de televisión que llevaba mucho tiempo en antena. Era el empleo más largo que había tenido jamás. Vivía en City y de vez en cuando viajaba a Heartland para hablar con los autores principales sobre el argumento. Yuzu le había presentado a Yuri y se habían encontrado en alguna ocasión, pero Serena no había demostrado nunca ningún interés por él. Ingenuamente, Yuzu no había sospechado jamás que el préstamo de sus pertenencias llegaría hasta el punto de que le robara el novio.

¿Cómo había empezado la relación de Yuri y Serena? ¿Quién había dado el primer paso? ¿Se había mostrado Yuzu tan necesitada que había espantado a Yuri? Si no era culpa de él, como había afirmado, entonces tenía que ser culpa suya, ¿no? Tenía que haber algún culpable.

Cerró los ojos con fuerza para combatir la presión de las lágrimas.

¿Cómo se podía pensar en algo que causaba tanto dolor? ¿Qué hacer con los recuerdos, los sentimientos y las necesidades que ya no correspondían a nada?

Yuzu se puso en pie como pudo y se acercó a su vieja bicicleta de tres velocidades, que estaba apoyada junto a la entrada. Era una Schwinn antigua de color rosa, con un cesto sujeto al manillar. Cogió el casco colgado de un gancho junto a la puerta y sacó la bici.

Había caído una neblina sobre la fría tarde de primavera, y las arboledas de pino Oregón perforaban una capa de nubes ligera como espuma de jabón. Se le puso carne de gallina en los brazos desnudos cuando la brisa le metió un frío húmedo dentro de la camiseta. Yuzu pedaleó sin rumbo fijo, hasta que le ardían las piernas y le dolía el pecho. Se detuvo en un desvío, donde identificó un camino que llevaba a una bahía situada en el lado oeste de la isla. Empujando la bicicleta a pie por el pedregoso sendero, llegó a una serie de escarpados acantilados formados por basalto rojo erosionado y grietas de caliza pura. En la playa de abajo, cuervos y gaviotas picoteaban los restos de la marea baja.

La población indígena de Maiami, una tribu sin nombre, se dedicaba antiguamente a recoger almejas, ostras y salmones con sus redes. Creían que la abundancia de alimento en el estrecho era un regalo de una mujer que mucho tiempo atrás se había casado con el mar.

Un día que se bañaba, el mar adoptó la forma de un apuesto joven que se enamoró de ella. Después de que su padre diera de mala gana su consentimiento al matrimonio, la mujer había desaparecido con su amante entre las olas. Desde entonces el mar, como agradecimiento, ofrecía a los isleños pródigas capturas.

A Yuzu siempre le había gustado aquella leyenda, intrigada por la idea de un amor tan absorbente que a una no le importaba perderse en él. Darlo todo a cambio. Pero era un concepto romántico que solo existía en el arte, la literatura o la música. No tenía nada que ver con la vida real.

Por lo menos, no con la suya.

Tras dejar la bici apoyada sobre su soporte, Yuzu se quitó el casco y bajó a la playa. El terreno era pedregoso y accidentado, con parcelas de arena gris erizada de maderas de deriva. Anduvo despacio, mientras trataba de decidir qué hacer. Yuri quería que dejara la casa. Yuzu había perdido su hogar, su novio y su hermana en una sola tarde.

Las nubes bajaron y atenuaron la capa vestigial de luz diurna. A lo lejos, un nubarrón descargaba lluvia sobre el océano en chaparrones que corrían como visillos de gasa sobre una ventana. Un cuervo se elevó sobre el agua, con las puntas de sus alas negras separadas en forma de dedos de plumas mientras seguía una corriente ascendente y se dirigía tierra adentro. La tormenta se aproximaba: Yuzu debía buscar cobijo. Solo que no se le ocurría adonde ir.

A través de una mancha de sal, vio un destello verde entre los guijarros. Se inclinó a cogerlo. A veces el océano empujaba hasta la costa botellas arrojadas desde los barcos que pasaban por las inmediaciones, que las olas y la arena convertían en piedras esmeriladas.

Cuando cerró su mano alrededor del trozo de vidrio marino, miró hacia el agua que lamía la costa en forma de mantas de espuma. El océano era de un gris morado, el color de la pena, el rencor y la soledad más intensa. Lo peor de haber sido engañada de aquel modo era que le hacía perder la fe en sí misma. Cuando una tenía un juicio tan equivocado sobre algo, ya jamás podría estar segura de nada.

Le ardía el puño, hecho un nudo de fuego. Al notar un extraño hormigueo en la palma de la mano, abrió los dedos. El vidrio marino había desaparecido. En su lugar descansaba sobre su palma una mariposa, que desplegaba unas alas azules irisadas. Permaneció solo un momento, antes de alzar el vuelo temblorosa, un fulgor azul sobrenatural mientras se alejaba en busca de cobijo.

Los labios de Yuzu dibujaron una sonrisa triste.

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