Capítulo 6/ Parte 2: Odio regresar al principio

Durante los ocho meses que habían transcurrido sin que nada nuevo se suscitara en la relación de Fausto y Telma, muchas cosas tomaron lugar. Algunas no muy interesantes y otras con grandes consecuencias. Fausto llegó a enterarse de una de estas últimas, algo que había agregado estrés en demasía a la vida de la jefa de calidad; un problema que había callado para no preocupar a nadie. No era sólo la mala salud que tenía lo que era preocupante, sino que un golpe económico de talla grande había desplazado los días tranquilos.

Pagar la renta de la casa siempre fue algo simple: Telma agregaba una cantidad y la pareja que vivía con ella pagaba el resto. Los sueldos se llevaban mucha diferencia entre sí, pero al menos era lo necesario para poder sobrevivir con ciertos lujos que no todos podían darse. La ciudad de Tijuana estaba en territorio mexicano y a pesar de ese detalle, las rentas de las casas eran cobradas en dólares y no en pesos. La excusa era la cercanía a los Estados Unidos, haciendo esto la vida muy difícil a todos aquellos que no trabajaban del otro lado de la frontera. Pese a ser la jefa del departamento de calidad, el salario de Telma no era algo digno de admiración ni elogios. La distancia entre su sueldo y el de Fausto no era tanta, pero aún así permitían que la mujer pudiese mantener un auto y otras cosas que parecían necesarias para la vida adulta.

Las peleas por temas financieros no eran algo común dentro de la casa de las tres amigas, quienes solían discutir por cosas mucho más tontas; como algunas comiéndose el postre que la otra llevaba guardando en el refrigerador por unos cuantos días. Sin embargo, el día en el que el dinero hizo falta, las cosas cambiaron bastante. Paulina seguía en su trabajo de diseñadora freelancer, con el mismo sueldo fluctuante que jamás era el mismo dos meses seguidos. Su novia Judith por el contrario casi siempre cazaba muchos clientes cuyos casos eran algo jugosos. El bufet jurídico se llevaba una parte, pero ella no se quedaba con las migajas; algo que sin duda era de mucha ayuda a la hora de pagar la renta. Pero todo lo bueno tiene un final y el tiempo de Judith como abogada ejemplar estaba a punto de terminar.

Para no entrar en términos jurídicos complejos, el caso de Judith debe de describirse de la forma más natural y común posible. Atrás quedan los términos en latín y las enredadas oraciones en donde se deben de usar paréntesis para especificar quién es quien en un contrato. Judith llevaba uno de los casos más importantes de su vida, y uno de los más jugosos en términos financieros también. El bufet de abogados se había quejado con anterioridad al ver que alguien que llevaba ejerciendo la profesión desde hace poco estaba al frente de semejante tarea. La chica demostró a base de esfuerzo e incansable dedicación lo buena defensora que era. Protegía la reputación de uno de los candidatos a diputado local en la ciudad, el cual estaba siendo culpado de crímenes de tipo mágico. Más específicamente, al hombre se le acusaba de haber contratado los servicios de una bruja para sabotear la candidatura de su adversario principal. Las pruebas estaban colocadas con cierta maestría por el abogado del adversario, apoyándose en una vidente y hechicera que aseguraba que el candidato había sido expuesto a magia vudú.

Esta clase de casos eran de mucho cuidado, pues si se omitía alguno de los detalles uno podía darlo todo por perdido. Videntes, hechiceros, magos y brujas debían de estar en el jurado y testificar lo que percibían. Si algún hechizo estaba suelto sobre una de las personas en la corte ellos podrían verlo, así que no había forma de apelar a lo contrario. A menos claro que se buscase un punto medio o una excusa inteligente. Judith sentía que llevaba las riendas del caso sin problemas, pues estaba convencida de la inocencia de su cliente y había recolectado toda clase de pruebas, testimonios y otras herramientas que sin duda influenciarían el veredicto final.

A veces las cosas no salen como uno espera. Para un abogado eso puede significar algo muy grave dependiendo de la importancia de la persona a la que se protege. El diputado sí era inocente y las pruebas de Judith estaban más que claras, pero debido a ciertos errores en el papeleo y en los tiempos en que se presentaron ciertas evidencias, no pudo salvarse el pellejo del sujeto. El partido al cual pertenecía el hombre no dudó en clamar la incompetencia de la abogada y en reclamar por los errores de la mujer. Ahora Judith era su propia abogada, aterrada y sin escapatoria. Perdió la batalla y debió de pagar indemnizaciones al partido por haber manchado la reputación de su cliente, haciéndole perder la candidatura. El ex candidato no fue a prisión, pero ante la mirada de los electores ya no era un hombre de derecho que mereciera un puesto en el curul.

La cantidad de dinero que Judith debió de pagar fue mucho más alta de lo que la mujer podía pagar. Vendió su auto, pidió a Telma que le perdonase la renta por unos meses y recortó sus gastos al mínimo. Paulina se quejó cuando su novia le exigió dinero de forma casi inmediata, creando un conflicto que creció con cada día hasta transformarse en algo que ya no era posible detener siquiera con terapia de pareja. Paulina partió a vivir con unos amigos que entre cinco rentaban un departamento, todos con profesiones que no permitían la vida de un adulto funcional. Judith fue despedida del bufet jurídico y consiguió un empleo temporal como profesora de derecho constitucional en una universidad patito de la que casi nadie había oído hablar, y que se ubicaba en el tercer piso de un edificio que no tenía en ningún lado un letrero que dijera que en ese lugar se hallaba una escuela.

Telma tuvo que afrontar la mayoría de los gastos ella sola y Judith, al sentirse inútil al no poder pagar la renta de forma normal, decidió regresar a casa de sus padres para no ser una carga. Telma temía que ese fuese su mismo destino, recordando su tiempo en casa de sus padres cuando estuvo incapacitada, siendo días deprimentes y grises lo único que podía recordar de aquella vivencia. Se juró no caer de nuevo en esa casa como un inquilino más y pagó ella sola esa renta en dólares hasta que los estragos económicos eran visibles. Apenas y comía fuera de casa, haciendo una comida al día. No salía con Fausto o cuando lo hacía dejaba que éste pagara todo lo que ambos consumían. Vendió su auto y quedó a expensas del poco confiable e incómodo transporte público de Tijuana. Su salud se deterioraba con cada jornada laboral y entonces rompió en llanto en su oficina.

Fausto fue comprensivo y le consoló después de escuchar por todo lo que había pasado. No dejó que la situación siguiera incomodando a su novia y le hizo ver que las cosas podían mejorar en el futuro cercano, pues sólo sería cuestión de hallar otro sitio más barato en donde vivir. El optimismo del muchacho era parte de su juventud y su inexperiencia en la vida, sin haberse topado él solo con los embistes de la vida adulta. Telma apreciaba la gentileza e inocencia de su novio, a pesar de que sabía que la situación no era de tan fácil solución como él le decía. Si bien era cierto que necesitaba otro lugar en donde vivir, también era cierto que ya no podía seguir en la misma situación laboral.

El chico fue tan amoroso con Telma que se ofreció a hacer algo que nadie más hubiese hecho, algo que la mujer no había escuchado jamás. Parte del sueldo del muchacho fue a parar a los bolsillos de una psicóloga que trató a Telma en varias sesiones, explorando juntas el mundo mental de la mujer mucho más allá de lo que ella misma se imaginó. Las experiencias de la niñez y de la adolescencia convivían lado a lado con los traumas, como un solo elemento que parecía indivisible al principio. Muchas cosas tenían sentido ahora, hallando Telma la explicación a varios de sus comportamientos. Después de cada sesión se sentía como nueva, lista para emprender muchos más viajes de autodescubrimiento. Algunos medicamentos y tés herbales para el estrés le fueron recomendados y poco a poco reunió el valor para atacar el problema de raíz.

Se presentó segura de sí misma ante recursos humanos para hacer una singular petición que debía de pasar por las manos de los jefes de planta. Martita se preocupó al leer lo que la petición de Telma ponía, pero tras dialogar un poco con ella y enterarse de sus problemas de salud, estuvo de acuerdo en proponer tan alocada sugerencia ante los mandos superiores. No pasó mucho antes de que Telma fuese llamada por uno de los mánagers de la planta y se le interrogara si todo lo que ella sugería eran sus verdaderas intenciones. Ella asintió a cada respuesta y con la mirada fija sobre los ojos de sus superiores se mostró decidida a que le concedieran su deseo. Dentro del plan de Telma se incluía a Eugenio, a quien no se le había pedido su opinión al respecto. Martita concertó una reunión con Telma y con el hombre a fin de que el asunto quedara pactado de acuerdo a las normas de la empresa.

Cuando Eugenio se enteró no podía creerlo. Le pidió a Telma que fuese a su oficina para dialogar la locura que ella había propuesto. Desde que la mujer entró a la oficina podía verse el disgusto retratado en cada una de las facciones de Eugenio. Sin esperar siquiera a que su jefa tomara asiento en una de las sillas frente a su escritorio, el hombre comenzó a despotricar en su contra.

—Sé que has estado algo alterada, pero eso es todo. No hay nada que un descanso o una nueva rutina no mejore. Intenta algo de ejercicio, es lo que a mí me mantiene cuerdo. Podría ser yoga quizás, meditación incluso. Pero lo que propones es algo a lo que no accederé, no es lo que alguien como tú merece y de eso estoy muy seguro.

—¿Cómo es que sabes mejor que yo lo que necesito?

—Porque te conozco desde hace tiempo y en ocasiones las personas no podemos juzgarnos bien a nosotros mismos. Describirnos como personas llenas de defectos y que actúan de forma errática no es algo que podamos permitirnos y en tu caso, creo que no soportarías aceptar que estás sacando las cosas de proporción. Todos tenemos problemas, Telma. No eres la única que enfrenta estrés laboral, y no serás la primera ni la última. Además, eres ingeniera y para eso es que te han contratado, para resolver problemas. No puedes decirme que ahora te arrepientes de estar frente a problemas cuando llenaste un curriculum vitae antes de ingresar a esta empresa, diciendo que te encantaba colaborar en equipo y resolver problemáticas de forma eficaz.

—¿Cómo sabes qué fue lo que redacté?

Eugenio desvió la conversación, haciendo hincapié en la necesidad de sacar a Telma de esa idea extraña y estúpida que se había alojado en ella.

—Telma, no voy a aceptar lo que me propones. ¿Tomar tu cargo y que tú tomes el mío? Es una tremenda locura, me atrevo a decir incluso que es una estupidez. Tú te has preparado mejor que yo y eres una profesional en lo que haces. Deberías de esforzarte más y equilibrar tu desempeño con tu valor como trabajadora. No eres cualquier empleada de Phasmatec: eres una persona que sobresalió por encima de los demás desde tus primeros días en esta compañía.

—Ya no soy la misma de antes, eso debe quedarte claro. Y tú tampoco eres el mismo de antes, has cambiado para mejor. Eres mucho más responsable, sabes más y ejerces tu profesión con mucha dedicación. Has ido mejorando y puedo decir que como jefa del departamento de calidad, estoy muy orgullosa de tu labor y de lo mucho que has contribuido. ¿Has visto esas películas de kung fu que son algo viejas? Puede sonar algo extraño, pero aquí va la comparación: Todo alumno supera a su maestro en algún momento, y eso es normal. Y está bien. Ya no hay nada que pueda enseñarte, todo lo sabes. Me has superado y es momento de que tomes el mando de este departamento. Es lo justo. Cuando eres mejor que alguien, lo correcto es que ocupes su lugar.

Eugenio frunció el ceño y torció los labios, dejando escapar un gran suspiro.

—Por favor, Eugenio. Tu sueldo mejorará y podrás llevar al departamento por donde yo no he sabido llevarlo.

—Lo haré por ti.

—No por mí. Hazlo por ti, para asegurarte un lugar dentro de Phasmatec. Todos somos desechables, así que encárgate de que les quede bien claro que eres pieza clave en este juego. Yo ya no pudo hacerlo, ya perdí mi oportunidad.

Eugenio cambió de parecer tras escuchar los halagos de Telma. A la mujer en realidad no podía importarle menos el desempeño de sus compañeros en el trabajo. Durante sus primeros días como jefa del departamento fue indispensable que sus subordinados vieran siempre por el bien de la compañía y por la satisfacción de los clientes de Phasmatec. Aunque en el fondo de su corazón no estaba la pasión por la creación de material esotérico, ella era capaz de fingirlo. Pero las cosas eran distintas para cuando Telma sostuvo la incómoda conversación con Eugenio, ofreciéndole un intercambio de roles en el departamento. A ella no le importaba si el hombre era capaz o no de llevar el departamento por buen rumbo. Las ventas de la empresa sólo se veían dentro de los intereses de Telma en el momento en el que se entregaban las utilidades del año y después de dicho momento, ya no eran asunto suyo.

A ella le parecía risible la dedicación y esfuerzo que Eugenio mostraba hacia la empresa. El hombre daba la impresión de haber sido en sus años escolares la mascota del profesor: ese alumno odiado por el resto de la clase que se encarga de anotar en la pizarra los nombres de todos aquellos que se pongan de pie en la ausencia del profesor. Pero para lograr su cometido, Telma debió dejar atrás las opiniones que se había formado sobre Eugenio, y decirle al hombre todo lo que él quería escuchar. El ingeniero mordió el cebo, se dejó cautivar por los halagos y cumplidos y terminó aceptando el título de jefe de departamento de calidad.

No hubo ceremonia de bienvenida. No se detuvieron las actividades del área para convocar a los empleados para que degustaran juntos una pizza de mala calidad y un refresco barato. En vez de eso se actuó con suma cautela, casi como si se estuviese haciendo algo ilegal. Los jefes no querían que los empleados comenzaran a conversar entre ellos sobre la ineptitud de Telma, y ni todos los esfuerzos por esconder la penosa verdad debajo del tapete pudieron contra la rápida propagación de un chisme. Pronto todos conocían la historia de esa mujer que había caído en una espiral de caos dentro de su vida, sin poder hacer nada al respecto. Fue tan escandaloso como la caída del imperio romano, llevando también a una edad oscura después de esos días de gloria que ya no volverían. El departamento de gestión de calidad se encaminó a una nueva era de medidas estrictas, juntas recurrentes y discursos sobre la superación personal. En una ocasión, Eugenio hizo que los empleados vieran con él un video durante una junta. El video en cuestión era una charla que estaba siendo impartida por un tal Carlos Kasuga, un mexicano de origen japonés que no dejaba de comparar al país del sol naciente con la tierra del taco, romantizando la precisión y disciplina que los nipones guardaban celosamente para cada una de las labores del día. Al final del video, Eugenio entregó una hoja con algunas preguntas impresas a los asistentes a la junta y les pidió que contestaran de acuerdo a lo que habían entendido en el video. Era adoctrinamiento puro y duro que no buscaba ocultarse detrás de una fachada de recursos humanos.

Telma, como cualquier otro subordinado de Eugenio, respondió el cuestionario sin ganas, deseando estar en otro lugar. Los empleados de vez en cuando veían el rostro de la ex jefa, como si le culparan por estar bajo el nuevo régimen del terror de Eugenio. Fausto le observaba más bien como rogando por ayuda, sin haber entendido nada del video que el nuevo regente les había mostrado.

Bajo la era de Eugenio, más fantasmas se unieron a la fuerza laboral de Phasmatec, haciendo compañía a Valerya. No sólo operaban en el área de calidad, sino que los difuntos estaban a cargo de maquinaria peligrosa que muy a menudo solía causar accidentes. Fausto recordaba aún el día que observó a los paramédicos sacar en una camilla a un hombre que chillaba de dolor por haber perdido la mano entera. Una vista tan grotesca y sanguinaria que hizo que Fausto terminase en la enfermería de la compañía, en donde Martita le visitó para rogarle que no hablara de lo que vio con nadie; dentro o fuera de la empresa. Sabiendo que un fantasma no podía herirse, el chico aceptó de inmediato a entrenar a los espectros en sus respectivas labores. Telma tuvo un poco más de tiempo libre en su nuevo puesto, tomándose incluso la molestia de intentar comunicarse con el fantasma de la niña soviética. Usando la ouija y en ocasiones una aplicación de teléfono celular para psicofonías, la ex jefa de calidad platicaba con el espectro, recordando esa sensación de asombro por lo paranormal que le invadía cuando era más joven. ¿En qué momento lo paranormal se había vuelto tan normal? ¿No era acaso más divertido cuando los fantasmas se veían como algo muy lejano?

Eugenio procuraba que Telma estuviese a su lado casi todo el tiempo, celoso de todos los hombres del área. Sabía muy bien que uno de los hombres del lugar estaba saliendo con Telma, y para evitar que la ex jefa se distrajera mucho más, buscó que las actividades de ésta estuviesen estrechamente ligadas a las de él. Eugenio disfrutaba de la presencia de esa mujer a la que consideraba su mentora. Amaba el olor al perfume de Telma, así como su voz algo rasposa por el hábito de fumar. Si pudiese se hubiera acercado al cabello de su subordinada, tomando un mechón entre sus dedos para olfatear la esencia que de las fibras capilares emanaba. Ansiaba marcar a Telma como su propiedad, para que ese novio misterioso de la mujer dejase de ser una mala influencia. Eugenio pensó de nuevo en Fausto y en lo sospechoso que él era al estar cerca de la mujer a la que él deseaba. ¿Podía ser ese escuincle afeminado ser la razón por la cual Telma estaba perdiendo la razón? Fausto había mentido sobre su sexualidad, pero aún así el ingeniero tenía sus dudas. Eugenio guardó la compostura: nada de acoso laboral y nada de despidos injustificados.

El tiempo de Telma como jefa había llegado a su fin y de esa forma podría haber terminado el martirio de esta mujer. Haciéndose cargo únicamente de responsabilidades delegadas, haciendo algo de papeleo ocasional y saliendo un poco más temprano del trabajo. Era verdad que el sueldo de la mujer era menor y que ya no alcanzaba para seguir pagando la renta del sitio en donde vivía. Ya no podía mantener un auto y tomaba el transporte público. Pero ahí estaba Fausto para apoyarle y si algo sabía el chico era que su familia apoyaría a una mujer que lo necesitara. Las mujeres en la casa del chico practicaban la sororidad sin siquiera conocer el término. La vida diaria les había enseñado a reconocer el peligro en la vida de otras mujeres. Por eso, cuando Fausto contó la situación de Telma durante la cena, la hermana mayor del muchacho propuso algo que para él fue el plan más descabellado de la historia.

—Dejemos que ella se quede aquí en lo que encuentra un hogar más barato. Supongo que tendrán que regresarle el depósito de la renta y con eso podrá irse acomodando.

—¿Telma aquí?—casi se atraganta Fausto con el bocado de comida que se estaba llevando a la boca.

—Siempre hay lugar para otra mujer en esta casa. Para otro hombre no lo hay, tú serás siempre el único.

Las pertenencias de Telma no eran la gran cosa y durante la mudanza quedó comprobado. Eran en su mayoría películas en formato VHS y DVD, a manera de colección. Los muebles quedaron arrumbados en un cuarto debajo de las escaleras que no se utilizaba en casa de Fausto y se acomodó a la mujer en la habitación de su novio. Al principio la abuela se opuso a que los dos compartieran habitación, pues no estaban más que unidos en "amasiato". Pero la hermana mayor y la tía del muchacho insistieron en que las demás habitaciones estaban ya atiborradas de objetos y que el único con habitación era Fausto. La cama del chico, con un colchó individual cubierto por un edredón de superman quedó como la cama de Telma y el muchacho pasó a dormir a una colchoneta.

La primera noche que tuvieron que dormir el uno al lado del otro no pudieron descansar correctamente. Telma terminó sintiéndose sola en su colchón y deslizándose tan lento como un glaciar llegó a la colchoneta para hacerle compañía a Fausto. Le rodeó con sus brazos desde atrás y le abrazó con fuerza. La emoción derivada de compartir la habitación les privó del sueño y se quedaron fundidos en un abrazo que duró toda la noche.

Así fue como Telma terminó como estaba en un principio: sin casa, sin auto, siendo tan sólo una subordinada. Pero la situación era diferente, pues Fausto era una variante nueva en el juego de la vida. Al lado de él sentía que no todo estaba perdido. Asistiendo a terapia descubría el origen de sus problemas y trabajaba en ellos. Su empleo ya no era tan agotador y podía disfrutar un poco más de los pequeños detalles en su vida. La familia de Fausto le estimaba y procuraba que ella estuviese bien en todo momento. Cenar entre risas y anécdotas era algo que no había hecho en años. Era como si la familia del chico viviese en Navidad todos los días. Además, platicar con Valerya era la motivación para seguir explorando el mundo paranormal y maravillarse de lo que los muertos tenían que decir. Todo pudo haber sido perfecto; todo pudo haber encajado como un rompecabezas al que no la falta ninguna pieza. Pero la vida siempre hace lo mismo: ataca cuando las cosas se sienten en su sitio. 

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