Capítulo 5/ Parte 2: Miedo a no ser suficiente
El fin de semana llegó y Fausto encaminó sus pasos hacia la casa de los padres de Telma. Ya que no sabía moverse a través de la ciudad, utilizó un servicio con el cual pidió que un auto lo llevase hasta allá, siendo el medio de contacto entre él y el conductor una aplicación de teléfono celular. Nada más entrar a la casa, el ambiente ya era cortante e incómodo. El padre de Telma estaba sentado en el mismo sillón de siempre en la sala, observando la televisión con desinterés. Victoria, la hermana de Telma, se hallaba junto a su padre; ella con los ojos en el celular tras haberle abierto la puerta al joven. Fausto saludó con toda educación, tal y como su madre le había enseñado hace ya varios años atrás. Estuvo a punto de equivocarse al intentar saludar de beso al señor, pues el chico estaba acostumbrado a saludar más mujeres que hombres. Una contestación seca vino de parte del padre de Telma, quien luchaba contra sí mismo para evitar decir lo que realmente pensaba.
Victoria mostró a Fausto el camino hasta las escaleras que llevaban a la habitación en donde se hallaba Telma. Habían transcurrido algunos cuantos días desde el accidente y la mujer tenía algo más de movilidad, siendo el cuello y la espalda baja los puntos más lastimados y que debían de estar en casi absoluto reposo. Fausto entró tímidamente a la habitación, la cual era el cuarto en el que Telma había pasado tantos años al lado de su familia. Su madre no había cambiado nada allí, dejando todo como la jefa lo había dejado el día en que se independizó. Paredes de color rosa y un poster de una boy band desintegrada hace años eran visibles aún en el presente. Telma estaba acostada sobre la cama, usando un cómodo chándal. Las almohadas de la cama estaban acomodadas de forma que fuese posible para la mujer estar recostada para ver la televisión. Telma había pasado una buena parte de sus días incapacitada viendo películas que tenía pendientes en su lista.
—¿Qué película es?—preguntó Fausto aún de pie junto a la cama, con la mirada fija en la pantalla, donde se mostraba una película en blanco y negro.
—Dr. Strangelove—dijo ella—un clásico, ¿la has visto?
A Fausto no le sonó de nada la película.
—Ya casi termina, así que llegas a tiempo para que ponga otra y la veamos juntos. ¿Te parece?
Fausto no tenía tema de conversación que no fuese sobre el trabajo, el cual le consumía gran parte de su tiempo. El chico ya había llegado a esa etapa en donde la mayoría de los sueños son relacionados con el trabajo, pues al tener un trabajo que de cierta forma era mecánico y repetitivo, el cerebro de Fausto se había acostumbrado a trabajar. Estar descansando era extraño y se sentía de cierta forma prohibido.
—No hables del trabajo—dijo Telma—ahorita para Phasmatec estoy muerta, ojalá sea así por mucho tiempo.
—Perdón.
—Mejor hablemos de lo que nos gusta. Como puedes ver, yo amo las películas. No cualquiera, eso sí. Debe ser un filme con sustancia y valor narrativo, con gran impacto en la manera en que directores posteriores harían su trabajo. Me gusta distinguir las firmas de distintos directores en el cine y sobre todo, conocer películas que fueron hechas en otros países. Por culpa de Estados Unidos consumimos puro filme gringo; pero existen allá afuera muchas propuestas interesantes.
—¿Cómo el cine francés?—preguntó Fausto, sentándose tímidamente junto a ella.
—Todo el mundo piensa en Francia cuando se menciona el cine internacional, pero existen otras cosas interesantes en otros lados. Por ejemplo, Corea y Japón son lugares interesantes para hallar películas de calidad.
Telma empezó una plática extendida sobre ciertos directores de cine, los géneros que más le gustaba ver, películas que ella consideraba sobrevaloradas y muchas otras cosas que Fausto no entendía del todo. El chico no había visto a la mujer tan emocionada antes, compartiendo lo que realmente le apasionaba. No se veía de esa forma cuando daba órdenes en el trabajo, o cuando estaba frente a su ordenador. Fausto pensó que si Telma pudiese encontrar un empleo relacionado con las películas, entonces su actitud hacia la vida podría cambiar. Para él no era secreto que la mujer ya no soportaba su empleo desde hacía ya un buen tiempo. Se le notaba cada vez más desganada, regañando a Fausto cada vez que éste hablaba sobre algo relacionado al mundo laboral. Así, las películas eran escapismo puro para la mujer, quien ansiaba dejar detrás el tiempo que perdía dentro de Phasmatec.
—¿Alguna vez soñaste con hacer una película?—preguntó el muchacho.
—¿Ser director de cine en México? ¿Bromeas? Jamás, en este país sólo se hacen comedias románticas con Omar Chaparro y Martha Higareda. Y cuando sale algo que intenta ser revolucionario, es un bodrio como Nuevo Orden. ¿Dónde quedaron las propuestas como las de Luis Estrada? Incluso en la escena del cine experimental nos quedamos detrás, pues ya no hay películas como La Montaña Sagrada.
Fausto no conocía ninguna de las películas que la mujer mencionaba, identificando sólo el nombre de un actor mexicano.
—Claro que lo soñé—dijo Telma—siempre me emocionó la idea de poder escribir el guion de una película en donde hubieran ángeles, demonios y cosas sobrenaturales. A los ángeles casi nunca los representan en las películas como realmente son, y los demonios son retratados muchas veces como los malos, pero no es así. Cuando conocí a uno, resultó ser una buena persona.
—¿Conociste a uno?—se sobresaltó el muchacho.
—El CEO de Salem Technologies, ya sabes, la empresa a la que pertenece Phasmatec. Es un demonio ya muy viejo, pero amable. Esas criaturas son buenísimas para los negocios, se les da de manera natural.
—¿Y cómo se veía?
—Pues como todos los demonios: pelirrojo, ojos azules, alto. Tenía dientes afilados, como si cada uno de ellos fuesen colmillos. Y era bastante apuesto; recuerdo a las mujeres que estaban en el evento, no podían dejar de verlo y suspirar. Supongo te ocurriría lo mismo si vieses uno, quizás esos que toman forma de mujer.
Telma sostuvo al chico del brazo y le dio un fuerte jalón, haciendo que él se desplomara sobre la cama. Ambos estaban acostados el uno al lado del otro. El muchacho estaba algo nervioso al estar en esa posición, sintiendo como los brazos de la mujer le rodeaban con dulzura, como si ella estuviese sosteniendo a un bebé. No dijo palabra alguna y le sostuvo de esa forma, acurrucándose el chico sobre ella y dejando que la sensación de calor agradable le invadiera. Estaba algo nervioso y no podía regular su respiración como siempre lo hacía. Telma se percató de esto y le abrazó con más fuerza, llevando la cabeza de Fausto hacia su pecho y guardándolo allí como si esa zona fuese un refugio contra el mundo exterior. El chico se puso nervioso y ya no había manera de aparentar lo contrario, pues su rostro colorado y su expresión de miedo podrían haber sido visibles a kilómetros. Le aterraba la idea de que el padre de Telma les encontrara de esa forma, pues la puerta de la habitación estaba abierta. Respecto a Victoria, Fausto creyó que quizás con ella sería posible negociar a cambio de su silencio. El muchacho intentó decir algo a su novia, pero ella le calló con un beso en la boca; uno que resultó mucho más intenso de lo que él se esperaba.
El miedo le consumía, haciendo que su corazón latiese tan rápido que Fausto sentía que se le saldría del pecho. Luchó contra la sensación, concentrándose en el beso que recibía. Abrió uno de sus ojos para revisar el área y asegurarse de que ningún familiar de Telma estaba acechando en el umbral de la puerta. Podía oírse al fondo la televisión, con un partido de futbol transmitiéndose en pantalla. A lo lejos, Victoria jugaba algunos videojuegos encerrada en su habitación, siendo audibles los disparos de ese juego de guerra que a ella tanto le encantaba. La madre de Telma de seguro estaría encerrada en su habitación mientras durase la visita de Fausto, debido a su miedo de contagiarse al entrar en contacto con un desconocido. Para Fausto se hizo evidente entonces que Telma tenía la situación controlada, aunque no sentía la suficiente confianza para dejarse llevar por la situación. Ella le sujetaba con fuerza y lo llevaba contra su cuerpo, haciendo imposible el escape.
—Telma, tu papá podría...
Una lengua le impidió continuar con sus quejas. Fue inútil resistirse. Fausto sintió algo que nunca antes había experimentado, como una quemazón interna que le agobió al principio, pero que poco a poco le nublaba el juicio. Comenzó a sentirse avergonzado de su propia entrepierna, tratando de evitar acercarse al cuerpo de su novia en cuanto le fuese posible. Ya no tenía intenciones de pedirle que se detuviera. Los besos de Telma eran cada vez más invasivos y en vez de ser un beso largo e ininterrumpido, sus labios ahora daban besos cortos que apretaban los labios de ambos, casi sin tiempo para respirar entre beso y beso. Fausto apretó los ojos, como si el no ver el umbral de la puerta hiciese que éste no existiera, dejando el peligro detrás.
Fausto terminó por posar su mano sobre la mejilla de la mujer, acariciándola con delicadeza. Los dedos de su otra mano jugaban con el cabello de Telma, alejándolo de vez en cuando para que no interviniera entre la boca de ambos. La respiración de ella era pesada y agitada, no dando tiempo al descanso. Ambos abrieron los ojos al mismo tiempo, encontrando Fausto delante suyo una mirada que jamás había contemplado, como si los ojos de Telma no estuviesen del todo abiertos pero aun así fuesen directos. Las pupilas clavadas sobre la tez morena de Fausto, recorriendo visualmente desde la nariz hasta los labios, como si ella deseara jamás apartarse de ellos. El muchacho nunca había sido visto de esa forma por una mujer y aun así entendía lo que esa mirada significaba: Telma había perdido el control de sí misma hace ya un rato. Ella acercó su boca a la oreja del chico y mordió con suavidad el borde, causando una sensación de escalofríos en él, que fue desde la nuca hasta la espalda baja en cuestión de segundos.
Era una sensación agradable, pero todo en ella se sentía prohibido. Fausto recordó en ese momento a los hombres del almacén de Phasmatec, quienes hablaban sobre Telma muy a menudo. Los almacenistas usaban palabras demasiado gráficas para describir lo que sus cuerpos deseaban hacer con la mujer. Se imaginó entonces a la mujer haciendo una de esas cosas con él, totalmente dispuesta a continuar hasta el final. La idea le pareció agradable a Fausto, hasta que tuvo que detenerse a sí mismo. ¿Qué le hacía diferente a él de esos almacenistas? ¿No desear ese tipo de cosas le hacía igual a ellos? Sintió asco de sí mismo y del deseo que experimentaba en ese momento. Se forzó para apagar la llama que se había encendido dentro de él, pero parecía que Telma detectaba aquello, esforzándose para mantenerla encendida. Era casi como si la vida de la mujer dependiese de esa fogata, a la que debía de mantener con brasas rojas y ardientes a toda costa. Los besos se hicieron más interesantes, encontrándose la lengua de él con la de ella. ¿Aquello era normal? Fausto no tenía ni idea, y el sólo analizar la situación le hacía temblar. Algo parecido a un calambre en sus muslos apareció, haciendo que sintiera sus piernas mucho más ligeras. Era imposible que su cuerpo no dejara al descubierto lo que deseaba, avergonzando a Fausto. Se sintió sucio, no muy diferente al resto de los hombres.
Telma se cansó de la poca interacción de Fausto y tomó la mano del chico, llevándola hacia uno de sus pechos. El muchacho se quedó congelado, sintiendo como la mujer casi le exigía que apretara un poco. Él apartó la mano, y como si se tratase de un contrataque por parte de la mujer, Fausto pudo sentir que una de las manos de Telma había invadido su intimidad. El chico se puso de pie de inmediato y parado al lado de la cama, observó a la mujer, aun desconcertado. Ella se notaba también confundida, dándose cuenta después del error que había cometido cuando una lágrima rodó por la mejilla de Fausto.
—¿Qué es lo que tienes?—insistió ella.
—Perdón—dijo él, sin pronunciar otra palabra más.
Telma se disculpó por un periodo de casi cinco minutos, logrando convencerlo para que se sentara de nuevo al lado de ella. Esta vez, estaban apartados por unos centímetros de distancia, algo apenados por sus acciones. A la mujer jamás le había ocurrido algo similar en el pasado. Todos los hombres con los que había llegado a estar involucrada de una forma mucho más íntima habían sido bastante cooperativos. Una vez llegado el momento, ellos tomaban las riendas de la situación sin que ella tuviese que preocuparse de nada. Incluso a veces se había sentido bastante cómoda al seguir las instrucciones de ellos. Pero ahora era diferente y estaba ante una situación que no consideraba común. ¿Un hombre que se negaba al sexo? ¿Podía existir tal cosa?
Decidieron olvidar el asunto y ver una película juntos. Telma decidió que era momento de mostrarle a Fausto uno de los pilares del cine, y con mucha emoción seleccionó la película Citizen Kane. A poco menos de la mitad del filme, Fausto estaba dormido sobre la cama, como si su cuerpo hubiese olvidado toda la tensión a la que fue expuesto hacía un rato atrás. Telma le observó, al principio un poco molesta por quedarse dormido, pero después la ternura fue la emoción que reinó el momento. Más tarde la culpa se hizo presente, pensando Telma lo mucho que se había excedido con el muchacho. Cuando Fausto despertó, Telma le ofreció quedarse a cenar con la familia. Victoria y el padre de la jefa estaban en la mesa del comedor, mientras la madre de Telma había pedido que le llevasen la comida al cuarto.
El padre de Telma sopló al plato de sopa caliente que tenía delante de él, para lanzar una mirada fulminante de inmediato al chico.
—Dime, Fausto—habló el hombre—¿qué puesto tienes en Phasmatec?
—Soy encargado de inspección phasmática.
—Eso significa que eres médium, ¿no es así?
—Exactamente, señor.
—Y si no me equivoco, eres parte del departamento de calidad, del cual mi hija es jefa. ¿No sientes un poco de vergüenza al saber que ella gana más que tú?
Telma dio un largo suspiro, lista para detener a su padre. Fausto decidió responder con la verdad.
—No veo por qué debería de sentirme de esa manera. Ella es muy buena en su puesto y yo creo que...
—Mírame, Fausto. Mírame a los ojos y contesta mi pregunta. ¿Eres hombre?
La mirada del muchacho fue hasta Telma, como si le rogara por ayuda. Ella se puso de pie con lentitud, sintiendo un leve dolor en la espalda. Victoria regañó a su hermana, rogándole que permaneciera sentada. El padre de Telma repitió su pregunta, mucho más molesto.
—Sí, lo soy—respondió Fausto.
—Pues yo espero un hombre para mi hija. ¿Qué le vas a ofrecer tú? Estás por debajo de ella en la jerarquía y ganas menos que ella. Llegaste en un taxi, no tienes auto propio. ¿Sabes hacer algo, aparte de ver fantasmas? Ese no es un trabajo real.
—Estudié una carrera que me permite...
—Mi hija estudió ingeniería. Yo soy ingeniero también. Mi esposa tiene también una carrera—el padre de Telma giró para ver a su hija menor a los ojos—¿ves a este muchacho? ¿quieres terminar así si estudias brujería?
Victoria negó con la cabeza, algo asustada.
—Ya basta, papá—exigió Telma—yo escogí a Fausto y tendré mis razones. A ti no te importan para nada, no es cosa tuya. Estos días que he estado aquí me he dado cuenta de que no necesito las atenciones de ustedes, y puedo moverme un poco por la casa sin lastimarme. No quiero tener que dar explicaciones a nadie sobre lo que hago y lo que no hago. Yo puedo salir con quien yo quiera y no eres nadie para prohibirlo.
—Los años que he vivido son experiencia, y como padre de familia; como esposo y como hombre, te puedo asegurar que ese muchacho no tiene lo que se necesita para asegurarte tu futuro. Incluso es más joven que tú, ¿lo quieres para divertirte un rato y ya? ¿Qué dirán de ti los hombres al ver que sólo sales para usarlos un rato y ya?
Telma dejó caer su palma sobre la mesa, causando un estruendo. Uno de los vasos s volteó, derramando su contenido sobre el mantel. Fausto dio un pequeño brinco por el susto, poniéndose de pie para evitar que el líquido le mojara al avanzar en dirección suya.
—¿Y quién dice que sólo quiero a Fausto como una diversión pasajera? ¿Acaso lees la mente?
—Imagina que te casas con ese hombre, ¿cómo te va a mantener?
—Quizás yo quiero mantenerlo a él, ¿no?
Fausto y el padre de Telma se vieron los rostros. Ambos estaban sorprendidos; el más viejo al creer que su hija había enloquecido y el más joven por no saber cómo reaccionar ante esa idea. Se imaginó de inmediato usando un mandil y limpiando la casa, cuidando de un bebé. Después Telma entraba por la puerta después de un día de trabajo y él le servía algo de comida caliente. Telma dio la instrucción a Fausto para que usara su teléfono celular y pidiera un transporte para ella y para él. La mujer preparó una maleta con todas sus cosas y Victoria le ayudó a bajarla por las escaleras. El padre no dejó de vociferar por la casa, dando vueltas para intentar convencer a su hija de que se quedase con ellos. En ningún momento buscó disculparse, pues el hombre pensaba que cada una de las palabras que había pronunciado eran en pos del bienestar de su hija. El automóvil llegó por Fausto y por Telma, ayudando el joven a poner la maleta en la cajuela. Ella no dejó de disculparse por la actitud de su padre en todo el trayecto hasta su casa en la colonia Altamira.
Las compañeras de renta de Telma no estaban en casa, como siempre. La abogada de seguro estaba en el juzgado y en cuanto a la diseñadora gráfica, su localización siempre era incierta. Telma pensaba que esta última, Paulina, pasaba un buen rato fuera de casa porque odiaba la soledad y se rodeaba de personas, dibujando en una computadora portátil con pantalla táctil. Muchas veces se le podía encontrar en un sitio conocido como Pasaje Rodríguez, una especie de calle peatonal bajo un techo que conectaba dos de las calles principales del centro de la ciudad, y en donde podían encontrarse varios locales con temática cultural. Fausto pasaba algo de tiempo en ese lugar ya que gustaba de los cómics y podía encontrar varios ejemplares interesantes en un negocio del Pasaje. Cuando el chico entró a la casa de Telma y observó la computadora de Paulina, reconoció los dibujos a lápiz que estaban sobre el escritorio.
—¿Te gustan?—preguntó Telma—los hizo mi roomie.
—¿Vives con Super Magenta Draws?—exclamó sorprendido el muchacho.
Telma no entendía la razón por la cual Fausto se mostraba tan emocionado. El muchacho explicó que Paulina usaba el nombre Super Magenta Draws en internet y que era bastante famosa con sus ilustraciones, así como un cómic en internet que actualizaba cada cierto tiempo. Fausto la admiraba bastante y de vez en cuando la vio en uno de los cafés del Pasaje Rodríguez, dibujando en su computadora. Telma no tenía idea siquiera del impacto de Paulina en las redes sociales, cosa que sirvió como tema de conversación para evitar recordar lo que había ocurrido en la tarde. La noche cayó y Fausto recibió una llamada de su madre, quien le preguntó por su ubicación y a qué hora llegaría. A pesar del bochornoso episodio que había tenido con Telma, se sentía en seguridad en ese momento. De seguro no tardarían en llagar las roomies y la posible tensión por estar solos se iría.
Telma pidió hablar con la madre de Fausto y le aseguró que su hijo estaba bien, proponiendo que el chico se quedase a dormir en aquel sitio para que nada le pasara. La madre se mostró algo renuente al principio, fingiendo que no deseaba importunarla. Telma insistió y al final la madre aceptó, pidiendo hablar con su hijo. Fausto tomó el teléfono, sólo para escuchar los regaños de su preocupada progenitora.
—¿Estás saliendo con esa mujer, verdad?
—Sí—respondió él algo desganado y en una voz muy baja.
—¡Ya sabía yo que esa mujer no tenía buenas intenciones contigo! ¡Pero ya eres un adulto, ya sabes lo que haces! ¿Por lo menos llevaste condones?
Fausto se acercó el teléfono a la oreja lo más que pudo, sintiendo la paranoia de que el sonido escapara de la bocina y fuese escuchado por Telma. Después de convencer a su madre de que todo estaría bien, colgó la llamada. Fausto se halló con Telma en la sala, quien ya tenía una botella de tequila sobre la mesa de la sala y bebía algunos shots. El chico se negó a tomar alcohol y terminó con un vaso de jugo de manzana en la mano, haciéndole compañía a su novia. Ella comenzó a despotricar sobre su familia y lo mucho que odiaba cuando su padre intentaba meterse en su vida. Después platicó con Fausto sobre su madre hipocondriaca y la tristeza que ésta le inspiraba cada vez que iba a visitarla. Le comentó sobre un plan para ayudar a Victoria una vez cumpliera dieciocho, sacándole de ese lugar para llevarle a vivir con ella.
—Perdón que tuvieses que escuchar las cosas que dijo mi padre sobre ti. Sigue pensando que los hombres deben de ser proveedores económicos y toda esa clase de cosas. Le agradezco todo lo que hizo por mí, pero preferiría que dijera que lo hizo por amor y no por cumplir con su "deber como hombre".
—En parte tiene razón, no soy lo suficientemente hombre—dijo Fausto muy serio—no soy fuerte y soy muy femenino. Eso está mal, ¿no es así?
—Obvio que no—dijo ella, bebiendo otro shot—la razón por la cual salgo contigo es porque eres diferente a los demás. Y diferente no es sinónimo de problemas. Creo que eres especial precisamente porque estás en contacto con tu lado femenino.
—Pero es que yo...ni siquiera pude tocarte como tú querías. Tengo algo de miedo.
Telma ya había bebido algunos tragos y estaba un poco más desinhibida, por lo que era capaz de hablar de forma más abierta sobre el tema.
—¿A qué le tienes miedo?
—A no ser suficiente para ti. Nunca he estado con alguien de esa forma y no sé qué es lo que debe hacerse. De seguro que te decepcionaré y querrás ir a buscar a otra persona después de eso. No sólo tu padre, muchas otras personas me han dicho antes que no soy lo suficientemente hombre. He recibido palizas en el pasado por lo mismo y he sufrido bastante. No sé siquiera si quiero tocarte, porque jamás imaginé que alguna mujer quisiera hacer eso conmigo.
—¿Entonces no quieres hacer nada? Puedo respetar tu decisión si es que no quieres.
Fausto se tomó el tiempo para ver a la mujer que estaba delante de él. Era hermosa, con un cuerpo que le hacía sentir emociones nuevas al joven muchacho. Era agradable, interesante y responsable. Telma era alguien en quien podía confiar. Sabía que en el noviazgo, el sexo es algo frecuente y a veces necesario en ciertas dinámicas de pareja. Prefería ignorar el hecho porque era más fácil omitirlo de la ecuación y así ahorrarse el caminar entre las dicotomías de su ser. Fausto sabía que no era una persona asexual, pues de vez en cuando sentía algunas urgencias que consideraba normales, aunque vergonzosas. Mentiría si dijera que Telma no le despertaba esas mismas urgencias. Una idea que venía rondando la mente del chico desde hacía un rato era que si algún día él iba a tener sexo, ¿qué mejor persona que Telma para iniciar esa travesía al mundo adulto? Cualquier otra mujer se burlaría de él y le dejaría al instante en que las cosas salieran mal. Telma por el contrario le explicaría lo que debía de hacer y le guiaría en todo el proceso, con ese semblante calmado que usaba para explicar cosas en el trabajo.
—Sí quiero hacerlo—afirmó él—pero no puedo hacerlo. No puedo imaginarme frente a ti sin la ropa puesta. No entra en mi mente esa imagen, porque es una imagen que me da asco. No por ti, sino por mí. Odio lo que soy, siento vergüenza de mostrarte este cuerpo delicado y que no es como debería ser el de un hombre. Tengo la certeza de que si estuviésemos juntos de esa forma, yo lo arruinaría. Y aunque sé que eres paciente, tengo miedo de perderte por eso. Perdón, no creo estar listo para dejar que toques mi cuerpo.
Telma estaba cabizbaja, pues tenía que admitir que escuchar aquellas palabras le desanimaba un poco. Después de todo, ella tenía ciertas urgencias que comenzaban a causarle disgustos cuando no podían ser complacidas. Ya había oído antes de la boca de un hombre decir que ella era demasiado rápida en esas cuestiones, estando lista mucho antes que la mayoría de las mujeres. A ella no le había disgustado la idea de ir directo a lo que deseaba, pues consideraba que su cuerpo merecía ser atendido como debía. Pero había un problema: Fausto no era tan rápido, distando mucho de lo que ella sabía sobre los hombres.
—Entiendo—dijo Telma—no te tocaré hasta que estés listo.
Fausto ignoró el vaso de jugo de manzana que tenía a un lado y se sirvió un shot de tequila ante el asombro de Telma, quien le animó a beberlo de un solo trago. El muchacho hizo una mueca bastante graciosa, tosiendo después de pasar el líquido por su garganta. Telma se sirvió en su vaso y el muchacho la imitó, bebiendo más tequila.
—Telma—dijo él, con la garganta reseca—no me siento listo para que me toques, pero hay algo que tengo que pedirte. Puede sonar un poco incongruente.
La mujer rellenó el vasito de Fausto y él bebió de un solo trago. Deseaba con ansias que el alcohol hiciera efecto en él y que le fuera más fácil decir las cosas, pues había oído que esa sustancia podía hacer que la persona más seria se transformara en un buen orador. Telma estaba un poco preocupada por la velocidad a la que Fausto bebía, pero al estar ambos en un lugar seguro ella lo dejó seguir.
—Te escucho, amor—dijo ella—no hay nada que digas que me parezca tonto.
—Yo no quiero que me toques, pero quiero tocarte.
El silencio se hizo sentir en la habitación. Para romper el hielo entre los dos, Telma bebió más alcohol y dejó caer el vaso sobre la mesa con fuerza.
—Escucha—insistió Fausto—yo no soy suficiente para ti, pero tú ya eres suficiente para mí. ¿Me dejas hacerlo?
Telma asintió y el muchacho se acercó a ella, que estaba sentada sobre el sofá de la sala. Gracias al alcohol tuvo la fuerza de voluntad necesaria para posa su mano sobre el área del pecho de Telma, sintiendo de nuevo esa parte del cuerpo de su compañera, dejándose llevar por el momento y palpando por encima de la ropa con torpeza y timidez. Telma cerró los ojos, dejando que Fausto siguiera a su propio ritmo, sin interrumpirle y sin darle ninguna indicación. Para Fausto, la acción era en sí hermosa y terriblemente horrible. Había ansiado estar así de cerca de una mujer alguna vez en su vida, pero a la vez se consideró tan vulgar como los almacenistas que hablaban sobre Telma como objeto de deseo.
—Toca lo que quieras—dijo Telma con los ojos cerrados, algo nerviosa y con el corazón latiéndole a toda velocidad.
¿Qué era esa sensación? Telma se preguntaba a sí misma por sus sentimientos, los cuales eran algo confusos. Era una sensación casi virginal, como si no hubiese tenido relaciones íntimas con nadie en el pasado. Había sido tan audaz con ciertas ex parejas como para ir directo a la acción sin pasar siquiera por un juego previo y ahora, estando con Fausto, todo era diferente. Telma pensó que era como si fuese una adolescente de nuevo, saliendo a escondidas de su padre con un novio, escondidos en los últimos asientos de una sala de cine y experimentando por primera vez el roce entre dos cuerpos.
Cuando Fausto hacía una pregunta, ella la respondía con brevedad para no ponerle más nervioso. Cuando él intentaba remover una prenda, ella le apoyaba y lo hacía por él. No corrigió el camino que los dedos del muchacho siguieron y le dejó andar con libertad por todos los sitios. Esto trajo como consecuencia algunos roces algo imprudentes y bruscos, a los cuales Telma no pudo hacer más que emitir un pequeño quejido que intentó callar.
—Perdón—dijo él, apartando un poco su mano.
—Es un sitio sensible—dijo ella con toda tranquilidad, como si fuese a explicar la anatomía humana desde la posición de una profesora—además está algo seco.
Aquella jornada no complació a Telma como era debido y ni de lejos le había estremecido como algunas personas lo habían hecho antes. Pero la carga emocional del momento era tan grande y abrumadora, que la mujer no pudo evitar que unas cuantas lágrimas se escaparan de sus ojos. El muchacho se detuvo, pensando que algo estaba haciendo mal.
—No te preocupes—aseguró Telma—es sólo que, me alegra mucho que estés aquí. Haces que mi mundo no sea tan frío y tan cruel. Te lo agradezco.
Fausto fue quien se acercó primero al rostro de ella y le plantó un beso, sorprendiéndola. La noche siguió entre tragos y caricias suaves, hasta que el sueño comenzó a apoderarse de ambos y Telma se colocó de nuevo las prendas que Fausto había removido. Ambos quedaron dormidos el uno al lado del otro sobre el sofá, con la cabeza de Fausto recostada sobre el hombro de su novia. Cuando la luz del sol estaba a pocas horas de aparecer, se escuchó el ruido de unas llaves haciendo girar el picaporte de la puerta. Las compañeras de renta de Telma entraron a la casa sólo para toparse con la escena de ambos dormitando juntos. Las mujeres sonrieron y Paulina fue hasta la habitación de Telma para tomar una cobija y colocarla sobre la pareja, asegurándose de que no pasaran frío.
—Eso será suficiente—exclamó Paulina, apagando la luz de la sala.
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