Capítulo 9/ Parte 3: ¿Y ahora qué final tendrá esto?
Los ciudadanos de Tijuana se tomaron un descanso, pues el ejército ordenó que todos permanecieran alejados de la frontera mientras se realizaban investigaciones. Decidieron entonces tomarse un día libre del trabajo: fueron a los parques, a la playa, salieron de la ciudad y pasaron el día entre los cerros de Tecate o en los matorrales de Ensenada. Como los cines y restaurantes estaban cerrados, la gente hizo carne asada en sus patios e invitaron a sus vecinos, hablando sobre el tema del momento.
Las calles se llenaron y el tumulto de gente celebró una victoria que no terminaban de comprender aún. El humo de las maquiladoras dejó de mezclarse con el aire aunque fuese por un solo día. La gente reía, los niños jugaban y las escuelas suspendieron las clases por ese día. Todos convivieron con el sol, sintiendo sus rayos bañar el ánimo de los ciudadanos. La ciudad se transformó en un carnaval, con gente bebiendo alcohol y autoridades ignoradas en sus instrucciones.
Phasmatec no operó ese día y sus trabajadores se quedaron en casa, conviviendo con sus familias. Y todos experimentaron en un solo día la emoción de unas vacaciones enteras, dejando atrás las preocupaciones del trabajo reposar. Sabían que al día siguiente habría que repetir la rutina una vez más, pero al fin y al cabo, si el descanso fuese eterno, la gente desearía de nuevo tener una rutina a la cual apegarse. Así eran los seres humanos, ansiosos cada vez que experimentaban la libertad de tener todo el tiempo del mundo para ellos mismos. Se sentían culpables cuando descansaban mucho, y aun cuando ya no tenían una empresa para la cual trabajar, creaban una.
El mensaje del Ahuizote se estudió a lo ancho del mundo, y cada quien lo interpretó de forma distinta. Después de unos días las personas ya no recordaban las palabras del difunto, y sólo recordaban esa vez en que un fantasma cerró la frontera, una mujer hizo preguntas a unos cuantos presentes y después todos aplaudieron. Semanas después, lo que más recordó la gente fue la fiesta posterior y en unos años más, nadie hablaría del tema nunca más.
10:00 am
Fausto y Telma comían en el rancho de Tecate de Nereida, degustando carne de conejo por primera vez. Telma observaba su celular de vez en cuando, esperando que el millón de pesos cayera en su cuenta de bando. Una vez lo hizo, compró un par de boletos a Japón y sonrió. Era empresaria ahora, así que nada la importaba más que pasar un buen rato al lado del hombre al que amaba y de su nueva hija fantasma. Bebieron, se alejaron del tumulto de curiosos que deseaban felicitarles por haber salvado al país, y quizás al mundo.
Cinco, cuatro, tres, tres. Era un número importante para Telma Verdugo, pero a la vez no significaba nada. Era el número con el que se abría la puerta del garaje en donde guardaba su auto nuevo modelo, el número que le identificaba en el Club Campestre de la ciudad y su contraseña para identificarse en la página de internet de la Asociación Internacional de Caza Fantasmas. Pero también era el número de su vuelo a Japón, el cual despegaría dentro de pocos días.
Su voluntad le había llevado hasta donde estaba en ese momento, y ella creyó que sólo la voluntad era necesaria para el éxito. Pero afuera de ese mundo que Telma conocía, muchos más intentaban ganarse la vida a base de voluntad, sin éxito. Jamás tendrían casa propia, jamás tendrían un viaje a Japón ni una compañía que ellos mismos manejaran. Trabajarían para siempre para una empresa, siendo esclavos de alguien más poderoso, a quien nadie podría jamás derrocar.
Los gobiernos del mundo siguieron actuando de la misma forma. El que quisiera desafiarlos podría morir, y ahora los regentes sabían que si los muertos, aquellos que se sentían intocables por ser inmunes a las balas, decidían levantarse contra ellos, sólo necesitaban llamar a Valerya o a algún otro fantasma que estuviese de su lado. Las cosas jamás cambiaron, la gente siguió despertándose muy temprano para tomar el transporte público, ir a un trabajo que odiaban y desgastarse en su día a día por un sueldo miserable hasta entregarse ellos también al balsero Caronte.
Nada cambió en el mundo. Sólo Telma y Fausto subieron un peldaño en la escalera social, ganaron más dinero, se hicieron de algo de fama, pero a la larga fueron olvidados también. El nombre de Faustelm trascendió más que el de ellos, pues a Faustelm le debían el dinero que gastaban. Faustelm era ahora el jefe de Telma, y le exigía algo de su tiempo para seguir con vida. Y así, el tercio de vida laboral que Fausto y Telma tenían fue devorado por la empresa Faustelm. Los viajes, los pequeños lujos y la vida pudiente dejaron de tener sabor después de algunos años. Su éxito se transformó en rutina, y el tercio de vida que les quedó se transformó en un tercio de rutina.
Una rutina plácida, en la que disfrutaron vivir y en la que criaron juntos a Valerya. Una rutina que llevaba lentamente hacia la muerte, el destino final de todos, del que nadie puede escapar y que todos debemos enfrentar algún día, cuando menos lo esperamos. Pero ni Telma ni Fausto temían a su destino, porque sabían que algún día los dos se tomarían de las manos durante el viaje en la balsa de Caronte, hablando sobre la vida como si fuesen unas vacaciones que terminaban, recapitulando los momentos buenos. Valerya estaría allí también, y entonces nadie sabía lo que sucedería después. Pero algo era seguro: los tres tercios de vida se habrían acabado para ese entonces. Un Tercio de Sueño. Un Tercio de Libertad. Y un Tercio de Rutina.
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