Capítulo 4/ Parte 2: Mucha gente competitiva
Muchas cosas vivían dentro de la mente de Telma, como si existiesen dentro de ella un montón de reinos del pensamiento que se hallaban en lucha constante, buscando acaparar la mayor parte de ese territorio al que llamamos psique. Por años el reino que imponía su hegemonía sobre el resto era el reino de lo laboral; una máquina de conquista imparable que aplastaba a sus enemigos sin piedad alguna, buscando siempre estar activo. Telma podía comparar esa necesidad de estar activo con un dato esporádico y curioso que leyó sobre los tiburones alguna vez en una revista durante su adolescencia. La información rezaba que algunas especies de tiburones, como el icónico tiburón blanco, morían si dejaban de nadar. Así, se veían obligados a desplazarse de forma constante para sobrevivir. De la misma forma, el reino de lo laboral debía de continuar su conquista en la vida de Telma o moriría a manos del resto de reinos.
Casi como una Suiza neutral, se hallaba el reino de los hobbies, reducido a una pequeña porción que se mantenía en la mente de Telma sólo para ayudarla a sobrellevar el día a día. Pero entonces cuando todo parecía tener un orden y un lugar, un oponente apareció; un reino que se armó hasta los dientes de la noche a la mañana y que amenazaba con tomar varios espacios de la psique de la mujer. Y al mando de ese ejército nuevo y poderoso estaba el mismo Fausto, intentando conquistar terrenos de lo laboral.
Telma odiaba admitirlo, pero no podía dejar de pensar en él en varios momentos que requerían de su completa concentración. Sentada ante su computadora, sentía la necesidad de enviar un mensaje por celular a su novio. Muchas veces los mensajes estaban acompañados por una fotografía de Telma misma, documentando las actividades que hacía con una sonrisa. La mujer reconocía que sus mensajes eran algo recurrentes, quizás uno cada dos horas de trabajo. Luchaba muy duro contra el impulso de engranarse en una plática constante con Fausto, avergonzándose de sí misma. No se sentía de esa forma desde sus romances de preparatoria, época que ahora ella calificaba de tonta e infantil. Pensaba en su edad, ese número treintaitrés que tantos conflictos internos le causaba. Pensó que no era lógico que una mujer de su edad se sintiera de esa forma por un hombre, mucho menos alguien en la posición de mando que ella ostentaba.
Telma recordaba la forma en que dio los primeros pasos hacia Fausto, arrinconándolo hacia la pared para demostrar su decisión y en cierto modo, que ella tenía la sartén por el mango. Le gustaba pensar que todo estaba bajo control y que ella tenía la habilidad de solucionar problemas sin importar lo complejos que fuesen. Pero después de pocos días, ella comenzó a mostrar un lado mucho más manso y dócil. Se transformó en alguien más dulce, como si Fausto le hubiese ablandado. No le gustaba mucho la idea, así que pensó que lo más natural era que ella siguiese siendo quien llevase las riendas de la relación. Nadie le manejaría a su antojo, pues si era honesta consigo misma, Fausto ya era demasiado importante en su mente como para darle aún más poder.
Telma hizo algo que pocas veces se veía en el departamento de calidad, pues comenzó a delegar algunas de sus responsabilidades a sus subordinados. Le gustaba la idea de llevar sobre sus hombros los procesos más importantes, pues de esa forma los subordinados estarían más relajados y serían más eficientes. Ahora Eugenio y Camila estaban más ocupados que nunca y Telma se transformó momentáneamente en la clase de jefa que no deseaba ser. Sus ratos libres eran mucho más frecuentes, usando ese tiempo para darse una vuelta cerca de los almacenes para ir a ver a Fausto, quien trabajaba con un rostro amargo en su tarea de forma casi mecánica. La mujer se armó de valor y le llamó con el semblante más profesional, haciéndole pensar al muchacho que tenía asuntos laborales pendientes con él. Lo guío entonces hasta su oficina, en donde pudo ella estar mucho más relajada, mostrándose en su faceta casual. Le tomaba la mano a Fausto, acariciando sus nudillos y le hizo sentir que todo estaba bien. Y entonces, cuando menos lo esperaba el chico, la mujer se sostuvo de su cuello y le plantó un beso largo y profundo, empujándolo contra la pared de la oficina. Las cuatro paredes eran cómplices de su amor y la falta de cámaras en las oficinas ayudaba a que el secreto se quedase allí dentro. Los besos eran como una eternidad para Fausto, quien dejaba que el calor de los labios de la mujer le invadiera. Las mejillas de Telma ardían, acelerándose su corazón y sintiendo la forma en que su respiración perdía el ritmo.
—Telma—susurró el muchacho—nos van a despedir, además nos está viendo Valerya.
La fantasma estaba de pie en la esquina, con los ojos clavados en la pareja, recordando al chico que durante los años ochenta se robó su corazón, un tal Nikolay al cual extrañaba con todo lo que le quedaba de existencia.
—Si no puedes ver algo, no importa—aseguró Telma—la gente no nos puede ver y yo no puedo ver a Valerya. Entonces sigamos con lo nuestro.
Telma terminó por acercar su boca al cuello de Fausto, besándolo con algo de agresividad. El chico jamás había escuchado de besos en aquella parte del cuerpo y su rostro le hizo saber a la mujer que no entendía mucho ese comportamiento. La jefa jugó con el chico, dando una leve mordida que le hizo dar un pequeño salto por la sorpresa. Una vez la mujer estuvo satisfecha, dejó ir al muchacho, no sin antes darle instrucciones verdaderas sobre las labores del día. Las sesiones de beso diarias continuaron sin que nadie sospechase nada, ayudándose Telma de sus ratos libres gracias a deshacerse de ciertas responsabilidades que le asfixiaban un poco y que no dejaban ni un rato de esparcimiento. El reino de lo laboral perdía terreno con cada beso, alejándose de su objetivo cada vez más. Una guerra de trincheras muy lenta en la que Fausto conquistaba al enemigo metro por metro.
A pesar de que el secreto de Fausto y Telma estaba a salvo, no era para nadie un misterio que la jefa pasaba por un cambio. Muchos hablaban sobre la posibilidad de que la salud de la jefa estuviese empeorando desde que se había desmayado, creyendo que de esa forma se explicaba la forma en que buscaba cada vez tener mucho más tiempo libre. Uno de los líderes en cuanto a esta teoría se refería era Eugenio, el segundo al mando en el departamento. Observaba con recelo a su superior, como si la admiración que podía sentir por ella se esfumase con cada momento en que la mujer se detenía a tomar un respiro. Se guardaba para sí mismo los comentarios más despectivos, esos que eran producto de la impotencia que surge al ver que las cosas no son como uno quiere. Dentro de Eugenio comenzó a germinar la idea de que si él fuese quien estuviese a cargo, el departamento podría estar mucho mejor. Después de todo, el hombre estaba orgulloso de su resistencia física, la cual le permitía ir al gimnasio incluso después de una larga jornada en el trabajo sin siquiera rechistar un poco. A diferencia de Telma, Eugenio estaba siempre buscando nuevas formas de demostrarle a los jefes su dedicación a la empresa.
El hombre creía firmemente en el discurso de "ponerse la camiseta" de la compañía e incluso había adquirido acciones de Phasmatec para sentir que sus esfuerzos se verían reflejados en su propia riqueza. Daba pequeños discursos cada vez que llegaban las utilidades de la empresa a manos de los empleados, buscando ser escuchado por los superiores. Sus esfuerzos eran a menudo ignorados y su excesivo entusiasmo por el trabajo en equipo no hacía más que alejar a los empleados, quienes le consideraban un hipócrita. Le llamaban de formas despectivas en secreto, viéndole como una mascota de los superiores. Ni siquiera Telma, que era la verdadera jefa del departamento, era así hacia los gerentes de la planta. Las diferencias entre ambos crecieron hacia una brecha que era visible para todos los empleados: la mujer buscaba relajarse más y más, con espacios muertos en su horario. El hombre por otro lado, se notaba cada vez más nervioso, con menos paciencia y mucho más irritable.
—¿Qué es lo que te pasa?—preguntó Eugenio a Telma mientras los dos concordaron en un área de descanso en donde las cafeteras estaban siempre listas.
La mujer se sirvió una taza de café y hasta que puso la cantidad adecuada de crema y azúcar, regresó la mirada a su interlocutor. Le saludó con una sonrisa falsa.
—¿A qué te refieres, Eugenio?
—No te hagas la tonta conmigo, todos sabemos que has estado trabajando menos. Tu rendimiento va de mal en peor; recuerda que eres la cabeza del departamento y debes de poner el buen ejemplo. ¿Cómo puedes regañar a la gente por mal rendimiento si el tuyo es similar? Dime, ¿qué es lo que te pasa?
La sonrisa de Telma buscaba decir algo similar a "mi vida personal no te importa", pero en vez de pronunciar palabras tan agresivas, se limitó a hace run comentario que terminó haciendo enojar más a Eugenio.
—Soy feliz—dijo ella—eso es lo que me pasa, deberías de intentarlo alguna vez.
Telma bebía su café, orgullosa de su propia insolencia.
—¿Estás saliendo con alguien, verdad?—preguntó el hombre.
La jefa dejó de tomar café, como si se hubiese quedado congelada unos segundos. Trató de disimular al reincorporarse casi de inmediato, pero fue demasiado tarde. Eugenio había dado en el clavo y ahora lo sabía.
—Y si lo hiciera—hablaba Telma desde la posición de una relación hipotética—¿qué te importa a ti?
—Eres una persona que siempre ha sido conocida por ser bastante profesional, llegando hasta el punto del desmayo. Pero eso no debería detenerte, podríamos buscar juntos algunas vitaminas o suplementos para que sigas rindiendo como antes. Pastillas para dormir si es que el insomnio te ataca como lo hace conmigo. No hay razón para tirar la toalla. ¿Sabes quién me hizo lo que soy ahora?—el hombre guardó silencio unos minutos, siendo observado por Telma—tú, Telma. Tú me hiciste alguien mucho más competitivo, alguien que no podía quedarse atrás. Verte esforzarte al máximo cada día me dio las fuerzas para superarme a mí mismo, rompiendo mis propios límites. ¿Y ahora simplemente vas a rendirte? Es mi deber empujarte tal y como lo hiciste conmigo. }
Telma no pudo evitar que escapase una risita burlona, teniendo que dejar su taza de café sobre una mesa. Eugenio no podía creer que la mujer estuviese burlándose de lo que él consideraba un asunto muy serio.
—Perdona si yo fui quien te transformó en lo que eres, Eugenio. Aunque ahora que lo pienso, yo nunca hice nada y todo fue porque quisiste hacerlo. No puedo aceptar la responsabilidad por ese tipo de cosas. No me culpes por tu infelicidad, porque jamás te obligué a nada. Si quieres que Phasmatec sea el dueño de tu trasero, entonces hazlo. Pero no me arrastres contigo, porque no somos iguales.
El hombre apretó el puño, para después tomar a Telma por la muñeca con fuerza, para impedir que se fuese.
—Claro que no somos iguales—le dijo a ella—tú eres menos de la mitad de la mujer que fuiste cuando iniciaste a trabajar. Te has vuelto holgazana y será cuestión de tiempo para que los managers se den cuenta de ello. Es obvio que no somos iguales ahora, te he superado.
Telma aplaudió lentamente y con un sarcasmo exagerado.
—Felicidades, futuro jefe de calidad. Hay muchas botas que deben lustrarse con la lengua en esta compañía, y parece que tienes potencial.
Eugenio dio tres pasos hacia atrás, tratando de tranquilizarse. No pudo evitar que de él escaparan sus pensamientos en forma de palabras habladas, de las cuales se arrepintió de inmediato.
—Si no fueses una mujer...
Telma se plantó frente a él con el ceño fruncido y los brazos extendidos. Se dejó expuesta ante él, sin miedo alguno a lo que estuviese rondando la cabeza de Eugenio.
—¡Pégame!—gruñó ella—¿Crees que no me puedo defender? ¿En serio eres alguien tan tonto como para perder su empleo por esto?
—No—cerró los ojos, calmando su ira—pero tú sí eres demasiado tonta como para perder el tuyo. Tus días en Phasmatec están llegando a su fin si es que sigues por ese mismo camino. Y pensar que alguien como tú caería sólo por un hombre. ¿Es alguien de aquí?
—Eso no te importa.
—Si la gente de recursos humanos se enterase, entonces veríamos a la jefa sacando sus cosas de su oficina en una cajita de cartón. Sería una pérdida para nosotros, pero eventualmente alguien ocuparía tu lugar. La cuestión aquí sería: ¿Puede algo más ocupar el lugar de Phasmatec en la vida de Telma?
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