Capítulo 4/ Parte 3: Mucha gente frustrada

La última pegunta de Eugenio dejó a Telma bastante pensativa. Cuando la jefa lo pensaba más a fondo, ella sabía exactamente su función en Phasmatec, tratando de mantener un balance entre sus propios intereses y los de la compañía. Pero si la pregunta se formulaba de una forma similar a los planteamientos de Eugenio; ¿qué significaba Phasmatec para Telma? La respuesta sería obvia para la mayoría de las personas, quienes abrirían la boca sin pensarlo para responder que la compañía representaba su trabajo. La mujer, sin embargo, iba mucho más allá de ese razonamiento y navegaba entre un río de pensamiento turbulento que muy pocos se atreven a navegar. Cuando los valientes suben a esa barca lo hacen como curiosos y descienden de ella como pesimistas. Muchos de ellos deciden que no vale la pena la carrera de ratas en la que se hallan, transformando sus vidas en algo distinto. Muchos de ellos se transforman en emprendedores si es que tienen los medios, y un puñado más grande entra en depresión. ¿Cuántos hombres no habían puesto el cañón de un arma en su paladar al descubrir lo que el trabajo representaba en sus vidas?

Telma puso delante de ella una hoja de papel en el escritorio, escribiendo las horas del día. Veinticuatro casillas en blanco con su hora escrita al lado. En el espacio vacío escribió lo que era más importante para ella durante esa hora, coronando al asunto que más ocupaba su mente en el día. Era el trabajo, no había lugar para la duda. Fausto era apenas una pequeña porción de su día, sus amigas otra aún más pequeña. Cuando condujo de regreso a casa, pensó que la mayoría de las personas que veía en el trayecto estaban en su trabajo, y que el exterior que ella idealizaba como la libertad no era más que un enorme y vasto sitio laboral. Pensó en lo mucho que extrañaba el sol sobre su cabeza, al cual sólo podía ver durante los fines de semana. Se percató de que muchas personas en el mundo trabajaban bajo el sol y que probablemente su idea de descanso era estar entre cuatro paredes y bajo un techo. La calle sobre la que corría algo de agua por la lluvia moderada sirvió como una perfecta analogía sobre su río del pensamiento. Avanzó con miedo, aferrándose al volante y pensativa sobre lo que podría hallarse más adelante.

El trabajo era su vida. Lo que se hacía fuera del trabajo era sólo una excusa para que ella repusiera energías y así pudiese trabajar al día siguiente. Los fines de semana eran el queso al final de la carrera de ratas, recompensándole por su esfuerzo. ¿Qué era lo que había en esa meta? Descanso, diversión y esparcimiento. ¿Por qué había tan poco de ello? ¿Sucedería algo malo si hubiese más ratos libres en su vida? Telma terminó en la casa de sus padres, llevando una de las medicinas de su madre que compró de camino. Su padre se hallaba frente al televisor, como siempre lo hacía. A su edad aún trabajaba, pero ya no lo hacía como ingeniero. El hombre era profesor en una universidad y gracias a su trabajo de planta era que podía recibir una pensión. Su esposa también recibía una, pero era mucho menor a la suya. Las cosas que Telma compraba para ellos les ayudaban a mantener una calidad de vida algo decente en el otoño de sus caminos. La hija se atrevió a abrir sus pensamientos a su padre, alguien que de seguro habría pasado por el mismo sitio en el que ella se encontraba ahora. Quizás el hombre se hizo la misma pregunta y tuvo que navegar por el río truculento hasta dar con la respuesta. También se hallaba la posibilidad de que jamás hubiese abordado la barca y que se mantuviese ignorante durante todos esos años, resistiendo como si fuese un simple animal de carga que jamás se queja de los trabajos pesados. Si ese era el caso, entonces Telma deseaba saber si estaba a punto de bajar de la barca para transformarse en alguien que no entendiese nada y que se dejara llevar por la corriente.

—¿Nunca sentiste que malgastaste tu vida trabajando?—preguntó ella durante los comerciales, sentada al lado de su padre en el sofá.

—Si no trabajas, no comes. Es así de simple, no hay mucha ciencia. ¿Qué iba a hacer? Tenía que mantener a dos niñas y a mi esposa. Si aún trabajo es para pagar los estudios de tu hermana. Una vez ella tenga la edad para trabajar y pagarse la universidad, lo hará.

—No pregunté si dejaste de trabajar, sólo pregunté si pensaste que había algo más fuera del trabajo y la rutina.

—Ustedes, eso tengo. Si te sientes de esa forma es porque has sido una necia que insiste en no casarse ni tener hijos. Podrías estar en casa cuidando de un niño mientras tu esposo resiste los golpes más duros por ti. Y sé que me vas a decir que eso es machista, pero ustedes las mujeres no pueden ver que los hombres hacemos un acto de amor cada vez que salimos de casa a trabajar. Las protegemos a ustedes de una vida como la que llevas ahora mismo. Trabajamos duro y resistimos los golpes de esta vida por ustedes. Pagamos las cuentas, recibimos los regaños de los jefes y traemos lo necesario para que vivan bien. ¿No hay acto de amor más grande que renunciar a la tranquilidad para ir a trabajar todos los días?

Telma negó con la cabeza, suspirando algo molesta al saber que obtendría esa clase de respuesta. De seguro que cuando su padre se montó sobre la barca en el rio truculento no sintió dentro de sí un espíritu aventurero. Lo vio como una obligación y no como una forma de conocerse a sí mismo. Se sintió un balsero en un día de trabajo normal, cumpliendo con las labores de su jornada. Descendió de la barca mucho más rígido de lo que subió a ella, como un soldado listo para marchar una larga caminata.

—Te advertí de esto—murmuró el hombre—deberías de llevar una vida que sea...¿cómo decirlo? Mucho más de mujer. ¿Entiendes?

Telma dejó el lugar tras haber permanecido en silencio durante un largo rato, dejando detrás su idea de comprobar si su hermana se hallaba aún despierta para pasar a saludar. Condujo bajo la suave lluvia de la medianoche, aparcando en la entrada de la casa que rentaba con sus amigas. Entró caminando sobre las puntas de sus pies para no despertar a nadie. Se dio cuenta de que una de sus amigas aún estaba despierta, frente a una computadora de escritorio que se hallaba cerca de la ventana. Era Paulina, una chica que trabajaba como diseñadora gráfica por su cuenta y sin estar bajo el contrato de ninguna compañía. Sus trabajos llegaban por medio de recomendaciones, cobrando lo que ella creía era el valor de su trabajo. No tenía un horario fijo y ella misma debía de encargarse de muchos de los asuntos de contabilidad de su persona, reportando a Hacienda sus impuestos. La mayoría del tiempo era ella quien debía de buscar el trabajo, enviando correos a diferentes compañías para ofrecer sus servicios. Muy pocas veces le contactaban de regreso, teniendo que esperar a que le llamasen los mismos contactos de siempre que pagaban lo mínimo por los trabajos.

Paulina estaba sentada frente a una tableta digital que su novia le había regalado, tan cara que jamás habría podido pagarla por sí misma. Trazaba sobre la pantalla con una pluma de plástico que respondía con el dispositivo para emular la sensación de dibujar a mano alzada sobre un lienzo. A menudo Paulina debía de realizar ilustraciones para gente en internet que pagaba algo de dinero para ver sus ideas realizadas por la mano de un profesional. Muchos pedían personajes populares en situaciones específicas, mientras varios le buscaban para comisionarle dibujos que rayaban en la pornografía. La chica no parecía tener problema alguno con dibujar toda clase de cosas extrañas, pues a fin de cuentas los dibujos representaban una fuente de ingresos a veces más estable que diseñar logos para compañías o el menú de algún restaurante. Telma tuvo la oportunidad de ver el dibujo de Paulina, el cual hizo sonrojar a la mujer tan pronto como sus ojos se toparon con él.

—Tengo una pregunta para ti—se dispuso Telma a indagar en la vida de Paulina.

—No sé cómo explicar estos dibujos, yo sólo hago lo que me piden. Es como prostituir el talento para dibujar, pero en verdad no me importa mientras me paguen. Así que trataré de explicar lo que quieras aunque sea raro.

—No es una pregunta sobre tus dibujos, es algo sobre lo que piensas de tu trabajo. Tu empleo.

Paulina sonrió como si Telma hubiese dicho algo demasiado divertido. Se giró en su silla de oficina y le miró a los ojos, meneando un poco la cabeza como si estuviese decepcionada muy en el fondo por razones que Telma desconocía.

—¿Cuál trabajo, Telma?—se reía la chica—yo no tengo trabajo como tú. ¿Recuerdas que no tuve encargos durante toda la pandemia? Soy como un...¿cuál era el nombre de esos vaqueros que buscaban delincuentes por dinero?

—¿Caza recompensas?

—Esos. Soy algo así, buscando a quien necesite un dibujo digital. Ya sea un logo para una compañía, el menú digital de un restaurante o porno de Spiderman. Es imposible para mí vivir de esto, si no fuese por Judith y por ti quizás estaría viviendo en la calle.

Telma tomó asiento junto a ella, llevando consigo un par de latas de cerveza del refrigerador. Destapó una y entregó la otra a Paulina, invitándole a descansar un rato. El reloj sobre la pared marcaba la una de la mañana y aunque Telma debía estar despierta a las cinco, se tomaba el tiempo para una charla nocturna con su amiga. La mujer fue directo al grano, ansiosa por hallar la forma en que los demás veían sus empleos.

—Pau, me refiero a la forma de auto empleo que llevas, ¿qué tal funciona?

—Es una mierda—sorbió de su cerveza—si estás pensando en hacer algo similar, debo advertirte de lo terrible que es. Tú sabes que esta semana tendrás una paga asegurada, y que sin importar lo que pase puedes ir al hospital a atenderte. Yo no tengo eso. Si quiero un empleo de ese tipo no puedo conseguir gran cosa con los estudios que tengo. ¿Trabajar en lo que me gusta y no tener estabilidad u odiar mi trabajo pero tener un ingreso asegurado? Todos deben de escoger eso en algún punto de sus vidas. ¿Por qué tienes esos pensamientos?

—Creo que me he equivocado—se terminó el contenido de la lata—mi trabajo no me produce ninguna dicha. Lo que creí que era felicidad cuando trabajaba era sólo orgullo por ser eficaz; eficacia que podría ser usada para algo más.

—Telma, escucha. Déjate de esos pensamientos de chairo. ¿Qué vas a hacer cuando no tengas dinero por andar buscando libertad? Entiende que trabajando por tu cuenta como lo hago yo es difícil, no vengas por este camino. Si crees que tienes un trabajo que no te llena, busca alguna motivación extra. ¿Qué tal el muchacho con el que sales?

Telma no podía soportar ni un minuto más la conversación. Dentro de su mente se había forjado la idea de que su amiga no deseaba que abandonara el trabajo por razones frívolas. Paulina no ganaba lo suficiente y Judith dependía de sus casos como abogada en el bufet jurídico en el que trabajaba, dejando a Telma como la única que sin importar las circunstancias, tendría un ingreso asegurado. Desde hacía ya un tiempo sentía que ella era quien aportaba más a los gastos del hogar, perdonando a sus amigas cada vez que no podían aportar dinero para la renta o el mandado. Telma pagaba por casi todo y era quien menos disfrutaba de la casa o de la comida en el refrigerador, ya que se hallaba casi siempre fuera de casa. Pensó que de seguro esa era la forma en que su padre debió de haberse sentido cuando regresaba de trabajar todos los días, encontrando a su familia viviendo la vida que él no podía tener para sí mismo. Paulina y Judith no serían su familia, pero de cierta forma lo parecían. ¿Era correcto protegerlas de los embistes de una economía que no perdonaba ni un error? Después de todo, ellas ya eran mujeres adultas que bien podrían mantenerse por sí mismas al tener empleos.

Telma deseó buenas noches a su amiga y subió las escaleras a su habitación, llevando otra lata de cerveza consigo misma. Le fue imposible cerrar los ojos durante una hora más, bebiendo y viendo algunos vídeos en su celular, estando bajo las cobijas. Deseó que no fuese tan tarde para poder mandar mensajes a Fausto sin importunarle, recibiendo así alguna de las bien escritas respuestas del chico, quien respetaba todos los signos de puntuación en los mensajes, así como las tildes. A las tres de la mañana Telma dejó atrás toda esperanza de poder dormir y se quedó tendida sobre la cama, con los ojos abiertos y la mirada perdida en el techo. Dos horas después estaba bajando las escaleras de nuevo, preparando un par de sándwiches para irse al trabajo. No se había cambiado la ropa del día anterior y los ojos le ardían, sintiendo que caería al suelo por el cansancio en cualquier momento. Se preparó un café demasiado cargado que dejó la cocina cubierta de la fragancia de la bebida. Avanzó a su auto, dio tres sorbos a la bebida y comenzó a andar por la ciudad. Tuvo que poner mucha atención al camino en cada vuelta y en cada semáforo, pues la poca visibilidad por la lluvia y su cansancio eran una peligrosa combinación.

En su mente repasaba cada una de las responsabilidades que debía de acatar durante el día. Su lista mental incluía muchas actividades que le hacían torcer los labios de tan sólo pensar en ellas. El tema del significado del trabajo en su vida le robaba la atención, secuestrando sus pensamientos. Aun con sueño y sintiendo que el mundo mismo se ralentizaba, seguía aferrada a la balsa mental que avanzaba sobre el truculento río, esperando dar con la respuesta al final. Por un momento deseó ser como su padre, quien sólo se encogió de hombros y siguió con su batalla diaria contra el mundo laboral sin rechistar. También deseó ser como Paulina para idolatrar la idea de un trabajo con prestaciones y horario fijo, como si fuese una meta de vida. Se sintió malagradecida con su trabajo, como si Phasmatec fuese una buena amiga que lo había dado todo por ella y Telma, como toda una adolescente rebelde, había traicionado su confianza. ¿Por qué ella no podía ser como todos los demás? Deseó trabajar sin preocuparse por las implicaciones casi filosóficas de la actividad, lejos de toda idea contradictoria y peligrosa.

El camino se sentía mucho más ligero a medida que Telma conducía. Era como si el auto apenas e hiciera un esfuerzo para desplazarse sobre el asfalto, una sensación que sólo había sentido al circular por las carreteras bien cuidadas de los Estados Unidos. Recordó que estaba lloviendo, pero en vez de alarmarse disfrutó de la sensación que le daba el avance del vehículo. Era como si la carretera fuese de hielo y ella se hallase patinando sobre cuatro ruedas. Pensó para sí misma que lo que más deseaba en ese momento era estar en su cama, bajo las cobijas con los ojos cerrados. La calefacción del auto le arrulló como a un bebé en los reconfortantes brazos de su madre. Cerró los ojos por un momento y sintió la pesadez en su cuerpo; la hizo suya y la abrazó con el mismo entusiasmo con el que abrazaba a Fausto.

Un fuerte golpe le hizo despertar a medias, encontrándose su rostro contra buna superficie suave y enorme, como su una almohada gigante hubiese emergido del volante de su auto. Un dolor en el cuello le hizo despertar un poco, pudiendo sentir el calor de los músculos torcidos entre sí. Miles de pedazos diminutos de cristal se colaban por todas partes: enredados en su cabello, colándose entre sus labios y uno de ellos había estado cerca de penetrar en su ojo derecho. Un sabor ferroso y familiar le colmó la boca y con su mano pudo comprobar que de entre sus labios emanaba tranquilo un líquido rojo. Los gritos de un hombre furioso eran difusos para ella, quien alzó la mirada para ver a través de la ventana. Allí estaba el conductor de un pesado camión, gritándole toda clase de cosas que no parecían tener sentido alguno. Hablaba de llamar a una persona, de esperar a alguien y de no mover el auto.

—Disculpe—murmuró Telma al hombre, logrando ser escuchada gracias a que el cristal de la ventana ya no existía—tengo que llegar al trabajo, ya no me grite.

El conductor del camión le miró con preocupación cuando ella sonrió de una forma inocente, como si se encontrase envuelta en una paz mental.

—Llamaré también a la ambulancia—cambió el semblante del hombre al de un ser humano mucho más comprensivo.

—Voy a llegar tarde. Ayúdeme a llegar a tiempo, mi bono de puntualidad.

—Escuche, no se mueva de donde está. Usted no puede irse. Su trabajo tendrá que esperar.

—¿Cómo dice?

—Hoy no hay trabajo para usted.

Al escuchar eso, Telma mostró una sonrisa de oreja a oreja, se recostó con mucha dificultad en su asiento y cerró los ojos. Al fin pudo dormir tranquila. 

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