Capítulo 8/ Parte 1: Después del trabajo, la vida comienza
El sol estaba de regreso en la vida de Telma y no parecía tener intenciones de retirarse de nuevo. La relación entre la mujer y el astro rey era de nuevo sólida y cada día ambos podían estar el uno al lado del otro. Era una relación casi tan profunda como la que ella tenía con Fausto, casi como si tuviera dos amantes. Ya no existían paredes grises sin ventanas que alejaran a Telma de los rayos del sol, impidiéndole saber con claridad la hora del día. En su lugar, cada mañana el sol le acariciaba el rostro al colarse por la ventana, y podía ir a correr por las mañanas al parque. Era diferente a su incapacidad, en donde el tiempo parecía estar medido a cuentagotas pues ella debía de regresar al trabajo. EN cambio ahora Telma podía sentirse segura de que su jornada laboral jamás empezaría y que tenía libertad de hacer lo que fuese necesario para salir adelante, pues Fausto estaba allí para apoyar.
Muchas personas hubiesen criticado que una mujer en su tercera década dejara de trabajar de forma tan abrupta. La familia de Fausto por el contrario parecía saber que el trabajo era necesario, pero sólo aquel que no atentaba contra la salud mental. El estrés era casi inexistente en la familia, pues a la hora de comprar algo todos se apoyaban. Telma terminó ayudando a la madre de Fausto con la venta de dulces y fruta picada en las cercanías de una escuela, esperando a que los estudiantes salieran hambrientos y dispuestos a gastar sus pesos en alguna chuchería. La madre de Fausto llegó a expandir du pequeño negocio al comprar un segundo carrito para la venta de dulces, que era empujado por una bicicleta. La pareja asistió a la señora en una segunda escuela, Fausto cobraba el dinero y Telma cortaba la fruta y le agregaba diferentes ingredientes al gusto del comprador. EL dinero que ganaban no era mucho, pero al menos ambos podían sentir que apoyaban de alguna forma en los gastos de la casa con el dinero que llevaban consigo.
Telma sabía bien que debía de conseguir otro empleo eventualmente, pero no tenía intenciones de preparar de nuevo su curriculum y enviarlo a una docena de compañías, esperando a que le llamasen. Por la forma tan abrupta de terminar su relación laboral con Phasmatec, sabía que no podía obtener una carta de recomendación laboral, y que cualquiera que llamase a la compañía recibiría malas referencias sobre ella, ignorando así todo el esfuerzo anterior y la disciplina extrema que le llevó a sufrir ataques de ansiedad. Si conseguía otro trabajo, este debía de ser en una rama distinta. ¿Tendría que borrar Phasmatec de su curriculum para siempre? Aún no lo sabía, pero todas las cosas que pasaban por su mente le indicaban que así tenía que ser.
—Qué bueno que ya no trabajamos en ese lugar—dijo Telma mientras untaba mayonesa en un elote hervido, para entregarlo a un cliente—no he vuelto a tener dificultades para dormir.
—¿A dónde iremos a trabajar después? No creo que estés pensando en vender elotes por el resto de tu vida.
—Tranquilo, sé que te preocupas. Pero prefiero verte fuera de Phasmatec; me gusta mucho la inocencia con la que cargas y no me agradaba la idea de que se perdiera por culpa de un trabajo así de rancio. No quiero que te amargues la vida como yo lo hice, o como Eugenio lo hizo. Quiero sentir que tenemos otra oportunidad, y creo que ya sé qué podemos hacer. Tenemos a un fantasma con nosotros, podemos demostrar la eficacia de los objetos paranormales, ¿no? Quizás no lo sepas, pero mis estudios incluyen la manufactura de tableros de ouija, péndulos, incensarios y veladoras. Sé fabricarlos con la maquinaria correspondiente, pero muchos de ellos se pueden hacer de forma artesanal. ¿Qué dices?
El plan terminó gustando a Fausto, quien se acercó a Telma para aprender lo más posible. Le acompañó a una tienda de materiales de construcción en donde consiguieron madera, lijas, pinturas y una pequeña cortadora que llevaron de regreso a casa con cierto orgullo, dispuestos a demostrar que su conexión con los tableros de ouija no terminaría con su despido en Phasmatec. Como no tenían automóvil, ambos cargaron con las pesadas bolsas por las calles, siendo ayudados por Valerya, quien hacía levitar unos pedazos de madera como si fueran simples láminas de cartón. Una vez estuvieron en el garaje de la casa, dispusieron los materiales sobre una mesa plegable y comenzaron su labor. Siguiendo las órdenes de Telma, Fausto y la difunta Valerya cortaron y tallaron la madera en formas rectangulares, con las esquinas bien redondeadas.
La ex jefa de calidad supervisaba el trabajo de los demás mientras ella se encargaba de la creación de los punteros de madera. Entre el olor del barniz y con una docena de astillas en cada mano, Fausto logró darle forma a lo que se transformaría en una ouija. Telma fue quien con un pulso muy preciso y con cierta delicadeza pintó las letras del alfabeto sobre el tablero, junto a los dibujos de un sol y una luna sonrientes. Debajo del abecedario a cada extremo se hallaban las palabras SI y NO, acompañadas de un ADIOS en letras mayúsculas. No pudieron colocar la palabra ouija en el tablero porque era una marca registrada de Hasbro, por lo que sin más remedio debieron de escribir la forma Güija en su lugar. Fabricaron un total de seis tableros, unos doce péndulos de cristal y unas quince veladoras de diferentes colores. La abuela de Fausto ayudó con la ritualización de los tableros y un sábado por la mañana el trío de Fausto, Telma y Valerya salieron de casa con destino a un punto muy peculiar de la ciudad.
El sitio en cuestión era conocido como Pasaje Rodríguez. Alguna vez fue parte de un hotel pero ahora se limitaba a ser una especie de callejón entre dos avenidas principales de la zona centro de la ciudad. En el sitio se albergaban tiendas y cafés que trataban de concentrar la cultura urbana y fronteriza de la ciudad de Tijuana en un solo punto. Podía verse allí a varios ejemplares de culturas urbanas que parecían escazas en la ciudad: góticos, hípsters, otakus; el Pasaje Rodríguez lo tenía todo. Un sitio que no juzgaba orientación sexual, consumo de sustancias ilegales ni vestimenta. Uno podía ser tan estrafalario como deseara y el mundo parecería un sitio mucho más tolerante. Era un verdadero oasis en el norte conservador, donde siempre se solía votar por el mismo partido de color azul durante las elecciones locales.
Tal ambiente progresista llamaba la atención de los satánicos y los fanáticos de lo mórbido y lo paranormal. Desde muy temprano, Telma y Fausto instalaron la mesa plegable en el Pasaje Rodríguez, cubriéndola con un mantel que tenía un diseño negro con estrellas blancas. Colocaron las ouijas de tal modo que fueran atractivas a la vista, junto algunas velas dispuestas a lo largo de la mesa. Los péndulos tuvieron mucha suerte al estar todos colgados de un pequeño arbolito de aluminio que funcionaba como joyero, dándole un aspecto mucho más profesional al puesto.
Como si se tratase de un mercadito, el callejón se llenó de puestos diversos, atendidos todos por personas jóvenes con ganas de vender un poco de su mercancía. Algunos vendían stickers, otros libros usados. Otros más se limitaban a revender cosas de los Estados Unidos, siempre cuidando esa estética hípster del lugar. Los visitantes del Pasaje veían cada uno de los puestos, curioseando y sin comprar nada a las prisas. Parecían querer cazar la mejor oferta, incluso a veces regateando con los pobres millenials que intentaban ganarse el pan con algo que consideraban "atractivo", en vez de ser presas de la industria maquiladora. Muchos de estos jóvenes eran estudiantes universitarios de carreras que el sistema capitalista había catalogado como meras insolencias: artes, literatura, sociología, historia y un largo etcétera de cosas que estaban en el extremo opuesto de las ingenierías. Eran carreras universitarias que abrazaban el contenido de las cosas y su sustancia, que no se dejaban manipular por el mundo de los números. Clamaban que la sociedad era demasiado compleja como para ser medida de manera exacta, y era así que estas pobres almas estudiaban paradigmas confusos y conflictivos en donde los teóricos no podían ponerse de acuerdo.
Telma tenía una visión crítica sobre esa clase de licenciaturas. Para ella no eran carreras inútiles como algunos de sus colegas ingenieros sostenían, sino que simplemente eran transgresoras. ¿Cómo alguien podía contratar a alguien cuya tesis versaba sobre el sufrimiento del obrero? ¿Acaso algún hombre rico tendría el valor de tener entre sus filas a un futuro traidor, a aquel que sin dudarlo le cortaría la garganta a la menor provocación? Telma pensaba que todas esas jóvenes mentes era a lo que tanta gente se refería cuando decían que la lectura liberaba. Pero toda libertad tenía siempre sus consecuencias negativas, y una de ellas era la escasez de dinero. Era la forma en que el rico castigaba a los ámbitos que aportaban a la liberación de las mentes y no a su esclavización. Tales opiniones de Telma eran obviamente el producto de su odio contra la industria maquiladora, algo que se gestó a base de pura experiencia en carne propia. Quizás si Eugenio le escuchara decir esa clase de cosas se reiría de ella y le señalaría como una resentida más, como si se tratase de aquella clase de personas a las que suele llamárseles chairos.
—Pase, vea. Pregunte sin compromiso—sonreía Fausto de oreja a oreja y con un rostro que transmitía demasiada confianza a los que pasaban a través del Pasaje para ir de una calle a otra.
Pese a la amabilidad del chico, a la atención en inglés de Telma a los turistas americanos y a los intentos de Valerya para atraer a la gente con algo de actividad poltergeist, la gente seguía considerando los productos como demasiado caros. Debido a las casi inexistentes ventas-pues en cuatro horas sólo habían vendido una veladora-Fausto terminó hablando con el propietario del puesto vecino. Así logró enterarse de que el chico era un estudiante de artes que vendía aretes hechos a base de papel doblado con la técnica del origami. El papel adoptaba formas como grullas y flores, conservando su forma gracias al barniz. Telma escuchó la conversación de ambos hombres desde el rincón, con la mirada de alguien que se encuentra sumergiéndose de a poco en el frustrante mundo del fastidio. ¿Cómo podía la gente estar así, sentada esperando a que se diera una venta milagro? Para ella, una ouija artesanal debía de ser un objeto preciado que se vendería como pan caliente. Pensó en bajar el precio, para ver si la gente compraría su producto. Cuando llegó a la cantidad de doscientos cincuenta pesos, supo que de bajar más la cantidad estaría perdiendo dinero.
Terminó el día y un péndulo fue la segunda y última venta para Fausto, Telma y Valerya. Los menos de trescientos pesos que habían ganado no servirían para pagar absolutamente nada. La pareja y el fantasma decidieron gastar lo obtenido en una pizza y espagueti en un sitio cercano durante la noche, lamentándose. ¿Valdría la pena ir al día siguiente a vender? Fausto se mostró optimista mientras devoraba su rebanada de pizza como si fuese un niño. El chico insistió en ir al día siguiente, repitiendo de nuevo toda la operación para atender el puesto en el Pasaje Rodríguez. Esta vez el sujeto que vendía aretes de origami se mostraba más amigable que el día anterior, gracias a que llevaba consigo un enorme vaso tipo termo lleno de café. Con su amabilidad consiguió que le obsequiaran un par de vasos de cartón en una cafetería cercana y ofreció la bebida a Telma y a Fausto. El chico también los compartió un pedazo de un muffin de chocolate que estaba comiendo, dispuesto a ser ahora él quien escuchara a la pareja contarle sobre su vida.
Telma se dio cuenta de que a pesar de que casi todos los vendedores en el Pasaje estaban en la misma situación que ella, todos seguían manteniendo el ambiente comunitario. Era un entorno diferente al de Phasmatec, en donde las personas no dejaban de atacarse las unas a las otras, comparándose y buscando siempre al empleado más productivo. Los jóvenes vendedores se apoyaban los unos a los otros, platicaban sobre sus desgracias y se daban ánimos. Algunos incluso usaban las pocas ganancias para hacer donaciones a refugios de animales rescatados de las calles, siendo siempre firmes a sus ideas y dejando sus propias necesidades de lado. Telma pensó que en caso de no querer salir de casa de la familia de Fausto, ella bien podría pasar mucho tiempo como vendedora en ese lugar. Sin embargo las ganas de tener una casa propia y vivir allí con su novio eran más grandes, así que tuvo que abandonar la idea de pertenecer a ese amable pero austero mundo.
El chico que vendía origami empezó a hacer preguntas extrañas a Valerya a través de la ouija, tales como "¿los fantasmas pueden tener sexo con los vivos?". El día terminó con ninguna venta efectuada, y tras intercambiar Fausto y el chico del origami sus cuentas de redes sociales para seguirse, Telma juró no volver a ese lugar más que para comprar. La vida seguía y ella no podía sentarse a esperar a que el dinero llegara. Sabía muy bien que debía de crear su propio negocio, pues no deseaba seguir trabajando bajo las órdenes de otra persona ni un día más. Cuando repasó mentalmente las bases de un buen negocio, Telma se dio cuenta de que aquellos que hacen más dinero son los que resuelven una necesidad inmediata. La gente está dispuesta a pagar grandes cantidades de dinero para salir de una situación incómoda o de un problema, por lo que ella sólo debía de hallar un problema que necesitara solución y que pocas personas pudieran resolver.
Fausto no tardó en encontrar un trabajo que hacía uso de sus habilidades como médium. De vez en cuando en un grupo de internet llamado "Emergencias paranormales Tijuana" las personas publicaban sus malas experiencias con fantasmas en casas habitación, buscando ayuda de algún médium que pudiese sacar al espectro de esa casa. La mayoría de las personas siempre acudía a los exorcistas del gobierno para tales asuntos, pero muchos odiaban tener que estar en lista de espera para recibir la visita de un experto. Era entonces cuando Fausto comentaba las publicaciones de los afectados por espectros, esperando que el precio que él proponía le pareciera adecuado a la persona en cuestión. Era una actividad totalmente informal y que no pagaba impuestos, pero resultaba gratificante para Fausto cuando podía echar a un fantasma de alguna casa. Aunque no todo era miel sobre hojuelas con ese trabajo, pues podían pasar semanas sin ninguna actividad paranormal y cuando por fin una se presentaba, otro médium contestaba más rápido el mensaje de la víctima. El chico no podía más que lamentarse hacia sus adentros, continuando esa rutina de ir a vender fruta con chile a la salida de las escuelas junto a Telma. Aunque no lo demostrara ante Telma, el muchacho estaba harto de sentirse en un punto muerto de su vida. Aunque nadie le exigía que siguiera adelante, él podía percibir que depender de su madre aún era algo que la sociedad consideraba incorrecto.
El concepto de masculinidad también interfería con la paz de Fausto. El hombre siempre era percibido como el proveedor de la familia, y al ser el único miembro masculino de su familia pensó que lo más justo sería que él pudiese llevar más dinero a la casa y aportar a los gastos familiares. Dejó los tableros de ouija, las veladoras y los péndulos que Telma había fabricado en el puesto del chico del origami y le dijo que si los vendía y regresaba el dinero, podía quedarse con una comisión. Fausto se movía por toda la ciudad buscando ofertas de empleo y frustrándose al ver que los sitios en donde buscaban un médium eran siempre maquiladoras. ¿Debía de regresar a su antiguo estilo de vida? ¿Era Telma la que se había hartado de trabajar bajo ese modelo de negocios o era él también?
Una noche, mientras Telma y Fausto estaban recostados en la cama de un motel-ya que no podían tener privacidad en la casa que habitaban-el chico terminó por espetar unas palabras que iluminaron el rostro de Telma. No eran palabras de amor, pues en realidad eran lamentos ocasionados por la falta de dinero y la inestabilidad laboral. Eran quejas sobre los pocos casos paranormales que había en la ciudad.
—Hace un mes que todos los fantasmas se fueron de la ciudad—se quejó Fausto mientras Telma le abrazaba—creo que están en las islas Coronado, o algo así dijeron en las noticias. Por eso no hay nada de trabajo para la gente como yo. El otro día cuando fui a exorcizar una casa, resultó que no había ningún fantasma en el lugar. Como mis detectores de espectros no marcaron ninguna anomalía, decidieron no pagarme. A pesar de que tuve que ir al otro lado de la ciudad para atender el caso. Quizás si hubiera estado conmigo Valerya, al menos los detectores hubieran funcionado. Pero no podría exorcizarla a ella, porque es imposible.
—¿Imposible?—la mente de Telma comenzaba a maquinar un plan.
—Sí. Ya sabes, lo de la voluntad. Las ganas de existir de Valerya le impiden ser exorcizada. Pero ese no es el punto. Lo frustrante es la falta de actividad paranormal en la ciudad.
—Pues si no hay fantasmas en las casas de los ricos—sonreía la mujer—sólo tenemos que meter un fantasma en alguna mansión y después ir a sacarlo, ¿no? Y si ese fantasma es Valerya, ningún médium o exorcista podrá sacarlo de allí. Sólo nosotros podemos hacerlo.
Telma pensó que de no existir un problema a resolver, el problema debía de ser creado. No era algo demasiado moral, pero los hombres de negocios llevaban haciéndolo durante años. Le vinieron a la mente ejemplos como el de los pantalones de mujer, los cuales tienen bolsillos diminutos de ornamento, obligando así a las mujeres a comprar bolsos. No había forma de demostrar que Valerya era conocida de ellos, y la mayoría de las personas que buscaban a un médium era porque no podían ver al fantasma. Siempre y cuando se tuviera un perfil bajo y no se embrujaran mansiones tan seguido, uno podía conseguir algo de dinero.
Fausto se mostraba renuente, pero al final terminó aceptando cuando vio la posibilidad de ganar dinero con el método de Telma, teniendo así una forma de conseguir una casa propia y vivir juntos en completa privacidad. Lo último que restaba era convencer a la fantasma de participar en la treta, pero ambos estaban seguros de que usando las palabras correctas, la difunta aceptaría. Después de todo, Valerya conservaba aún las ganas de trabajar y de conocer nuevas personas y nuevos sitios. Había estado atrapada por varios años dentro de aquel viejo walkman que ahora estaba destruido, y gracias a eso era que podía experimentar una libertad mucho más grande de la que llegó a sentir en vida.
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