Capítulo 8/ Parte 2: Después de que los fantasmas se fueron

No sólo Tijuana había perdido sus fantasmas, sino también las ciudades de Tecate, Rosarito y Ensenada. Incluso la ciudad americana de San Diego había sufrido pérdidas y ahora los médiums se lamentaban a lo largo de la costa Pacífico por la inactividad de los espectros. Un barco de la marina estadounidense vigilaba la frontera con la costa mexicana, usando radares y un equipo de médiums especializados en fenómenos paranormales que estuviesen fuera de lo usual.

Analizaban las llamadas Islas Coronado, las cuales eran en realidad como grandes piedras que sobresalían del mar y en las cuales no podía construirse nada, pues ver algo de suelo plano en el área resultaba casi un milagro. Sólo en una de esas grandes moles fue que se asentó un diminuto destacamento militar, en el cual vivían aproximadamente unas quince personas al año. Desde el lado norteamericano, los barcos de médiums observaban las islas y se comunicaban por radio con el destacamento militar mexicano. No sabían si confiar plenamente en las palabras de los militares, pues estos aseguraban tener control sobre la isla, más cualquiera con la habilidad para ver fantasmas podría percatarse de que todo eso era mentira. Las islas estaban cubiertas por una espesa niebla hecha de almas humanas, en donde los fantasmas parecían convivir como una sola entidad enorme. En realidad cada difunto era un ser individual, pero al estar tan hacinados en los pequeños islotes, no quedaba lugar para que pudiese verse el espacio entre espectros. Uno de los médiums americanos llegó a comparar a los fantasmas con las cebras de la sabana africana, las cuales se aglomeran en cúmulos enormes para que los depredadores observen un mar de franjas negras y blancas, sin poder discernir donde empieza un animal y donde termina el otro.

Sólo los militares mexicanos conocían la verdad: ya habían evacuado la isla ante las hostilidades de los espectros que llegaron causando todo tipo de incidentes que pusieron al destacamento en jaque. Tomaron las armas de los militares y las hicieron flotar por encima de las cabezas de los vivos, amenazando con disparar. Después arrojaron a algunos hombres al mar, los cuales sobrevivieron gracias a su entrenamiento en la marina. Así fue como los militares abandonaron el área y ahora las islas eran territorio de fantasmas, fuera de toda jurisdicción humana. Desde allí, Rogelio, aquel fantasma comunista con voluntad suficiente para no desaparecer, hablaba con las almas de quienes le habían seguido hasta las islas. Entre sus seguidores no había ni una pizca de voluntad que se asemejara a la de él, y sus fieles eran más como masas ectoplásmicas que asentían a cada palabra de lo que Rogelio decía. En ocasiones se sentía como si estuviera completamente solo en su lucha, pero recordaba de nuevo el sueño de su amada Magdalena: la lucha de los proletarios difuntos, haciendo caer por fin al capitalismo. ¿Por qué a nadie más se le había ocurrido semejante cosa? ¿No habría sido fácil para la Unión Soviética reunir a millones de fantasmas y comandarlos?

—No—se dijo a sí mismo Rogelio mientras admiraba el amanecer desde uno de los islotes—nadie más podría haber reunido a esta cantidad de fantasmas antes. Es la voluntad lo que me hace diferente al resto de los muertos, y es por lo tanto mi deber continuar con esta lucha.

Un fantasma se hallaba flotando cerca de Rogelio, como si dejase que la brisa marina le empujara de lado a lado. Era mucho menos consciente de sí mismo que una mariposa volando entre un campo de flores, como si las cualidades que le hicieron humano algún día ya no estuvieran allí. Rogelio le contempló, sintiendo pena por el difunto que al morir había dejado atrás la voluntad. Ninguno de los espectros alrededor de Rogelio eran similares a un vivo, no poseían interés alguno en el resultado de la revolución que estaba a punto de ocurrir. Eran manipulados únicamente por esa voluntad que emanaba del alma del comunista que se había negado a dejar de existir, justo como había sucedido con Valerya. Los fantasmas de las Islas Coronado no eran más que lienzos en blanco, esperando ser pintados por Rogelio, quien daba unas cuantas pinceladas de vida a los difuntos, pero sin mucho éxito.

—¿Qué es lo qué piensas sobre esta revolución?—preguntó Rogelio al fantasma que se hallaba flotando cerca de él.

—Lo mismo que tú piensas—le respondió el espectro con una voz apagada y sin calor humano.

Y fue allí que Rogelio entendió que no estaba ante una desventaja. ¿Por qué había caído la Unión Soviética? ¿Por qué cada vez que el socialismo se intentaba, este sucumbía? Fueron las diferencias ideológicas, eso es lo que debía de ser el obstáculo. Pero si más de cinco mil almas pensaban lo mismo, entonces no habría discusiones internas, ni ganas de luchar por el liderazgo. La revolución que él lideraba no tendría un final desastroso como la revolución mexicana o la francesa. Nada de asesinato entre mártires, ni imposición de gobiernos que parecían dictaduras. Rogelio estaba listo para pasar a la historia, aún después de la muerte. Había pensado por varios días que la falta de voluntad en sus muertos era un problema, pero ahora veía lo bueno del asunto. Si el sistema caía y los obreros eran liberados, entonces la voluntad de los vivos sería la de seguirle. Ya no tenía duda de nada, el camino le era más claro. Sonreía con dicha mientras contemplaba el mar rodeando el islote, deseando que aún sus sentidos estuviesen intactos para que la brisa le mojara el rostro.

—Magdalena—suspiró Rogelio con un tono melancólico, perdiéndose en el pasado y en el futuro al mismo tiempo—ya no será sólo un sueño tuyo. Es un sueño nuestro, el de toda la humanidad.

Katarzyna era una mujer de cuarenta años, de origen Polaco y que vivía en una de las mejores colonias de Tijuana, muy cerca de un hipódromo que le daba el nombre. Los motivos que llevaron a Katarzyna a una ciudad como esta podrían ser debatidos en una novela propia, pero a fines resumidos sería más fácil decir que el trabajo de su esposo le había llevado allí. La mujer vivía en una enorme casa de aspecto algo lujoso, y para entrar a la vivienda uno debía de pasar un puesto de control vigilado por un guardia de seguridad que retenía las identificaciones de todo aquel que deseara pasar al interior. El patio trasero de la casa daba a un campo de golf, parte de un club campestre en donde las familias ricas de la ciudad solían reunirse los fines de semana.

Pero a pesar de la enorme cantidad de dinero que ella y su esposo tenían en la cuenta de banco, la vida de la mujer no era muy interesante. El esposo de la mujer trabajaba muchas horas al día en una compañía internacional, supervisando todas las operaciones de una planta de la industria maquiladora. Al igual que su esposa, no hablaban ni una pizca de español, pero se desenvolvían muy bien usando en inglés. Cuando el esposo de Katarzyna no se hallaba trabajando, era porque estaba de vacaciones. La pareja iría entonces seguramente a visitar diferentes sitios turísticos en el país vecino del norte, tales como Las Vegas o las Cataratas del Niagara. Y entonces, cuando las vacaciones por fin terminaban, ella regresaba a su aburrida rutina. Al no hablar español no tenía muchas opciones de entretenimiento, y se pasaba meses enteros encerrada en su casa, comunicándose con sus amigos en los Estados Unidos y con sus hijos en Europa. De vez en cuando era visitada por un profesor de inglés particular que iba hasta su domicilio para enseñarle a mejorar su inglés, pues el español no le interesaba en lo absoluto. Y dado que la mujer no tenía contacto con otro ser humano por varios días, insistía en platicar con el profesor en vez de aprender nuevas estructuras gramaticales.

Fue precisamente durante una de sus sesiones de inglés que algunos de los utensilios de la cocina comenzaron a agitarse violentamente sin razón alguna. Katarzyna pensó primero en un terremoto como la causa principal del suceso, pero al ver que el suelo seguía en su sitio y que sólo era la cocina la que sufría desperfectos, se puso de pie para ir a investigar, dejando al profesor de inglés sentado a la mesa. El grito de la mujer alertó al profesor, quien fue hasta donde la mujer estaba para comprobar que se encontraba bien. Ambos contemplaron la cortina de la cocina mientras caía al suelo, cubriendo a una figura humana de corta estatura, como si una persona muy joven estuviera debajo. Era sin lugar a dudas la representación clásica de un fantasma cubierto por una sábana blanca, aunque en este caso se trataba de una cortina con motivo floreado.

Katarzyna llamó a su esposo para informarle que la casa estaba embrujada, y que algo debía hacerse. El profesor de inglés intentaba no sentir miedo ante la extranjera, pues en otros países los mexicanos eran percibidos como personas que entienden la muerte mejor que cualquier otra persona, y que la celebran de formas coloridas. Pero este profesor se dio por vencido cuando la mochila en la que cargaba algunos libros salió volando por la ventana gracias al fantasma, quien de haberse podido comunicar con los vivos del sitio se hubiese burlado de ellos.

Esa misma tarde un sacerdote católico ya estaba tratando de bendecir la propiedad, pero sin la habilidad de ver fantasmas sólo podía esparcir el agua bendita en todas direcciones. Dejó una línea de sal en las puertas y ventanas y tras cobrar una comisión por sus servicios, aseguró que el fantasma se hallaba expulsado de la casa. Pero entonces, esa misma noche mientras Katarzyna dormía, la llave de la tina en el baño se abrió sin que ningún vivo la moviera y el agua comenzó a esparcirse por toda la casa. Cuando la mujer despertó, su casa estaba inundada y el agua había arrasado con el agua bendita y la sal, las cuales de seguro ya estaban muy al fondo del alcantarillado en el patio delantero de la propiedad. La actividad paranormal continuaba en el sitio, donde las ollas volaban sin seguir ningún patrón específico y hasta el televisor se estrelló contra una de las ventanas, haciéndola añicos. Katarzyna y su esposo llamaron a una compañía especializada en limpieza del hogar para que arreglaran el caos que se había creado a causa de la inundación y la noche siguiente la pasaron en un hotel. Juntos decidieron que ya no llamarían a ningún líder religioso y que en su lugar, un médium sería algo mucho más apropiado para ellos.

Tan pronto como el sol salió, la mujer se entrevistó con un médium que apenas y podía hablar inglés, pero que se ayudó del traductor de su teléfono celular para acordar con ella una tarifa y un método para ahuyentar al fantasma. El hombre en cuestión era capaz de ver a los fantasmas, y al llegar a la propiedad de Katarzyna supo que algo raro ocurría con el espectro al cual debía de ahuyentar. El fantasma no se quitaba la cortina de encima en ningún momento, flotando de rincón en rincón y derribando los muebles a su paso. El médium intentó entablar conversación con el espectro sin éxito alguno, llegando a la conclusión de que la voluntad de ese fantasma estaba muy por encima de la media. Tras horas de intentar usar un tablero de ouija y de intentar capturar psicofonías, el médium debió de aceptar que el trabajo era demasiado para él. Cobró la mitad de su tarifa y le recomendó a la mujer contactar con los exorcistas del estado.

La experiencia para llamar a un exorcista público casi siempre era mala. Uno debía de llamar a una línea de atención en la cual tardaban en contestar, y cuando lo hacían era mujeres que de muy mala gana informaban que se podía agendar una cita con un exorcista hasta dentro de dos semanas. Katarzyna esperó pacientemente el día en que el exorcista estatal llegara, y cuando éste se presentó en la casa, la mujer polaca quedó bastante decepcionada. El equipo del exorcista era viejo y lucía como algo que debía de estar en algún museo, y el hombre en sí no hablaba inglés, ni siquiera lo más básico. Con puros gestos él le indicó que se enfrentaría al espectro con diferentes sustancias, y cuando lo tuvo de frente, intentó dialogar con él. Al ver que el espectro no respondía, roció un aerosol en toda la casa, obligando al espectro a recluirse en los ductos de ventilación de la casa. Al comprobar con un detector de espectros que el alma en pena ya no estaba en la casa, el hombre se marchó y Katarzyna se quedó en la propiedad un rato más para asegurarse de que los servicios del exorcista habían funcionado.

Al día siguiente, cuando la sustancia del aerosol se había disipado, el fantasma emergió de los ductos de ventilación y comenzó sus travesuras de nuevo. Katarzyna estaba harta, y desesperada pidió ayuda a uno de los pocos mexicanos bilingües que conocía para que le ayudara a contactar a alguien en Tijuana que le pudiera ayudar. El hombre que le ayudó hizo una llamada a la televisora local, en donde informaron sobre el caso de la mujer polaca en un programa sabatino de variedades. La invitación a resolver el problema de Katarzyna estaba ahí, y con los antecedentes de ineficacia del sacerdote, el médium y el exorcista, era casi seguro que nadie se atrevería a realizar el trabajo. El número de teléfono de la mujer se puso en pantalla y un día después, recibió una llamada telefónica de una mujer que hablaba con un inglés suficiente para hacer negocios con él.

La mujer hizo una oferta que Katarzyna no pudo rechazar: si una semana después de que ella visitara la casa el fantasma regresaba, el servicio sería totalmente gratuito. La vieja técnica de "pague hasta ver resultados", algo riesgosa pero siempre efectiva. Katarzyna concertó la fecha en que ella y la mujer se conocerían y tras esperar impacientemente hasta el día siguiente, dos personas se mostraron ante la enorme y lujosa casa. Eran Telma y Fausto, quienes se presentaron ante la mujer polaca con una tarjeta de negocios que lucía bastante amateur. En ella aparecía un logo hecho con un software gratuito e imágenes sacadas de internet, mostrando a un fantasma con forma de sábana blanca siendo atraído a una trampa hecha con una caja, una vara y una soga. El nombre de la supuesta empresa era Faustelm; una combinación obvia de los nombres de Fausto y Telma, ambos eliminando la última letra.

Telma habló con la mujer haciendo uso de su inglés nivel C1, obtenido gracias a ver una enorme cantidad de películas en inglés.

—Necesitamos un poco de información acerca del espectro—dijo Telma—como el tiempo que lleva habitando la casa, posibles familiares difuntos que podrían estarle visitando y las formas en que el fantasma le ha estado molestando.

—Me consta que todos mis familiares están en el más allá—dijo Katarzyna—y en cuanto al fantasma, ha estado aquí desde hace ya casi un mes. Mueve las ollas de la cocina y se cubre con una cortina.

Telma se rascó la barbilla mientras intentaba simular la mirada más pensativa que pudo, como si debatiera consigo misma cuestiones filosóficas de gran importancia. Después vio a Fausto a los ojos, como si pudiese comunicarse con él con la mente. El chico no tenía idea de lo que su novia y la polaca hablaban, pues el nivel de inglés de Fausto era muy pobre, por lo que el muchacho se concentró en observar la caja transportadora de mascotas que llevaba consigo. Katarzyna se vio atraída también por la caja, en cuyo interior se asomaba un gato negro de apenas unos meses de edad.

—¿Para qué es el gato?—preguntó la mujer a Telma.

—Los gatos son buenos poniendo a los fantasmas en su lugar. Lo colocamos en la puerta de la casa para impedir que el fantasma escape.

—Pero entonces, ¿cómo van a ahuyentar al fantasma?

—No se preocupe por ello, nosotros no somos del tipo de médiums que una vez el fantasma sale de casa cobran el dinero. Nosotros nos llevamos al fantasma atrapado dentro de una botella y lo regresamos a un entorno en donde pueda estar sin causar problemas a nadie. Por ejemplo una casa abandonada.

Katarzyna parecía un poco escéptica después de haber contratado a tres personas diferentes que no habían conseguido resultados, por lo que estaba dispuesta a hacer toda clase de preguntas a Telma sobre el proceso de captura del fantasma. Algo llamó su atención y era una extraña sombra que se proyectaba sobre el suelo, justo detrás de Fausto. Justo antes de que la polaca pudiese hacer una pregunta al respecto, Telma se adelantó y explicó lo que estaba sucediendo.

—Para controlar a un fantasma, a veces es necesario que otro fantasma le anime a dejar la casa. Le explicaré el método que nosotros utilizamos, así que espero que mi inglés sea suficiente para explicarme. En Faustelm, nosotros creemos que no hay que lastimar a los fantasmas, y para muestra podemos presentarle a usted a Valerya, el fantasma que trabaja con nosotros. A diferencia de los demás espectros que usted pueda conocer, ella tiene la voluntad a tope. No tiene ganas de desaparecer, y tampoco se la pasa como varios difuntos que existen sin motivo alguno, esperando a que venga el Armagedón para así desaparecer. Valerya es capaz de transmitir esa voluntad a sus semejantes y así convencerles de que abandonen propiedades en donde no son bienvenidos. La sombra que usted ve es la sombra de Valerya.

Katarzyna observó detenidamente la sombra y pudo observar que le faltaban las piernas. Quiso hacer una pregunta al respecto, pero pensó que quizás era de mala educación preguntar si Valerya había perdido las piernas cuando estaba viva. Aceptó la explicación de Telma y dejó que la pareja entrara a la casa, en donde se toparon con el fantasma envuelto en la cortina. El gato de la caja transportadora fue liberado en la entrada de la casa, y una botella de cristal vacía se colocó en el centro de la sala. Fausto hablaba en español con el espectro que estaba cubierto, tratando de mantener un semblante serio.

—Mire, no queremos importunarle—se disculpó ante la figura cubierta por la cortina—pero las personas que habitan esta casa no están muy contentas con su visita. Le presento a Valerya, ella al igual que usted está muerta y quizás tengan cosas en común de las cuales puedan conversar.

La sombra sin piernas entró en acción, flotando frente al espectro cubierto por la cortina, y después de lo que parecía ser una conversación casual que Katarzyna no pudo escuchar, el espectro se quitó la cortina y unos segundos después la botella de cristal se agitó. Telma la selló con un corcho, para mostrar después como un humo blanco flotaba dentro del recipiente. Fausto después paseó al gato por toda la casa, roció con el mismo aerosol que el exorcista usó y después colocó líneas de sal en los marcos de la ventana y por debajo de las puertas. Telma informó a la polaca que el trabajo estaba hecho y que en una semana iría a la casa por el pago.

—¿A dónde llevarán al fantasma?—preguntó Katarzyna.

—No se preocupe, mientras estará en las bodegas de nuestra empresa. Si no podemos hallarle un hogar nuevo, será vendido a alguna compañía que requiera de fantasmas. Usted puede estar tranquila.

Los días pasaron y la actividad paranormal cesó en la lujosa casa de la mujer. Una semana después de haber visto los resultados, la polaca estuvo dispuesta a pagarle a Telma la cantidad que ella decidiera era la justa por sus servicios. La novia de Fausto no dudó en dar una cifra a Katarzyna, con una sonrisa casi natural que buscaba reducir el impacto del precio.

—Quince mil pesos.

Katarzyna pagó la cantidad sin pensarlo, y como agradecimiento contactó de nuevo al hombre bilingüe que había llamado a la televisora local. Le indicó que contara lo sucedido al mismo programa sabatino de variedades, para que las personas que se hallaran en problemas con sus espectros pudieran obtener ayuda profesional. El testimonio de la polaca sirvió para que muchas personas anotaran el número telefónico de la empresa Faustelm "por si acaso" y el testimonio llegó también a las redes sociales, en donde la historia de dos médiums usando un fantasma para cazar fantasmas sonaba como algo fantasioso, desatando la imaginación de quienes se enteraban de la hazaña. ¿Era acaso Faustelm la panacea a los problemas paranormales? No exactamente.

Para empezar, ningún espectro había tenido intención de hacerle la vida imposible a Katarzyna. Valerya había entrado a la casa con anterioridad para hacer unas cuantas travesuras, y cada vez que aparecía un médium, exorcista o sacerdote que buscaba acabar con el problema, ella sólo debía de ocultarse y aparentar que el método había funcionado, sólo para regresar unos cuantos días después. Una vez se llamó a Faustelm, Valerya partió su cuerpo en dos, haciendo que sus piernas fuesen lo que se ocultaba debajo de la cortina. Lo único que necesitó hacer la difunta fue guiar sus piernas al interior de la botella, y de esta forma la farsa estaba completa.

Faustelm no era un proyecto precisamente moral, pero Telma y Fausto tenían sus razones para hacerlo. Fausto deseaba tener una casa propia junto a Telma, y estaba dispuesto a participar en la farsa para obtenerla. Telma por su parte pensaba financiar una película suya con el dinero obtenido, y así quizás poder entregar el proyecto a alguna plataforma de streaming de series y películas. Valerya era quien menos razones necesitaba, pues el asunto se le hacía de lo más divertido, sacándole de la rutina para hacer de sus días algo diferente.

La historia de Katarzyna no fue la única, y el escenario se repitió de nuevo en una docena de casas de personas ricas. El modus operandi cambiaba un poco, pero en términos generales era la misma estrategia infalible. Faustelm consiguió una entrevista en la televisora, en la radio y en algunos podcasts famosos, explicando su nuevo método.

—Valerya no es un fantasma normal—explicaba Fausto en la televisión, como todo un experto—tiene las mismas ganas de existir que una persona viva, y ese sentimiento puede contagiarse a otros espectros.

Cuando otros médiums quisieron poner a prueba el método, Fausto supo que debía de hacer algo al respecto para mantener la reputación de su empresa. Las ganancias ya eran algo significativas e incluso Telma pudo comprar un auto con ese dinero, así que seguir con el engaño era algo indispensable. Quizás la mejor parte del engaño era que la teoría detrás del método, en donde Valerya influía en los espectros, no era mentira del todo. Quizás era más difícil de lograr, pero a fin de cuentas era posible en teoría. La pareja no tenía fantasmas suficientes para hacer algunos experimentos, así que respondieron de forma ingeniosa a aquellos que les cuestionaban.

—Ustedes traigan a un fantasma y nosotros intentaremos meterle dentro de la botella—argumentó Telma en un programa de radio—así pueden estar seguros que nosotros no lo hemos amaestrado para que haga lo que le ordenamos.

Ambos sabían que todos los fantasmas del área estaban reunidos en las Islas Coronado, así que sería casi imposible encontrar uno para poner a prueba a Faustelm. Sin manera de desmentir a la joven empresa, el dinero siguió llegando. La casa de la familia de Fausto vio mejoras, como un tercer piso y muebles más caros. Una freidora de aire se volvió el artefacto favorito de la madre de Fausto y el carrito de los dulces que la señora vendía se volvió un Food Truck pequeño que se conducía a la entrada de las escuelas para ofrecer productos más variados.

La vida no podía ir mejor para la pareja, quienes mimaban a Valerya con toda clase de cosas que el espectro pedía. Dado que la chica había muerto a una joven edad y jamás completó la transición de niña a adulta, llenó una habitación de juguetes que veía en internet. Valerya entonces se sintió lista para hablar de frente con Fausto y Telma, confesando algo que no hizo más que emocionar a la pareja. Para poder ver y escuchar a la difunta, Telma usó las gotas para los ojos hechas a base de lagaña de perro que tanto asco le provocaban. Una vez tuvo frente a ella a la fantasma, completamente visible, pudo notar una ligera sonrisa en el rostro de la niña. Sus mejillas sonrojadas hacían obvio que la difunta se encontraba teniendo dificultades para expresar lo que buscaba decir.

—Quisiera saber si puedo referirme a ustedes de una manera especial—titubeó un poco Valerya.

Telma estaba consumida por la ternura, así que guardó silencio y observó a la fantasma con una sonrisa tierna.

—¿Cómo quieres llamarnos?—preguntó Fausto.

—Bueno, yo—temblaba un poco Valerya—quisiera llamarlos mamá y papá...¿puedo hacerlo?

Telma saltó de su asiento y se abalanzó sobre Valerya, abrazándola y acariciando su cabello mientras hacía un extraño ruido, como si quisiera gritar de felicidad pero se estuviese conteniendo con titánico esfuerzo. Fausto no supo cómo reaccionar en aquel momento, pero al ver que una escena tierna se estaba desarrollando frente a él, decidió formar parte de ella y abrazó también a la pequeña difunta con cierta efusividad. Y entonces unas lágrimas espectrales rodaron por las frías mejillas de Valerya, quien por primera vez sentía en su vida el amor de una pareja que le estaba protegiendo. Le había tomado toda una vida y más allá, pero por fin había sido adoptada. Años de vivir en un orfanato en la antigua Unión Soviética, sin oportunidad de ser adoptada por una pareja, pues el sistema de su país se dedicaba a criar a los huérfanos hasta la mayoría de edad para que fuesen ciudadanos independientes y funcionales. Por eso fue que años atrás, mientras moría lejos de toda persona en ese bosque, lloró por jamás haber tenido la oportunidad de ser la hija de alguien. Aquello le dolía mucho más que la propia idea de la muerte, pero el dolor ya no era parte de su vida. Ya no podía sentir frío ni calor, y si una aguja llegase a pinchar uno de sus dedos nada sucedería. Y ahora Valerya decía adiós a uno de sus últimos dolores, el del corazón. 

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