Capítulo 7/ Parte 3: Había una vez un muchacho que trabajaba en Phasmatec
Eugenio había introducido a los nuevos fantasmas en la compañía, y tan pronto como comenzaron a operar, Fausto podía sentir la diferencia entre ellos y la siempre animada Valerya. Los nuevos fantasmas trabajaban de forma mecánica y no gustaban de entablar conversaciones con el médium que les vigilaba de cerca. Respondían como autómatas a cada una de las preguntas que se les hacía y trabajaban en periodos cortos de tiempo que jamás concretaban una jornada laboral parecida a la humana. Fausto debía de posicionarse en una situación casi de súplica cada vez que pedía a los muertos que apoyaran con ciertas actividades, terminando siempre en situaciones donde la decepción era la reina del momento. La condescendencia con la que los muertos de vez en cuando realizaban una que otra de las tareas que Fausto asignaba hizo que el muchacho se concentrara en pedir ayuda a Valerya. La fantasma hacía lo mejor que podía para que sus congéneres difuntos trabajaran, dando como resultado peleas invisibles que sólo Fausto podía ver y oír.
¿Qué pasaría con el muerto que no deseara trabajar? Realmente podía ahuyentárseles con sal, agua bendita y varios medios similares, pero no era como si fuesen a matarles. Quedarse sin empleo no significaba nada para un alma en pena que vagaba por el mundo por la eternidad. Las ataduras que los vivos sufrían tales como el dinero, la presión social y demás mecanismos de esclavitud moderna no eran nada ya para quien lo ha perdido todo, especialmente la vida misma. Estar muerto pero consciente era un estado que cualquier ser con dos dedos de frente odiaría. Muchos de los fantasmas llegaban a la conclusión de que la consciencia sobre uno mismo era una enfermedad y su cura era la muerte. Pero no la muerte que ellos tenían, sino el verdadero descanso eterno.
Valerya parecía ser uno de los pocos fantasmas que disfrutaba del seguir existiendo. Cuando Telma le preguntó por la razón de su felicidad póstuma, la fantasma se limitó a responder: "No he visto el mundo entero, y no he visto el futuro aún. Estar muerta me hace saber que estaré aquí hasta que las cosas sean irreconocibles para alguien que vivió durante el tiempo en que yo moría". Una respuesta mucho más profunda e interesante de la que cualquier muerto tendría ante esta situación. Los obreros difuntos por otra parte habían dejado varias operaciones a su suerte, causando un terrible accidente. Cierta mañana, cuando una máquina operaba bajo la supervisión de uno de los fantasmas, éste decidió que era tiempo de abandonar su estado consciente para regresar a esa forma durmiente que suele describirse en historias sobre genios dentro de lámparas mágicas. La máquina quedó desatendida y su motor continuó operando sin parar por varios minutos, haciendo que la fricción calentara demasiado uno de los componentes. Así fue como la máquina terminó por lanzar una parte metálica por los aires, enterrándose en el brazo de uno de los operadores humanos que estaban cerca. El hombre en cuestión recibió daños tan serios que terminó por perder la movilidad en el brazo. Al accidente le siguió una junta en donde las autoridades señalaban a Eugenio como el principal responsable.
—Alguien debe responder por esta omisión de los protocolos de seguridad—indicó un miembro de los altos mandos de la empresa, que venía a revisión de planta desde los Estados Unidos—¿entiende lo que digo, Eugenio?
—Asumiré la responsabilidad.
—No me refiero a eso. Debe de haber alguien, un trabajador cuya proximidad al incidente sea más cercana que la suya. Y ese trabajador debe ser despedido. Haremos un informe al respecto.
Eugenio pensó de inmediato en los fantasmas, pero al ver que eran más una propiedad de Phasmatec que empleados en sí decidió darles otra oportunidad. Eran capital de la empresa y por lo tanto no eran muy diferentes a un componente defectuoso que debía de ser reparado. Phasmatec sin embargo no era la única empresa con fantasmas que no gustaban cooperar, pues cada parque industrial de la ciudad tenía sus propias quejas al respecto. Accidentes ocurrieron, clientes no recibieron sus productos y el descontento general no se hizo esperar. Empleados de las fábricas hablaron de forma anónima con los medios de comunicación, narrando las terribles historias de los fantasmas que por apatía causaban más desgracias que beneficios. EL problema sin embargo no era que causaran desgracias, sino que no eran desgracias que dieran un golpe rotundo a la economía de las empresas. Un empleado sin brazo resultaba más barato que contratar personal que atendiera las máquinas.
Durante le época de más controversia, el tema fue tocado en la televisora local. Un empresario defendió la iniciativa sobre el uso de fantasmas en la industria maquiladora, diciendo que era darle una segunda oportunidad a las almas descarriadas que no eran capaces de llegar al cielo. Los demás empresarios locales aplaudieron la generosidad de las palabras, se dieron golpes de pecho pensando en los pobres fantasmas.
—El trabajo dignifica al ser humano—dijo el empresario ante los televidentes—y no importa si ese ser humano está vivo o muerto. El trabajo le dará un sentido a sus no-vidas y les hará sentir que no han quedado fuera de esta sociedad. ¿Ustedes prefieren acaso que esas pobres almas vaguen penando por las ciudades, o que sientan el orgullo de ser un engranaje más en esta máquina a la que llamamos país?
El discurso del empresario llegó a varios oídos a lo largo de la ciudad. Pasó entre los trabajadores de oficina, los estudiantes, los trabajadores informales y hasta por los desempleados. Cada eslabón de la cadena económica y social de Tijuana prestó atención al tema del momento, y entre todos estos oídos se hallaban unos que ya estaban muertos. Rogelio, el español que intentó tener una librería, que abandonó el anarquismo de Bakunin por el marxismo, había leído en los periódicos las palabras del empresario. Las encontró primero de mal gusto, como un chiste que no terminaba de cumplir con su función. Pero al ver que las palabras no eran sátira no sarcasmo, se decantó por ver el problema con sus propios hijos. Flotó a pocos metros del suelo y se dejó llevar por el viento hasta las zonas industriales de la ciudad, escogiendo al azar las maquiladoras que visitaría en su trayecto.
Rogelio atravesaba las gruesas paredes de las naves industriales, se paseaba entre las máquinas del piso de producción, analizaba el comportamiento de los vivos y después el de los muertos. Vio la misma escena repetirse una y otra vez en diferentes maquiladoras, y sin importar los productos que manufacturaran, el funcionamiento era casi siempre el mismo. Pequeñas variaciones aquí y allá, pero nada que salvase a los trabajadores de las garras de la sistematización. Los difuntos que laboraban en las empresas le veían y no podían creer el grado de entusiasmo que se veía en alguien muerto. Rogelio mantenía la curiosidad en su mirada, hablaba en voz alta quejándose de la monotonía en las empresas y de los malos tratos que los vivos recibían.
La causa de esa enorme diferencia entre Rogelio y Valerya en comparación con los demás fantasmas era un tema muy estudiado por los médiums y entusiastas de lo paranormal. Fausto había incluso hecho una presentación al respecto durante sus años en la universidad, investigando en diversas fuentes el asunto. La cuestión era un tema de voluntad, algo que moría junto con el cuerpo. Cuando Telma se hizo la misma pregunta que varios investigadores paranormales en algún punto del pasado, Fausto ya tenía la respuesta de antemano, recordando los puntos de aquella presentación que hizo ante su grupo cuando era un estudiante.
—Verás, Telma querida—se sentó Fausto ante ella con una taza de café, muy temprano en la mañana un día sábado—es cuestión de voluntad. Los seres humanos tenemos esta condición que nos hace temer a la muerte, y nos da la voluntad de sobrevivir y buscar formas cada vez más ingeniosas de sortear la muerte. Es por eso que cuando nos apuntan con un arma sentimos miedo, porque sabemos que vamos a morir. ¿No te has preguntado por que habríamos de temerle a la muerte? Es decir, no es como si fuésemos a sentir dolor al morir, o tristeza. De hecho, no sentiremos nada. Pero al cuerpo eso no le gusta para nada y activa ese sentido de preservación y esa voluntad de luchar por la vida. Cuando el cuerpo se extingue, esa voluntad se extingue también. En algunas personas se extingue antes de su muerte y eso les lleva al suicidio.
—Entonces—intentó Telma llegar al meollo del asunto—¿Valerya tiene voluntad aún? ¿Por qué?
—No lo sabemos a ciencia cierta. Pero se ha demostrado que ocurre en gente con ideales fuertes y con ganas de verlos triunfar en el futuro. Y hay algo muy interesante, creo que Valerya no lo ha descubierto aún.
Telma se inclinó hacia Fausto, intentando demostrar su interés por el tema.
—Valerya podría controlar a otros fantasmas—comentó el chico—su voluntad puede ser como una brújula para otros fantasmas. Se ha especulado mucho al respecto, pues los fantasmas con voluntad casi siempre sienten más apego por los vivos y repudian a los muertos por apáticos. Pero de ser cierto, podría hacer que Valerya controlara a los demás fantasmas en Phasmatec y así podríamos salvar a la empresa de sufrir el destino de las demás. Un fantasma con voluntad podría ser la solución, aunque no a largo plazo. No son muy comunes y eso es algo que afectará a este modelo de empleo para los muertos.
—¿Por qué no has aplicado eso de controlar fantasmas usando a Valerya? Eugenio debe estar muy molesto.
—No está del todo comprobado. Necesito estudiar un poco más el fenómeno, ya que no quiero proponer una solución que al final resulte peor que el resultado que estamos viendo.
Valerya se mostraba algo distraída. Fausto comentó la posibilidad de que Valerya pudiese ayudar en la situación, y tras sopesarlo un poco, el nueve jefe de departamento llegó a la conclusión de que no perdía nada en intentarlo. Pidió un espacio dentro del presupuesto de la empresa para un pequeño estudio sobre el impacto de lo que Fausto proponía y sólo quedaba esperar a que se autorizara. Eugenio ya veía su nombre en las noticias locales, viéndose como el hombre que había llevado una solución al problema. Los directivos de Phasmatec aplaudirían su decisión y quizás le darían un ascenso, reconociendo la labor tan ardua. El presupuesto fue solicitado un jueves por la tarde, y fue revisado a profundidad el día viernes. El fin de semana se atravesó en el camino de Eugenio hacia el éxito y como si el destino no le quisiera ver triunfar, su suscitó un acontecimiento extraño.
Los fantasmas de las maquiladoras comenzaron a abandonar las empresas con relativa calma, sin decir a donde iban y sin que la mayoría de los trabajadores pudieran enterarse. Los médiums del turno nocturno veían con horror a los fantasmas salir sin dar marcha atrás, como si supieran que tenían un cometido más grande que cumplir. Salieron de los parques industriales con sus rostros lánguidos y las pieles pálidas como el papel. Volaron por el cielo de la ciudad, llamando la atención de todos los médiums que podían verles. Fausto fue testigo de un río de almas que flotaba por encima de su casa, como si los fantasmas fuesen aves migratorias que dejaban la ciudad atrás para adentrarse al mar. Los habitantes de la zona costera que eran capaces de ver a los difuntos se maravillaban con la vista de las almas desapareciendo a la distancia. Con cámaras especiales fue que se transmitió la noticia justo cuando ocurría, haciendo que Eugenio pidiera que se lo tragase la tierra.
El pobre hombre recorrió la planta en busca de sus fantasmas con los instrumentos necesarios para localizarlos. Dio con dos de ellos, a quienes no podía ver ni escuchar. Eran Rogelio y Valerya, quienes se hallaban frente a frente mientras se observaban el uno al otro con curiosidad. Ambos disponían de una voluntad inquebrantable y eran incapaces de manipularse el uno al otro.
—Eres igual a mí—dijo Rogelio mientras orbitaba alrededor de la niña—e incluso portas un uniforme con una medalla que honra a Lenin. Eres la adición perfecta a nuestro movimiento. Únete y consigamos la libertad del proletariado.
—¿Qué es eso?—preguntó Valerya.
—Pero es que tú viviste en la URSS, ¿no es así? Tu uniforme, tus rasgos. ¿Me estás tomando el pelo acaso? ¿Cómo no vas a conocer esa palabra si es que debió de estar en tus libros de texto?
—Es que no era muy buena en la escuela.
Rogelio se llevó una mano a la cara mientras él y Valerya ignoraban a Eugenio, quien a un lado de ellos intentaba convencerles de que no escaparan con el resto de los fantasmas. El jefe del departamento de calidad estaba desesperado, así que tomó su teléfono celular y realizó una llamada a Fausto, quien ya estaba en casa a esas horas. Le pidió que fuese de inmediato a la planta, y cuando estaba a punto de levantarse de su asiento para abandonar la cena familiar, Telma le tomó de la mano y le regañó con la mirada. Ella negó con la cabeza dos veces y le obligó a sentarse nuevamente. Toda la familia estaba de acuerdo: el horario laboral de Fausto había terminado hacía ya unas horas atrás y era Eugenio quien estaba aún en la empresa porque no tenía a nadie que le esperase en casa. Vivía solo y prefería estar cerca del calor humano, aun cuando eso significaba quedarse horas extra.
La conversación entre Eugenio y Fausto se tornó algo acalorada. El jefe del chico levantó la voz por el teléfono.
—¡O vienes en este instante o ya no te presentas a trabajar el Lunes!
La amenaza estaba funcionando y Fausto estaba dispuesto a forcejear con Telma para abandonar la casa. La mujer le arrebató el teléfono y habló con Eugenio en el mismo tono que él había usado para hablar con el muchacho.
—¿Acaso no ves que esta situación no es exclusiva de tu compañía?—espetó la mujer—¿Qué va a hacer Fausto?
—¡Aún hay dos fantasmas aquí! Necesito que venga ahora mismo y los convenza para que se queden. Hablo en serio cuando digo que será despedido si no viene aquí de inmediato. Necesito gente comprometida con la empresa, necesito empleados que se pongan la camiseta y que busquen superarse. ¿Para qué necesitamos personas que no hagan algo por su familia? En Phasmatec somos una familia y debemos actuar como tal.
—¡Qué familia ni que la chingada!—gritó Telma, recibiendo los aplausos de la familia de Fausto—él tiene una familia de verdad aquí mismo. Y estamos todos comiendo muy a gusto, así que puedes resolver tu problema solo. Él no te necesita como familia, porque ya nos tiene a nosotros.
—¿Qué?—Eugenio no podía creerlo. Hasta ahora era que analizaba la situación, ¿qué hacía Telma con Fausto a esas horas?
Un silencio de algunos segundos se hizo presente en la llamada telefónica. Eugenio recobró el aliento y estaba dispuesto a hablar, pero fue interrumpido por Telma, quien ya había tomado una decisión.
—Si despides a Fausto, me tendrás que despedir a mí también—aseguró ella—prefiero estar con él que con una compañía tan asquerosa como Phasmatec. ¿Prohibir la relación entre empleados? Es una estupidez, y eso no me impidió estar al lado de Fausto todo este tiempo.
Eugenio estalló en cólera, pegando el teléfono a su oreja lo más que le fue posible.
—¡Así que era con Fausto con quien estabas de zorra!—gritó Eugenio—¡no podías evitar andar de fácil con uno de nuestros empleados! ¿Por qué él? De todas las personas que podían aportar algo positivo, ¿por qué el maldito niño que parece joto? Fui sincero contigo, te dije que estaba interesado en ti. Yo puedo darte un buen futuro, puedo hacer que alcances tu máximo potencial. Te llevaría por el camino al éxito y estarías orgullosa de ti misma. ¿No ves que desde que estás con él no haces nada más que ser una fracasada?
Fausto se hallaba a un lado de Telma, escuchando la conversación que estaba puesta en altavoz. El chico tenía lágrimas en los ojos, pensando que quizás Eugenio tenía algo de razón en lo que decía. Telma se mostró aún más molesta al ver que las palabras de Eugenio habían herido al chico, así que decidió por ambos. Era hora de que todo terminara.
—¡Fausto y yo no volveremos a poner un pie en Phasmatec!—apretó la mujer uno de sus puños, como si tuviese frente a ella a su jefe—y puedes irte al carajo, porque no me interesas ni como jefe ni como hombre. ¿Alguna vez te has preguntado por qué te encuentras solo? Es porque eres un narcisista insoportable. Esta llamada es la renuncia mía y la del hombre al que amo. ¡Buenas noches!
Telma colgó el teléfono y lo entregó de nuevo a Fausto. El muchacho observó a la mujer, sentado desde su lugar. De esa forma ella parecía más alta, como si él estuviese viendo una estatua majestuosa rodeada de los aplausos de las mujeres que rodeaban a Fausto en la mesa. El chico vio en Telma a su salvadora, a la mujer que le había defendido por encima de todo. Ella era quien había decidido estar con él a pesar de lo que los demás pensaran, dejando atrás a hombres que la sociedad podría considerar como deseables o mejores que él. Fausto no necesitó músculos, dinero, autos caros o una personalidad misteriosa para ganarse el corazón de Telma. Ella era parte de su vida de forma incondicional, sin siquiera pensarlo dos veces. No había nada que pensar realmente, eran las emociones de la mujer las que le dominaron en ese momento.
Telma tenía miedo, pero no lo demostraba. ¿Cómo conseguiría dinero ahora? La mirada de la madre de Fausto le hizo sentir más segura, como si la mujer le dijera que todo iba a estar bien y que no debía de preocuparse. Fausto abrazó a su mujer, aferrándose a ella como si no tuviera nada más importante en la vida. Suspiró, apretando su rostro contra el costado de Telma, para así ocultar sus expresiones faciales.
—Telma—susurró él—creo que algún día me voy a casar contigo.
La mujer cerró los ojos, con las mejillas coloradas. Las miradas de la familia de Fausto se intensificaron bastante y la hermana mayor del muchacho no pudo evitar gritar "¡vivan los novios!".
—Yo también lo creo, Fausto—respondió Telma.
Eugenio se dio por vencido y vio cómo su detector de fantasmas le indicaba que ambos seres se aproximaban a la bóveda en donde estaba protegida la reliquia de Valerya: aquel viejo walkman que le retenía en Phasmatec. Los fantasmas atravesaron las paredes de las instalaciones con suma naturalidad y sin que Eugenio pudiese ser rival para ellos, quedándose detrás de ellos con el detector en la mano sin idea sobre el sitio a donde los muertos se dirigían. Rogelio fue capaz de desactivar los filtros de círculo de sal antes de que Eugenio pudiera reaccionar y unos segundos después salió de esa bóveda con el aparato en manos, mostrándolo ante Valerya. El fantasma sonrió, dispuesto a demostrar su punto.
—Si llevo este aparato conmigo, ¿entonces me seguirás?—preguntó el fantasma.
Valerya le observó algo confundida. El hombre le parecía extraño e insistente, cualidades que hubiesen sido bastantes peligrosas ante los ojos de Valerya si ella hubiese estado viva.
—No lo sé. Eso le haría dueño de mí, pero...¿qué es lo que debo hacer? No entiendo nada de lo que usted me dice y no veo cómo puede ayudarme todo eso. ¿Por qué no mejor me deja tener el walkman? De verdad lo necesito, es como parte de mí. Usted está muerto también, debe entender.
Rogelio le echó una mirada de desprecio y arrojó el walkman con fuerza contra el suelo. El artefacto se rompió en muchos pedazos pequeños; el ancla que mantenía a Valerya en Phasmatec se había desvanecido. La niña sintió sus hombros más livianos, como si por primera vez estuviese descansando en paz. Sin embargo su voluntad le terminó impidiendo alcanzar la muerte. No cruzó ese río extraño que podía ver delante de ella, en donde un balsero cubierto por una túnica con capucha le invitaba a subir a su balsa para llegar al descanso eterno, como un premio después de haber tenido que sufrir la maldición de la existencia. Incluso un par de perros pequeños y con poco pelo le invitaban a sumergirse en el agua para llegar sana y salva sin necesidad de usar la balsa misteriosa, ladrando a sus pies y dando pequeños brincos para alcanzarle. Nada de eso podía verlo Rogelio, siendo una visión exclusiva de Valerya, quien estaba en la línea entre el mundo que conocía y el más allá. ¿Qué había del otro lado del río? ¿Sería el cielo o el infierno? Había oído de sus antiguos compañeros de clase en la escuela que uno al morir deja de existir y que su consciencia se interrumpe para siempre. Como uno ya no existe, entonces ya no puede sufrir nunca más.
En su travesía como fantasma logró escuchar que algunas religiones como el budismo buscaban esa meta final, borrando así la existencia del individuo para no volver a nacer jamás. Quizás era verdad que ya no sufriría nunca más, pero al mismo tiempo no podría experimentar la felicidad. No podría apreciar el cielo azul de nuevo, ni ver a las personas reír y jugar. No estaría cerca de los animales y las plantas, los cuales le recordaban que era parte de la naturaleza también, como si un ser superior hubiera creado todo con un fin específico.
—Sube—dijo el balsero, un hombre escuálido que reveló tener una barba canosa una vez se quitó la capucha—es hora de partir. Llevo años intentando hacerte cruzar.
—No, no puedo morir—dijo Valerya—no debo hacerlo.
—Estás muerta desde el siglo pasado, sube ya.
—Yo no estoy muerta—titubeó un poco Valerya antes de darle la espalda al balsero—tengo que regresar con la gente que me ha ayudado. Hay muchas cosas que quiero platicar aún con Fausto, y quizás exista una forma para que Telma pueda verme de forma permanente. Quizás nunca fui adoptada en vida y viví en ese orfanato hasta el día de mi muerte, pero he pensado en algo últimamente. ¿Podría ser adoptada después de la muerte?
El balsero ignoró su pregunta retórica y comenzó a remar hacia el otro lado del río, siendo seguido por los perros que nadaban a través de las turbulentas aguas. Valerya estaba entonces de nuevo frente a Rogelio, quien seguía esperando su respuesta, como si el tiempo se hubiera detenido y toda la visión hubiese sido una alucinación que se había desarrollado en una fracción de segundo.
—Ahora eres totalmente libre—aseguró él—puedes hacer lo que te plazca. Eres igual a mí. Imagina las conversaciones tan interesantes que podríamos tener. Podríamos salvar a los vivos de un futuro tan oscuro como el que se han buscado a sí mismos. Podríamos evitar que los fantasmas sean usados para el trabajo forzado. ¡Piénsalo!
—No entiendo qué es lo que quieres lograr—dijo Valerya—no suenas como una persona realmente libre. ¿Por qué no buscas tener una vida? Ahora mismo podrías hacer lo que quisieras. Yo lo haré: nunca conocí a mis padres en vida, y siempre acepté la idea tonta de que nací sin ellos. Estaba en este mundo sola, pero llámame idiota si quieres, porque creo que ya los encontré. No puedo ir contigo.
Valerya se elevó por el aire con suavidad y se alejó de Rogelio, atravesando el techo de Phasmatec para dar con la ciudad. Todos los fantasmas seguían volando con ruta al mar, siguiendo las órdenes de Rogelio. El fantasma pasó al lado de la niña, con un rostro de decepción enorme.
—Iremos a las islas Coronado, si es que quieres seguirnos—fueron las últimas palabras de Rogelio antes de partir junto con el resto de las almas que flotaban por la ciudad.
Valerya por su parte trató de ubicar la zona en donde se hallaba la casa de Fausto y dejándose llevar por el viento sonreía, pensando en la idea de por fin tener una familia. Se imaginó sentada en un enorme y cómodo sofá, hablando con Fausto sobre cosas divertidas que pasaban en la televisión, mientras Telma cepillaba el cabello dorado de la fantasma, diciéndole lo hermoso que era. Recordó los momentos vividos también con la familia del médium, quienes podían verle y le trataban como una persona viva más. Y después remembró el momento en que ella y Telma pudieron interactuar durante el día de muertos, jugando juegos de cartas e incluso recibiendo un abrazo de la humana. Deseó poder dejar de llamarles Fausto y Telma, para usar las palabras Papá y Mamá que jamás había podido usar con nadie. ¡Qué hermoso sería ser la hija de alguien por fin!
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